«Francisco nos ha hecho ver que hay un bien mayor de lo que creemos». PIETRO MODIANO, presidente de SEA
Pietro Modiano recibió al Papa nada más aterrizar y lo vio partir de vuelta por la noche. Entre medias, «algo nos ha pasado a todos». El presidente de la SEA, la sociedad que gestiona los aeropuertos milaneses, quiere contar un hecho.
Por la noche, en la pista del aeropuerto de Linate, a los pies del avión que llevaría de vuelta a Roma al Papa, un colaborador suyo se le acerca: «Por favor, pídale al Papa si puede saludar a nuestros colegas». Unas veinte personas, que habían trabajado en la gestión de los traslados. Respuesta: «No puedo hacerlo». No se atrevía, más aún después de una jornada como aquella, tras haber advertido la fatiga en la voz de Francisco al comienzo de la misa en Monza. Luego llega el momento de la despedida. «Me esperaba ver a un hombre agotado, vi a un hombre muy feliz». Todavía no se lo cree: «Verle así me animó a pedírselo. Me contestó algo que no entendí, pero que era un sí. Faltaban los saludos del alcalde y del arzobispo, y pensé que se le pasaría». En cambio, «Francisco se dio la vuelta y se dirigió hacia los trabajadores de la SEA». No se cansa de contarlo con detalle. «El Papa quiso compartir un poco de su tiempo con nosotros. ¿Entiendes?». Bien es cierto que tuvo que hacer frente al jefe de los guardaespaldas del Papa: «Me reprendió duramente», dice riéndose. «Él en cambio, antes de subir a la escalera del avión, se dio otra vez la vuelta y nos dijo: “Rezad por mí”».
¿Qué le ha sorprendido en él?
Su felicidad sobre todo. Para él había sido un día durísimo, pero algo le reanimaba. Luego me sorprendió la presencia continua de la gente a lo largo del día. Desde la llegada al aeropuerto: setecientas personas le esperaban desde las cinco de la mañana. Y así el día entero hasta el camino de vuelta.
¿Después del estadio?
Sí, desde San Siro hasta Linate. Nadie esperaba que hubiera todavía tanta gente por el camino. Volvimos en medio de dos filas ininterrumpidas y abarrotadas de gente… Creo que semejante compañía le ayudó mucho. Y al final sus ojos reflejaban la alegría de la ciudad.
¿Usted también estuvo presente en la celebración de la misa?
Sí. Fue algo increíble para mí. Era la primera vez que participaba en una misa así. Lo que de verdad me sobrecogió fue el silencio. Cuando se juntan cientos de miles de personas, es inevitable el griterío, porque la gente habla. En cambio, no. El silencio era total. Me dio la sensación de una gran celebración religiosa, de una profunda participación.
¿Cómo vio Milán durante ese día?
Muy distinta de cómo normalmente se la representa. O de cómo nos la representamos nosotros mismos.
¿Cómo?
Una ciudad fría, entregada solo al trabajo. Es una imagen errónea. Milán es una ciudad calurosísima, a veces incluso demasiado, capaz de sentimientos extremos, de grandes pasiones. Mi generación lo sabe bien, con el 68 más largo de Italia. O también si pensamos en ciertos episodios de los tiempos de la Liberación del fascismo: grandes actos de heroísmo. Y también algún acto de violencia feroz. Todo menos una ciudad de sentimientos moderados.
¿Por qué con la visita del Papa vio algo distinto?
He podido ver a una parte de la sociedad milanesa que quizás se oye menos en estos tiempos, pero que es una realidad preciosa. Silenciosa, pero fuerte. Y que actúa como tejido conectivo: mantiene unido este mundo nuestro en crisis. He visto tal cantidad de gente que escucha las palabras de Francisco y las comparte... y son palabras muy comprometidas.
¿Por ejemplo?
En primer lugar, acogida. Es una palabra casi sobrehumana. Pero que en esta ciudad existan tantas personas dispuestas a escucharla y practicarla indica que hay algo importantísimo que está haciendo este papado. Si callara la voz del Papa, sería mucho más difícil mantener unidas estas sociedades desarrolladas, las grandes urbes. En cambio, existe un pueblo que le escucha y comparte su camino.
Muchos extranjeros han acudido a los encuentros con el Papa.
También esto nos habla de Milán. Al contrario del dicho, los milaneses predican mal y liman bien. Milán es una ciudad que integra a los que llegan aquí. En Lombardía, el 28% de los inmigrantes tiene una casa en propiedad. La tasa de paro de los extranjeros es del 18%. No es baja, pero de todas formas cuatro de cada cinco trabajan. También en este sentido tengo la impresión de que nos consideramos peor de lo que somos en realidad. El Papa nos ha permitido vernos como en un espejo. Y lo que sale es una imagen muy bonita. Solemos ser de los que trabajan a gusto y sin descanso. Pero hay mucho más. Él nos ha ayudado a verlo porque se ha encontrado realmente con el pueblo, con la gente. Ha hablado con todo el mundo.
¿Qué es lo que más le ha impactado de sus palabras?
La homilía. La insistencia en la especulación: la especulación sobre el trabajo, los jóvenes… Me ha provocado. Pero por encima de todo he tenido una fuerte impresión de ternura, del afecto que él tiene a las personas. Ves que su afecto es realmente sincero. No es ninguna pose. Además, me han llamado poderosamente la atención las palabras de cardenal Scola en su saludo final. Cuando se conmovió. Me ha impresionado y se lo he dicho. Le he querido dar las gracias por algo tan bonito, y él me ha contestado: «Lo más bonito del día de hoy es la gente de Milán». Es una síntesis certera. También en su rostro vi la felicidad al final del día. Algo nos ha pasado a todos.
¿Y a usted?
Valía la pena trabajar en este oficio para poder disfrutar de cerca este momento.
Un testigo
LA GALILEA DE MI PRIMER ENCUENTRO
Una inexplicable unidad entre palabras, gestos y silencio. El encuentro en el Duomo visto con los ojos de un joven postulante benedictino
Llegué al Duomo, para el diálogo con el Papa Francisco, con el deseo de ser reconquistado de nuevo por Cristo, de volver a escuchar el acento que enardeció mi corazón al comienzo de mi vocación y que espero cada día. Mirar y escuchar a este hombre ha supuesto para mí una experiencia de sobreabundancia inesperada.
El largo silencio del Papa orando, nada más llegar al Duomo, fue su primera gran palabra. Me esperaba un discurso, pero en seguida me sentí tomado de la mano y devuelto al diálogo con la gran Presencia que busca incansablemente la relación conmigo. Luego el Papa pasó a saludar a los enfermos. Al principio no entendía por qué tardaba tanto; yo lo consideraba una formalidad en vista de lo importante que sería lo que venía después.
Pero nada más empezar el diálogo, apareció una unidad que antes no veía. Verle tan paternal en la relación con todos, tan atento a corregir y a valorar a cada persona que intervenía, me hizo caer en la cuenta de que en él no hay diferencia entre el gesto y la palabra. Creía que éramos nosotros los que le esperaban y, en cambio, mi impresión fue que éramos nosotros los deseados. Teníamos delante a un hombre que recibe todo como una mirada de Cristo sobre él y que por eso puede volver a empezar siempre de nuevo. Parecía cansado el Papa cuando llegó, parecía “descansado” cuando se fue. «Volved a la Galilea del primer encuentro», nos dijo: con toda evidencia, él es el primero que lo hace constantemente para poder respirar.
Mi corazón fue cautivado de nuevo al ver el deseo que alberga el corazón del Papa, que cada hombre pueda vivirlo todo como una caricia de Cristo a su vida. La primera caridad que nos testimonió fue su manera de recibir la misericordia. Lo cual genera el espectáculo de una unidad inexplicable. Para el Papa Francisco no es distinto hacer silencio, saludar a cada enfermo o hablar a la multitud.
Mirar de nuevo la belleza del camino que se me concede, en la espiga granada de una humanidad madura: este es el testimonio que el Papa FrancIsco, en su visita a Milán, ha traído a mi vida. El Papa se ha manifestado como un gran aliado de mi deseo, porque corre delante de mí para volver continuamente a la Galilea del primer encuentro. Donde Cristo nos precede tanto a él como a mí.
Alessandro, postulante en el monasterio benedictino de los Santos Pedro y Pablo, la Cascinazza (Milán)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón