Las historias de los universitarios, la muerte de un joven padre, el testimonio de su mujer, las mujeres musulmanas que conocen el cristianismo… El sacerdote español narra cómo vivió estos días en Kampala y luego con los jóvenes en Kenia. Hechos y encuentros que desmienten nuestros “pensamientos”
Llegué a Kampala unos días antes de los Ejercicios espirituales que debía predicar a los universitarios africanos durante el fin de semana del 9 al 11 de febrero. Llegaba a una comunidad golpeada por la inesperada muerte, en accidente de tráfico, de Francesco Frigerio, un italiano muy querido por todos, que unos meses antes nos había echado una mano con las vacaciones del CLU en Uganda. Dejaba mujer y tres hijos pequeños. Este hecho despertó muchas preguntas, que me llegaron entre las contribuciones que me habían enviado los jóvenes. Pero también me habían llegado noticias del desvelarse de una humanidad nueva en la persona de Sara, la mujer de Francesco, que sostuvo a la comunidad con su certeza: «Francesco está sentado al banquete con el Señor». Pude escuchar testimonios de cómo se habían vivido los días previos a la repatriación del cuerpo a Italia. Me hablaron del carpintero que colaboraba con Francesco y que, al oír los cantos durante las vigilias, al ver la serenidad y esa extraña alegría serena, preguntó si en Italia no lloran cuando muere un ser querido. Uno de los presentes respondió: «En Italia, delante de la muerte, nos desesperamos. Lo que estás viendo es excepcional. Se llama fe».
Con estos hechos ante mis ojos, con el deseo de acudir al encuentro de las preguntas de los chicos sobre la muerte, fui al International Meeting Point a ver a “las mujeres de Rose”. Después de una hora de cantos y danzas, les pregunto: «Vosotras decís que sois libres. El encuentro con Rose os ha liberado. Vosotras conocíais bien a Francesco, él construyó la Luigi Giussani High School y la Primary School. ¿Qué es para vosotras la muerte? Mejor dicho, ¿qué es para vosotras vivir?». Me quedo asombrado con la respuesta de Teddy, una de ellas, que, en vez de partir de una teoría sobre la muerte, parte de su autoconciencia: «Hay Uno que me hace en cada instante. Él es dueño de la vida. Por eso uno puede confiar incluso ante la muerte». Tomo notas. Si lo que vivimos en este instante no tiene que ver con la muerte… vivimos como todos y luego nos damos una explicación que no satisface a nadie.
DE RODILLAS. Cena en casa de las Memores Domini. Vienen tres mujeres musulmanas que participan en el Meeting Point. Nos cuentan cómo “devoran” Traces (versión inglesa de Huellas) en cuanto llega a Kampala y cómo participan, junto a las demás mujeres, en la venta pública de la revista. Una de ellas, que iba a recibir el bautismo en la Vigilia pascual, narra su conversión. Mientras habla, empiezo a sentir cierto malestar al mirar a las otras dos mujeres. Mi mentalidad europea está en marcha: «¿Tal vez se sientan mal porque ellas siguen siendo musulmanas?...». Al terminar la cena, su cara desmiente mis pensamientos: están contentísimas.
Al despedirnos, atisbo una escena que me impresiona. Las dos mujeres musulmanas están de rodillas delante de Rose. Al día siguiente le pregunto por el significado de ese gesto. «Es una expresión de gratitud. Es como si dijeran: “Déjanos estar siempre aquí, no nos abandones”», me dice Rose. Después empieza a contarme cosas que yo, acostumbrado a usar la razón como buen académico, no había visto. Esas mujeres estaban felices por ir a su casa y compartir mesa con los blancos, comer la misma comida, en los mismos platos, ser servidas y poder participar en la conversación, y también por el interés que mostrábamos hacia ellas.
Verdaderamente han descubierto el valor de su vida. Antes se miraban del mismo modo en que eran miradas. La mujer musulmana de color tiene un papel ínfimo en su ambiente y estas cosas tan sencillas, posibles en casa de Rose, para ellas antes eran impensables. Nosotros estamos acostumbrados. Ellas, en cambio, identifican los rasgos de una humanidad distinta… que nos pone de rodillas.
«BUENAS TARDES». Al día siguiente, vamos a comer a una barriada de chabolas (slum) invitados por una chica del CLU. Quiere compartir su alegría por haber aprobado los exámenes. Nuestra visita es para ella un auténtico acontecimiento. ¡“Tía” Rose, father Nacho y sus amigos van a visitarla! Entramos en su humilde casa (humilde es poco para describir aquella habitación en la que viven cinco personas). Todos los habitantes del slum miran nuestra extraña procesión. «¿Dónde van?». «¡A mi casa!», les dice a todos con su mirada. Como nos recordará en los Ejercicios, esta chica se siente como Zaqueo: hoy la salvación ha entrado en esta casa. «Fue mirado y entonces vio», era el título de nuestro gesto.
Después de un viaje de once horas, al día siguiente llegamos a Eldoret, en Kenia, para empezar los Ejercicios. Las lecciones se enriquecen con las preguntas y contribuciones de los jóvenes, pero también por todo lo que he visto los días antes en Kampala. Es fácil ilustrar ese «fue mirado». Muchos parecen estar en el sicomoro, mirados por “tía” Rose. Una chica habla de su vida antes de subir a ese árbol. Cada cosa iba en su contra, odiaba todo, hasta el día de su nacimiento. También a Dios. Nadie la quería por lo que era. Intentó suicidarse tres veces. Pero veía que su hermano afrontaba de un modo distinto las mismas circunstancias en casa (entre
otras cosas, un padre alcohólico), tanto que aceptó su invitación a la Escuela de comunidad. Lo cuenta así: «Era la segunda semana del segundo semestre de mi primer año en la escuela superior (como el encuentro de Juan y Andrés con Cristo: eran las cuatro de la tarde, ndr.). Entré en el patio donde se celebraba la Escuela
e comunidad, llegaba pronto. “Tía” Rose entró y me vio allí. Me miró fijamente –lo hace normalmente con las personas que llegan nuevas– y yo sentí mi corazón latir con fuerza. Me dijo: “buenas tardes”. Estaba tan asombrada y me sentía tan pequeña que ni siquiera fui capaz de responderle. Pero aquella mirada y aquella sonrisa, solo de pensarlo, me dejaron en silencio. En toda mi vida, nunca nadie me había mirado ni sonreído de esa manera. Era una mirada tan fuerte que derrumbaba todos los muros de mi pasado, abriendo de par en par el presente ante mí. Era una mirada que me decía que yo también puedo ser amada con todo lo que soy. Parecía estar diciéndome: “Tú eres importante”. Sentí que Alguien me llamaba a seguirle a través de aquella mirada. Y desde ese momento decidí seguir. Siento que he encontrado el lugar al que pertenezco. Puedo decir que la gracia de Dios me alcanzó a los 14 años. Puedo decir que nací a la edad de 14 años, porque ese es el momento en que comprendí el verdadero sentido de mi vida. He empezado a comprender quién es Dios para mí y la gran brecha que había entre mi pasado y yo misma se ha cerrado. El movimiento me ha devuelto a mí misma, que me había perdido. Deseo volver a empezar y no medir más mi vida. Como don Giussani, no quiero vivir la vida inútilmente».
En el primer encuentro lo tenemos todo, nos recuerda don Giussani, pero qué es este “todo” lo comprendemos a través de las circunstancias. Hace ya cinco años que conozco a algunos de estos jóvenes, los he acompañado desde el instituto hasta la universidad. Es hermoso empezar a ver en ellos el paso «de la evidencia del primer encuentro a la convicción». Un paso que Zaqueo tuvo que afrontar desde el día siguiente, cuando, al enfadarse con su mujer, se sorprendió dolorido pensando en Jesús.
Uno de los chicos cuenta su perplejidad por el hecho de que dos amigos de la comunidad se habían alejado después de un cierto camino con nosotros. «¿También vosotros queréis marcharos?», resuena en mi mente. «Es el tiempo de la persona», nos decía don Giussani. Tenemos todos los instrumentos para juzgar, no debemos tener miedo. De hecho, empieza a hablar del paréntesis que había decidido tomarse con la Escuela de comunidad, con el coro… Pero duró poco. «Me veía perdido en mi ideología», explica, «no podía seguir sin la mirada de “tía” Rose, Alberto y Seve». El corazón en marcha. A partir de ahí, comienza una auténtica verificación en la universidad.
EN CLASE. Un profesor de Economía explica la pirámide de las necesidades humanas. En la base, las elementales. Una vez satisfechas, subiendo, están las necesidades de seguridad, etcétera, hasta que en la cúspide las necesidades se ven completamente saciadas. El chico levanta la mano: «Profe, en nuestra experiencia no es verdad que las necesidades se vean plenamente satisfechas». Empieza en el aula una acalorada discusión. El chico se ve obligado a contar su experiencia. Toda su experiencia. Al final, el profesor, lleno de curiosidad, le pregunta: «Perdona, ¿cuál es la fuente de tu ideología?». Él le habla de don Giussani y le regala su ejemplar de Por qué la Iglesia.
Este sacerdote europeo, ya en los cincuenta, se ha convencido de nuevo de que es más útil, para afrontar los Ejercicios, dejarse tocar por lo que sucede que llegar con las lecciones ya preparadas. El Innominado, obstinado a la puerta del cardenal Federico, es más eficaz que lo “ya sabido” de nuestra mentalidad kantiana…
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