Una herida que divide familias. El recelo frente a quien piensa distinto. La trágica reducción del cristianismo a ideología. Y la experiencia de que «el punto de partida del cristiano es un acontecimiento». Que tiene la potencia de cambiar lo que nosotros damos por imposible
Ignacio Carbajosa
En España se están viviendo días de gran tensión. La decisión del gobierno catalán de convocar un referéndum ilegal en torno a la independencia ha tensado, hasta límites insospechados, la cuerda de unas relaciones con el Estado español ya muy erosionadas. En la calle no se habla de otra cosa desde hace más de un mes. Todos tenemos una opinión, que creemos fuertemente fundada y razonada. Las opiniones incluyen, en la mayoría de los casos, una lista de agravios y otra de descalificaciones a “Madrid” o a “Cataluña”. Las posturas parecen irreconciliables y no se vislumbra una solución fácil.
Fuera de Cataluña, esta situación crea indignación y exacerba los ánimos, partiendo del dato de la deslealtad institucional del gobierno catalán, que atenta contra la Constitución y la convivencia de siglos. En Cataluña, por su parte, muchos viven con la esperanza de alcanzar un ideal, a través del «derecho a decidir», apoyados en «los derechos propios de los pueblos». Una aspiración que une a buena parte de la población. Pero no a toda. De hecho, en estos días se agrava una herida que divide familias, que promueve el silencio entre compañeros de estudio o trabajo, que favorece el recelo frente a quien piensa distinto.
La pobreza y el tesoro. En estas circunstancias, nuestros amigos de Cataluña han publicado una nota en la que se preguntan: «¿qué permite una construcción común?». La comunidad de CL en Cataluña, con sensibilidades muy diferentes en torno al problema, parte reconociendo la propia «pobreza a la hora de ofrecer una solución a la cuestión planteada». Pero a la vez pone delante de todos un tesoro que descubre en su vida cotidiana y que «puede resultar útil en los tiempos de conflicto y de tensión que se avecinan». ¿De qué tesoro se trata? «En nuestra comunidad cristiana estamos sorprendidos de vivir una unidad que va más allá de la disparidad de opiniones y sensibilidades. La presencia de Cristo, que desborda discursos y proyectos, no garantiza la resolución de los desacuerdos. Sin embargo, posibilita un camino juntos en el que el otro, haga lo que haga y piense lo que piense, es un bien, porque me ayuda a ser yo mismo. Y sobre esto se ancla cualquier posibilidad de diálogo».
La comunidad cristiana: coordenadas de espacio y tiempo en las que lo que parece imposible a nivel regional o nacional ya se da. ¿Es esto suficiente? Para muchos de nuestros amigos fuera de Cataluña, esto no basta. «Es necesario decir la verdad, no se puede callar», dicen algunos. «La inteligencia de la fe debe convertirse en inteligencia de la realidad hasta juzgar cada detalle», apostillan otros. Lo bueno de esta situación es que nos ha puesto delante un escenario hasta ahora inédito y que es un excelente banco de pruebas. Por vez primera, el “enemigo” que no entiende la “verdad” no es uno fuera de la Iglesia, un “ateo”, un “anticlerical” o, en el mejor de los casos, un cristiano que ha perdido el norte. Se trata de un amigo de CL que vive en Cataluña y que al escuchar las «verdades que no se deben callar» no se siente en absoluto reconocido y, menos aún, abrazado. Y al revés, ciertas imágenes de «Madrid nos roba» resultan caricaturas para uno que vive en la capital.
Este laboratorio nos está permitiendo descubrir en acción si nuestros juicios nacen del tertuliano que todos llevamos dentro (y, por tanto, solo alcanzan a los propios “correligionarios”) o si nuestros juicios nacen de la fe, son originales, nuevos, abrazan al otro y permiten abrir «procesos». Un juicio nuevo, en este cambio de época (del que el problema catalán es una expresión), es imposible si no se deja tocar y desplazar por el carisma, que se está moviendo en estos últimos años para entender la nueva situación.
Un mínimo de lealtad. En este sentido, los primeros capítulos del libro La belleza desarmada están por descubrir entre nosotros, como una ayuda para leer lo que nos está pasando en España.
Quien tiene un mínimo de lealtad con su experiencia, en estos días se abre a reconocer el desconcierto, como un amigo que me escribía: «Llevo varios días leyendo multitud de editoriales y opiniones de diversos medios, tratando de informarme lo mejor posible, y hablando con amigos y compañeros de trabajo. Vivo escandalizado por la reacción de parte de la Iglesia en Cataluña, que exacerba un sentimiento, y juega a un juego de propaganda que desprecia la realidad. El problema es que toda esta sobreinformación me deja agotado y triste. Y preocupado: ¿qué hace que nos peguemos a la realidad y no a nuestro sueño u opinión mezquina?».
La realidad y no la opinión. ¿Qué permite recuperar un juicio nuevo que abrace la realidad? ¿De dónde nos puede llegar luz? «El punto de partida del cristiano es un acontecimiento. El punto de partida de los demás es una cierta impresión de las cosas», decía don Giussani, tal y como nos recordaba Julián Carrón en la Jornada de Apertura de curso que tuvo lugar en Madrid el 1 de octubre. «Pero para que esto llegue a constituir el punto de partida», añadía Julián, «es preciso que el acontecimiento esté sucediendo ahora y que sea más potente que la impresión que me provocan las cosas». Sobre esto se hablaba, en relación con la situación catalana, durante la comida que tuvimos con Julián después de su intervención. Es entonces cuando uno de nosotros, que trabaja en un colegio en la Cataluña rural, zona fuertemente independentista, cuenta lo que le había sucedido a una alumna suya en la jornada de apertura de curso de bachilleres, que había tenido lugar el día anterior, en Madrid.
El imprevisto. Esta alumna se levanta en la asamblea de doscientos cincuenta estudiantes y comienza diciendo: «Yo soy independentista. A pesar de los motivos que tenga, no solo soy una independentista. Y estos días, de hecho, me pregunto constantemente quién soy. Me cuesta que me llamen “separatista”, como si yo solo fuera esto. Sin embargo, hay una cosa que sé con total certeza: yo quiero ser amada por encima de todo esto. Y me duele mucho sentirme juzgada constantemente». Acto seguido cuenta cómo ha vivido las semanas anteriores cargada de prejuicios, dentro del ambiente separatista en el que vive. Prejuicios que tienen que ver con “Madrid”. Sin embargo, ha decidido ausentarse de su pueblo y viajar precisamente a Madrid, justo en una fecha tan significativa como el 1 de octubre, día del «referéndum de autodeterminación». De hecho, algunos de sus familiares van a pasar el fin de semana encerrados en un colegio para evitar que las fuerzas del orden lo cierren y eviten el voto el domingo.
¿Qué razón poderosa le mueve? Sigue contando: «Hoy estoy aquí, lejos de Barcelona, porque la amistad con una amiga de Madrid me ha ayudado a despertar, a alejarme del escepticismo, a juzgar todo lo que estamos viviendo. Ella me está ayudando a vivir, a comprenderme a mí misma». La noche anterior, al llegar del largo viaje, el grupo de bachilleres de Cataluña había sido acogido en una parroquia de Madrid. Llegaban al sitio «que siempre se dice que nos oprime» con un cierto miedo a saber «cómo nos iban a mirar el resto de chicos». Durante la cena sucede el imprevisto: un abrazo a la vida de cada uno, una unidad desde un mismo corazón que desea, que sufre, que busca. Hasta el punto de que esta chica se sorprende pensando: «Ojalá mis padres estuvieran aquí. Ojalá vieran esto todos mis amigos». Cierra su intervención en la asamblea diciendo: «Después de estos días con vosotros, después de lo que he oído sobre mi corazón, mi deseo y Cristo, yo ya no puedo decir que soy distinta de vosotros. Yo soy una con vosotros».
Nuestro reto. Julián salta de la silla: «¡El acontecimiento sucediendo!». «Solo el acontecimiento cristiano, cuando sucede, tiene la potencia de cambiar lo que nosotros ya hemos considerado imposible, como en este caso. ¿Qué otra cosa podemos decir sobre la situación actual, de qué otro juicio podemos partir?». Terminada la comida se acercan los bachilleres catalanes a saludar a Julián, ya preparados para emprender el viaje de retorno. Julián los abraza uno a uno y empieza un diálogo con la chica que había intervenido en la asamblea. Ella le dice: «Ahora tengo miedo del lunes, de que todo lo que he vivido sea sepultado por todo lo que voy a oír y leer al volver a mi ambiente». «No te preocupes por el lunes», le contesta Julián, «el problema es el domingo, si el domingo ha sucedido algo o no. Tú solo tienes que volver constantemente al domingo. Esta es la única esperanza para nuestro país, y tengo curiosidad de ver cómo se desarrolla».
¿De dónde nace un juicio nuevo que llegue a tocar toda la realidad? «El conocimiento nuevo», nos había dicho Julián en la Jornada de Apertura de Curso, «implica que nos mantengamos contemporáneos con el acontecimiento que lo produce y continuamente lo sostiene». Este es nuestro reto y nuestra conversión. De aquí nace la metanoia, el cambio de mentalidad, tan necesario en estos momentos que atraviesa España.
DOCUMENTO
Cataluña. La posibilidad de un auténtico diálogo
El manifiesto de los bachilleres españoles de Comunión y Liberación, tras un encuentro en vísperas del referéndum ilegal. «Las diferencias no se diluyen, pero la extrañeza…»
Es 30 de septiembre. Apenas faltan 15 horas para el 1-O. Una estudiante de Barcelona se levanta en una asamblea ante doscientos cincuenta adolescentes que se reúnen en Madrid venidos de distintos puntos de la península: «Yo soy independentista. Pero siento que no estoy definida exclusivamente por esta elección. Estos días, de hecho, me pregunto constantemente quién soy. Me cuesta que me llamen “separatista”, como si este término identificara todo lo que soy. De hecho, hay una cosa que sé con total certeza: yo quiero ser amada por encima de todo esto. Y me duele mucho sentirme juzgada constantemente. Hoy estoy aquí, lejos de Barcelona, porque la amistad con una amiga de Madrid me ha ayudado a despertar, a alejarme del escepticismo, a juzgar todo lo que estamos viviendo. Ella me está ayudando a vivir, a comprenderme a mí misma».
Estos estudiantes tienen dos costumbres particularmente extrañas. La primera es que hablan y se escuchan. Y no solo dialogan; se narran la vida, se hacen preguntas, se interesan por lo que sucede en su entorno, se relacionan con profesores y adultos para afrontar sus problemas, heridas y deseos. Se ayudan y se corrigen. La segunda es que cantan. Cantan como canta un pueblo que tiene algo que expresar. Siguiendo la tradición cristiana, han aprendido a valorar el ritmo de los espirituales negros, la alegría incontenible de los cantos irlandeses e, incluso, la nostalgia de las habaneras catalanas.
Antes de que finalice la asamblea, casi trescientas voces cantan con decisión y sin vergüenza El meu avi. Esta preciosa habanera los mece a derecha e izquierda, igual que el agua del océano mueve con fuerza al Catalá; lejos de su casa, los marineros valientes y cansados se acuerdan de su tierra y cantan al recordar lo que dejaron atrás: Visca Catalunya!, Visca el “Catalá”. Delante de la belleza, unos y otros se desarman y forman una sola voz. Las diferencias no se diluyen, pero ya no son enemigas ni extrañas.
Estos adolescentes portan la esperanza para España. Se han topado con una realidad humana que los aleja de la ingenuidad, del escepticismo, del resentimiento. Frente a la ideología que nos ha invadido durante estos días, la curiosidad de estos chicos marca el verdadero camino a la libertad. En el encuentro con la experiencia cristiana una estudiante que lo esperaba todo del 1-O y una entera comunidad de estudiantes y profesores son capaces de salir de sí mismos y de reconocerse como una sola cosa.
La verdadera novedad no siempre aparece bajo los focos: el 30 de septiembre, pocas horas antes del 1-O, jóvenes de 15 y 16 años ponían en juego la posibilidad de un auténtico diálogo, el que se sostiene en la comprensión y estima del otro, incluso en la vida política. Urge comprender qué tipo de propuestas educativas es capaz de generar esta unidad, atrevida e imprevisible. Visca Catalunya, Visca el “Català”. El canto de estos chicos no era un grito partidista y estéril, sino el corazón de una experiencia común.
Los bachilleres de Comunión y Liberación
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón