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Huellas N.6, Junio 2017

PRIMER PLANO

Espacio abierto

Davide Perillo

Un lugar suspendido en el tiempo. Pero donde están sucediendo cosas que antes parecían imposibles. Encuentros estratégicos para la política mundial. Apertura hacia la Iglesia y de la Iglesia. Hasta llegar a la pequeña comunidad de CL y la presentación de la biografía de don Giussani… Reportaje desde Cuba

El pasado sigue todavía allí. Físico, concreto. Algo que se ve y se toca, en los murales del Che y en las fotos de Fidel. En los almendrones, esos coches americanos donde uno se cuela al vuelo para dirigirse al centro. O en las leyendas escritas en los edificios, que recuerdan en qué momento el calendario cambio de dirección: «Es el 59° aniversario de la Revolución». Allí nació el “Muro del Caribe”, que convirtió a Cuba en avanzadilla y luego en bandera de medio mundo, ese que miraba hacia el socialismo real.
En otros lugares se ha disuelto casi por completo. Aquí no. Aquí se ve y se toca.
Da la impresión de ser un lugar suspendido en el tiempo, que no sabe muy bien qué camino tomará en el futuro, rico en una humanidad muy vital y al mismo tiempo cansado, desconfiado. En el fondo, como a menudo puede pasarnos a nosotros. A cada uno de nosotros. Si bien es un espejo del mundo, Cuba también es un espejo de nosotros mismos, un lugar donde se capta al vuelo hasta qué punto era cierto lo que don Giussani les decía a sus alumnos: «Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre». No hay alternativa.
Tal vez por eso Cuba se ha convertido en la «isla de los tres Papas», visitada por los últimos pontífices: Juan Pablo II en 1998, Benedicto XVI en 2012 y Francisco hace menos de dos años. Sin duda es estratégica, por historia y situación. Es un lugar donde suceden encuentros que pueden desviar el eje de la geopolítica global (como el de Barack Obama con Raúl Castro en marzo de 2016, el inicio del deshielo con los Estados Unidos) o incluso el de las relaciones entre las iglesias (en el aeropuerto de La Habana tuvo lugar el abrazo del Papa Francisco a Kiril, Patriarca de Moscú y toda Rusia). Pero en el fondo de todo eso –o quizás al principio– está justamente esa extraña mezcla de deseo y cansancio, de inquietud y desilusión, que en realidad todos llevamos dentro y a la que los Papas no dejan de dirigirse. Como Francisco en aquel espléndido discurso sin papeles a los jóvenes de aquí: «Soñad, desead, buscad horizontes, abríos a cosas grandes». ¿Pero qué hace posible abrirse? ¿Qué puede despertar toda esta humanidad, abrir de par en par el horizonte? ¿Y qué contribución puede ofrecer la Iglesia?
Impresiona ver asomar estas preguntas cuando estás aquí por la presentación de la biografía de don Giussani, el 25 de mayo. El día antes, en la mesa de un restaurante de La Habana, están el autor, Alberto Savorana, y los dos ponentes que intervendrán junto a él. Uno es Gustavo Andújar, 70 años. Dirige Espacio laical, revista de cultura y sociedad, y el centro cultural Félix Varela, donde tendrá lugar el encuentro. El otro, Roberto Manzano, casi coetáneo, es un poeta, uno de los mejores de Cuba, cristiano no practicante («mi padre era comunista, mi madre no, pero él también era un “comunista del Sagrado Corazón de Jesús”, esa imagen nunca la quitó de casa…»). Impactadísimo por Giussani, por su forma de afrontar las «preguntas últimas» y mirar la belleza («es la forma más rápida de llegar a la verdad; a través de la belleza, el hombre afronta su angustia existencial, es terapéutica»), por el hecho de que «leyendo su vida tienes la sensación de estar delante de un hombre siempre en camino. Sedimenta, acumula, procede en una cierta dirección, pero siempre es un crecimiento, un movimiento donde la experiencia es decisiva».

«No tengo sueños». En una hora y media de conversación por la que ya habría valido la pena el viaje, en la que empezando por Giussani se abren paso Dante, Péguy, el Big Bang, la Sagrada Familia, la libertad, la Trinidad, el Misterio, en un momento dado se presenta esa palabra: deseo. «Hay una película que deberíais ver, Suite Habana, de Fernando Pérez», dice Andújar. «Narra la jornada de una docena de cubanos, gente normal. Después de acabar, hay un extra: los protagonistas cuentan cuáles son sus sueños». ¿Y cómo son? «Son deseos minúsculos. Arreglar la casa de la madre, un coche… cosas así. Una incluso dice que “no tiene sueños”. Siempre me ha removido. Es sintomático que la gente ya no piense en grande, que renuncie a los ideales. Todo se reduce a una gratificación inmediata, al “me gusta, no me gusta”, el criterio se vuelve paupérrimo». Pero no solo es un problema de Cuba. «Es importante que Francisco haya hablado de esto. Pablo VI decía que el mundo no necesita maestros, sino testigos».
Frases que me vuelven a la cabeza en el viaje de La Habana a Matanzas. Cien kilómetros de carretera con cuatro carriles entre palmeras, bombas de extracción de petróleo y Buick morados que te adelantan por la derecha. Es como estar en una película de los años cincuenta. A veces se ve el mar, a la izquierda. Hay indicadores de las playas de los habaneros: Santa Cruz, El Fraile, Jibacoa… Varadero y la Cuba del turismo y los resort está cincuenta kilómetros más allá. A cada poco aparece en el asfalto alguien con un ramo de bananas o un cesto de fruta a la venta.
Matanzas tiene 140.000 habitantes. Laberintos de calles con socavones, casas bajas, con ángulos de belleza inesperada. Pero da la impresión de que el corazón está ahí, en esas seis personas alrededor de la mesa de una pizzería que cuelga fuera la bandera italiana. Es un pedazo de la pequeña comunidad de CL. El resto aparecerá después, en el encuentro en la parroquia con Savorana, para bombardearlo a preguntas sobre Giussani, el libro, los inicios. Sobre lo que están viviendo. Alejandro, el responsable, es de aquí. Trabaja en el Obispado y da clases. Deiviz y Yadiana, ambas asistentes hospitalarias, cuentan que están aquí porque «era un profesor diferente, por cómo estaba con nosotras. No nos preguntaba la materia sin más, se interesaba por nosotras». Testigos, no maestros…
Una vez vieron una imagen del Papa en su ordenador: «¿Pero eres católico?». Y empezó una amistad que Idelvis, la mujer de Alejandro, ha visto nacer desde el otro lado. «Él volvía a casa y me decía: ¿sabes?, hay dos estudiantes que… no sabría decirte pero tienen algo». Qué es ese algo, cómo puede crecer y madurar, lo están descubriendo poco a poco, siguiendo al Papa y al movimiento. De momento, para Deiviz ha supuesto retomar el camino de fe que había abandonado en su adolescencia; para Yadiana, empezar este camino desde el bautismo y madurar el deseo de casarse por la iglesia. «El otro día un alumno me dijo: “La Iglesia es una dictadura”», cuenta Alejandro: «Hace dos años le habría respondido enfadado o habría intentado convencerle mediante la dialéctica. Ahora me he sorprendido diciéndole: a ver, quiero entender por qué dices eso, porque tú eres un bien para mí. Y si tienes esta objeción, me obligas a ir hasta el fondo de lo que yo vivo. Me miró extrañado, pero empezó un diálogo».
Así es, diálogo. Nada obvio por estos lares. Nunca lo ha sido, en tiempos de muros y telones: este y oeste, socialismo y mercado, partido e Iglesia. Pero es la palabra que suena más veces estos días, como si quisiera mostrarte mejor todo su valor. Volvemos a La Habana para la presentación. Es en el centro Félix Varela, el antiguo seminario de san Carlos y san Ambrosio en el corazón de La Habana Vieja, dedicado a un sacerdote y filósofo reconocido por todos como un padre de la patria. «Aquí se empezó a pensar en Cuba», explica Andújar. La catedral está a dos pasos, a la vuelta de la esquina. Detrás de la fachada –una de las más hermosas de La Habana–, un claustro y tres plantas con aulas. Dentro hay un centro de estudios sobre la Iglesia que se ha ampliado a las facultades de humanidades, hasta convertirse en un curso parauniversitario: el Gobierno lo mira, con atención y un cierto interés. Más de un centenar de estudiantes vienen a conocer la Doctrina social y santo Tomás, la historia y una filosofía distinta de la que se estudia en los ateneos oficiales.

Fuera del recinto. Pero también sorprenden otras cosas que pasan aquí dentro. Hace cuatro años, por iniciativa del cardenal Jaime Ortega (ver entrevista en revistahuellas.org), nació un lugar donde prácticamente todos los meses hay encuentros, debates, mesas redondas con gente de toda índole: escritores y músicos, intelectuales “orgánicos” y disidentes, católicos o no. «Vienen porque aquí pueden encontrar un espacio donde la confrontación es real, se discute de verdad», con la única preocupación de “comprender al otro”, observa Andújar. Diálogo, así es. Allí donde no te lo esperarías.
La presentación de Luigi Giussani. Su vida también retoma continuamente este hilo (la crónica está publicada en revistahuellas.org). Con Manzano, que profundiza en muchos de los temas que se ponen sobre la mesa: las preguntas últimas, el deseo, la belleza como camino a la verdad, el estupor por cómo Giussani lee a Leopardi, su pedagogía. Y con Alberto Savorana, que narra aquel “hermoso día” en que el fundador de CL descubrió que la respuesta a estas preguntas era Cristo, «no una doctrina sino una persona». De ahí, «el deseo de comunicar a todos este descubrimiento» y la «gran capacidad de diálogo que tenía con cualquiera». Él también está impresionado por el hecho de que «esta presentación tenga lugar aquí, en este sitio que nació para crear un espacio de diálogo, no de dialéctica. Es lo mismo que vivió don Giussani. Haber encontrado la respuesta es el origen de su pasión por el hombre». En el fondo, durante toda su vida «no hizo otra cosa que comunicar una belleza que tiene el poder de despertar todo el deseo del hombre. Porque Cristo ha venido por un corazón que desea».
«En Cuba hay mucho deseo de espiritualidad. La gente se confronta con una vida cotidiana difícil, tiene sed de otra cosa», dice al día siguiente Roberto Méndez. Es el director de Palabra nueva, la revista de la archidiócesis, con diez mil copias mensuales, llegando a puntas de doce mil a pesar de que cada número es una aventura («se maqueta a mano, se imprime como se puede y cada mes debemos encontrar el papel, la tinta… Salimos de milagro más que por sistema»), con un público repartido también fuera del “recinto” («quizás tengamos más lectores fuera de la Iglesia que dentro, me encuentro personas de todo tipo que no solo me dicen que la leen sino que me comentan los artículos…») y una plantilla de colaboradores que sigue la huella del Varela: intelectuales, economistas y profesores de distinta orientación. ¿Por qué colaboran? «Porque somos algo diferente de la mayoría de revistas oficiales. No tenemos la presión de una línea ideológica sino la atención a la persona, y hay contenidos que en otras partes sería imposible encontrar. No solo sobre Iglesia y religión, sino sobre sociedad, arte, cultura…».
Un espacio libre, en definitiva. «Soy consultor del Pontificio Consejo para la Cultura. Cuando el cardenal Ravasi puso en marcha el atrio de los gentiles, le dije: mire, ahora el diálogo con los gentiles también lo estamos haciendo en Cuba». ¿Motivo? «Sencillo. Si no fuéramos así, estaríamos desaparecidos», sonríe Méndez. «No tengo opción: o dialogo, o desaparezco. Porque si me encierro entre estas cuatro paredes, no gano nada. Y fuera de aquí hay más gentiles que cristianos. Muchos más. ¿Cómo nos encontramos con ellos?».
Aunque la confrontación sigue siendo intensa y la ideología sigue pesando. La última polémica fuerte fue sobre el aborto, con duros ataques a la Iglesia. «Yo podría responder con un editorial duro, entonces tendría una respuesta igualmente dura y todo quedaría cerrado», dice Méndez: «¿Efecto? Cero». ¿Cuál es la alternativa? «Aprendemos caminando. Como pasó hace poco con una socióloga feminista que escribió sobre género. La llamé, quedamos a tomar un café y empezó una confrontación». ¿Pero qué es para vosotros el diálogo? «El espacio de encuentro con la otra persona. Como decían ayer en la presentación, no es contraponer argumentos a otros argumentos para imponerse. Es una historia que aquí hemos tenido que aprender después de décadas de desencuentro. Pero así estamos conociendo a muchos no católicos que empiezan a valorar ciertas cosas de la Iglesia. Es siempre un descubrimiento».

Proceso irreversible. «No sirve discutir sobre el diálogo, lo importante es hacerlo», dice Andújar. «Ofreciendo espacios y recibiendo a personas que puedan expresarse libremente. Es la herramienta más importante que tenemos para cambiar el estado de las cosas. El hecho mismo de que suceda quiere decir que es posible. Y espero que esto suscite imitaciones, no tenemos problemas de copyright…».
Aquí hay mucho del Papa, de su invitación a una Iglesia en salida y a «un camino que se aprende haciéndolo». Pero mientras tanto las cosas van cambiando. «Estamos al inicio de un proceso irreversible», comenta un amigo de aquí. Otra palabra que recuerda al Papa, esa importancia de «poner en marcha procesos, no ocupar espacios». No es casual que después de la visita de Francisco, la televisión cubana haya empezado a seguirle con atención. Lo que significa retransmitir también la misa de navidad, el Vía Crucis… Cosas que antes eran imposibles pero ahora suceden.
Como era imposible pensar, hace unos años, en una presentación de la biografía de don Giussani en La Habana. O imaginar encuentros como el que describe Adalberto, del pequeño grupo de la comunidad de CL aquí. Ingeniero nuclear, le enviaron a Rusia para estudiar («lo nuclear debía ser el futuro de Cuba; ahora trabajo en programas de televisión…»), oyó hablar de Jesús por primera vez a una anciana en un tren a Vorónezh: «Se sentó a mi lado, en un compartimento vacío, y me dijo: “¿Conoces a Cristo?”. Luego añadió: “Mira que Él es el único que puede ayudarte a vivir, a iluminar tu camino”». Así, literal. Se le quedó grabado, aun después de años de fatiga y búsqueda. Hasta que un día, delante de una iglesia, alguien le ofreció la revista Huellas… Ahora está aquí, junto a Silvia y Eduardo. Y a Rafael, que nos habla de la caritativa: «Vamos a visitar ancianos que por muchos motivos no pueden ir a la parroquia». Cuando le preguntas de qué les sirve ir a la caritativa, responde sencillamente: «A darme cuenta de que Jesús está entre nosotros. No sé decirlo de otra manera».
Parece poco, pero es todo. «Hay que tener paciencia y estar atentos a cada signo, enfocar bien la lente para ver lo que hay, en lugar de mirar lo mucho que falta», añade Alejandro. «Venir aquí es un óptimo ejercicio, porque mientras lo que falta puede ser una idea que tú proyectas, lo que se ve, por pequeño que sea, existe y es real». Y actúa, como diría Giussani.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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