Huelga de votantes. El llamamiento a los jóvenes. Una provocación para los laicos adultos y también para la Iglesia. El voto del 18 de marzo para elegir presidente revela una realidad dramática. Pero también un fenómeno muy concreto de una nueva conciencia
La tentación de abstenerse existe y es muy fuerte. También en Rusia, aunque por motivos opuestos a los de otros países, donde los electores se ven abocados a elegir en un panorama fragmentado y contradictorio. En Rusia esta tentación surge del hecho de que, en realidad, aquí no hay posibilidad de elegir. Por eso, cuando se habla de política y elecciones, los compañeros de trabajo y amigos te miran un tanto extrañados. No se habla de ir a votar, y no es raro encontrar personas que nunca en su vida han ido a las urnas, aunque esta posibilidad existe desde hace treinta años.
El objetivo principal de la masiva campaña electoral que se está desplegando en Rusia es convencer al mayor número posible de ciudadanos para votar. Basta con salir a la calle, poner la televisión o subirse a un tren, para toparse con la solicitación apremiante de acudir a las urnas. Y a falta de candidatos que supongan una alternativa real al presidente actual, se ha admitido en las listas a figuras que pueden aportar cierta visibilidad y colorido a estas elecciones (como Ksenija Sobchak, popular conductora de televisión radical y chic, y el empresario Pavel Grudinin, candidato de las Fuerzas patrióticas nacionales, apoyado por los comunistas).
Dicho de otro modo, el resultado está asegurado de antemano, pero hay que darle al nuevo mandato presidencial un aire de credibilidad, sumado a un carácter popular, para presentar a Occidente un país compacto, unido bajo el mando de un gran presidente, Vladimir Putin.
No es casual, por tanto, que el líder político más peligroso para el Kremlin, Aleksei Navalni, abogue precisamente en favor de la abstención. Navalni maneja hábilmente y con cierta agresividad las redes sociales y sabe sublevar a la plaza, arrastrando sobre todo a los más jóvenes. El 28 de enero, después de haber sido excluido de las listas para las presidenciales, lanzó la campaña «Huelga de votantes», a la que se adhirieron miles de personas. Y, como es habitual en Moscú y en otras ciudades, hubo numerosas detenciones y medidas cautelares. Para muchos, Navalni es hoy un símbolo de la lucha contra la corrupción.
«UNA POSICIÓN CÍVICA». Pero el problema no es el 18 de marzo, día para el que las autoridades se están preparando para gestionar al máximo. Escepticismo y abstención no afectan solo a la cita electoral. Al igual que en todo el resto de Europa, tapan una desazón más global y, en particular, un malestar juvenil que cada vez estalla con más fuerza también en la Rusia «profunda», en la provincia, de la que se sigue sabiendo muy poco. Entre los fenómenos más inquietantes, además de las diversas formas de dependencia y del elevado número de suicidios entre menores, están los episodios de tiroteos en los colegios, en estos primeros meses del año en Perm y Ulan-Ude, calcando la misma dinámica que se observa en EEUU.
La atracción que ejerce Navalni sobre los teenagers no es en primer lugar política. En el fondo, a estos chavales no los conoce nadie, ni sus padres, ni los profesores, ni la Iglesia. Se les ha considerado siempre como una generación culturalmente más indefensa que las anteriores, políticamente apática, sumergida en un mundo de relaciones virtuales. Lo que ha logrado juntarles, en efecto, son las redes sociales, comunicando con ellos en un lenguaje accesible y utilizando una ironía inteligente, como evidentemente sus padres –que en muchos casos salieron a la calle para protestar en 2011 y 2012– no han sabido hacer. El mensaje que les llega es el destape de que «el rey está desnudo», que detrás de la fachada de la retórica construida mediante el control de la educación y la prensa, y detrás de los eslóganes sobre la grandeza de la patria, se oculta otra realidad muy distinta, hecha de injusticias, falsedades y corrupción. Los jóvenes se rebelan contra todo esto. Y luego publican en sus perfiles las penurias que pasan en sus familias y en el colegio. Al profesor que le reprendía por haber participado en la manifestación del 28 de enero, Sasha R., una chica de diecisiete años de Stari Oskol (provincia de Belgorod), le contestó que había ido para «manifestar una posición cívica». E Ilia, de Moscú, de dieciséis años: «Hemos entendido que, en realidad, el problema es más de conciencia que de política».
Posiciones de este tipo suponen un llamamiento, un desafío para los adultos y, en primer lugar, para los creyentes y para la Iglesia, para que no apaguen el ímpetu ideal de estos jóvenes –que entre la sorpresa general han atestiguado que están vivos y tienen voz propia–, sino que den testimonio de lo más valioso que poseen. ¿Puede haber una política y una economía que no se reduzcan a juegos de poder y violencia? ¿Es posible, también en el ámbito público, apostar por la libertad y la responsabilidad? Este llamamiento se está midiendo dramáticamente con la realidad actual.
LAICOS. Recientemente, un amigo me decía: «Los jóvenes de hoy no encuentran en la Iglesia lo que tuvimos la suerte de encontrar nosotros». En la época soviética, aun siendo perseguida, por el solo hecho de existir, la Iglesia representaba un espacio de humanidad auténtica, la posibilidad de vivir como hombres libres, aunque no tuviese ningún margen de maniobra en el ámbito público. Hoy, por el contrario, los cristianos son generalmente escépticos acerca de la posibilidad de asumir un compromiso político. Lo que domina es un dualismo según el cual en el espacio público valen leyes y criterios opuestos a los de la fe, por lo cual a los cristianos no les queda más margen de acción que la beneficencia. Por eso la Iglesia ortodoxa no se pronuncia sobre las elecciones y sus acciones humanitarias concuerdan con las prioridades del Gobierno (las ayudas para Siria, la defensa de la familia y la promoción de la natalidad).
Sin embargo, a pesar de estas dinámicas marcadas por un cierto “temor a abrirse al mundo”, en el seno de la Iglesia está surgiendo un laicado que, no siempre de manera fácil respecto de la institución, busca espacios de acción propios. El voluntariado en el ámbito ortodoxo estaba (y a menudo sigue estando) institucionalizado y encauzado en estructuras eclesiásticas y corporativas: universidades ortodoxas, escuelas ortodoxas, comedores ortodoxos… La novedad es que se abre camino un sentido de responsabilidad personal y una conciencia de la misión en el mundo confiada a cada hombre, que encuentran su expresión en fenómenos de voluntariado y obras de misericordia que nacen de la experiencia cristiana, pero se organizan en libres agregaciones que implican también a los no creyentes.
ECUMENISMO DE LA CARIDAD. El ejemplo más llamativo es el movimiento fundado por Juri Belanovski, nacido en1974, que al principio empezó como un grupo juvenil en torno a la comunidad del monasterio de San Daniel en Moscú; y así siguen llamándose –Danilovcy– los miles de jóvenes con los que cuenta actualmente este movimiento, comprometidos a responder a las más diversas situaciones de necesidad, desde la distribución de comida caliente a trabajos gratuitos de rehabilitación de pisos miserables en ruinas de personas ancianas o indigentes. Nacido bajo la égida del Patriarcado de Moscú, en 2009 este movimiento de voluntariado conquistó una autonomía propia, y sucesivamente ha sido uno de los promotores de la «Unión de movimientos sociales de voluntariado», alcanzando prácticamente al país entero con una red de presencia cada vez más capilar en la sociedad, y cosechando también importantes reconocimientos gubernamentales.
En la misma senda, los jóvenes han empezado a sentir la necesidad de compartir la vida de los demás y está naciendo un “ecumenismo de la caridad” en la vida cotidiana. Desde hace dos años, por ejemplo, un grupo de trabajo conjunto entre católicos y ortodoxos, apoyado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, promueve intervenciones comunes sobre educación de las personas en campos particularmente sensibles, como la maternidad y la familia. Trabajan, además, para sostener el testimonio de los cristianos perseguidos y realizan actos de solidaridad y de ayuda. En este sentido, no pretenden simplemente compartir instrumentos o técnicas, ni siquiera obrar conforme a las prioridades del Estado, sino ser una ayuda recíproca para profundizar en la conciencia cristiana de la que brota la misión, por lo tanto en la originalidad de una presencia cristiana en el mundo. Cada vez más, también Cáritas desarrolla proyectos junto con entes ortodoxos, y viceversa; no es raro que la acción misionera de una comunidad ortodoxa contagie e implique también a jóvenes católicos.
Incluso en una reciente película rusa, Loveless, premiada en Cannes y candidata a los Oscar y a los Globos de Oro como mejor película extranjera, pone en evidencia la aparición del voluntariado en Rusia como un sujeto nuevo y positivo. Hay quien lucha para salvar un bosque del proyecto de un centro comercial, quien se organiza para apagar incendios o buscar personas desaparecidas de las que la policía se desinteresa.
Es interesante revelar cómo en estos movimientos hay muy poco espacio para eslóganes altisonantes. Lo que cuenta es la humanidad concreta. Las proporciones del fenómeno son desconocidas para la mayoría pero, justo hace unos días, esta realidad apareció en los medios a raíz de la muerte de Georgi Velikanov, un laico cristiano de treinta años que murió atropellado mientras trataba de salvar a un borracho que se había caído en las vías del tren. Más que discursos y sermones, este episodio ha hecho tambalear los fuertes prejuicios y las barreras que existen en la sociedad y en la Iglesia rusa. Lo ha recordado el obispo Panteleimon: «Gestos como el de Georgi pueden cambiar las relaciones entre las personas. Él ha actuado según el Evangelio, socorriendo a su prójimo. Y no importa de qué nacionalidad sea o cuál sea su situación económica, no importa su aspecto o qué edad tenga. Nuestro prójimo es cualquiera que tengamos al lado». Algo se mueve, gracias a Dios, incluso en medio de las nieblas de la política.
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