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Huellas N.4, Abril 2017

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

EL PAPA, LAS COLAS Y LA JEFA DE ESTACIÓN
Gran hombre este Papa. Gran evento la misa con un millón de personas. Gran cosa formar parte de un pueblo como el que abarrotó el Parque de Monza. Sábado 25 de marzo, 17:00h. Con el corazón ensanchado por la gratitud, me encamino hacia la estación de tren con los amigos de la parroquia milanesa de San Ignacio para volver a casa. El viaje se revela más complicado de lo previsto: además de las colas (ampliamente previsibles) para salir del área donde se celebró la ceremonia, tenemos que esperar unas horas antes de poder acceder a la estación. Cae la noche, miles de personas se acumulan detrás de las vallas predispuestas para ordenar el tránsito de los peregrinos, la espera se prolonga excesivamente, se oyen las primeras quejas, algunas se tornan imprecaciones contra los organizadores, culpables de no haber predispuesto un servicio adecuado. Después del estupendo día de sol, cambia el tiempo y empieza a llover. Y nosotros seguimos esperando. ¿Cuándo lograremos salir? Crece el enfado entre la gente, dos personas casi llegan a las manos por una cuestión de “precedencia”, muchos la toman con la jefa de la estación, una mujer que trata como puede de organizar la salida de los trenes. «Es una vergüenza semejante desorganización (estamos en Lombardía...), ¿por qué no llega el tren? ¿Cabremos todos o alguien tendrá que esperar todavía? ¿Y hasta qué hora? Llevamos ya dos horas aquí…». Yo también me dejo llevar por la agitación, estoy a punto de sumar mi pregunta a todas las que llueven por todas partes sobre la cabeza de la mujer. La jefa de la estación no se inquieta, se da la vuelta hacia los que la increpan y les dice: «Llevo aquí desde las 7 de la mañana; me llamaron y me propusieron que echara una mano en la gestión de los trenes. Son las 8 de la tarde y no sé cuándo podré irme a casa esta noche. Todo gratis, prestación voluntaria. Pero, ¿sabe qué le digo, querido señor? Si pudiera volver atrás, volvería a hacerlo, no lo dudaría. Estoy realmente contenta de prestar este servicio». Pocas palabras que nos dejan en silencio. Nadie se atreve a replicar. Mientras finalmente subo al tren, pienso que toda la belleza experimentada durante la tarde corría el peligro de quedar sepultada bajo la ira y la agitación de esos momentos. Han sido necesarias esas pocas palabras, la presencia de esta jefa de estación en su decimotercera hora de trabajo gratuito, para no perder todo el bien recibido. Para darme cuenta de nuevo de lo que acababa de vivir, del don que me había ensanchado el corazón y que corría el riesgo de olvidar en seguida.
Giorgio, Milán (Italia)

El cartel de Pascua
ESAS MIRADAS FIJAS EN JESÚS
Entre 1439 y 1446 el Beato Angélico trabajó en uno de los ciclos más extraordinarios del Quattrocento italiano: los frescos del convento de San Marcos en Florencia, donde los dominicos se habían instalado por voluntad de los Medici. Angélico (cuyo nombre real era Giovanni da Fiesole) realizó un proyecto estudiado hasta en sus más mínimos detalles, enriqueciendo las celdas con imágenes que acompañaran la meditación de los frailes. Cada zona del convento se iba a pintar pensando en quién la habitaría. Por ejemplo, esta escena con el Sermón de la montaña se encuentra en una zona del convento destinada a los conversos: hermanos que permanecían en estado laical, excluidos del sacerdocio, y que atendían las necesidades materiales de la comunidad. A ellos estaban destinadas siete celdas. En general, se trataba de personas procedentes de clases pobres y por tanto, normalmente, poco instruidas. Por eso, Angélico imaginó un programa iconográfico sencillo, para facilitar la comprensión de los mensajes, apoyándose en el Evangelio de Mateo. En la segunda celda de conversos, la número 32 del convento, pintó este Sermón de la montaña (Mt 5, 1-48). La imagen es muy esencial, siguiendo esa solidez en la construcción que Angélico había aprendido de Masaccio. Sobre una plataforma rocosa que quiere expresar la fiabilidad del mensaje de Jesús, se ve a los apóstoles de espaldas, colocados en un círculo para escuchar al Señor. Con esa disposición representan a la Iglesia en su estado germinal. Angélico solo interrumpe la sobriedad casi desierta del contexto con la alternancia cromática, casi rítmica, de las vestiduras de los apóstoles: se suceden los tonos verde tierra, color sinopia, ocres, amarillos y rojos, como queriendo resaltar la especificidad de cada uno, convergiendo hacia la figura central de Jesús, que está sentado sobre una roca más alta. Lleva en una mano el pliego de los Evangelios, mientras con la otra señala al Padre como fuente de las bienaventuranzas que está enunciando. Para realizar este gran ciclo de frescos, el Beato Angélico puso a trabajar a su equipo (del que formaba parte, por ejemplo, Benozzo Gozzoli). Pero hay dos cosas que sin duda son de su propia mano: la extraordinaria invención, casi cinematográfica, del conjunto y la figura de Jesús, que hablando como un padre a sus hijos imanta esas pobres miradas.
Giuseppe Frangi

Fraternidad San Carlos
HIJOS, NO DISCÍPULOS
El domingo, sin ni siquiera haberlo pedido ni imaginado, entré en la Jerusalén celeste. Pensaba que iría a una misa de periferia y me encontré en la ciudad con las murallas de oro de la que habla la Sagrada Escritura (como canta Claudio Chieffo: «Ed ecco la città, con le sue mura d’oro, le sentinelle sulle torri…”»). Sí, la Jerusalén celeste baja del cielo con las vestiduras de la comunión vivida entre los hombres. Vi luz, rostros, palabra, fragilidad, canto. Y en todo silencio, admiración pendiente de otro. La misa en la parroquia de San Juan Bautista en Fuenlabrada en el domingo de Laetare manifestaba una unidad: el mantel blanco y la cruz dorada en el altar, el orden con que la gente se sienta sin distanciarse de los demás, la necesidad que abarrota el aula, los ojos de Laetare del padre Stefano, su voz sosegada que cree en lo que dice, el monaguillo negrito, el guitarrista extranjero, el canto gregoriano, las voces acostumbradas al griterío que gobiernan sorprendentemente su volumen y cantan unidas, los rostros pendientes de la larga lectura del evangelio sobre el ciego de nacimiento… Y en todo, silencio. Con el ciego evangélico repito: «Solo sé que no veía y ahora veo». Veo que, en la medida en que son hijos de don Giussani, estos sacerdotes de la Fraternidad San Carlos generan hijos y que la comunión entre ellos genera comunión entre la gente en Fuenlabrada.
Carmen, Madrid (España)

UNA CARTA PARA LA MADRE DEL DISC-JOCKEY FABO
Querido Julián, la historia de DJ Fabo (Fabiano Antoniani, conocido como Dj Fabo, murió recientemente en Suiza por eutanasia, ndt.) me ha provocado muchísimo. Sobre todo me ha obligado a volver a preguntarme qué es lo que me permite mirar toda la realidad sin censurar nada ni mirar hacia otro lado cada vez que las circunstancias son adversas. Llevaba una semana pensando que me gustaría decirle esto a la madre de Fabo, así que le escribí una carta. Le hablé sencillamente de mí, de cómo seguir a Cristo a través del movimiento me ha permitido todos estos años mirar a mi hija discapacitada y a la realidad entera como un don, y que mediante las personas que Jesús me ha puesto al lado puedo reconocer su abrazo misericordioso. Este abrazo es lo que cambia la vida. De modo que decidí ir al momento de oración organizado para él por dos motivos: primero, por este gran deseo de conocer a su madre y entregarle la carta; y además, por la curiosidad de ver cómo respondería Jesús ante una circunstancia tan trágica. Cuando llegué a la puerta de la iglesia quise volver a casa porque en la entrada solo había cámaras de televisión y una gran confusión, pero luego entré pensando que al menos rezaría una oración. Durante la celebración asistí a un auténtico milagro: el milagro de la victoria de Cristo sobre la muerte. La iglesia estaba repleta de gente en silencio, y era evidente que cada uno estaba allí con una pregunta. La madre pidió al sacerdote que leyera el Evangelio de los discípulos de Emaús y él lo comentó diciendo que debemos dejar que Jesús se haga compañero de camino también hoy, igual que hace dos mil años. Solo tenemos que dejarlo entrar en nuestra vida y dejarnos sorprender por Él. Lo que pasó el viernes por la noche ante los cientos de personas que estaban presentes fue el milagro de Jesús que transfigura la realidad, que puede transformar un drama en una esperanza, antes impensable, para todos. También para el amigo que le acompañó a Suiza y que estaba allí, en primera fila, silencioso y con los ojos abiertos de par en par, mirando hacia el altar, donde podía leerse: «Jesús os hará libres». Mientras lo miraba, pedía que él pueda reconocer lo mismo que se me ha concedido la gracia de ver: que Cristo está vivo y se hace nuestro compañero de camino. Esa es la única esperanza. Al final pude entregar mi carta a la madre. Había entrado en la iglesia con la idea, buena, de encontrarme con ella, pero yo fui la primera en verme desplazada por el acontecimiento de Cristo presente. Reconocerlo es la única posibilidad, para mí y para el mundo, de estar delante de todo con gratitud. De lo contrario solo quedaría una posición ideológica, lo que cabe en nuestra cabeza y nunca genera una verdadera alegría.
Ana

Triduo pascual
AGARRADO A UNA CUERDA
Hace dieciséis años participé en el Triduo pascual con don Giorgio Pontiggia y mi vida cambió. Por agradecimiento, me gustaría hacer un pequeño gesto de caridad en esta Cuaresma: pagar la cuota de los Ejercicios de Pascua para un chico o una chica de GS que no pueda ir por motivos económicos. Para mí aquellos Ejercicios siguen siendo como la cuerda que te sostiene en una ascensión en la montaña. Puedes tener un resbalón, pero nunca volver al punto de partida; así retomas el camino y te acercas un poco más a la meta. Estoy muy agradecido por toda la historia que empezó en esos Ejercicios y que me permite vivir la vocación matrimonial con mi mujer, Verónica, en la forma de la acogida.
Giovanni, Lugo de Romaña / Rávena (Italia)

Un post en Linkedin
PAPÁ, ¿ES BONITO TU TRABAJO?
A propósito de la portada de febrero dedicada al trabajo. Trabajo en recursos humanos. La semana pasada, a raíz de algunos hechos vividos, publiqué en Linkedin el post que os adjunto. En menos de tres días, 18.680 visualizaciones, 179 personas lo compartieron, 15 comentarios públicos y muchos más privados que me dicen, simplemente, que les gustaría ser tratados así.
Ayer por la tarde me llega un mensaje de WhatsApp de mi hija de 7 años. Me escribe desde el móvil de la abuela: «Chao papá, ¿es bonito tu trabajo? Quiero saberlo para cuando sea mayor. ¿A qué hora vuelves?». Querida hija, tu mensaje me ha despertado de la somnolencia de la rutina cotidiana. ¿Cuándo me encuentro feliz trabajando? ¿Por qué he elegido este tipo de trabajo? La respuesta no es obvia en absoluto y para cada uno puede ser distinta. Mi respuesta es esta. Para que las personas se encuentren a gusto en el lugar donde pasan la mayoría de su tiempo, para ofrecerles la posibilidad de aprender cosas nuevas, para favorecer su crecimiento y para que puedan poner su talento al servicio de la empresa. Para incrementar el valor de la empresa mediante su trabajo a todos les resulta evidente la ecuación “trabajadores felices = ganancia para la empresa”. Para dar a las madres la posibilidad de conciliar su vida profesional con la vida familiar: la maternidad es un valor también para el trabajo y no un límite (lo confirman también las neurociencias). Para que mis colaboradores crezcan trasmitiéndoles competencias, amor, pasión y una manera de interpretar el papel de los recursos humanos. Para escuchar, aportar contribuciones, proponer ideas organizativas y soluciones que a lo mejor otros no ven. Para regalar un tiempo en la familia a los compañeros de trabajo planteando planes de welfare/flexible benefit. Para comunicar a veces cosas incluso desagradables, siempre en el respeto sagrado del otro que tengo delante. Para implicar a mis colegas en nuevos retos y actividades estimulantes que les hagan partícipes y orgullosos de formar parte no tanto de una empresa sino de un proyecto común. Para ser cada vez más humano. Para llegar a casa por la tarde con mi familia (esto para mí es imprescindible) cansado, pero contento de haber contribuido a crear un pedacito de mundo más bello.
Marco, Concorezzo / Monza (Italia)

DELANTE DE LA CASCADA
Cuando decidí apuntarme a las vacaciones de los universitarios, lo hice sobre todo por los paseos, los juegos y la posibilidad de conocer personas nuevas. Es decir, me había apuntado por motivos secundarios y no por los principales: la misa y el encuentro con jóvenes que, aun siendo muy diferentes entre ellos, comparten la fe. Nunca había tenido una experiencia de cercanía con Dios y de encuentro con Cristo. Siempre he sido creyente aunque no iba a misa ni rezaba a diario. El primer día de las vacaciones, durante la misa, me senté al fondo y me puse a escuchar la música y a mirar a la gente. La mayoría seguía la liturgia con gran atención. Esto me llamó la atención y suscitó mi curiosidad. A la mañana siguiente fuimos a la playa para el gran juego. Yo formaba parte del equipo verde y a mi alrededor todos querían ganar. Sin perder el respeto por los adversarios, competíamos con gran entusiasmo. En ese momento me di cuenta que es muy bueno ser intensamente humanos. Después, participamos en la Eucaristía en una capilla cerca de la playa: allí me puse a rezar. El tercer día fuimos de excursión a una cascada. Fue el día que más me impresionó porque en un momento dado uno de los responsables nos pidió que camináramos en silencio. Creo que algunos estaban rezando, otros miraban la naturaleza. Hacía mucho calor y me hubiera gustado recogerme el pelo. En condiciones “normales” nunca lo habría hecho, porque tengo una disfunción en el oído y llevo unos aparatos. Me ha dado siempre mucha vergüenza, desde pequeña, que vean que llevo estos aparatos. No sé qué me pasó exactamente por la cabeza, solo sé que en un momento dado me recogí el pelo. En seguida sentí sensaciones distintas: vergüenza, nerviosismo, pero sobre todo me sentí libre. Me di cuenta de que, estando pendiente de quién me miraba, perdía el tiempo, me distraía y no gozaba del paisaje magnífico que me rodeaba. Así que opté por no prestar atención a las miradas ajenas. Cuando llegué delante de la cascada tuve una sensación de haber ganado una batalla y me quedé con el pelo recogido: había vencido mi inseguridad y ganado una libertad que no quería perder. Por la tarde me atreví a contar esta experiencia a otros amigos y nunca imaginé que iba a servirles también a ellos. Una de ellos, Milena, me dio las gracias y me dijo que en ese momento Cristo estaba allí conmigo. Entonces recordé que alguien había dicho que Cristo predicaba la libertad. Empecé a ver a este Hombre de manera distinta, como si se hubiera acercado a mí. Bracco me invitó a contarlo en la asamblea, diciéndome que sería un acto de caridad para con todos. En el momento le dije que sí, pero luego estuve dudando si hacerlo. Cuando por fin tomé el micrófono y empecé a hablar me sentí aún más libre. Luego lloré mucho, pero lloré porque había ganado. Sé que me esperan otras conquistas, pero esta para mí tiene un valor excepcional.
Larissa, Salvador de Bahía (Brasil)

Al cabo de veinte años
UN BIEN RECIBIDO, UN BIEN DONADO
Querido Julián, la semana pasada una pareja de la parroquia que conozco bastante bien me pide quedar conmigo. Sin preámbulos, la mujer me dice que llevan tiempo pensándolo y ahora han decidido: quieren hacer una donación a la Fraternidad de Comunión y Liberación. Unos veinte años antes, habían pasado por una situación muy dolorosa a causa de la enfermedad y luego pérdida de un hijo. En esa circunstancia les ayudamos económicamente para los cuidados que necesitaba su hijo. Ahora, ya jubilados los dos, querían devolver lo que habían recibido. Les di las gracias conmovida por su ánimo agradecido y, sobre todo, por su testimonio de cómo vivieron aquella prueba durante años: seguros de la presencia de Jesús y de María que les dio paz y fuerza para obrar sin cansarse. Cuando sucede un hecho como este resulta patente Quién genera continuamente nuestra vida, Quién nos movió a la caridad entonces y Quién les mueve a este gesto de profundo agradecimiento ahora y Quién hace posible la unidad entre las personas.
Carta firmada

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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