La invitación a la libertad, el valor de las obras y el documento de Aparecida. Dieciséis años después de la última visita de don Giussani, los responsables de las comunidades de América Latina se enfrentan a la pregunta: «¿Qué buscáis?»
Doce banderas, trescientas voces, la vocación de San Mateo que pintó Caravaggio, y el lema: “Amigos, ou seja testemunhas”, identifican el objetivo fundamental: retomar juntos la Asamblea Internacional de La Thuile. En Atibaia, a una hora de camino de la brasileña São Paulo, la asamblea de los responsables de América Latina comienza el 22 de febrero, aniversario de don Giussani, con Povera voce y el recuerdo de los objetivos que él mismo asignó a este encuentro continental: crecer como personas, experimentar la unidad y ser una presencia misionera. La última visita de don Giussani a América Latina tuvo lugar en 1992, precisamente con ocasión de una asamblea de este tipo. Dieciséis años después, la realidad del movimiento le sorprendería: pequeñas y grandes comunidades diseminadas por todas partes, obispos y sacerdotes, casas de los Memores Domini y de la Fraternidad San Carlos, obras sin ánimo de lucro y empresas, la difusión de “su” Banco de Alimentos, los proyectos que AVSI promueve en colaboración con el Banco Mundial, innumerables obras sociales y educativas. Nada vistoso o llamativo: una presencia humilde, realista y amorosa. Todo ello fruto de la fidelidad a un carisma que siempre ha albergado un afecto especial por América Latina. Ya en la prehistoria de los años 60 los chicos de GS marchaban rumbo a Brasil, y en 1989, acompañando al aeropuerto al padre Trento que salía hacia Paraguay, don Giussani le exhortó: «Imita a los jesuitas que crearon las Reducciones» (y eso ha hecho). Julián Carrón, dando inicio a la asamblea, parece tener en la cabeza toda esta historia, rememorar esta larga fidelidad. «¿Qué buscáis?». El sucesor de don Giussani lanza de nuevo la pregunta de Jesús. ¿Qué buscáis hoy? ¿En este instante, en esta sala? Recorriendo un párrafo de la Spe Salvi, Carrón retoma la visión ratzingeriana: en materia de progreso moral el hombre no puede contentarse con los pasos ya dados, no puede seguir adelante viviendo de las rentas, porque la libertad del hombre es siempre nueva y en este terreno es siempre necesario un nuevo inicio. El tesoro moral de la humanidad es esta invitación continua a la libertad. Fascinante, ¿verdad? Con todo lo que se ha dicho y escrito y descubierto y filosofado y argumentado y sentenciado y profundizado, al final, a cada cual le toca elegir, ningún mecanismo puede sustituirme. He aquí por qué cada corazón debe responder a la pregunta acerca de lo que busca. Es la valoración extrema del yo personal, único e irrepetible: nadie, ni los padres, ni los profesores, ni la sociedad, ni la Iglesia, ni tampoco el movimiento puede sustituirnos en esa respuesta: «El yo es relación directa e inmediata con el Misterio».
En las largas horas de la intensa asamblea se abordan dramas y nuevos descubrimientos, certezas y vicisitudes. La profesora entusiasmada con sus chicos, el padre en dificultad, el universitario aventurero, el psiquiatra dubitativo, la abogado triunfadora, el líder popular y el empresario preocupado por el futuro de su país. Venezuela, Perú, México, Argentina, Chile, Paraguay… Un corazón humano en la realidad de América Latina, donde es más fácil ceder a los sentimientos que a la reflexión personal. Un contexto social áspero, extremo, siempre incumbente, provocador, que supone una suerte de aguijón, una necesidad que urge, casi sin interrupción, una reflexión sobre el yo, las obras y la presencia social. Junto a Carrón, toma la palabra Giorgio Vittadini: «Las obras son fundamentales para mostrar a todos la novedad que el cristianismo introduce en el mundo; las obras son el fruto de la fe, manifiestan la presencia real de Cristo. Si la fe no genera un cambio, al cabo de un tiempo, deja de tener interés».
Como en un multitudinario raggio giussaniano la experiencia se desnuda hasta lo esencial, descendiendo cada vez más en profundidad. En el encuentro con Cristo, ¿no se ha movido acaso la parte más íntima y desconocida de cada uno de nosotros? «¿No ardía nuestro corazón mientras él hablaba?». «Salvando la distancia entre el hombre y Dios, haciéndose a un tiempo sacerdote y víctima, Él nos ha alcanzado con su iniciativa de amor. Somos hijos, no el resultado de las circunstancias». Es este el tema que recorre los días del encuentro y que aparece, tal cual, en el documento final de Aparecida (donde hace unos meses se celebró la asamblea del CELAM, inaugurada por el Papa) que “dom” Filippo Santoro, obispo de Petrópolis, presentó a la Asamblea.
Somos hijos, insiste en varias ocasiones Carrón, no huérfanos: es este el punto de partida, el dato concreto que nos pone en movimiento. Pero, ¿somos conscientes de ello? «Es necesario partir de la piedad con la que Cristo nos mira, porque sólo ésta nos saca de la indolencia y de la insensibilidad. Tú eres mirado así y, por eso, miras así a los demás». ¿Y cuando el otro supone un problema? ¿Cuando no responde, cuando no corresponde? ¿Si no reacciona como debería? ¿Si se equivoca continuamente? ¿Si te desilusiona? «El otro es un misterio, no un mecanismo. La única forma verdadera de relación es el testimonio». Nos ofrece además una imagen sorprendente: «¿Cuántas veces debe sonreír una madre para poder arrancar una sonrisa a su niño? ¿Creéis que se puede calcular? ¿Acaso es un peso para ella?». Revelación desarmante y desarmada que nos conduce hasta el punto esencial, a la sonrisa de Jesús mientras pregunta: «¿Qué buscáis?». En la mente, las orillas del lago Tiberíades se convierten en los grises rascacielos de São Paulo. «Ahora, sucede ahora. Reconocer Su presencia es siempre un acto de la libertad, que se renueva».
«La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y en seguirlo. Esta fue la extraordinaria experiencia de aquellos primeros discípulos que, al encontrar a Jesús, se quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo en cómo les trataba, respondiendo al hambre y a la sed de vida que tenían en el corazón. Juan el evangelista nos dejó la viva descripción del impacto que produjo la persona de Jesús sobre los dos discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38). A esta pregunta le sigue la respuesta: “Venid y veréis” (Jn 1, 39). Esta narración permanecerá en la historia como la única síntesis del método cristiano».
(del documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado
de América Latina y del Caribe, Aparecida, 13-31 de mayo 2007, par. 244)
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