Las “cárceles sin barrotes” están surgiendo en muchos países, hasta reformar las leyes. Un método que muestra qué es la subsidiariedad
Cuarenta y siete estructuras abiertas, 3.696 internos, cuatro estados implicados, otros ocho que se están moviendo para abrirlas. Eso solo en Brasil. Porque en el exterior, las APAC, las “cárceles sin carceleros” que lo apuestan todo por la recuperación de los presos mediante educación, trabajo y confianza (ver Huellas n. 4, 2017), se están extendiendo por casi toda América Latina, aparte de África (Nigeria, Zimbabue, Uganda, Senegal), Asia (Pakistán y Kirguistán), Oceanía y media Europa.
La historia ya la hemos contado. Desde su nacimiento en 1972 por una intuición del abogado brasileño Mario Ottoboni al trabajo de los voluntarios que la han desarrollado, con datos impresionantes sobre la recidiva (reducida al 15%). Los que estuvieron en el Meeting de Rímini hace dos años también lo vieron. Pero lo que más llama la atención no son tanto las cifras de su crecimiento sino el método, que bien mirado también nos permite ver muchas cosas de la política, el bien común y la subsidiariedad.
Las APAC son iniciativas privadas. El sistema penitenciario brasileño, en cambio, es obviamente público, depende de la administración de cada estado y se somete a las leyes federales. Si se están difundiendo tanto y tan rápido no es por una reforma desde lo alto. «El empuje para cambiar llega desde abajo, de dos maneras», explica Fabrizio Pellicelli, de AVSI, la ONG que colabora desde hace tres años con la organización brasileña. «Una, las peticiones de asociaciones y obras de voluntariado, en su mayoría católicas, porque la pastoral de la Iglesia es muy fuerte en este sector: gente ya comprometida en la asistencia a los presos y a sus familias, que ve lo que sucede en estos lugares tan diferentes de las cárceles normales y que empieza a moverse para llevarlas también a su territorio». Es demasiado evidente la diferencia con las cárceles “normales”, superpobladas (630.000 presos para la mitad de puestos disponibles) y violentas (más de un muerto al día). Es demasiado grande la brecha con el recorrido clásico, donde ocho de cada diez vuelve de nuevo a prisión. «Cuando conoces las APAC ves en cambio que la recuperación es posible».
El mismo empuje llega también desde otro punto: los jueces. «En Minas Gerais tuvo lugar un fenómeno muy original», prosigue Pellicelli. «Ciertos magistrados, tras toparse con esta experiencia, quedaron impactados y dijeron: “Es una alternativa importante, hay que darla a conocer”». Sobre todo a sus colegas, pero también en el lugar, a las instituciones… y a los políticos.
¿Resultado? De gente como Luiz Carlos Rezende, juez que también estuvo en el Meeting 2016, y otros nació un movimiento de opinión que ha llevado hasta la reforma de las leyes penitenciarias estatales, permitiendo el reconocimiento de las APAC como lugares donde poder cumplir la pena. Lo mismo pasó en Paraná, Maranhão y Río Grande del Norte. Mientras que en otros estados (Espirito Santo, Mato Grosso, Río Grande do Sul, Amapá…) está a punto de llegar, pues el camino legislativo ya está preparado. «Es decisivo que gobernadores y parlamentos locales aprueben el método, si no las APAC no podrían existir», explica Pellicelli. «Nosotros trabajamos mucho para darlas a conocer, pero la política llega al final del proceso, es el último paso. Antes hay algo que ya es sólido, que funciona».
Y que llama la atención de todos, sin distinción de bandos, porque es útil para la gente. «Yo siempre digo que quien entra en las APAC luego sale “apaquiano”. Sea del partido que sea, quiere seguir apoyando esta obra». Claro que tampoco faltan resistencias. La idea de tener cerca de casa una cárcel sin barrotes ni guardias no gusta a todos. Pero la experiencia que se vive allí es tan potente que dan ganas de apoyarla. Incluso a quien no reconoce su origen. «Una vez le pregunté a Ottoboni: ¿pero cómo es posible que un estado laico –y a veces anticatólico– acepte en su seno una obra que nace de la Iglesia? Porque la idea y el método de las APAC son profundamente católicos…». ¿Qué dijo? «Me respondió: “Tienen que venir a verlo. Venid y ved”. Era cierto. El que va allí luego no se retira. La razón se pliega a la experiencia». Igual que la política puede –debe– plegarse a la sociedad y al bien que supone para todos.
Hasta el punto de que en los últimos meses, mientras Valdecì Ferreira, responsable de las entidades al frente de las APAC, recibía el premio al empresario social del año, Carmen Lucia, presidenta del Tribunal Supremo, después de conocer las “cárceles sin barrotes” empezaba a trabajar para abrir estas estructuras también para los menores. Y Antônio Anastasia, exgobernador de Minas, ahora senador del PSDB, proponía una ley federal que las reconozca directamente en todo Brasil.
Todo esto mientras muestran su interés por las APAC en Chile y Nueva Zelanda, Ucrania y Canadá, Estados Unidos y Alemania… Y en Italia, donde la asociación Juan XXIII está empezando una experiencia similar con presos al final de su pena. Por todas partes, el mismo método: ven a ver. Con la misma transversalidad entre banderas y partidos. «Esta historia me está mostrando aquello en lo que siempre nos han educado», añade Pellicelli. «Si existe un fenómeno que responde a una necesidad concreta de un modo eficaz, la política no puede hacer más que reconocerlo y ponerse a su servicio». Porque es un bien para todos.
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