El turno de Tommaso
El reloj colgado en la pared del aula de la parroquia donde da catequesis marca las 11:30. Agnese lo mira por enésima vez. Tiene prisa. A mediodía debe estar delante del supermercado para su turno en la Jornada de recogida para el Banco de alimentos. «Niños, por hoy hemos terminado. Guardad los cuadernos. Nos vemos el próximo sábado. Por favor, recoged un poco más rápido». Uno a uno pasan delante de la catequista, saludando. Por último llega Tommaso: «Mamá, yo voy contigo». «Claro. Te acompaño a casa». «No, quiero ir contigo a la recogida de alimentos». Mientras habla, da brincos delante de ella. No puede quedarse quieto. No puede. Es hiperactivo. Agnese traga saliva antes de contestarle. Tommaso no puede estar en espacios atestados de gente… «El turno dura hasta las seis, habrá mucha gente, te vas a cansar…». El niño la para poniéndole una mano en el brazo: «Mamá, por favor, ¡quiero ir!». Ya no puede seguir objetando. En el coche llama al marido. «Ok. No te preocupes. En cuanto veas que se cansa, me llamas y voy a por él. A lo mejor aguanta una hora», le contesta.
Nada más llegar al supermercado, Tommaso busca al responsable del turno: «Hola Angelo, ¿me das el peto? Pégalo con celo, así no se me va». Toma las bolsas para la recogida y se planta delante de las puertas automáticas.
Agnese entrega los folletos informativos, rellena los formularios, saluda a los alpinos que han venido a ayudar… Todo automáticamente, pues lleva quince años participando en esta Jornada nacional de recogida de alimentos para el Banco. Nada nuevo. Aparte de la preocupación por Tommaso: qué hacer si le da un ataque de ansiedad o de rabia por la confusión. Cierra una caja en un rincón y se pone a mirarle. El niño no para un minuto: recoge de los carros las bolsas que los clientes han preparado para el Banco, da las gracias a la gente por lo que dona, bromea con dos alpinos mientras les ayuda a preparar las cajas. «Mira, colaboro solo por lo que tú me has dicho…», exclama una señora muy guapa a la que Tommaso ha entregado la hoja con el listado de alimentos imperecederos.
«¿Me estoy perdiendo algo?», piensa Agnese. «Hace quince años era como él. ¡Cómo me gustaría recobrar esa mirada!». No acaba de pensarlo y: «Mamá, ¡qué haces ahí parada!». Agnese se acerca a las personas que salen del súper con el carro lleno. Tommaso: «Gracias, señora, por la compra que ha hecho para el Banco». «Gracias a ti, pequeño, que también donas hoy algo valioso». Entonces le imita: «Gracias, señor por su generosidad». Y un joven le contesta: «¡Gracias a usted!». Piensa: «Hoy las palabras tienen una profundidad distinta, que no es mía. Cada gesto es más sincero, más puro».
A las seis, Tommaso le dice: «¿Nos vamos a casa?». «Sí. Ya es hora. Gracias Tommaso».
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