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Huellas N.3, Marzo 2017

PRIMER PLANO

Fábula alemana

Paolo Perego

La apertura de fronteras y la acogida de los refugiados: «Muchos de nosotros los “adoptamos”». Sucede en Alemania

Finales de enero de 2016. Asamblea ciudadana en Forst, una localidad de seis mil habitantes en el valle del Rín, entre Stuttgart y Frankfurt. En el orden del día, la llegada en febrero de doscientos refugiados sirios, afganos e iraquíes a un centro de acogida situado entre sus casas. La reunión se acalora. Algunos, de extrema derecha, no los quieren. Pero a la salida un grupo de personas se resiste. A los pocos días nace la asociación Netzwerk. Willkommen in Forst. Bienvenidos a Forst. Donde Europa todavía sabe hacer Europa. Y sus habitantes se ponen en marcha. ¿Resultado? Cursos de alemán en varios niveles, incluso con profesores no profesionales, una oficina para reparar viejas bicicletas donadas por los vecinos para que los refugiados puedan moverse por la zona y llegar a las ciudades cercanas, una sastrería para dar trabajo a muchos que en su país se dedicaban a este oficio, y otras iniciativas deportivas, excursiones, actividades de tiempo libre.
Todo eso sucedía a pocos meses de un hecho histórico. Resulta difícil decir qué llevó realmente a Angela Merkel, la “supercanciller” alemana, a principios de septiembre de 2015, a declarar que Alemania acogería sin reservas a los solicitantes de asilo que huían de la guerra en sus países. El año anterior había habido episodios de violencia neonazi y ya se contaban por miles los hombres, mujeres y niños congregados en Grecia, en una parada de su viaje a Europa siguiendo la ruta balcánica. Por tanto, una Unión titubeante, con muchos países miembros que cerraban sus aduanas y elevaban muros a lo largo de sus fronteras. También habíamos visto al pequeño Aylan, que yacía en una playa griega, europea, y que abrió los ojos de muchos ante lo que estaba pasando en el mar delante de Turquía.

En la estación. De hecho, entre finales de septiembre y octubre de 2015, multitud de ciudadanos alemanes con pancartas de bienvenida se dieron cita en los andenes de la estación de Múnich esperando a los trenes cargados de refugiados que entraban en el país. Igual que en otras ciudades y en decenas de localidades más pequeñas.
Una acogida popular providencial, con las administraciones en impasse ante la emergencia. El pueblo alemán se encontró en su propia casa, solo en 2015, con más de un millón de refugiados, el 40% sirios. En Berlín las instituciones entraron en crisis poco después. Pero en el transcurso de una noche los voluntarios abrieron paso a las donaciones y dieron de comer a cientos de personas. Muchos ciudadanos acogieron en su casa a los refugiados para pasar la noche. Y cuando se cerraron algunas cocinas de campaña en la ciudad por motivos higiénico-sanitarios, empresas de catering y restaurantes se tomaron el honor de dar de comer a esa gente.
“Fábula de otoño de 2015”, así lo han llamado algunos. Por todo el país, escuelas y polideportivos se convirtieron en centros de acogida, atención médica y sanitaria, apoyo administrativo. Con la fantasía de personas, muchas veces superando todas las expectativas, que se ofrecían como chóferes o babysitter, con conciertos, ceremonias de bienvenida, fiestas. Y si no hay un final feliz es porque todavía no ha acabado. ¿Solo rosas y flores? Todo lo contrario.
Desde el principio, muchos no estuvieron de acuerdo con la decisión de Merkel. Hasta los medios, que los primeros días fomentaron la euforia por la acogida, empezaron a subrayar los problemas, alimentando la desilusión e incrementando el rédito de la derecha conservadora y los movimientos xenófobos. «Basta», titularon muchos después de las violaciones a mujeres en Colonia la noche de San Silvestre de 2015. Sin embargo, con los datos en la mano, «el compromiso de los voluntarios sigue siendo tan fuerte como en el verano de 2015», señala el secretario general de la Cáritas alemana, Georg Cremer. Las razones residen en el hecho de que aquel compromiso de la primera hora no era solo ideológico o políticamente correcto, como sucedió con ciertos políticos que en poco tiempo volvieron sobre sus pasos. Se trataba de una disponibilidad real ante el sufrimiento de aquella gente. Para muchos fue una ocasión. Como en Forst, según las palabras de una mujer que describe así aquella experiencia: «Muchos de nosotros “adoptamos” a los refugiados. Nuestra familia acogió a unos kurdos, padre, madre y dos hijos, que llevaban quince años huyendo de su tierra. Aunque diferentes culturalmente, nació una amistad que nos ha enriquecido. Lo que ha pasado estos meses ha cambiado el rostro de nuestro país. También han colaborado instituciones que ofrecían medios y dinero. En la inauguración de un centro de ocio se dieron cita jubilados y niños, familias enteras, refugiados o no. Solo había rostros alegres mientras un cocinero sirio ofrecía a todos la especialidad de su país». Pero esto no es solo Alemania. Esto se llama Europa.
(con la colaboración de Christoph Scholtz)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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