Han pasado cinco años. Solo dos días de Cónclave y tras el acontecimiento de la renuncia de Benedicto XVI, otro hecho imprevisible: en el balcón de San Pedro se asomaba Francisco, el primer Papa latinoamericano, que los cardenales han ido a buscar «casi al fin del mundo». «Fratelli e sorelle, buonasera»: desde sus primeras palabras y su primer gesto, el de pedir la bendición del pueblo «para su obispo», se anunciaba la llegada de algo nuevo.
Francisco lo ha hecho en estos años con palabras y gestos, intrínsecamente unidos. Insiste en «una Iglesia en salida» y en las periferias y, mientras, visita la cárcel, la casa de acogida, los barrios bajos. Nos apremia a tratar los migrantes como personas, mientras se desplaza a Lampedusa y a la isla de Lesbos. A la condena de la «Tercera Guerra Mundial a trozos» se acompaña el esfuerzo por crear puentes allí donde solo había muros, como entre EEUU y Cuba, en República Centroafricana, en Colombia, en Siria, Rusia y China… «La preferencia por los pobres» se entrelaza con la cena en el Vaticano para los sintecho, con gestos concretos y simbólicos.
Alguien puede quedarse en una lectura superficial de estos mensajes, otros cerrarse en banda presuntuosamente. O bien podemos dejar que esta unidad de palabras y gestos –el testimonio de Francisco– abra nuestra razón y hable al corazón. De mil maneras lo ha expresado, quiere llamarnos «a lo esencial», «al corazón del Evangelio», «al primer anuncio: Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, darte fuerza, liberarte». Es un anuncio dirigido a todos, nadie excluido, como vimos en el Año de la Misericordia. Francisco radicaliza el reto señalado por sus predecesores, en particular por el Papa Ratzinger, ante «el cambio de época» del que estamos tomando conciencia.
¿Y a nosotros qué nos pide todo esto? ¿Qué me pide? ¿Qué camino nos está señalando el Papa? El reportaje en Primer Plano quiere ofrecer una ayuda en este sentido, con entrevistas a testigos muy significativos y breves historias que “hacen ver”. Todo siguiendo la brújula del documento programático de Francisco, la Evangelii gaudium. La alegría del Evangelio. Como observa el cardenal Tagle, uno de los hombres más cercanos al Papa, «Francisco ha puesto el acento en la alegría, gaudium, porque hay una tendencia en el mundo contemporáneo, no solo en la Iglesia, a estar cansados y tristes. La vida familiar, el estudio, el trabajo se viven como un peso. Pero nosotros tenemos la razón auténtica para estar alegres: Jesús, muerto y resucitado, está vivo y es nuestra esperanza».
Es lo que el Papa nos indica con palabras y gestos. Y nosotros «no deseamos otra cosa que seguirle», escribió Julián Carrón en la carta dirigida a la Fraternidad de CL después de la audiencia del 2 de febrero, «pidiendo al Espíritu de Cristo resucitado que le ayude a llevar el peso de toda la Iglesia». ¡Feliz Pascua de Resurrección!
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