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Huellas N.3, Marzo 2018

VIDA DE CL

Uno por uno

Paola Bergamini

Está Carie, piloto de la US Navy, con el Manifi esto de Pascua en la cabina. Está Whitney que decide seguir los pasos de una amiga. Y Alberto que pensaba que ir de misión era… Un viaje por Florida para ver cómo nace y crece una comunidad sin que nadie haya programado nada

Agosto de 2012. En la mesa al lado de la cristalera que da al Miami River, el camarero acaba de servir unos espaguetis con gambas. Enrico, que hasta ese momento estaba callado, dice: «Partir para la misión es una experiencia bellísima porque implica una purificación». Alberto, con el tenedor en la mano, alza la mirada hacia Joep y Pepe, que no dicen nada. Y piensa para sus adentros: «Qué raro. “Purificación”, ¿qué quiere decir?». Es su primera noche en Miami con esos tres, Memores Domini como él, con los que piensa compartir su “ideal” misionero durante los próximos años. Ha dejado su tierra para que todos conozcan a Cristo. Los “demás” le necesitan. Esa frase de Enrico le desorienta. «En mi arrogancia, no entendía que lo único que necesito es el acontecimiento de Cristo que se hace presente ante mis ojos». Su historia se trenza con la de Carie, Rachel, Luca y otros más en Gainesville, Jacksonville, Tallahassee, ciudades del norte de Florida cuya existencia desconocía por completo aquella primera velada. «Esos encuentros han sido las “posibilidades delicadísimas” con las que el Misterio se me ha hecho presente en estos años», comenta a un amigo el último día de las vacaciones de la comunidad de Florida el pasado mes de julio en San Agustín. Y mirando alrededor añade: «Algo inimaginable, impensable».
Vamos a trazar un mapa de encuentros, circunstancias y nombres que han generado vida en este rincón de EEUU.
En julio de 2013, monseñor Felipe Estévez, antes obispo de Miami, donde conoció a la comunidad de CL siendo obispo de Jacksonville, pide a la Asociación laical Memores Domini que establezca una de sus casas en Gainesville, ciudad de su diócesis donde está una de las universidades más prestigiosas de Florida.
En noviembre, Alberto, después de un año como profesor de Italiano para los estudiantes latinos de la Saint Bredan (y no de literatura como esperaba), quiere cambiar de trabajo y ofrece su disponibilidad para mudarse a Gainesville. Entra en contacto con el obispo para averiguar si hay oportunidades laborales tanto para él como para Luca, un amigo suyo desde los años de universidad que podría acompañarle en la misión. Monseñor Estévez propone dos cátedras de Latín e Historia en Saint Francis, el liceo diocesano. En agosto de 2014, Alberto recibe, a través del amigo de un amigo, el correo de una pareja preguntando si hay alguien del movimiento en Gainesville, donde acaba de mudarse. Faltan pocos días para que Alberto también se mude. Busca una casa que esté cerca de ellos, mientras espera que llegue Luca. Pero, en el último momento, a Luca le niegan el visado por motivos burocráticos. De momento, no puede unirse a él. Alberto está solo. «Fue un momento decisivo. Dudaba si ir o no. Luego se produjo un cambio importante. Pasé de preguntarme “si estaba a la altura” a darme cuenta de que necesitaba responder a mi vocación. Puedo olvidarme de rezar laudes o hacer la hora de silencio un día, dos, tres, pero luego siento la urgencia de retomarlo, lo necesito. También me di cuenta de que podía hablar por skype con Enrico en Miami y compartir con él cualquier decisión que tuviera que tomar». Y encima no está solo, porque James y Sandi le esperan. Ella es baptista, tiene curiosidad por conocer la experiencia que su marido acaba de conocer. Alberto empieza a reunirse con este matrimonio para la Escuela de comunidad y cada vez, antes de cenar, leen las preguntas que el texto les ha suscitado. «Y yo que creía que debía explicarles algo que ya me sabía…», recuerda Alberto.

LOS INICIOS. Al cabo de dos meses, se presentan Carie y Rachel. Ambas han conocido el movimiento en Pensacola con el padre Jimmy y ahora, una por trabajo, otra porque ha vuelto a vivir con su familia, viven en Jacksonville. Carie, piloto de helicóptero en la Navy, durante un año entero hizo tres horas de viaje para ir a Pensacola a la Escuela de comunidad, volviendo por la noche a altas horas de la madrugada. Ahora, la hora y media de viaje para llegar a Gainesville le parece un paseo. El grupito se va ampliando poco a poco: un compañero de trabajo de Alberto, algunos amigos de James y Sandi, alguien que se acerca de vez en cuando. A final de curso, aparece Brian, un profesor llegado a Jacksonville desde Notre Dame, donde había conocido CL y, también a través de un amigo de un amigo, había contactado con Carie. Para él, hora y media de viaje es demasiado. «Pero no puedo decirle no a Carie», comenta. Así que no falla a su cita semanal.
En enero de 2015, Alberto empieza un master. Sugiere al director del liceo que podría sustituirle Luca. El director le contesta: «Si le contratamos, ¿ya no estarás solo?». «Así es». «Entonces ok». James y Sandi se mudan a Carolina del Sur. Pero llega Luca. La primera noche, monseñor Estévez va a cenar con ellos y bendice la mesa: «Bendice, Señor, esta pequeña casa de Nazaret, para que estos dos amigos puedan vivir cada uno aquí el sí a su vocación».
Alberto y Luca son como el día y la noche. Al principio Alberto piensa en ayudarle mostrándole los problemas que tendrá que afrontar y sugiriendo posibles soluciones. La relación se complica. Para Alberto, porque no entiende que el otro no comprenda; para Luca, porque recibe consejos acerca de problemas que todavía no tiene. Además el obispo les ha llamado allí porque quiere que nazca el movimiento y los invita a todos los eventos de la parroquia, de la organización pastoral… Todas cosas buenas, pero que multiplican “los quehaceres”. Y por la noche, durante las cenas, cae el silencio para no discutir. Si la cosa sale mal, Alberto tiene un plan B, volver a Italia. Hasta el día en que se percata de que quizás el misterio bueno de Dios esté llamando a su puerta a través de esas caras: «Basta con levantar la mirada hacia Cristo que se hace presente siempre a través de un signo. Y esto renueva la propia vocación». Es entonces cuando esa palabra, “purificación”, toma carne para él.

NUEVOS AMIGOS. Una noche, al acabar la Escuela de comunidad, Rachel dice: «Me ha llamado el padre Jimmy. Le han destinado a Tallahessee, donde yo estudié en la universidad. Quiero ir a verle para que conozca a los amigos de la parroquia universitaria. Mantengo la relación con algunos de ellos. ¿Qué os parece?». Luca y Alberto se ofrecen para acompañarla. El 3 de diciembre de 2016, están los tres cenando con el padre Jimmy y una veintena de personas más. Antes del postre, Rachel cuenta: «Crecí en una familia católica y siempre me encantó ir a retiros y estar horas delante del Santísimo. En Pensacola el padre Jimmy me invitó a ir a la Escuela de comunidad. Una frase me arrebató: “Nos apremia entender qué es lo que hay de verdadero en la experiencia”. Acudí a la reunión durante un año sin entender mucho de lo que se decía, pero siguiendo, en un momento dado, descubrí que podía vivir mi fe a diario, sin esperar a los retiros espirituales o a las horas de adoración que…». Su amiga Whitney no la deja acabar: «Ok. ¿Cuándo empezamos eso de “CL”?». Quedan al día siguiente para leer el texto de la Escuela de comunidad. Pasan dos semanas y estos nuevos amigos se suman al grupo de Gainesville. Luca les pregunta: «¿Por qué queríais empezar cuanto antes?». Whitney responde: «Conocemos a Rachel desde los años de la universidad, colaborábamos en la pastoral juvenil. Cuando nos licenciamos, nos vimos un poco perdidos sin saber bien qué hacer. En cambio, ella ha cambiado y sigue creciendo. Quisimos saber qué le había pasado y empezamos a seguirla». El verano siguiente, Whitney entra en un convento en Connecticut. En la maleta lleva el libro de la Escuela de comunidad.
Son un pequeño grupo muy variado que va aumentando, porque no pueden dejar de invitar a los amigos. Alguien consigue acercarse al New York Encounter, cinco participan en las vacaciones de la comunidad de Florida. En junio el padre Jimmy vuelve a Pensacola, pero ellos siguen con esta experiencia de amistad tan distinta de los “planes pastorales” a los que estaban acostumbrados. Aquí se pone en juego su vida entera. En cuanto puede, Luca les visita. No para “llevar” las reuniones, sino para secundar lo que está sucediendo. Lo comenta poco con Alberto, mucho menos le pide su opinión. Su amigo casi se enfada, pero luego “ve” que ese es el modo sencillo con el que Luca está llamado a responder a Cristo. Nada más llegar a EEUU, Maurizio, un memor Domini que lleva años allí de misión, le había dicho: «Tu mayor trabajo será dejar que prevalezca lo que ves sobre lo que piensas».
El 30 de diciembre de 2016, en el muelle de Norfolk, Virginia, donde fondean los portaviones americanos, Luca y Rachel levantan unos carteles con un letrero: “Welcome home”. Junto a Vincent, que ha llegado desde Tampa, y Alberto, esperan a Carie, que vuelve al cabo de siete meses de misión militar en el Golfo Pérsico. En su cabina de piloto, el manifiesto de Pascua, la caricatura con los rostros de sus amigos y el libro de la Escuela de comunidad. Su tarea es obedecer órdenes. Siempre. Y en estos seis meses se pregunta: «¿Qué tiene que ver mi encuentro con CL con la Navy? ¿Con el hecho de que durante otros cuatro años tenga que servir a mi país en misiones de guerra?». También este interrogante se esclarece a la luz de la fe: «Mi relación personal con Cristo pasa a través de estas circunstancias concretas. Y cada mañana me levanto pidiendo que el día sea una ocasión para decirle sí a Él».
Diez meses en casa y después, en noviembre de 2017, le comunican su nuevo destino: Corpus Christi en Texas, en la frontera con Méjico. A Carie se le saltan las lágrimas. Alberto le dice: «Te acompañamos. Es más, salimos antes y hacemos un viaje por etapas parándonos en los lugares que han marcado tu historia, viendo a todos tus amigos».
Una semana después, Rachel entra como novicia en las Misioneras de la Fraternidad de San Carlos Borromeo en Roma.

CLAY Y LOS DEMÁS. Una noche monseñor Estévez llama a Alberto y Luca: «Acaba de llegar a nuestra diócesis un seminarista, Clay. Se quedará con nosotros un año para ayudar en la pastoral de la capellanía universitaria. Estuvo dos años en Roma estudiando y me gustaría que siguiera con el italiano. Por eso pensé en vosotros». Quedan unos días después a tomar café en un Starbucks. Clay les cuenta que en Roma, a través de Ralph, otro seminarista americano, había conocido Comunión y Liberación. Empieza a participar en la Escuela de comunidad. Sus jornadas están repletas de compromisos, se ocupa de todas las iniciativas que propone la capellanía. Es un corazón generoso, nunca se echa atrás. Un día llega a la Escuela con retraso a causa de la enésima iniciativa. Al final le dice a Alberto: «No puedo más. No estoy contento con lo que hago». «¿A quién te ha dicho el obispo que tienes que seguir?». «Al padre David, capellán de la universidad ». «¿Por qué no vas a verle y se lo comentas?». Clay se lo piensa. Para él, admitir que “no está a la altura” significa dudar de su camino. Pero una mañana se arma de valor y, cuando el capellán le hace la lista de tareas de la semana, le dice: «Esto no va bien. Lo hago todo y no hago nada». «Dime qué es lo que necesitas». «La Escuela de comunidad». «Ok. Lo haces todo, pero el jueves te quedas libre».
También necesitan ese grupo de amigos Ashil, a la que Alberto ha dado catequesis y de la que fue padrino de Bautismo, Kelsey, piloto de la Navy, Mary Alice, universitaria que en 2016 sacó un billete para irse al New York Encounter el día antes de que empezara solo porque Rachel le había dicho: «Vente». Y también Sonya, Kelsey… Todos encuentros de persona a persona que han generado una vida nueva. Repensando hoy en esta historia Alberto sonríe: «¡Lo que me habría perdido si hubiera activado mi plan B!».

 
 

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