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Huellas N.11, Diciembre 2017

VIDA DE CL

Hacer silencio

Luca Fiore

Zaqueo, la hemorroísa y la vida y preguntas de los estudiantes universitarios, entre cenas y lecciones. Hemos participado en los Ejercicios espirituales con Julián Carrón. «Es uno de los rasgos de nuestra época: un malestar ante cualquier dificultad». Pero es posible mirarse a uno mismo de otra manera

«Fui a ver a un amigo de la comunidad para preguntarle por qué todavía no se había inscrito a los ejercicios del CLU. Él estudia física teórica, es de los estudiantes más inteligentes de la universidad. Me daba un poco de reparo ir a verle, porque a nivel dialéctico es mucho más fuerte que yo. Ante mi requerimiento, respondió: “¿Por qué quieres ir tú?”. Le conté lo que me había pasado en los últimos meses y al acabar me dijo: “Vale, voy. Pero no por ti, sino porque me interesa lo que estás viviendo».
Mateo, de Milán, cuenta este episodio en la cena que los responsables de los universitarios de CL tienen con Julián Carrón justo antes de empezar los Ejercicios. En torno a la mesa hay 25 jóvenes que tienen poca pinta de “responsables” o “jefes”. El propio Mateo, para explicar «lo que le está pasando», dice: «La responsabilidad de la comunidad es la primera circunstancia de mi vida en la que tengo claro que yo no me basto a mí mismo. Lo que va sucediendo me obliga a pedirle a Cristo que me sostenga». Carrón sonríe con expresión resuelta. Se nota que estas conversaciones le encantan, más aún cuando los chicos preguntan con descaro.

La promesa. La cena es una sucesión de relatos de falsos puntos de partida, cosas no entendidas del todo, aperturas “a pesar de”. Carlo, de Turín, cuenta que de ocho invitaciones que ha hecho para estos Ejercicios entre sus compañeros de clase ha recibido ocho negativas, «pero al vencer la vergüenza me he dado cuenta de que al hacerles esta invitación se introducía algo distinto en mi relación con ellos».
Melisa, responsable de Medicina en Milán, comenta cómo reaccionó cuando se dio cuenta de que diez amigos suyos de tercero no se habían apuntado. Tenían sus razones, puesto que se iban a graduar al día siguiente de volver de Rímini. «Uno de nosotros dijo: “Son mayores, allá ellos”. Pero cuando me encontré con una de estas amigas que no se había inscrito, empezamos a charlar. El que había dicho lo de “son mayores…” asistió a esta escena y se acercó luego para decirme que él se encargaría de hablar con los otros nueve…».
«¿Veis?», salta Carrón. «El otro pensaba que ya sabía lo que pasaba en la cabeza de estos diez. En cambio, en esa conversación sale a la luz que hay mucho más por descubrir. Si perdemos un pedazo de realidad por el camino, ¿cómo vamos a conocer de verdad las cosas? La realidad es lo que nos permite caer en la cuenta, siempre nos llama a la conversión. Y esto es más importante que no equivocarse».
Por la mesa de los comensales empiezan a pasar los platos de pescado para cenar, pero casi nadie repara en ello. El tono de la discusión no decae. Toma la palabra Andrea, de Turín: «¿Cómo puede hacerse más familiar para mí el acontecimiento de Cristo?». Carrón: «Debes dar espacio a lo que sucede. Fijarte en ello. Se llama silencio. Si no te detienes un momento, si no vuelves sobre ello, al final ni siquiera te das cuenta de que ha pasado. Y lo pierdes. No hay que añadir nada a lo que ha pasado. El problema es que tenemos la cabeza saturada, llena de cosas. Yo el primero… Por eso me sorprende tanto lo que sucede en vosotros y lo que otros ven en lo que nosotros vivimos». Y aquí saca el teléfono para buscar una cita de Giussani: «La cultura nace de la mirada que Cristo tiene sobre nosotros. Y esta mirada llega a ser nuestra mirada sobre la realidad. Para nosotros, la cultura no añade algo al encuentro original, tímidamente percibido, vislumbrado, presentido. No añade nada».
Entonces salta Giacomo: «Pero también en los momentos de silencio puedes ponerte a darle vueltas a la cabeza, también puedes vivirlo como un frenesí…». Respuesta: «A hacer silencio, también se aprende. Igual que se aprende a estar con la novia. A veces el silencio es una lucha… Es igual que la vida, tiene que suceder algo que nos libere de nuestros mil pensamientos. “Fue mirado y entonces vio”, esta es la promesa».
«Fue mirado y entonces vio», el título, una cita de san Agustín referida al Zaqueo del Evangelio. La cena con el centro del CLU anticipa los grandes temas que Carrón abordará durante la lección y la asamblea.

El malestar ante la fragilidad. Mirando a los cuatro mil jóvenes que llenan en silencio el pabellón del recinto ferial de Rímini, ves a chavales que son como cualquier otro joven que puedas encontrarte en cualquier parte. Algunos todavía tienen cara de niño. Otros lucen en cambio una larga barba. Hay una chica con el pelo teñido de rosa, otro con un suéter de cachemira, alguno con tatuajes en el cuello. Vistos desde fuera, como en fotografía, nada les distingue de los demás jóvenes.
«¿Cuál es el hecho más llamativo en este momento, en el instante en que comienzan nuestros Ejercicios?», pregunta Carrón. «Me gustaría saber vuestras respuestas. Yo doy la mía, así todos podréis compararos con ella: el hecho de que estéis aquí». Es cierto. ¿Por qué han venido? ¿Qué buscan? ¿Qué esperan de estos días? ¿Es posible que no tengan nada más interesante que hacer un fin de semana de noviembre?
«¿Qué significa el hecho de estar aquí? Es un gesto de amor hacia nosotros mismos, de ternura con nosotros mismos, de atención a nuestro propio destino». Cada uno ha llegado con su drama, con sus problemas, dice Carrón. «Es uno de los rasgos de nuestra época. No solo un malestar que se extiende entre los jóvenes, sino malestar ante cualquier dificultad, como si nos diera vergüenza ser frágiles».
Cita entonces un pasaje del último libro de Antonio Polito, Riprendiamoci i nostri figli (Recuperemos a nuestros hijos, ndt). «A pesar de todos nuestros esfuerzos, a pesar de la continua tensión por construirse una identidad valorada, los jóvenes no encuentran la felicidad en las redes sociales. Según un estudio de la Universidad de Sheffield, cuanto más tiempo pasan en Facebook, Snapchat, WhatsApp e Instagram, más infelices se sienten con su aspecto, sus relaciones familiares, sus progresos académicos. En definitiva, están insatisfechos con la vida».
¿Pero es inevitable que sea así? ¿O hay otra manera de mirar estas dificultades? «¿Y si ese malestar fuera en cambio un síntoma de nuestra grandeza? ¿Y si fuera el signo de ese “misterio eterno de nuestro ser” del que hablaba Leopardi?». Para responder, Carrón lee el pasaje evangélico de la hemorroísa, que desea tocar el manto de Jesús convencida de que eso le basta para curarse. «¡Qué urgencia debía sentir, después de tantos intentos fallidos con los médicos, para realizar un gesto tan audaz! Nada la detuvo. De hecho, todos esos intentos, en vez de volverla escéptica, despertaron en ella una urgencia aún más radical». Estos días, prosigue Carrón, son la ocasión para osar, como aquella mujer, poner delante de Cristo todo nuestro ser, «sin avergonzarnos de nada, con la misma confianza, con la misma certeza de que Él nos toma en serio».

Soluciones y tiempo. Massimiliano es secretario del CLU. Estudia Derecho en la Católica de Milán. Deambula por el fondo del escenario con el auricular, controlando que todo vaya lo mejor posible. Es un chico calmado y pragmático. Lleva dos años al frente de la secretaría. Andrea, que pronto lo sustituirá, está con él, con el mismo auricular, pero con una expresión comprensiblemente más preocupada. Todo lo que hace la secretaría está pensado para que los gestos puedan estar a la altura del desafío que lanza el movimiento. «¿Qué han sido para mí estos dos años? La ocasión de ver de cerca cómo se mueve Carrón, de verificar en lo que hacemos si es cierto lo que dice. Por temperamento, ante un problema organizativo yo iría directo a por la solución más práctica, la técnica. En cambio, para él no es así. Él desea comprender la naturaleza del problema. Esto me corrige; la mayoría de las veces significa que hay que darse tiempo para mirar. Me educa a prestar atención y a tener paciencia». Le preguntamos por qué estos chicos son tan libres a la hora de ponerse en juego con el líder de CL, sin miedo a equivocarse y tratando de responder en primera persona. «Es verdad que eso pasa, pero no hay que generalizar», explica Massimiliano. «Muchas veces somos libres, pero otras no. No es algo automático. A veces se da, otras veces no».
También Paolo, responsable de la comunidad del Politécnico de Milán, comparte esta observación sobre la necesidad de “no generalizar”. Da la impresión de que este enfoque realista nace también de estar en el Centro del CLU, que se reúne con Carrón todos los meses. «Para mí, Julián es un amigo con el que comparto un mismo camino hacia el destino», explica Paolo. «Y él también necesita la relación con nosotros, se ve que disfruta de cada paso que damos, se entusiasma. Tanto que lo que aprendemos juntos, luego lo propone a todos».
En el desayuno, Carrón se reúne con algunas comunidades. A las ocho de la mañana, ante un croissant y un cappuccino, ya están hablando a tope, con mucha intensidad. Algunas miradas están ya abiertas de par en par. Sorprende que no hay ni un instante de silencio entre el final de una respuesta y el principio de la siguiente pregunta. Y las respuestas, nueve de cada diez, son preguntas que devuelven la pelota al que ha preguntado.
La lección del sábado por la mañana, sobre Zaqueo, parte de dos canciones: L’illogica allegria de Giorgio Gaber y La notte che ho visto le stelle de Claudio Chieffo. «Impresiona la potencia de la realidad cuando dejamos que hable a nuestro corazón. Aunque “todo lo demás esté en ruinas”, puede suceder algo que nos entusiasme tanto que “ya no nos deje dormir”». ¿A quién no le gustaría vivir así?, pregunta Carrón. Sin embargo, incluso cuando sucede, con el tiempo el asombro se desvanece. Entonces, ¿cómo reconstruir el nexo con la realidad? Aquí el episodio de Zaqueo nos indica el método: «Fue mirado y entonces vio». Carrón detalla las consecuencias de este encuentro, de este acontecimiento extraordinario: permite conocerse a uno mismo, dona un nuevo modo de mirar la realidad y a los demás, y genera una mirada nueva que desenmascara a la ideología.

La moto y la belleza. Las preguntas de la asamblea son fuertes. Empieza Marco: «Más que vergüenza por mi malestar, me regodeo en él. Tú hablas de ternura hacia nosotros mismos, ¿pero qué es esa ternura?». Susana: «¿Cómo puedo creer que haya uno que genere en mí una herida así y que luego pueda amarme y dejarme verdaderamente libre?». Valeria: «Las cosas contingentes nunca me bastan. Nada dura. No entiendo cómo precisamente a través de estas cosas puede pasar el amor de Cristo hacia mí». Teresa: «¿Cómo puedo entender si esa humanidad diferente de la que hablas tiene como origen a Cristo y no es solo fruto de un temperamento particular?». Pietro: «Cuando callo, a menudo me encierro en mis pensamientos. Hacer un rato de silencio, ¿cómo puede convertirse en algo constructivo?».
Para responder a esta última pregunta, Carrón le pide a Paolo que intervenga. «Últimamente, hacer un rato de silencio se está convirtiendo en una cuestión de vida o muerte. Era una jornada estupenda: sol, moto, asfalto. Excepcional. El clásico día en que no piensas en nada más que en lanzarte a por las curvas. Pero durante el viaje de vuelta sucedió algo que nunca habría imaginado. Tuve que pararme. Tuve que pararme y mirar. Sentía la necesidad de un momento con Él, retomar la conciencia de quién lo cumple todo en mi vida, darme cuenta de que ni siquiera la belleza de aquella jornada podía colmar mi corazón. Por eso necesito hacer silencio. Detenerme y permitir que esa presencia penetre totalmente en mí».
«¿Entendéis? El silencio cristiano nace de un atractivo», añade Carrón.
Algo así le pasó al primo de Mateo, de la Universidad Estatal de Milán, tal como lo cuenta él en la cena del Centro. «Es la primera vez que venía, no es del movimiento. El viernes por la noche fui a preguntarle qué le había parecido la introducción y me respondió: “Estoy muy impactado. Dame las llaves de la habitación que voy a acostarme, no quiero arruinar la belleza de este momento”». «¡Ha vuelto a darse un encuentro entre este chico y lo que ha visto y oído!», salta Carrón. «¿Lo veis? El acontecimiento permanece como acontecimiento. Esa alegría no se la puede arrebatar nadie, porque no está en manos de nadie».
Los jóvenes pululan fuera del salón del pabellón. En muchos resuena una canción que han cantado estos días. Se titula Si jamais j’oublie y es de la cantante francesa Zaz. «Si alguna vez olvidara las noches que he pasado, las guitarras y los gritos, recuérdame quién soy y por qué vivo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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