La Semana Social de los católicos dedicada al trabajo y el esfuerzo de la Iglesia. Habla monseñor FILIPPO SANTORO
«El trabajo que queremos: libre, creativo, participativo y solidario». Sin condicional, con un tono incisivo, es el lema de la Semana Social de los Católicos Italianos que se celebra a finales de octubre en Cagliari. Inspirado en las palabras del Papa Francisco durante su encuentro con los trabajadores de la empresa siderúrgica Ilva en Génova, el pasado mes de mayo. Una realidad, la de Ilva, que monseñor Filippo Santoro, arzobispo de Taranto y presidente del comité científico y organizador de las Semanas Sociales, ha aprendido a conocer bien estos años, debido a los sucesos relacionados con este establecimiento en su ciudad. Junto a otros miembros del comité científico, Mauro Magatti, sociólogo de la Universidad Católica, y el padre Francesco Occhetta, de Civiltà Cattolica, también participó en el Meeting de Rímini para presentar este evento y ofrecer su contribución en este tema clave. «El trabajo es un factor esencial para el hombre», dice Santoro. Siempre lo ha sido, por naturaleza. Se trabaja para vivir, por la familia, por los hijos, por la comunidad. «Pero en esta situación histórica, de “cambio de época” como lo define el Papa Francisco, lo es de una manera decisiva. Y el punto de partida para enjuiciar el tema del trabajo es prestar atención a las necesidades del hombre».
¿Qué quiere decir?
Tomemos en consideración los problemas actuales y las grandes diferencias que existen hoy en el mundo. Altas tasas de desempleo, sobre todo entre los jóvenes. Estamos hablando de millones de jóvenes entre 15 y 30 años, con algunos millones de ni-ni, que ni estudian ni trabajan. Como obispo, lo veo todos los días en mi misma diócesis. Además, basta con mirar vuestra situación en España, con una tasa de paro del 17%, que, según los últimos datos de la EPA, aumenta hasta un 39% en el paro juvenil y que en ciertas regiones como Andalucía y Extremadura llega hasta el 49% y 53%. Hablamos de casi 600.000 jóvenes menores de 25 años en paro, aunque según la OCDE el número de “ninis” entre los jóvenes menores de 30 años asciende a más de 1,5 millones.
¿Puede poner algún ejemplo?
El último en orden cronológico, un joven ya casado y con hijos que tiene como única ocupación sacar a pasear al perro, esperando como única salida el día en que sustituya a su padre como portero de un edificio… Hay que salir al encuentro de alguien así para despertar su sed de protagonismo. Eso sí, partiendo de su necesidad.
¿Qué quiere decir “partir de su necesidad”?
En el libro El yo, el poder y las obras, don Giussani explica bien que la necesidad es un elemento constitutivo de la persona, de nuestra humanidad. Mirar la necesidad escuchándola, tomándola en serio, no censurándola, hace posible abrir un cauce para la realización de la persona. Existen muchas actitudes humanas que determinan una manera distinta y mejor de trabajar. Los llamados soft skills (habilidades sociales, ndt) de los que también hemos hablado en el Meeting, como por ejemplo la capacidad de relacionarse, la apertura… Pero hay algo antes: la necesidad que uno tiene de realizarse como persona y de hacerlo plenamente en el contacto con la realidad. Es una cuestión tan radical que cuando uno no tiene trabajo es como si le faltara la posibilidad de ser él mismo. En el trabajo, un hombre «se hace más hombre», escribía Juan Pablo II en la Laborem exercens. Desde este punto de vista, el trabajo puede identificarse con la perspectiva de realización total de la persona. No limitada a la satisfacción de necesidades individuales, sino en relación con todo, con los demás, con el medio ambiente, con la realidad. Con el infinito.
¿Entonces, cuál es el primer paso necesario?
Lo primero es mirar a la gente a la cara. El punto de partida son los rostros. Los de aquellos que pasan por una situación difícil, no tienen trabajo o tienen uno precario; pero también hay que mirar allí donde las cosas funcionan. Para la cita de Cagliari he presentado ante el comité la experiencia que cada día vivo como pastor, con las dos hileras de personas que todas las mañanas me esperan delante de mi puerta. Los que lloran y me piden defender el medio ambiente, que no haya más muertos en su familia ni niños enfermos de cáncer por la contaminación. Y luego está la fila de los jóvenes, incluso graduados universitarios, que no encuentran ocupación o tienen un trabajo muy precario. Tengo doscientos currículos en el cajón. Su herida no es la “del mundo laboral” en abstracto, sino que la ves en sus rostros. Y a esto quiere hacer frente la Semana Social, porque no basta denunciar, hay que indicar un camino viable.
¿De qué modo?
Por ejemplo, mostrando las “buenas prácticas”, identificando la excelencia, que hay mucha por toda Italia. Preparando el encuentro de Cagliari hemos registrado hasta cuatrocientas iniciativas así, muchas puestas en marcha por jóvenes. Gente que siente el entusiasmo, el ardor de meter las manos en la masa de la realidad y construir, movidos por el impulso vital de encontrar trabajo, de no emigrar, de ser protagonistas de su vida. No sin estímulos. La mayoría proviene de ambientes vinculados a la Iglesia. ¿Pero por qué no utilizar y hacer accesibles estas respuestas para todos? No será la Iglesia quien resuelva el problema. Pero, como dice el Papa Francisco, podemos abrir procesos y señalar caminos.
¿Por ejemplo?
Pienso en ciertas empresas de jóvenes en el sector de la moda puestas en marcha en la región de Locride en plena batalla con los clanes mafiosos de la Ndrangheta. Otras en la región de Campania han nacido para valorar la producción de la pasta. Esto nos dice que no hay que inventar nada, sino identificar puntos de riqueza que la realidad ofrece y ponerlos al servicio de la persona y del contexto social donde vive.
Pero son ejemplos muy contingentes…
Una buena práctica se debe poder repetir. Pero que se repita no implica solamente circunstancias similares. Pensemos en las experiencias que hemos escuchado en el Meeting, en el marco de la exposición sobre los jóvenes y el trabajo. Uno puede limitarse a decir: «Qué buenos sois, con una experiencia tan rica que os permite hacer un camino tan positivo». Pero así nos saltamos un dato: ¿qué ha permitido a estos chicos, dentro de sus circunstancias, adquirir este protagonismo? El hecho de que se pueda repetir este proceso tiene que ver con el deseo que se despierta en la persona y que se pone en juego en un ámbito de relaciones. La exposición lo mostraba muy bien: estimular la creatividad, la inteligencia, la cercanía de alguien que se entusiasma y te anima a meter las manos en la masa, que te despierta, es una experiencia que te hace trabajar de una forma más interesante. Y que contagia a otros.
¿Basta con que se despierte el deseo? ¿La realidad no es entonces un muro?
La realidad es complicada, es cierto. Las propuestas que hacemos van siempre en la dirección de crear las condiciones necesarias para que pueda darse este despertar de la persona. Para favorecer y sostener estas relaciones. Revisar y mejorar la alternancia escuela-trabajo, por ejemplo; reforzar con financiación adecuada la formación profesional, implicar a las empresas de manera sistemática. Y agilizar la burocracia, reducir las cargas fiscales… Los discursos no bastan, también hay que tener en cuenta las reglas del juego. Don Bosco juntaba a sus chavales que buscaban trabajo con los empresarios y él mediaba. Tenía pasión por aquellos jóvenes y al mismo tiempo, formándoles, ofrecía al mercado respuestas de calidad. Un cambio del sistema hace posible una economía diferente, donde el fulcro no es el beneficio sino la experiencia de realización de la persona, de la familia y de la solidaridad. Que son los aspectos que hacen “digno” el trabajo.
¿Qué quiere decir con “digno”?
Es la otra cara de la moneda y que, como obispo, me preocupa. Un trabajo es digno porque la persona es digna, es imagen y semejanza de Dios. Y no solo permite satisfacer las necesidades materiales sino el apoyo a la familia y la construcción de la sociedad, pero ante todo realiza a la persona, como decía. Y esto, como hemos visto también en las entrevistas de la exposición del Meeting, vale hasta para los trabajos más humildes.
¿Para cualquier trabajo?
No. El trabajo es digno cuando respeta la vida y el medio ambiente, la legalidad. Conozco a una familia de pescadores donde el padre siempre se había llevado al niño en la barca. Trabajar en una cooperativa de pescadores es una vida dura. Luego el hijo cayó en las redes de una banda de traficantes de droga y dejó de acompañar a su padre. Su madre vino a hablar conmigo. El problema es que este chico no entiende que el trabajo de su padre, el jornal que se gana con el sudor de su frente, es digno. En cambio, lo que él está haciendo ahora no.
Tiene que descubrirlo él…
Sí, pero uno puede descubrirlo solo si está acompañado. Hace falta una compañía. Que tal vez no resuelve los problemas, pero uno se siente acogido. Luego está la cuestión fundamental del maestro, es decir, de alguien que, viviendo en primera persona esta dimensión de una cierta manera, te educa. Un testigo, uno delante del cual la fatiga deja de ser un obstáculo y se convierte en una ocasión para crecer. Como cuando subes una montaña. Con uno delante que sabe dónde poner los pies, nace en ti el gusto por dar otro paso. Esta es la tarea educativa: hacer que el otro salga a la luz según sus capacidades e inclinaciones. Cuando estudiaba Teología, trabajé un tiempo en la Mercedes de Stuttgart. En verano iba a Alemania para aprender alemán e iba a la fábrica para pagarme los gastos. Allí conocí la dureza del trabajo. Pero también en la Universidad Gregoriana, con un profesor que me obligaba a aprender y a ser riguroso en mis investigaciones, a profundizar en cada cosa. También el encuentro con don Giussani fue una gracia, con esa pasión que tenía por la realidad, por su experiencia, donde todas tus exigencias, tus necesidades, tus deseos, salían al descubierto.
Es cuestión de dar «testimonio con la vida», como apuntaba el Papa en su mensaje al Meeting…
Sí. Es una gran tarea. El trabajo es una de las fronteras de la nueva evangelización. Cualquier propuesta o proyecto que puedas hacer no puede ser solo una idea, por muy útil y bella que sea. Nace de la experiencia de un cierto tipo de relación con la realidad. Dios es el eterno trabajador, como decía Jesús. Y el trabajo es lo que mejor idea puede darnos de “su imagen y semejanza”, es un acto creador. Nosotros anunciamos esto por cómo estamos ahí, en la realidad, con nuestra vida. «Siervo de mi Señor, no esclavo del emperador», decía el esclavo frigio en el Barrabás de Pär Lagerkvist. La Iglesia tiene un gran patrimonio. Te pone en acción, tanto en las circunstancias más difíciles como en las más sencillas.
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