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Huellas N.3, Marzo 2008

DOCUMENTOS - Benedicto XVI / Jesús de Nazaret - 5

El Padrenuestro

José Miguel García

Quinta entrega para profundizar en la lectura del libro del Papa. Jesús se atreve a dirigirse a Dios con un término tan familiar que resulta algo nuevo e inaudito, inconcebible para la sensibilidad judía. Él habla con Dios como un hijo con su padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad. Cuando Jesús llama a Dios Abbá nos revela cuál es el corazón de su relación con él

En su libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI dedica un largo capítulo a la oración del Padrenuestro. Antes de explicar las diferentes peticiones que componen esta oración, se detiene el Papa en el estudio de las versiones de Mateo y Lucas que nos han llegado en sus evangelios. En realidad, aunque la longitud y la formulación son diferentes, es fácil descubrir tras ellas una misma versión aramea.
Los comentarios de Benedicto XVI son de una riqueza y profundidad llamativas; leer con tranquilidad o releer este capítulo quinto de su libro siempre será beneficioso para el lector. Por nuestra parte, queremos sólo fijarnos en algunas frases de la oración dominical para poner de manifiesto su trasfondo judío y al mismo tiempo su gran originalidad.
En una gran monografía centrada en el estudio del Padrenuestro, el exegeta francés J. Carmignac resumía con estas palabras la fidelidad a la experiencia religiosa de Israel y al mismo tiempo la gran novedad que introduce esta oración de Jesús: «Cada una de las nociones que se asocian a esta oración hunde sus raíces más o menos directamente en las etapas de la revelación veterotestamentaria. Sólo las peticiones primera y tercera son casi una simple recuperación de las fórmulas antiguas; la invocación inicial y la segunda petición amplifican considerablemente el alcance de los temas bíblicos que evocan; la cuarta transpone un milagro del Éxodo según las técnicas corrientes de la alegoría; las quinta, sexta y séptima están en armonía con los datos tradicionales, pero los desarrollan de una forma tan nueva que expresan una originalidad casi total»0. Una originalidad que se hace todavía más patente si la oración de Jesús se compara con las fórmulas de oración que tenemos en los manuscritos de Qumrán y la literatura rabínica, una producción literaria contemporánea o muy cercana a los orígenes cristianos.

La invocación inicial
Lo primero que sorprende en la oración que Jesús enseñó a sus discípulos es la invocación inicial, pues en ella se utiliza para dirigirse a Dios una palabra propia del lenguaje infantil: Abbá. Ciertamente la paternidad de Dios no es un concepto extraño en el judaísmo del Antiguo Testamento, pues el pueblo de Israel se considera su hijo (cf. Ex 4,22-23). Para los judíos, Dios es Padre porque les ha dado la vida, los educa y los ama. De hecho, en la literatura veterotestamentaria encontramos nombres propios que expresan con claridad esta realidad: Abiyyahu (= Yahvé es mi Padre), Eliab (= Mi Dios es Padre), Joab (= Yahvé es Padre), Abiel (= Dios es mi Padre), Abihu (= El es mi Padre). Bien es cierto que el uso de estos nombres desaparece prácticamente en la época de los grandes profetas. La novedad del Padrenuestro, en cualquier caso, no es la afirmación de que Dios es Padre, sino la fórmula que utiliza Jesús para expresar esta realidad: echa mano de un término que pertenece a los primeros balbuceos del niño. Un pasaje del tratado Berakot del Talmud dice: «Después de que el niño aprecia el gusto de la harina (= cuando es destetado), aprende a decir abbá, immá». Este lenguaje, por ser demasiado familiar y provenir de la forma de expresarse de los niños, era considerado irrespetuoso para dirigirse a Dios. De hecho, un pasaje de la Mishná, afirma que la confianza con Dios, que se expresa en una insistencia infantil, merece ser castigada con el anatema. En la época de Jesús, semejante modo de dirigirse a Dios en las oraciones era insólito. Por ejemplo, en la literatura de Qumrán solamente una vez se presenta a Dios como un padre: «Porque en realidad mi padre no me conoció, mi madre me abandonó a ti. Tú eres padre para los que se adhieren a la verdad; tu gozas en ellos como una madre que se inclina sobre su lactante, como un padre que nutre al hijo en sus piernas, como el que tiene cuidado de lo suyo, como el que reconoce a su criatura175 (1QH 9,35-36). Pero esta paternidad se afirma no para todos los hombres, ni siquiera para todos los judíos, sino sólo para los fieles que pertenecían al grupo religioso que residía allí.
Las oraciones judías están llenas de invocaciones a Dios, pero las fórmulas usadas suelen recordar la historia de salvación o la acción todopoderosa de Dios en la creación. He aquí, por ejemplo, el comienzo de la conocida oración Shemoneh Esreh (= Dieciocho bendiciones), que según la mayoría de los estudiosos, se remonta al siglo primero d.C., pero partes de ella pueden ser todavía más antiguas: «Bendito seas, Señor, Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob, Dios altísimo, Señor del cielo y de la tierra, escudo nuestro y escudo de nuestros padres. Bendito seas, Señor, escudo de Abrahán».
En esta oración aparece también el término “Padre” en boca del fiel que ora dirigiéndose a Dios. Ahora bien, no sólo se evita en ella utilizar palabras infantiles, sino incluso la expresión “Padre nuestro” está asociada a la fórmula “Rey nuestro”; la paternidad es identificada con la realeza, es decir, se habla de Dios como aquel que dispensa todos los bienes, que cuida de los hombres. La familiaridad con se expresa Jesús está totalmente ausente en estas invocaciones.

Una peculiaridad absoluta
En efecto, los evangelios, al presentar a Jesús dirigiéndose a Dios en la oración con la invocación Abbá, se hacen eco de una peculiaridad absoluta, totalmente original en el marco judío de su época. Y que esta palabra aramea fue utilizada por Jesús con normalidad en su oración lo demuestran dos hechos. Por una parte, los evangelios griegos traducen esta invocación de varias formas: como vocativo (pater = “¡Padre!”), como nominativo con artículo (ho patêr = “el Padre”) o acompañado de posesivo (pater mou = “¡Padre mío!”). Esta variedad se explica muy bien desde el arameo: abbá puede ser, según el contexto, vocativo, sustantivo determinado y sustantivo con sufijo posesivo. Por otra parte, san Pablo utiliza dos veces el término arameo abbá escribiendo a comunidades griegas (Gál 4,6; Rom 8,15). Es evidente que este modo de expresarse del Apóstol sólo puede deberse a que esta invocación era familiar a sus destinatarios. La única explicación de que los cristianos de lengua griega estén familiarizados con este término arameo es ver en él un eco de la oración que rezaban los cristianos por fidelidad a la recomendación de Jesús y siguiendo su divina enseñanza, cuya primera palabra era la invocación abbá.
Es probable que las oraciones judías rechazaran este modo de dirigirse a Dios no sólo porque manifestaba una confianza extrema con Dios, sino porque este término, como hemos dicho, pertenecía al lenguaje infantil. «Debido a la sensibilidad judía –afirma J. Jereamias– habría sido una falta de respeto, por tanto algo inconcebible, dirigirse a Dios con un término tan familiar. El que Jesús se atreviera a dar ese paso significa algo nuevo e inaudito. El habló con Dios como un hijo con su padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad. Cuando Jesús llama a Dios Abbá nos revela cuál es el corazón de su relación con él»2. La comunidad cristiana reconoció con gratitud y asombro esta posibilidad de dirigirse también ella a Dios utilizando esta invocación. Al ser hechos hijos en el Hijo, también los cristianos pueden llamar a Dios Padre: «Porque no recibisteis espíritu de esclavitud para reincidir de nuevo en el temor, sino recibisteis Espíritu de filiación adoptiva, con el cual clamamos: Abbá, Padre» (Rom 8,15).

Las dos primeras peticiones
Las dos primeras peticiones, «santificado sea tu nombre, venga tu reino», aparecen también juntas en una oración judía con que Jesús estaba familiarizado desde su infancia, el Qaddish (= Santo). Esta oración, compuesta en arameo, se rezaba en la liturgia sinagogal. Las primeras oraciones con que comenzaba el culto sinagogal estaban compuestas en hebreo. Seguían después las lecturas de la Sagrada Escritura, escrita en hebreo; tras esta lectura, dado que el pueblo en general desconocía la lengua sacra, se realizaba una traducción al arameo, e inmediatamente después la homilía, que naturalmente se hacía en la lengua hablada, el arameo. Y como cierre de la liturgia sinagogal se recitaba el Qaddish. La forma más antigua de esta oración, según los estudiosos, dice así: «Glorificado y santificado sea su gran nombre, en el mundo que él creó según su voluntad. Que él haga reinar su reino en vuestros tiempos y en vuestros días, y en los tiempos de toda la casa e Israel, con rapidez y prontitud. Y decid: Amén.
Alabado sea su gran nombre de eternidad en eternidad. Bendito, alabado y glorificado, exaltado, ensalzado y loado, adorado y glorificado sea el Nombre del Santo –bendito sea– por encima de toda bendición, himnos, alabanza y cánticos entonados en todo el mundo. Y decid: Amén».

¿Dónde está la novedad?
A pesar de su mayor longitud, estas dos peticiones de la oración judía son las mismas que rezamos en el Padrenuestro. Las fórmulas empleadas en el Qaddish expresan una aclamación de Dios como rey que comienza a reinar, del soberano que manifiesta su esplendor y soberanía delante de sus súbditos. Esta imagen de Dios refleja la concepción profética de la salvación futura, descrita bajo la imagen de la aparición de un soberano que colma los anhelos del pueblo. Las dos peticiones, por tanto, apuntan a una misma meta: la venida del reino de Dios.
En el mismo sentido han de entenderse las dos primeras peticiones del Padrenuestro. Por tanto, aunque aparentemente en ellas pedimos algo que atañe a Dios, en el fondo pedimos para nosotros el mayor bien de los bienes que podemos desear. Pero entonces, ¿dónde está la novedad; en qué consiste la diferencia? La explicita J. Jeremias con estas palabras: «La diferencia es grande. En el Qaddish, una comunidad que se debate en las tinieblas del mundo presente, pide que ese cumplimiento llegue. En el Padrenuestro, diciendo lo mismo, reza una comunidad que sabe que el gran cambio ha irrumpido ya, porque Dios ha comenzado la obra, pletórica en gracias, de la redención. Una comunidad que suplica solamente la total revelación de lo que ya ha recibido»3.

Una petición anómala
La petición final es un tanto peculiar: es la única formulada en negativa. Su contenido plantea alguna dificultad. Su enunciado, que reproduce la versión latina, «et ne nos inducas in tentationem», que a su vez traduce literalmente el griego, puede dar la impresión de que es Dios quien nos “introduce” en la tentación. Pero la tentación no viene de Dios, como afirma explícitamente la carta de Santiago: «Nadie, cuando es tentado, diga: “Por Dios soy tentado”, pues Dios no es tentador de cosa mala» (Sant 1,13). Intentemos iluminar desde el original arameo esta extraña afirmación.
Comencemos por evocar las palabras que Jesús dirige a sus discípulos en Getsemaní: «Vigilad y orad para que no entréis en tentación» (Mc 14,38). El verbo arameo para designar la caída en la tentación es “entrar”. En la petición final del Padrenuestro, este verbo aparecía en forma causativa, con el significado de “hacer entrar, introducir”. En su estudio sobre el Padrenuestro J. Carmignac llama la atención sobre una peculiaridad del hebreo y arameo en las frases negativas que contienen formas verbales causativas: la negación va necesariamente delante de la forma verbal, pero lo que a veces se niega no es la acción expresada por la forma, sino la indicada en la raíz verbal. Según esto, el sentido de la versión aramea de la última petición debe ser: «Haz que no entremos en la tentación»; es decir, que no caigamos en la tentación. Lo que se pide, por tanto, es ser preservados de caer en la tentación.

Notas
1 Cf. C.W.F. Smith, The Jesus of the Parables, Philadelphia 1948, 17.
2 J. Jeremias, Las parábolas de Jesús, trad. de F.J. Calvo, Estella 1970, 26.
3 J. Jeremias, Las parábolas de Jesús, 177.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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