El pasado sábado, 9 de febrero, en la catedral de Lugo, rodeado de familiares y amigos, fue ordenado el nuevo obispo de la diócesis, monseñor Alfonso Carrasco Rouco. La celebración estuvo presidida por el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco. Publicamos las palabras de agradecimiento que monseñor Carrasco pronunció al final de la celebración
Sanctificati in veritate, el lema que escogí, son las últimas palabras de una frase del Señor, en la que Él describe el fruto de su acción: «por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad» (Jn 17,19).
Jesús viene primero: como el Padre me ha amado, así os he amado yo (Jn 15,9), nos dice; como el Padre me ha enviado al mundo, así os he enviado yo (Jn 17,18). Jesús no es del mundo (Jn 17,14), viene del Padre y vive siempre en unidad plena con Él. Y sus discípulos ya no son del mundo (Jn 17,14), no se explican desde energías y fuerzas terrenales; sino que Él los ha escogido (Jn 15,16), de modo singular a los Doce, y los ha llamado a compartir su vida y su misión (Mc 3,14).
Él ha venido a nuestro encuentro
Santificados presupone la presencia y el amor del Señor, que hemos reconocido y en el que hemos creído (1Jn 4,16). No lo hemos imaginado, sino que ha venido a nuestro encuentro, en nuestra historia, iluminando nuestro corazón, determinando el curso de los acontecimientos y el destino de nuestra vida.
De ello es signo sacramental la ordenación episcopal, que hace presente el ser de la Iglesia como historia, en la que el don del Espíritu se comunica de generación en generación. Aquí, en Lugo, podemos recordar el nombre ya de cien obispos, contemplar una antiquísima realidad de sucesión en el ministerio apostólico instituido por Cristo. Ser acogido hoy en el Colegio episcopal es participar de esta historia de comunión y de misión en el mundo, que nuestro Señor hace posible perennemente.
Una alegría plena
Todos podemos mirar a nuestra historia para reconocer en ella la presencia y el amor de Jesucristo. En ello está nuestra alegría, una alegría plena que nadie nos podrá quitar, como Él mismo lo ha dicho (Jn 15,11; 16,22; 17,13). Por eso, con gozo grande quiero saludar a todos los que hoy están aquí, relacionados conmigo como testigos de la providencia buena del Señor en el camino de la vida. En primer lugar, a mi familia y, ante todo, a mi madre, mi hermano y mis hermanas; no sabría decir de cuántas maneras el Señor me ha colmado de bienes por su medio. Sin ellos –y sin mi padre, que descanse en paz, junto con el Padre de quien Jesús decía que siempre trabaja: Jn 4,17– yo no existiría, ni ciertamente sería quien soy.
Las gracias del estudio y la enseñanza
Un saludo muy especial a todos los amigos presentes de la ACdP, de la parroquia de San Jorge, de Madrid, y a mis compañeros en la Facultad de Teología “San Dámaso”, profesores y alumnos. No me parecen calculables tampoco las gracias recibidas en la experiencia del estudio y de la enseñanza. Es un gran privilegio dedicar las propias fuerzas a adentrarse, por humildemente que sea, en la belleza única y profundísima de la forma en que Dios se ha revelado y entregado a los hombres. Y poder hacerlo en compañía, en una “comunidad de profesores y estudiantes”, en la que, por la gracia de Dios y la juventud de muchos, se mantenía vivo el deseo y, por tanto, la obediencia a la verdad.
La comunión universal
He de agradecer muy especialmente la presencia de los señores obispos, arzobispos y cardenales de otras diócesis de España, e incluso de Alemania, así como la del señor Nuncio de su Santidad. Son un testimonio vivo de la Iglesia, que es universal y particular, y que no conoce fronteras. Percibir hoy con claridad el misterio de la comunión universal de la Iglesia nos ayuda a apreciar un poco mejor la anchura y la longitud, la altura y profundidad del amor de Cristo (Ef 3,18-19), que supera todo posible pensamiento o construcción humana.
De esta comunión universal tenemos ante los ojos el principio y fundamento visible en el sucesor de Pedro, nuestro Papa Benedicto XVI. Permanecer unido a él, siendo fiel a su ministerio, no será sólo expresión personal de gratitud, sino salvaguardia de la permanencia en la plena comunión con el Señor.
No nos concibamos nunca solos
Vengo a la Iglesia de Dios que está presente en Lugo, y guarda en su corazón, como el tesoro más precioso, la fe firme en la presencia real de Jesús sacramentado y la adoración perenne de su amor. He de agradecer la acogida cordialísima que ya he podido apreciar, movida por una clara conciencia creyente de lo que significa el obispo para la constitución de la Iglesia, y manifestada especialmente en los grandes esfuerzos de muchos para hacer posible esta celebración. Gracias a todos, sacerdotes y laicos. (...)
En este día de fiesta, en que la Iglesia hace memoria de la tradición apostólica viva, sintámonos todos llamados a guardar viva la memoria del amor del Señor, de modo que determine nuestra conciencia de nosotros mismos, nuestro decir “yo” en medio del mundo con certeza y esperanza nuevas. No nos concibamos nunca solos, olvidando que Jesús está con nosotros. No pensemos las cosas como si Él no existiese, como si estuviésemos en el mundo sin esperanza y sin Dios (Ef 2,12), sin Evangelio y sin Iglesia.
Permanecemos unido a Él
No suframos o muramos como si Él no estuviese con nosotros y nos consolase con sus sacramentos. Si un hijo nuestro entra en la vida, pidámosle a Él también la eterna en el bautismo. Cuando necesitemos misericordia, acudamos a Él, recibamos el sacramento del perdón, recuperemos la comunión fraterna. No nos privemos de la fuerza de su amor y de su compañía constante en la Eucaristía, que puede sostener nuestro corazón en cualquier circunstancia. Que la unción de su Espíritu nos guíe en la vida, dé vigor y haga definitivo nuestro amor y nuestra entrega, en el matrimonio, el sacerdocio o la vida consagrada. A quien permanece unido a Él, la vid verdadera, el Señor ha prometido que vería multiplicarse la verdad y el bien, y un destino de vida eterna; que sería santificado en la verdad. (...)
La Virgen es, sin duda, madre de los sacerdotes. A ella quiero recurrir yo también en este momento, con el deseo de esta misma caridad, con palabras en las que se ha expresado durante muchos siglos el corazón de los cristianos: Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
BIOGRAFÍA
Alfonso Carrasco Rouco nació el 12 de octubre de 1956 en Villalba, provincia de Lugo y diócesis de Mondoñedo-Ferrol. Estudió Filosofía en la Pontificia Universidad de Salamanca (1973-1975) y obtuvo la Licenciatura (1980) y el Doctorado (1989) en Teología en la Universidad de Friburgo (Suiza). Publicó su tesis doctoral con un estudio sobre el primado del obispo de Roma (1990, Ed. Universitaires, Friburgo).
Recibió la ordenación sacerdotal en la diócesis de Mondoñedo-Ferrol el 8 de abril de 1985. Su vida sacerdotal ha estado desde su inició vinculada con la enseñanza. Durante los primeros años de sacerdote continuó residiendo en Suiza, donde ya era, desde 1982 a 1987, profesor asistente de la Cátedra de Moral fundamental de la Universidad de Friburgo.
Tras los dos años de becario en Munich, en 1989 regresó a su diócesis de origen donde permaneció hasta 1992 como profesor de la Escuela Diocesana de Teología. También fue miembro, hasta 1991, del equipo parroquial de Santa María de Cervo, encargado de seis parroquias.
Desde 1992 estuvo vinculado a San Dámaso donde ha sido profesor agregado de Teología sistemática del Instituto Teológico (1992-1996); Director del Instituto de Ciencias Religiosas (1994-2000); vicedecano (1998-2000) y decano (2000-2003) de la Facultad de Teología; desde 1996, profesor de Teología dogmática. Además, desde 1992 colaboró en la Parroquia madrileña de San Jorge, y fue Consiliaro del Centro de Madrid de la Asociación Católica de Propagandistas desde 1996.
Es miembro de la Comisión Teológica Asesora de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española desde 1995 y miembro del Consejo de Redacción de la Revista Española de Teología y del Consejo Asesor de Scripta Theologica y Communio.
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