En el tercer aniversario de la muerte de don Giussani, se han ofrecido más de 250 misas en distintos lugares del mundo, con homilías promunciadas por Cardenales y Obispos que han recordado al fundador de CL y la obra que Dios ha querido hacer a través de él. Publicamos algunas imágenes y las palabras de Julián Carrón, pronunciadas en un acto conmemorativo en el Liceo Berchet de Milán, sobre el genio educativo de Giussani
«A mis alumnos siempre les decía desde la primera clase: “no estoy aquí para defender mis ideas, sino para enseñaros un método verdadero de juzgar lo que os voy a decir. Y lo que os voy a proponer es una experiencia que es el resultado de un largo pasado de dos mil años”. El respeto de este método ha caracterizado desde que empecé mi compromiso educativo, indicando con claridad su objetivo: mostrar la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida»1. Estas palabras de don Giussani expresan la actitud original que tuvo desde el primer momento en su relación con los jóvenes: una confianza total. Lo apostaba todo a la “pura libertad” del otro. Eso nos hace pensar en la estima que es necesario tener hacia la humanidad de la persona con la que te encuentras para arriesgarlo todo. Hoy es difícil encontrar a alguien que se comporte de este modo. Su confianza se fundaba en el reconocimiento de la capacidad crítica de sus alumnos, en el reconocimiento de ese recurso con el que la naturaleza dota al hombre para hacer las cuentas con la realidad hasta llegar a conocer su significado.
El método educativo
El método educativo de don Giussani era todo lo contrario a la propaganda de ideas, incluso de las justas. El suyo era, sobre todo, un reclamo. Trataba de despertar algo del otro, provocaba su libertad, invitaba a comparar todo con las exigencias y evidencias originales del corazón –exigencias de belleza, de verdad, de justicia, de felicidad. Realizaba así un gesto supremo de amistad. Con este propósito utilizaba todo lo que ha generado el genio humano, desde la música a la poesía. Él mismo pone un ejemplo clarísimo de un tipo de educación que abre de par en par el yo al relatar una de sus horas de clase. Es una apertura que permite entrever el fondo de las cosas. «Cuando daba clase en primero de bachillerato –cuenta don Giussani–, iba desde mi casa al Berchet con un tocadiscos bajo el brazo (...). Hacía escuchar a mis almunos a Chopin, Beethoven... Una vez escuchamos el Concierto para violín y orquesta, op. 61 de Beethoven que tiene un refrain que yo llamo “de la comunidad”: toda la orquesta entra y repite la misma melodía, pero en tres ocasiones el violín, que representa la individualidad, se escapa haciendo una fuga y va por su cuenta hasta que, cansado, vuelve a ser recuperado por el tema melódico de toda la orquesta (...). Tras escuchar el concierto, en el aula de aquella clase de Primero E donde reinaba un silencio absoluto, una chica que estaba sentada en el primer banco a la derecha, y que se llamaba Milene Di Gioia, rompió a llorar de repente sin poder contener las lágrimas (...). La conmoción, el anhelo que produce el tema fundamental, es un emblema de la espera de Dios que el hombre alberga».2
De regreso de una visita al Planetario, en la época en que daba clase de religión en Madrid, pregunté a mis alumnos qué les había impresionado más. Llenaron la pizarra de preguntas: no se preguntaban cuántas estrellas o galaxias había, sino quién había hecho todo aquello que habían visto. El espectáculo del cielo estrellado había despertado en ellos la pregunta sobre el sentido de la realidad, como en el poema Canto nocturno de un pastor errante de Asia de Leopardi, el poeta al que don Giussani llamaba “amigo”: «Cuando veo / arder en el cielo las estrellas / pensativo me digo: / ¿Para qué tantas estrellas? / ¿Qué hace el aire infinito, la profunda / serenidad sin fin? / ¿Qué significa esta / inmensa soledad? Y yo, ¿qué soy?».3
La fe y su familiaridad con la razón
El genio educativo de don Giussani residía en su capacidad de despertar en el yo, a partir del encuentro con la realidad, el deseo de algo bello y verdadero. Para conseguirlo se entregó a sus alumnos, estuvo delante de ellos como un hombre, les retó a verificar la propuesta cristiana como algo razonable. Muchos aceptaron la invitación y por eso han estado en mejores condiciones de contribuir a la realidad civil de su país.
Son interesantes y decisivas para todos, no sólo para los cristianos, las cuestiones sobre cómo el hombre utiliza la razón, cómo implica su deseo, su esperanza y su afecto. Don Giussani, a quien recordamos en el tercer aniversario de su muerte, puso en juego todo para mostrar que ser hombres es vivir intensamente la realidad, buscando el significado de cada cosa, y que ser cristianos no es ser un poco menos hombres, con algún deseo menos y con alguna regla moral más. El cristianismo, de hecho, según la propuesta de don Giussani, representa una humanidad plena que se alcanza y que se comunica. El suyo es un modo de presentar la fe en familiaridad con la razón, la fe enraizada en nuestra naturaleza humana. Lo dijo él mismo en cierta ocasión: «La clase de religión me ha dado esta intuición y esta pasión: la intuición de que la fe necesita sobre todo demostrar su familiaridad con la razón, con todas sus consecuencias, la intuición por tanto de la razonabilidad de la fe, de la fe como lo más razonable que existe y, por tanto, lo más humano. Porque... la razón es exigencia, pasión y exigencia de conocimiento de todo, de totalidad... Una razón viva es una razón totalizante como horizonte de tensión, como pretensión del saber» (1994).
Libre de dogmatismos
Desde este punto de vista, el intento de don Giussani puede seguir generando resultados positivos también hoy, en una época en la que se ha renunciado a buscar la verdad y en la que la fe ha quedado reducida a algo sentimental o ético. Hace 50 años intuyó que estaba llegando una crisis que ahora todos reconocen, hasta el punto de que se habla de “emergencia educativa”. Durante años se pensó que bastaba con enseñar a los jóvenes matemáticas o lengua, en vez de indicarles el camino para entrar en la realidad. La crisis genera experiencias marcadas por una dramática indiferencia, por una incapacidad para interesarse por alguien o por algo.
Todos somos responsables de cómo los adultos asumen su compromiso educativo, sobre todo los que están implicados en el mundo de la enseñanza. Es como si cada mañana, al entrar en clase, dominara una pregunta: hoy, al dar la clase, ¿habrá alguna posibilidad de suscitar un interés en los chicos para ponerles en condiciones de afrontar la realidad de un modo verdadero, positivo? No basta un discurso para despertar su interés. Precisamente por eso don Giussani subía las escaleras del Liceo donde daba clase: para comunicar un método que permitiera a sus alumnos recorrer un camino, crecer como hombres, ampliando su razón. Él mismo testimoniaba ese ensanchamiento de la razón –entendida como una ventana abierta a la realidad–, valorando todo lo bello, verdadero y bueno que encontraba en su camino. Es la misma preocupación que vemos en Benedicto XVI. Es significativo que hoy sean dos hombres de Iglesia los que defienden un uso de la razón libre de cualquier dogmatismo –clerical o laicista–, sin miedo a exponerse a críticas e incomprensiones.
Sigue siendo una presencia humana
Es el desafío que tenemos delante. Don Giussani lo afrontó con una pasión educativa que muchos reconocen. Siempre definió la educación como una introducción a la realidad total: comunicación de un significado de la existencia a través de la experiencia de una relación personal. Un joven –pero también un adulto– no supera el escepticismo ni la indiferencia porque alguien le explique una teoría. Todo cambia si se topa con un testigo con una plenitud de vida que inmediatamente se le hace deseable. Esto es lo que les ha sucedido a miles de personas en todo el mundo en su relación con don Giussani. Sin ligarles a él, les ha indicado un camino en el que se hacía compañero, sin sustituir nunca la libertad. Don Giussani desafiaba continuamente a la razón con una propuesta frente a la que había que tomar posición: para adherirse o para rechazarla.
Necesitamos personas que nos provoquen hasta el punto de hacernos desear la vida que en ellos vemos y nos fascina. El cristianismo que don Giussani proponía –y que me conquistó– empezó afirmando que Dios, para ayudar al hombre a conocer el significado de todo, no se sirvió de un discurso; la “lección” que el Misterio dio a los hombres se convirtió en carne y sangre, en un hombre con el que se podía pasear por las calles de Jerusalén, con el que se podía comer y beber.
Notas:
1 GIUSSANI, L. (2006). Educar es un riesgo. Ediciones Encuentro. Madrid. 19.
2 GIUSSANI, L. (1996). ¿Se puede vivir así? Ediciones Encuentro. Madrid. 218.
3 LEOPARDI, G. (1979). Poesía y prosa. Alfagura. Madrid. 179.
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