Dando vueltas por Roma
El autobús llega puntual a pesar de la lluvia y el tráfico caótico de Roma. Sara y Tiziana cierran sus paraguas y suben. Hay dos asientos libres. Se sientan juntas. Trabajan desde hace años en la misma empresa, pero en despachos distintos y no se conocen muy bien. Es la primera vez que comparten un viaje a la capital por trabajo. La noche anterior quedaron en levantarse pronto para cruzar el centro de la ciudad en autobús y disfrutar viendo la Plaza de España, la Plaza del Popolo, luego el Tíber. Los móviles de ambas se iluminan por un WhatsApp que les avisa de que se retrasa unas horas la reunión a la que iban a acudir. Están en la vía de la Conciliazione, al fondo el cupolone de San Pedro. «¿Sabes que en mi vida he visto a un Papa? Soy muy ajena a la Iglesia», comenta Tiziana.
SARA CAE EN LA CUENTA DE QUE ES MIÉRCOLES, el día de la audiencia general. Mientras le explica a Tiziana qué es eso, comprueba los horarios en internet. «Nada. El Papa hoy recibe en la Sala Nervi a las 10:00h y hace falta tener una entrada», dice Sara guardando el teléfono. Desde la ventanilla se ve ahora la columnata, mucha gente y el papamóvil que avanza en dirección al autobús.
«Pero, ¡si es el Papa Francisco!», exclama Tiziana. En realidad, la audiencia se celebra en la plaza. «Parece que todo se conjura hoy para que baje del autobús». «Venga, ¿bajamos? Solo son las 9:00h, encima se ha adelantado…», suelta Sara.
Las dos compañeras aligeran el paso. Ni siquiera tienen que abrir el paraguas porque ha dejado de llover. «El Papa Francisco me produce una extraña atracción. Cuando vino a Milán, pasó cerca de mi casa, pero me resistí. No quise verlo», confiesa Tiziana.
PASAN LOS CONTROLES Y ACCEDEN A LA PLAZA, encuentran un sitio delante. «No me puedo creer que yo esté aquí», comenta Tiziana. El Papa ha empezado ya a hablar: «En nuestra relación con el Señor, ¿nos dejamos maravillar? ¿Nos dejamos sorprender por Dios que es siempre el Dios de las sorpresas? Porque el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo, no es un encuentro de museo». Luego, más adelante, la pregunta de Nicodemo: «¿Se puede “renacer”? ¿Volver a tener el gusto, la alegría, la maravilla de la vida? Este es el deseo de todo verdadero creyente. ¿Cada uno de nosotros quiere renacer siempre para encontrar al Señor?». Sara se fija en Tiziana. Tiene el rostro surcado por las lágrimas. Se miran si decir nada.
Poco después, para no llegar tarde a la reunión, vuelven a subir a un autobús. Tiziana ahora sonríe. «Gracias Sara. Estoy sin palabras. No me lo esperaba para nada. Y parece que estaba hecho justo para mí…». «No es a mí a la que tienes que dar las gracias. Yo tan solo te he seguido a ti».
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