Los dos José
«José, ahora basta. Vete a dar una vuelta». El chico se levanta de su sitio y con aire desafiante va hacia la puerta. Antes de salir, se da la vuelta hacia el profesor: «Profe, en un mes me gradúo. ¿Qué hará sin mí?». «Las naranjas maduran. ¡Sal!». Cinco años así. Bromas y comentarios sarcásticos sobre la clase de religión. Un poco para diferenciarse de los compañeros de clase, un poco para tapar lo que le roía por dentro. El padre Genaro lo tiene claro, aunque es cierto que en breve se lo quitaría de la vista.
Pasa un año. En el patio del instituto, un alumno para al sacerdote: «Profe, José ha tenido un accidente. Está en el hospital con la mandíbula rota». El sacerdote conoce perfectamente a este otro José. Un tipo despierto, lleno de preguntas… exactamente el opuesto del homónimo del año anterior. «Gracias. ¿Dónde lo han ingresado? En cuanto pueda, voy a verle». «Traumatología, tercera planta».
Una tarde el padre Genaro va al hospital. Nada más entrar en la habitación 212, se lleva una sorpresa. No le han dicho que con el mismo nombre, la misma edad, la misma sección, el que está ingresado es José, la naranja que tenía que madurar. «Me alegro de verle. Usted es el único profesor que ha venido a verme, que se ha acordado de mí». «¿Y cómo podría olvidarte?». Se queda con él toda la tarde.
Pasa el tiempo, al padre Genaro le hacen párroco y deja la enseñanza. Veinte años más tarde, una noche de septiembre, la secretaria de la parroquia llama al párroco: «Acaba de llamar un tal José preguntando por usted. Me ha dicho que le dijera: “Llevo veinte años buscándole”». El tiempo transcurrido desde aquella visita en el hospital. El sacerdote se pone en contacto con José y quedan unos días después.
«Padre, por fin le encontré. Fui al instituto preguntando por usted, pero nada. Luego una amiga me dijo que usted era su párroco». «Me alegro de verte después de tanto tiempo. ¿Qué es de tu vida?». «Me casé por la iglesia hace seis años, solo porque mi mujer quería comulgar. A mí no me importaba. De momento, no tenemos hijos. Cuando puedo, practico deportes de alto riesgo. Me he roto varios huesos. Mandíbula incluida. Por segunda vez». Se ríen juntos. Luego Genaro pregunta: «¿Por qué me has buscado durante veinte años?».
El hombre espera un momento antes de contestar. «Usted fue el único que sabía mirar y ver esa llamita que me ardía por dentro, que yo trataba de apagar con bromas y maldades». Al padre Genaro le viene a la memoria aquel chaval desafiante que creía haber perdido para siempre. Ahora, ante él, tiene a un hombre adulto. «Me gustaría recibir la primera Comunión y confirmarme». «Tendrás que acudir a la catequesis parroquial para los adultos que desean recibir los sacramentos». «De acuerdo».
En junio del año siguiente, José recibe la primera Comunión y la Confirmación. Su padrino, el padre Genaro.
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