De Oriente a Occidente.
Vida de la misión
Normalmente los epistolarios se quedan mucho tiempo en un cajón, esperando el paso a mejor vida de las personas que han escrito esas cartas o de las que las han recibido. Es una norma que exige el respeto de las personas. Sin embargo, yo he querido ir contracorriente, con el permiso de los interesados y cuidando no revelar ningún detalle referido a las personas. Para acercarme al deseo que tiene mucha gente de conocer la vida de nuestras casas y nuestras misiones, he pensado que el mejor relato podía proceder precisamente de las cartas de los misioneros de la Fraternidad San Carlos. Una narración en directo, casi día a día, que permite que veamos un cuerpo que crece con todas sus esperanzas, sus dificultades, con la lentitud del aprendizaje y la exaltación ante nuevas metas y nuevos descubrimientos. Por ejemplo, después de un emocionante comienzo en Estados Unidos, Antonio escribe: «A veces me entristece ver que hemos vuelto a ser los “cuatro” que éramos cuando llegamos; pero, enseguida, me acuerdo de ti y pido lo que me has repetido tantas veces: “No te dejes engañar por los números”. El Señor nos hace crecer». He querido recoger estas cartas en dos pequeños volúmenes.
El primero, que fue publicado hace tiempo, se titula Los caminos de Asia iluminados y es el intercambio epistolar de quince años de misión en Siberia y Taipei, la capital de la isla de Taiwán, donde existe una casa de la Fraternidad San Carlos desde 2001. Asia es el inmenso continente que no conoce a Cristo. Si Europa ha construido su historia y cobrado rostro a partir de sucesivas evangelizaciones sobre todo durante el primer milenio; si el segundo milenio de la era cristiana ha sido sobre todo el milenio de las Américas, y en su última parte de África; el tercer milenio, escribió Juan Pablo II, tiene que ser el milenio de la evangelización de Asia. El cristianismo, que empezó en Asia, tiene que volver a Asia, donde además están situadas hoy tres de las más importantes potencias mundiales: Japón, China e India. Tres países en continuo crecimiento. Especialmente los dos últimos son también los más poblados del mundo. Asia ya ha sido tocada por el cristianismo. Nos referimos, sobre todo, a Filipinas y a Corea del Sur; pero también a la India, bañada desde las primeras décadas con la sangre del apóstol Tomás. Pensamos también en las misiones de los Jesuitas y de los Franciscanos en la India, en China y en Japón, y a los grandes nombres de Francisco Javier y Mateo Ricci. Y, sin embargo, Asia sigue estando cerrada a Cristo. Confiando en la seguridad que le viene de sus antiquísimas sabidurías y tradiciones, mira a menudo con reservas al hombre de Nazaret, muerto en la cruz. Pero la globalización y la transformación económica de estos pueblos pone en primer plano las preguntas últimas y abre un nuevo camino para el acontecimiento cristiano.
El segundo volumen de cartas se titula El nuevo Occidente. Recoge la correspondencia de los misioneros de Alemania y de EEUU. Aquí el escenario es totalmente diferente al del primer volumen. Ahora nos encontramos con dos países donde el cristianismo tiene sólidas raíces y ha tenido un peso histórico importante. ¿Pero tiene esta importancia también en el presente? ¿Aún cuenta hoy en día? ¿Cuánto? ¿Serán capaces estos pueblos, marcados por la convivencia de católicos y protestantes, de volver a encontrar el camino hacia una síntesis entre el progreso científico, tecnológico y cultural y el avance del hombre hacia su plenitud? ¿Serán capaces de descubrir el sentido de su propia historia, el diálogo con los que los han precedido, el valor de educar, de transmitir a sus hijos una esperanza de vida que los haga a su vez creativos? Todas estas preguntas atraviesan el nuevo occidente. Las voces de los misioneros nos traen los problemas afrontados, las contradicciones, pero también las razones para quedarse en estos países.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón