Tras cuatro años de oposición social a la política de Zapatero y tras su victoria electoral, en muchos puede dominar una sensación de cansancio y desfondamiento. El cambio que más necesita la sociedad española no depende del Gobierno. Los católicos, ahora más que nunca, pueden contribuir a generar espacios de libertad aportando al conjunto de la sociedad lo que les es más propio: una fe que llena la vida y es capaz de crear obras
La política, cuando se alimenta de una mentalidad utópica, provoca una falsa ilusión de inminencia. La ilusión de que el cambio decisivo para la sociedad es inminente si vence el partido que se apoya. Es un espejismo falto de realismo. Cuanto mayor y más concreto es el compromiso con una construcción social que ya esté haciendo posible ese cambio más se gana en libertad. Menos euforia y menos depresión provocan unos resultados electorales, que son importantes pero no determinantes. Don Giussani durante una conversación en abril del 87 hacía una afirmación que ilustra bien este realismo que se convierte en responsabilidad: «La construcción depende de la intensidad realista del deseo. No se trata, por tanto, de utopía, de idealismo; la utopía y el idealismo son características de los que introducen las ideas tecnocráticas como principio de la política».
Todos tenemos una vocación pública
No hay nada que se pueda confiar a mecanismos técnicos, todo siempre depende la de libertad. Zapatero durante los últimos cuatro años ha aumentado la división de los españoles, ha ahondado la disolución de lo humano –en nombre de nuevos derechos civiles– y le ha dado al Estado unas potestades que antes no tenía y que restringen la libertad educativa. Por eso era muy conveniente un cambio de Gobierno. Pero ni un Gobierno de otro color iba a ser el protagonista del cambio que más necesita la sociedad española ni el Gobierno socialista va a impedirlo. Las condiciones son más desfavorables, pero todo sigue dependiendo de la iniciativa social. Es por eso recomendable en este momento retomar algunas de las afirmaciones del manifiesto de la Compañía de las Obras (CDO) que presentaba Mayor Oreja hace unos días. Algunas de sus frases cobran ahora más actualidad que nunca. «No esperamos que la política nos traiga la felicidad, ni que resuelva aquellas necesidades cuya satisfacción requiere la libre creatividad de las personas y la sociedad». Lo relevante en este momento es reconocer que «todos tenemos una vocación pública y la responsabilidad de construir ámbitos y obras a la altura de la dignidad de la persona. La paciente construcción de esos nuevos espacios, que requiere tiempo, gratuidad y voluntad de encuentro con los que son diferentes es la mejor alternativa».
Construir formas nuevas de comunidad
De la política se puede esperar lo justo. Para no sucumbir a la frustración que genera una mentalidad utópica hay que ponerle nombre al cambio que es necesario y posible en el presente. A ese cambio se refería también Giussani en una entrevista que le hacían en La Stampa el 20 de septiembre de 1989: «lo que importa es la construcción de formas de comunidad dentro de las cuales la civilización y la vida moral e intelectual puedan ser conservadas (...) una forma de agrupación que, expresando y tratando de satisfacer las exigencias humanas, busque las razones que dan o puedan dar fundamento y estabilidad a la amistad y convivencia humana con cualquiera». La urgencia, por tanto, es identificar y desarrollar aquellas realidades sociales –que pueden ser tan aparentemente minúsculas como un grupo informal de estudiantes– en las que las exigencias humanas de bien, verdad y justicia son respetadas y desplegadas. Lo apremiante es hacer crecer los espacios de los que hablaba el manifiesto de la CDO, frente a un Estado cada vez más invasor. No sirven los discursos huérfanos de experiencias sociales sólidas y, a la vez informales, que se extiendan por pura conveniencia humana.
Qué hacer ahora
En este contexto quizás sea el tiempo de reconstruir un nuevo catolicismo social, que a través de las numerosos obras ya existentes y de otras nuevas, exprese no una moral conocida, ni una doctrina correcta sino una forma diferente de vivir. Un catolicismo social, eso sí, con la capacidad cultural y crítica que no tuvo en otras épocas. Es sorprendente que parte del mundo católico discuta intensamente sobre la moralidad de votar o no votar al PP y que la victoria de Zapatero no despierte un debate sobre qué hacer a partir de ahora. Es la consecuencia de un exceso de abstracción, de una “sacralización de la política” en la que se delega la defensa de algunos valores. Sacralización de la política que tiene mucho que ver con un cristianismo sin Cristo. Después de cuatro años de lucha contra el Gobierno de Zapatero y después de la derrota en las elecciones, muchos católicos pueden verse invadidos por una sensación de desfondamiento. Es una oportunidad única para volver a lo esencial. En 1975, al grupo de universitarios que dirigía Giussani le pasaba lo mismo. Se habían comprometido muy seriamente en la creación de una alternativa a la izquierda del 68. Y ante ese cansancio, el sacerdote milanés no les dijo que tenían que apretar los puños ni retirarse. «La actividad pública de estos últimos años ha producido en nosotros cansancio. El indicador de este cansancio es la incertidumbre frente al presente y al futuro que vienen». Las frases parecen dichas para este momento y esta circunstancia.
Una aportación original
¿Y entonces? «La tarea –responde Giussani– no es que exista un movimiento nuevo en el ámbito político o cultural, sino que exista una humanidad realmente nueva. Solo la comunión crea el sujeto adecuado para las iniciativas. Este es el acontecimiento nuevo: la fe, que es reconocer a Cristo presente, en mí y en medio de nosotros». Las iniciativas que puedan desarrollar los católicos son importantes, pero su aportación fundamental es la fe que se expresa a través de ellas, la humanidad que manifiestan los sujetos que las realizan. Este es el principio que resiste cualquier cansancio, más fuerte que el poder.
El Tribunal Constitucional dará vía libre sin duda al matrimonio entre personas del mismo sexo y al nuevo Estatuto de Cataluña. Ya estaba dispuesto a hacerlo antes de las elecciones y ahora con más motivo. El presidente del Gobierno seguramente volverá a intentar un diálogo político con ETA porque su política de negociación ha conseguido un alto respaldo, sobre todo en el País Vasco, con trasvase de votos desde el PNV al PSOE. Si la crisis económica aprieta, no dudará en modificar la regulación del aborto y la eutanasia. Más difícil es que pretenda alguna restricción de la libertad religiosa. Pero en estas circunstancias hay que seleccionar ciertas cuestiones esenciales en las que poner el acento para que la labor de una nueva construcción social no quede sofocada. Una nueva negociación con los terroristas o una mayor desprotección de la vida tendrán que ser denunciadas. Pero, sobre todo, será necesario trabajar en favor de la libertad educativa, para que no sea invadida por el Estado y para que su ejercicio tenga contenido. Es inútil defender formalmente la libertad educativa si cada una de las diferentes tradiciones que configuran nuestro país no están ya educando de un modo diferente a como pretende hacerlo el Gobierno. También en este caso la política es subsidiaria de la vida.
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