Hace veinte años, el encuentro entre la asociación rumana FDP y los niños de un orfanato en la periferia de la capital. Una amistad que continúa y que los ha llevado hasta el Vaticano. Sus historias y el diálogo inédito con Francisco
Un centenar de niños, abandonados y seropositivos. «Obligados a dormir en camas estrechas porque iban a morir de todas formas. Los enfermeros los lavaban con una manguera, manteniéndose a distancia porque les daba miedo tocarlos. No podían ir al colegio, por miedo a que contagiaran a otros...». Así los encontraron en agosto de 1998, en el orfanato de Vidra, a las afueras de Bucarest. Lo cuenta Simona Carobene, directora de FDP-Protagonistas en la educación, una asociación rumana fundada dos años antes, gracias a la amistad con algunos voluntarios de AVSI, al calor del carisma de don Giussani, con el fin de dedicarse a personas en riesgo de exclusión social.
De aquel primer encuentro que se remonta a hace veinte años ha nacido mucho más que un proyecto. «Ha nacido toda una vida que seguimos compartiendo». Actualmente aquellos niños huérfanos son padres y madres, trabajan, tienen una casa y muchos amigos. Lo primero, sin duda, es que siguen vivos en contra de todas las previsiones.
Y el pasado 4 de enero lo celebraron siendo recibidos en una audiencia privada por el Papa Francisco, como podéis leer en los apuntes que publicamos en estas páginas, tomados del diálogo con él.
«En estos veinte años», continúa Simona, «ellos nos han enseñado muchas cosas. Siempre nos han maravillado y siguen haciéndolo. Además de estar marcados tanto en su espíritu como en su mente, a causa del abandono, se han quedado pequeños, bajitos, frágiles y con una salud precaria. Un niño que no ha sido querido, que ha sufrido un abandono, no crece en todas sus dimensiones: psíquica, cognitiva y física. Encima ellos están enfermos. Han visto a muchos otros niños morir y siempre han pensado que pronto morirían de la misma manera. Solos».
En cambio, entre 2000 y 2002 la FDP abrió tres casas para acoger en ellas a 21 de ellos. Otros siete encontraron acogida en algunas familias. Por tanto, 28 de aquel centenar de niños dejaron el orfanato. Hoy esos mismos niños son padres. Son ya siete los recién nacidos. «Puede parecer lo más normal del mundo, en cambio es extraordinario, nada obvio». Empezando por el hecho de haber llevado adelante los embarazos. Y aunque no sigue siendo nada fácil, «en ellos es evidente que la vida es un puro don y que es bueno vivir. Verdaderamente podían no estar aquí».
INTENTOS IRÓNICOS. En la carta enviada al Papa para pedir audiencia, los amigos de la asociación escribían: «Estos pequeños nos impulsan a cambiar cada día. ¿Cómo acompañar a las nuevas familias, contando con los hijos y con que el estado de salud de los padres, inevitablemente, va empeorando? ¿Qué decirle a un niño cuyo padre fallece? María el año pasado, cuando solo tenía cuatro años, vio morir a su padre, Nico. ¿Cómo seguir acompañándonos? ¿Qué nos espera en los próximos años?». Y muchas otras preguntas que nacen de esta amistad, que a lo largo de los años se ha convertido en un acompañamiento en todos los aspectos de la vida: desde el deseo de encontrar un trabajo, «un verdadero trabajo» (han puesto en marcha una empresa social que produce mosaicos), al problema de la vivienda. Era muy difícil para estos chicos encontrar aunque fuera una habitación en alquiler, en un mercado donde se explota a los más frágiles. Así que la asociación abrió cuatro pisos sociales. «Como decía don Giussani, son todos intentos irónicos», concluye Carobene, «porque la herida que cada uno de ellos lleva dentro nunca podrá sanar completamente.Pero en lo que podemos hacer por ellos está ya todo, porque cada uno ha sido querido y amado. Amado y mirado con estima, de manera que han podido llegar a ser protagonistas de su existencia y han generado nuevas vidas.Dios ha realizado algo mucho más grande que lo que nosotros podíamos imaginar aquel agosto de hace casi veinte años».
EL DIÁLOGO CON FRANCISCO
«¿Por qué nos ha tocado esta suerte?»
Apuntes del encuentro con el Papa, el pasado 4 de enero. «No conocemos el “porqué”, en el sentido del motivo, pero sabemos el “para qué” en el sentido de la finalidad que Dios quiere dar a tu suerte. Y la finalidad es la curación, es la vida»
Simona Carobene. Muy querida Santidad: Estamos aquí hoy llenos de asombro y gratitud por estos largos veinte años de amistad que han marcado para siempre nuestras vidas. Con nosotros está un grupo de jóvenes rumanos que han sufrido las heridas del abandono y de la enfermedad, junto con algunos de sus niños. Niños estupendos, felices, que a cada instante nos recuerdan que la vida es un don. Nuestros niños son el regalo más bello que podíamos recibir. Un don inesperado, sobre todo porque nos decían que no sería posible o incluso que hubiera sido mejor decir que “no” a estas vidas. Y en cambio, estos niños nos ayudan a recordar que la vida de cada uno de nosotros es puro don, un don bellísimo, incluso en circunstancias que ciertamente no habríamos deseado. Hoy estamos aquí celebrando la victoria de la vida. Una vida que a ojos de muchos valía poco –así, por lo menos, querían hacernos creer– y que en cambio se ha revelado generadora y signo de belleza para el mundo entero. Porque Dios nos mira de un modo distinto. A él no le importa si somos bajitos y con la piel oscura, si somos minusválidos, si lo que hemos sufrido nos ha dejado marcas. Él nos mira y nos quiere tal como somos. Todos necesitamos una madre. Todos necesitamos un padre. Cuando estos faltan, la vida se hace muy difícil y parece que no puedes fiarte de nadie. Pero cuando aparece alguien que te quiere, empezamos a fiarnos de él y la vida cambia de color, se hace más bella. Cuando nos damos cuenta de que hay alguien que nos mira con simpatía por lo que somos verdaderamente, la vida adquiere sentido y se hace bella. ¡Es lo que experimentamos hoy, Santidad! Estar aquí es para nosotros un regalo inestimable y se lo agradecemos de todo corazón. Queremos ser mirados siempre como usted lo hace, por lo que somos: personas que tienen un valor infinito, personas únicas, irrepetibles, animadas por multitud de deseos y esperanzas. Personas que han luchado toda su vida con coraje, que siguen sufriendo las consecuencias de las heridas del pasado y las dificultades del presente, y siguen teniendo muchas preguntas abiertas.
Papa Francisco. Queridos jóvenes, hermanos y hermanas: Os doy las gracias por este encuentro y por la confianza con que me habéis dirigido vuestras preguntas, en las que se toca la realidad de vuestra vida. Antes de contestarlas, quisiera primero dar gracias al Señor por teneros aquí, porque él, con la colaboración de tantos amigos, os ha ayudado a salir adelante y a crecer. Juntos acordémonos también de tantos niños y compañeros que ya están en el Cielo: pidamos por ellos; y pidamos por los que pasan por graves dificultades, en Rumanía y en otros países del mundo. A Dios y a la Virgen María confiamos a todos los niños y niñas, los chicos y chicas que sufren por la enfermedad, la guerra o cualquier clase de esclavitud en el mundo de hoy. Y ahora quisiera responder a vuestras preguntas. En ellas hay muchos “porqués”. A algunos de ellos puedo contestar, a otros no. Solo Dios puede daros una respuesta.
PREGUNTA. ¿Por qué la vida es tan difícil y entre amigos peleamos a menudo y nos engañamos unos a otros? Los curas nos invitáis a ir a la iglesia, pero nada más salir de allí, volvemos a equivocarnos y a cometer pecados. Entonces, ¿para qué ir a la iglesia? Si yo considero que Dios está en mi alma, ¿por qué es tan importante ir a la iglesia?
Tus porqués tienen una respuesta. Lo que cuentas sucede por el pecado, por el egoísmo humano. Por el –como tú dices– “peleáis a menudo”, “os hacéis daño”, “os engañáis”. Tú mismo lo has reconocido, aunque vamos a la iglesia, seguimos haciendo el mal, seguimos siendo pecadores. Entonces, justamente, preguntas: ¿para qué sirve ir a la iglesia? Sirve para ponernos delante de Dios tal como somos. Y decirle: «Heme aquí, Señor, soy un pecador y te pido perdón. Ten piedad de mí». Y Jesús nos dice que si lo hacemos así volvemos a nuestras casas perdonados.
Y así, poco a poco, Dios transforma nuestro corazón con su misericordia, y transforma también nuestra vida. No nos quedamos siempre igual, como la arcilla somos “trabajados” por las manos del alfarero, y el amor de Dios toma el lugar de nuestro egoísmo. Por eso, amigo mío, es importante ir a la iglesia.
PREGUNTA. ¿Por qué hay padres que aman a los niños sanos y no a los que están enfermos o tienen problemas?
Te contestaría así: ante la fragilidad de los demás, por ejemplo, las enfermedades, algunos adultos son más débiles, no tienen fuerzas suficientes para soportar la fragilidad. Y esto pasa porque ellos mismos son frágiles. Si yo tengo que mover una gran piedra, no puedo cargarla sobre una caja de cartón. Hay padres que son frágiles. Porque siguen siendo pobres hombres y mujeres con todos sus límites, sus pecados y las debilidades que llevan dentro. A lo mejor, no han tenido la suerte de ser ayudados cuando eran pequeños. ¿Estás de acuerdo?
PREGUNTA. El año pasado murió uno de nuestros amigos que se quedaron en el orfanato. Murió en Semana Santa, el Jueves Santo. Un sacerdote ortodoxo nos dijo que murió pecador y que por ello no irá al Paraíso. Yo no creo que sea así.
Me parece muy extraño lo que has escuchado de ese sacerdote, sería necesario entender mejor, quizás no se haya entendido bien lo que dijo. De todas formas, yo te digo que Dios quiere llevarnos a todos al Paraíso, y que en la Semana Santa celebramos precisamente la Pasión de Jesús que, como Buen Pastor, dio la vida por nosotros, que somos sus ovejas. Y si una oveja se pierde, él la busca hasta que la encuentra, y cuando la encuentra se la echa a los hombros y lleno de alegría la lleva a casa. Esto hace el Señor en la Semana Santa, también con vuestro amigo.
PREGUNTA. ¿Por qué nos ha tocado esta suerte? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene?
Tu “porqué” es uno de los que no tienen una respuesta humana, sino solo divina. No sé decirte por qué tú has tenido “esta suerte”. No conocemos el “porqué”, en el sentido del motivo, pero sabemos el “para qué” en el sentido de la finalidad que Dios quiere dar a tu suerte. Y la finalidad es la curación, es la vida. Lo dice Jesús en el Evangelio cuando, refiriéndose a un hombre ciego de nacimiento, los discípulos le preguntan: «¿Por qué es así? ¿Por una culpa suya o de sus padres?». Y Jesús responde: «No es por culpa suya ni por la de sus padres; es así para que se manifiesten en él las obras de Dios» (cfr. Jn 9, 1-3). Quiere decir que Dios, delante de tantas situaciones feas que nos pueden tocar desde pequeños, quiere curarlas, sanarlas, llevar vida allí donde solo habría muerte. Esto hace Jesús, y hacen los cristianos que están verdaderamente unidos a Jesús. Vosotros lo habéis experimentado.
PREGUNTA. Sucede que me siento sola y no sé qué sentido tiene mi vida. Mi niña está en una familia de acogida, pero algunos, por ello, piensan que no soy una buena madre. Yo creo que mi hija está bien y que tomé la decisión correcta, también porque estoy con ella todo lo que puedo y la veo muy a menudo.
Estoy de acuerdo contigo en que la acogida puede ser una ayuda en ciertas situaciones difíciles. Lo importante es que todo se haga con amor, con todo el cuidado para con las personas, con gran respeto... Comprendo que te sientas sola. Te aconsejo no encerrarte y buscar la compañía de la comunidad cristiana. Jesús vino a formar una nueva familia, “su” familia, en donde nadie está solo y todos somos hermanos y hermanas, hijos de nuestro Padre del cielo y de la Madre que Jesús nos ha dado, la Virgen María. Y en la familia de la Iglesia podemos reunirnos todos para curar nuestras heridas y superar los vacíos de amor que tantas veces existen en nuestras familias humanas.
PREGUNTA. Tenía dos meses de vida cuando mi madre me abandonó en un orfanato. A los 21 años la busqué y pasé con ella quince días, pero no se portaba bien conmigo y me fui. Mi padre ha muerto. ¿Qué culpa tengo yo si ella no me quiere? ¿Por qué no me acepta?
No es cuestión de culpa, es cuestión de la gran fragilidad de los adultos, en vuestro caso debida a tanta miseria, a tantas injusticias sociales que aplastan a los pequeños y a los pobres, y también a tanta pobreza espiritual. Sí, la pobreza espiritual endurece los corazones y provoca lo que parece imposible, que una madre abandone a su hijo: esto es fruto de la miseria material y espiritual, y de un sistema social equivocado e inhumano.
Simona. Me llamó muchísimo la atención su mensaje para la Jornada mundial de los pobres. Me provocó mucho y me pregunté: ¿cómo miro yo a mis chicos? A veces me encuentro atrapada por el hacer y olvido por qué Jesús nos ha puesto juntos. Tengo que hacer un camino de conversión continuo, que nunca puedo dar por descontado. Por eso trato de seguir a mis chicos, porque son “mis santos”. Y permanezco pegada a la Santa Madre Iglesia a través del carisma de don Giussani, que de manera concreta me ha llevado a amar a Jesús. Pero, al mismo tiempo, el reclamo que venía de su mensaje era muy concreto. Hablaba de compartir verdaderamente toda la vida. Empecé a plantearme si no ha llegado el momento de dar un paso más en mi vida, para una mayor acogida. Es un deseo que está naciendo en mi corazón y que me gustaría discernir. ¿Cuáles son los signos para poder entender qué quiere de mí el Señor? ¿Qué significa vivir una vocación a una pobreza radical?
Francisco. Simona, gracias por tu testimonio. Sí, nuestra vida es siempre un camino, un camino para seguir al Señor Jesús, que con amor paciente y fiel no deja nunca de educarnos, de hacernos crecer según su designio. Y a veces nos da una sorpresa, para romper nuestros esquemas. Tu deseo de crecer en compartir y vivir la pobreza evangélica viene del Espíritu Santo. Él te ayudará a seguir por este camino, en el que tus amigos y tú habéis hecho tanto bien. Habéis ayudado al Señor a realizar sus obras en la vida de estos chicos. Gracias a todos. Encontrarme con vosotros me ha hecho mucho bien. Os llevo en mis oraciones y, os lo ruego, rezad también vosotros por mí.
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