Después del encuentro en Barcelona sobre el libro La belleza desarmada, PILAR RAHOLA continúa el diálogo iniciado con Julián Carrón. En una época de “martillos de los herejes ideológicos”, he aquí por qué «necesitamos a los cristianos»
Pilar Rahola es una mujer conocida en Cataluña y en el resto de España como analista en televisión, articulista y escritora. Líder de ERC (Esquerra Republicana de Catalunya), diputada en Madrid durante siete años, dejó la primera línea política hace algunos años. No creyente, se confiesa seducida por La Belleza Desarmada de Julián Carrón (el video integral de la presentación del libro en clonline.org). Al poco tiempo, el corazón de su ciudad y Cambrils han sido golpeados duramente.
¿Cómo has reaccionado ante estos atentados?
Llevo más de quince años ocupándome de las cuestiones vinculadas al islam. He publicado dos libros sobre este tema. En su momento recogí incluso un listado de imanes salafitas presentes en Cataluña y se lo entregué a la policía. He alertado a menudo del riesgo de atentados que era previsible aunque no se puede prever algo así. Todos sabemos que Barcelona se encuentra entre los objetivos yihadistas. Lo que ha pasado me provoca un gran dolor y una gran rabia, pero la libertad es más fuerte que el odio. Han querido golpear el corazón de la libertad, que es el tiempo libre, el esparcimiento. Por ello han golpeado en las Ramblas pero nuestra reacción ha sido volver inmediatamente allí para mostrar que su objetivo había fracasado.
Has sostenido que estamos en un tiempo de dogmatismos éticos y que la libertad está amenazada. ¿Por qué?
Creo que una de las grandes conquistas de la Ilustración fue poner la razón en el centro de las leyes y de la vida colectiva. A partir de ahí fuimos desarrollando conceptos de libertad que nos enriquecían como sociedad y de alguna forma también fuimos ganando, en respeto, en ética social, en capacidad de entender a los otros, a los distintos, etcétera. Desde la Ilustración las sociedades libres, las sociedades democráticas, han intentado ir cubriendo, a través de las leyes, las zonas oscuras de la actuación humana. Hemos luchado contra los prejuicios sexuales, raciales, contra las intolerancias, las xenofobias… Todo esto creo que es la parte positiva de este proceso hacia la libertad. ¿Cuál es el problema? Que en esa voluntad de “hiperlegalización” hemos llegado a un punto en el que estamos pervirtiendo la libertad. En la lucha contra los prejuicios, hemos empezado a prohibir el pensamiento libre. Antes había herejes religiosos, ahora hay herejes sociales. Para resumirlo con menos complejidad: lo políticamente correcto ha sido una forma de mejorar la sociedad, hoy es un ariete contra el que piensa distinto.
¿Eso quiere decir que la Ilustración se ha vuelto contra el espacio de libertad que ella misma había abierto?
La Ilustración ha entrado en crisis. Primero, porque hemos descubierto que la razón no lo explica todo. Segundo, las leyes no lo resuelven todo. Y tercero, hay un “martillo de herejes ideológicos”. Hubo un tiempo en el que había personas que podían ser estigmatizadas por su identidad. Hoy son despreciados aquellos que piensan sin atenerse a lo políticamente correcto. No creo que la Ilustración no sirva, creo que ha llegado a un punto en el que no avanza. Las sociedades libres son menos libres hoy que hace un tiempo, y en cambio tenemos más leyes que regulan la libertad. Es una contradicción, es una paradoja.
En esta situación, ¿por qué invitas a los cristianos –lo has hecho varias veces– «a salir del armario»?
Porque creo que los cristianos son hoy por hoy, en las sociedades libres y también desgraciadamente en muchas otras partes, las víctimas silenciadas. Sufren el estigma de la letra escarlata, como el que se ponía a las adúlteras francesas. Durante mucho tiempo han sido vistos como la cultura dominante, han sido vistos como el poder. Obviamente han formado parte del poder y en eso se han equivocado mucho. Pero hoy ser cristiano en el mundo occidental empieza a ser un problema. La cruz está mal vista. Y es interesante el fenómeno porque ahora el cristianismo está retornando a la raíz. Ese proceso, que me parece un proceso interesantísimo y muy revolucionario, no está bien visto. Cuando el obispo de Solsona, Xavier Novell, hace unas declaraciones en una misa, diciendo que le parece que la ausencia del padre en la familia tradicional puede generar algún tipo de problema en los hijos, se monta una gran polémica. Se le declara persona non grata, y al final el hombre llega incluso a pedir perdón. ¿Yo pienso como Novell? No. Pero Novell es una víctima. No puede ser que, en nombre de la libertad, no se pueda disentir del pensamiento único.
Hay una forma de presencia cristiana en esta sociedad plural que intenta ofrecer a la razón cívica, a la convivencia cívica, una inteligencia de la realidad que nace de la fe. Para ello no se invocan hegemonías, no se invoca la ley divina, sino aquella inteligencia de la realidad que parte de la fe. ¿Qué aportación se puede realizar con esta clave?
Yo creo que este es el pensamiento de Julián Carrón. Y me parece muy interesante. Yo no soy creyente, pero no soy creyente no porque no quiera serlo sino porque no he llegado al punto de que la creencia me resuelva mis dudas y mi manera de entender la vida. Sabemos que la razón no lo explica todo. Esa es la crisis de la Ilustración, pensar que la razón ha resuelto todos los enigmas. No es cierto. Ha creado otros. Estamos en una sociedad cada vez más compleja, más desconcertada, más perdida. Por un lado, hay algo que está fallando muy seriamente y por otro lado hay gente que a través de la fe aporta grandes conceptos de progreso, libertad, reflexión, madurez social. Eso para mí es muy importante. Todos aquellos que aportan la fe al debate colectivo ayudan a que el debate colectivo sea más profundo, más interesante y probablemente mucho más rico.
Pero si se trata de hacer una aportación cívica, la aportación de la fe en cualquier caso tendrá que pasar a través de la libertad y tendrá que pasar también a través de un criterio racional. ¿No te parece?
Sin ninguna duda. Pero el problema es que previamente tenemos que permitir que esa aportación de la fe esté bien vista. Es decir, lo que me preocupa fundamentalmente –y ahí soy una aprendiz de pensadora–, desde mi posición lejana a la creencia y a la fe, es que en el momento en el que estamos, los que reflexionan más profundamente sobre los abismos del ser humano acostumbran a ser gente creyente. Quienes se preguntan por el desconcierto, por los miedos, por esta sociedad extraña que está perdiendo la esperanza, es gente de fe. Tengo la impresión de que está produciéndose un fenómeno cercano al que se produjo con el primer cristianismo, cuando los que revolucionaron el mundo y lo cambiaron fueron gente de fe. Yo quiero que eso forme parte de la reflexión global. No te sabría decir qué aportan exactamente, eso lo tendréis que hacer la gente que tenéis fe. Te pongo un ejemplo. Uno de los textos más interesantes que yo he leído sobre el momento actual lo escribió Benedicto XVI en sus conversaciones con Habermas. También su discurso cuando fue a Inglaterra me pareció muy relevante. Y La Belleza Desarmada de Julián Carrón también es uno de los textos que me han explicado más el momento actual de lo mucho que he leído.
¿Qué significa todo esto?
Pues que hay algo que hemos estado haciendo mal. Hubo un momento en la historia en que decidimos que los dioses no formaban parte del pensamiento colectivo, solo formaban parte de lo individual. No estaban en el ágora pública. Ahora hemos descubierto que así no resolvemos los problemas que tenemos planteados. Sustituimos a los gurús religiosos por los gurús políticos, sustituimos la fe por la ideología, pero continuamos queriendo dominar el mundo, resolver nuestras dudas y, sobre todo, superar nuestros miedos. Por eso quizá hay que volver a incorporar el concepto de la fe. ¿Por qué me he acercado yo a todo este mundo? No porque lo entienda, sino porque me da luz, me ayuda a reflexionar sobre temas sobre los que no volvería normalmente. Me ayuda a volver a la base fundamental del ser humano, que es la bondad, la empatía con el prójimo, a lo fundamental que determina las cosas. Y eso es volver de alguna forma al catecismo. ¿Cuál es la gente en el mundo, hoy por hoy, que más se compromete con el otro? En general es gente de fe. ¿Qué es eso? ¿Qué significa eso? Hay que incorporar ese factor al pensamiento global pero no te sabría decir cómo.
Llevo cuatro o cinco años recorriendo el mundo, recogiendo testimonios de cristianos perseguidos. He estado en Egipto, en Siria, en Líbano, en Iraq, en Nigeria, en la India. He visto unos testimonios de una belleza impresionante, testimonios de fidelidad, de gratuidad, de perdón y de contribución cívica. ¿A ti que no eres cristiana por qué te interesa este tema?
Estoy escribiendo ahora un libro que se titulará justamente S.O.S. Cristianos. Hago un triple análisis de la persecución cristiana en el mundo. La primera es la obvia, la clara, la violenta, la que tiene que ver con la yihad y los extremismos. Una segunda es la de los países miembros de la ONU donde por ser cristiano te pueden condenar a prisión, a muerte, o te niegan tus derechos fundamentales. Creo que hay que hacer un mapa de eso, desde Corea del Norte hasta Arabia Saudí. Y luego esa cristianofobia sutil que se da en las sociedades democráticas liberales, sobre todo las europeas, por el pensamiento políticamente correcto que ha estigmatizado a los cristianos. Esto me interesaba. Si tú me preguntas por qué, te diré que por algo básico. Porque son víctimas y porque se les niega su condición de víctimas.
Hay un silenciamiento de la persecución.
Las víctimas cristianas no existen. Mueren dos veces. Mueren como víctimas y mueren porque se les niega. Son víctimas aleatorias, pasaban por allí. Se niega que haya una cristianofobia en los discursos, en los diálogos, en determinadas ideologías. No puede ser que neguemos que hay millones de personas que, por su fe cristiana, porque creen en Cristo, ven peligrar su vida o sus libertades.
En ocasiones se considera que la libertad religiosa es un derecho de segunda categoría.
El cristianismo ha sido el pensamiento religioso del poder durante siglos. Pero no por eso los cristianos deben pagar las consecuencias de la opresión. No me sirve que me hablen del pasado. Es evidente que la Iglesia católica se ha podido equivocar muchísimo. Pero a mí me preocupa ese asirio, o ese copto, o ese cristiano que, en Iraq, en Somalia, en Nigeria o en Arabia Saudita no puede creer en Cristo porque se le niegan sus derechos. ¿Por qué negamos que hay cristianos que están en situación de riesgo por ser cristianos? Creo que son víctimas incómodas que el mundo de la progresía no sabe dónde colocarlas. Yo no soy cristiana –aunque lo soy de cultura y por supuesto hay aspectos de mi cultura cristiana y católica que continúan llenándome profundamente– pero eso no significa que no me preocupe porque alguien pueda rezar a Cristo o seguir sus doctrinas. Ese asedio a la fe en muchos lugares del mundo ha hecho al mundo cristiano muy interesante.
El cristianismo vuelve a ser lo que fue en su origen, no una religión de poder sino una religión de los perseguidos.
Exactamente. Ser hoy un cristiano en Bagdad o en Basora, o serlo en Somalia, ya no te digo en Corea del Norte, significa que se ha hecho un proceso vital y personal transcendente muy profundo. Significa que se quiere creer en ello, que hay algo que inspira más allá de los miedos y las facilidades. Eso es extraordinario, es luminoso.
Es la consecuencia de una decisión libre, de una libertad seducida.
Y de una gran valentía. ¿Cómo no voy a admirar yo a alguien que se va a una iglesia en Damasco, sabiendo que puede haber una bomba? ¿Cómo no me va a parecer revolucionario, luminoso? Y no hablamos de dos personas, ni de veinte, ni de cien, hablamos de millones.
Es un tesoro para todos, se sea creyente o no.
Es brutal. Y eso hace que el cristiano, de golpe, tenga mucho sentido. Porque al final, si me permites, las enseñanzas de Cristo, del Nuevo Testamento en su conjunto, se convierten en un libro fundamental para las libertades de la historia.
Decías en tu reciente conversación con Julián Carrón que en esta crisis en la que estamos nos encontramos con una sociedad sin preguntas. ¿Por qué crees que es así? ¿Por miedo, porque la razón ha fracasado, porque aceptemos generalmente respuestas prefabricadas…?
Entre otras cosas porque ya tenemos todas las respuestas, hemos sustituido las preguntas por las consignas. Quizá hemos dejado que los pensadores pensaran por nosotros. Fíjate que a cada pregunta del ser humano se responde con una consigna. La pregunta parece resuelta por lo ideológico, pero no está resuelta.
La consigna calla la pregunta.
La consigna mata. Más que callarla, la mata. En el momento en que tú tienes una respuesta prefabricada –y la corrección política ha prefabricado montones de respuestas– entonces no tienes preguntas, ya parece que lo tienes resuelto. Pero no tienes resuelto nada, estás en un permanente desconcierto.
Porque la pregunta reaparece siempre, aunque se la mate.
Reaparece la pregunta, o el malestar. Vivimos en una sociedad donde se intenta regular todo y sin embargo estamos permanentemente desconcertados, asustados. No acabamos de encontrar la solución.
Es verdad. No nos atrevemos a reconocer el malestar, ni siquiera eso.
No, porque la felicidad también es una obligación, forma parte de la corrección política. El papá Estado nos lo resuelve todo, no tenemos que tener ninguna iniciativa personal porque para eso tenemos una Administración que va a pensar por nosotros… En las reflexiones que intento hacer, por lo general, no tengo al otro lado un interlocutor que se haga las mismas preguntas. Suelo encontrar personas que tienen todas las respuestas, y sin embargo veo que el mundo no va nada bien.
Probablemente, a estas alturas reconocer el malestar sea un ejercicio de liberación.
Reconocer el desconcierto, y por supuesto, el malestar que te provoca no tener las respuestas. Y si la fe las da, ¿por qué es malo?
La fe, cuando es fe auténtica, no mata la pregunta: la potencia mucho más.
No tengo ninguna duda de que un creyente es fundamentalmente alguien lleno de dudas, pero como mínimo tiene una fuerza que le inspira. Yo por ejemplo tengo las dudas peladas, secas. Mi sentido interior acaba siendo mi familia, mi gente, su futuro, pero es evidente que, a mí, que soy una racionalista pura, me falta algo ahí que no he resuelto. Tú me preguntabas antes por qué los cristianos tenían que salir del armario. Porque os necesitamos. No puede ser que una amiga mía el otro día me dijera que le da miedo llevar una cruz porque se ríen, ¡se ríen, en una democracia! Y yo le dije: yo necesito tu cruz, porque significa que te sientes segura no solo de tu fe sino de tu sociedad. Claro que os necesitamos. La razón no ha resuelto lo que tenemos delante.
PILAR RAHOLA
Nace en Barcelona en 1958. Se licencia en Filología Hispánica y Catalana. Periodista en prensa, radio y televisión, es actualmente columnista de La Vanguardia. Autora de diversos libros, entre ellos Rosa de ceniza. Próximamente publicará un ensayo titulado S.O.S. Cristianos.
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