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Huellas N.2, Febrero 2018

CULTURA

Beat (como beato)

Giuseppe Frangi

El autor de On The Road, manifi esto de una generación, fue también pintor. Ahora una exposición “muestra” la tensión que marcó la vida y la obra de JACK KEROUAC. Y hace entender por qué decía de sí «soy un extraño loco místico católico»

«Dios, tengo que ver tu rostro esta mañana, tu rostro a través de los cristales polvorientos de la ventana, entre el vapor y el humo; tengo que sentir tu voz por encima del estruendo de la metrópolis. Estoy cansado, Dios. No logro entrever tu rostro en esta historia». Son palabras de Jack Kerouac, el célebre autor de On the road, una de las novelas generacionales del siglo pasado. Kerouac las escribió con 26 años en su diario, redactado entre 1947 y 1954 y que se publicó en EEUU en 2004, traducido al español y publicado en 2015. Son palabras sorprendentes, si se piensa que han salido de la pluma de uno de los escritores símbolo de la Beat generation: un personaje con una vida desordenada como todos sus compañeros de camino en la carretera.
Partiendo de estas palabras y de una lectura atenta de su diario, en 2007 el padre Antonio Spadaro desde las columnas de la Civiltà Cattolica (revista de la que es director) propuso una lectura inédita de Kerouac, indagando acerca de «su sensibilidad católica, para mostrar cómo está viva, pulsante y bien presente, en las raíces de su inspiración». En las primeras líneas de aquel extenso artículo, Spadaro especificaba que «esto sigue siendo verdad, a pesar del carácter moralmente transgresivo que caracteriza su producción más conocida».
Han pasado diez años de aquel estudio del padre jesuita y he aquí que aparece también un aspecto artístico de aquella “sensibilidad católica” que se encuentra en la raíz de Kerouac. Se trata de un grupo de un centenar de obras, en su mayoría sobre papel, que el escritor había dejado a su cuñado John Sampas (entre otras cosas, su ejecutor testamentario) y que hace unos años fueron adquiridas en bloque por dos hermanos coleccionistas de Locarno, Paolo y Arminio Sciolli, grandes apasionados de aquella etapa de la cultura norteamericana. Las obras fueron trasladadas al Cantón Ticino, donde, gracias a un proyecto realizado en colaboración con el museo Ma*Ga de Gallarate, han podido ser estudiadas y finalmente expuestas en una muestra en ese mismo museo (Kerouac beat painting, hasta el 22 de abril). Una sección de la muestra está dedicada a sujetos sacros diseñados y pintados por Kerouac, aunque en realidad toda su pintura revela constantes acentos místicos.

LA MUERTE DE SU HERMANO. Kerouac había nacido en una familia católica franco-canadiense en Lowell, Massachusetts y, un poco como le pasó también a Andy Warhol, hijo de una familia greco-católica, se quedó marcado por las imágenes que habían constituido el trasfondo y el “paisaje” de su infancia. En el caso de Warhol fue el iconostasio repleto de iconos de la iglesia de Pittsburg, para Kerouac el viacrucis custodiado en vitrinas de cristal a lo largo del camino que llevaba al centro del culto católico de Lowell. Con cuatro años, le marcó profundamente la muerte por fiebre reumática de su hermano mayor Gerard. Por eso su iconografía mental se pobló de ángeles, tanto entre las páginas de sus novelas como entre sus dibujos y pinturas.
Keroauc pintaba para sí mismo, como muchos otros escritores del siglo XX, de Pasolini a Carlo Levi, de Henry Miller a Herman Hesse. No es casual que todas las obras hayan permanecido en sus manos y de él hayan pasado a su heredero, para después llegar en bloque a los nuevos propietarios que las adquirieron. Precisamente por eso se consideran obras particularmente sinceras, reveladoras de aquella fuerte tensión espiritual que le llevó en ciertos momentos de su vida a probar ciertas experiencias religiosas cercanas al sincretismo y al budismo.
La muestra en realidad arranca de un cuadro con un sujeto sorprendente, impregnado de catolicismo romano, incluso en el estilo: un retrato del cardenal Giovanni Battista Montini, recabado de una foto publicada en el semanario Life en los días del Cónclave de 1959, en donde saldría elegido el Papa Juan XXIII. El rostro del futuro Pablo VI es bien reconocible, con sus lineamentos dramáticos, mientras que la tela es de un rojo púrpura cardenalicio digno de los maestros de la escuela romana como el gran Escipión. Con Kerouac la aparente casualidad de un cuadro como este asume casi un carácter profético: por eso en una carta de 1962 al compañero de aventura beat, Allen Ginsberg, había subrayado la importancia que para él tenía este cuadro.

EL MILAGRO DE REMBRANDT. Junto a sus amigos Jack había asistido a las clases de Meyer Shapiro, un fascinante historiador de arte, profesor en la Columbia University. «Kerouac fue muy provocado por el método y la amplitud de miras con el que el ilustre profesor enseñaba el arte europeo medieval», escribe Sandrina Bandera, comisaria de la exposición, en su introducción al catálogo. Cuando visita el Louvre se queda encantado delante de San Mateo inspirado por el ángel de Rembrandt. «Es un MILAGRO», escribe a su amigo Ed White. «El toque de rojo en los labios hace al ángel totalmente angélico, mientras que esas manos toscas de Mateo están preparadas para escribir el Evangelio». Y es Rembrandt quien le inspira una acuarela con una Cena en Emaús, con un trazo sumario e impulsivo (que se puede ver en la muestra). En Roma, víctima de la devastación del alcohol, encuentra cobijo en casa de un amigo pintor, Franco Angeli. Con él descubre al Caravaggio de Santa María del Popolo y con él realiza un cuadro a cuatro manos con un Descendimiento de Jesús (que compró el actor italiano Gianmaria Volonté para pasar actualmente a una colección romana). En Venecia en cambio se queda impresionado por la Captura de Jesús de Tiziano, en donde el Señor y Judas (en realidad se trata de un error de lectura por parte de Kerouac: el personaje, de hecho, es un soldado) se representan de manera dramática cara a cara: Kerouac se siente como Judas, mientras que en el gesto delicado y dulce con el que Cristo dirige su mirada hacia nosotros, cree ver de nuevo a su angélico hermano Gerard. «Judas nunca pidió ser Judas, tampoco yo», escribe. «Pero yo sé que traicioné a Gerard siguiendo vivo mientras él moría». En 1956 expresaría estos sentimientos suyos en un libro, Visiones de Gerard, una suerte de hagiografía del hermano, venerado casi como un santo mientras lo sueña transportado hacia la Virgen sobre un carro arrastrado por dos corderos.

LA PALABRA BEAT. La dimensión de la traición ciertamente le obsesiona, puesto que muchas veces en los dibujos que representan escenas de la Pasión aparece, estilizado al fondo, Judas ahorcado. «El Kerouac “católico” es en un momento alegre, en un momento triste; absorbido en la oración, o trastornado por el sexo; ligado a los afectos familiares, o empujado por un ansia de fuga», escribió Spadaro: «Es un Kerouac, por decirlo cediendo a ciertos clichés, “santo” y “pecador”, capaz de vivir en su propia piel el placer ilusorio de la transgresión, pero también la herida del amor y del abandono».
Kerouac era un personaje, como los de sus novelas, visitado por visiones e iluminaciones. Y su pintura muchas veces parece ser realmente lo que resulta de estas visiones, debido al modo libre y excitado con el que interpreta una iconografía de clara matriz religiosa. Las imágenes son a menudo superposiciones mentales: en Tobías y el ángel, el ángel se identifica con la figura salvífica de su hermano Gerard. La figura de la Virgen con el Niño está dibujada con un trazo atormentado, como si en ella se reflejara la atribulada vicisitud matrimonial de Kerouac con Joan Haverty, de la que tuvo una hija cuya paternidad tardó en reconocer nueve años.
En la espiritualidad a veces retorcida de Kerouac se reconoce, sin embargo, un fondo de candor. Es el candor que encontramos en sus repetidas invocaciones a Jesús, o con la que se autodefine «a strange solitary crazy Catholic mystic», un extraño loco místico católico. También hay mucho candor en el significado que, gracias a una visión, atribuye a la palabra que le define a él y a todo su pequeño pueblo de amigos: la palabra beat. Es un relato célebre, recogido en sus Diarios: «Como católico, una tarde fui a la iglesia de mi infancia (una de las muchas), Santa Juana de Arco en Lowell, y de repente, con lágrimas en los ojos, oí el sagrado silencio de la iglesia (estaba solo ahí dentro, eran las cinco de la tarde; afuera ladraban los perros, los niños chillaban, las hojas caían de los árboles, las velas brillaban débilmente solo para mí), tuve la visión de lo que había querido decir verdaderamente con la palabra Beat, vi que la palabra Beat significaba beato… Es domingo por la mañana y el cura está predicando, cuando por una puerta lateral de la iglesia entran repentinamente un grupo de representantes de la Beat generation que visten impermeables atados como los de la IRA. Y avanzan en silencio para “entender” (to dig) la religión… En ese momento me resultó claro». Beat como beato: la vida fue por otros derroteros, pero el corazón de Kerouac deseaba esto…

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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