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Huellas N.3, Marzo 2017

PRIMER PLANO

La escucha de Taizé

Luca Fiore

Entrevista al hermano ALOIS LÖSER, prior de la comunidad monástica ecuménica donde Europa no es solo una palabra, sino una realidad viva

Quince mil personas se dieron cita el pasado mes de diciembre en Riga, Letonia. Había jóvenes de toda Europa: católicos, protestantes y ortodoxos. Desde Portugal hasta Rumanía, de Francia a la República Checa. Y también lituanos, rusos y ucranianos. ¿Motivo? El trigésimo noveno encuentro anual organizado por la Comunidad de Taizé, una de las experiencias más “europeas” y transversales, nacida en la segunda mitad del siglo pasado.
Surgida en los años cuarenta, en torno al hermano Roger Schutz, protestante suizo, esta comunidad monástica ecuménica de la pequeña localidad de la Borgoña sigue siendo un centro de atracción. Tras la muerte del fundador en 2005, le sucedió el hermano Alois Löser, alemán católico de 62 años. El suyo es un observatorio privilegiado de nuestro continente. Taizé se presenta hoy como uno de los lugares donde la palabra “Europa” no ha perdido su eco de vitalidad. «Entre los jóvenes existe la alegría de ser europeos», afirma el hermano Alois: «Pero ya no es el entusiasmo de hace veinticinco años».

¿Por qué cuesta tanto?
Debemos recuperar la fuente del entusiasmo inicial. Hay que preguntarse de nuevo por qué queremos a Europa. No solo para llevar a cabo un mercado común, un espacio económico que en todo caso también se ha cobrado sus víctimas. Los jóvenes siguen queriendo viajar, estudiar, trabajar en otro país, conocer a sus coetáneos que viven lejos. Esta posibilidad es la conquista más importante, a la cual no debemos renunciar. Pero también es cierto que existe una reacción identitaria que lleva a mirar al otro con sospecha.

¿Qué puede impedir que prevalezca la cerrazón?
Los contactos personales. Encontrarse permite que los corazones se abran y reconozcan que si existe una identidad hay que respetarla y valorarla. Pero ese respeto no va contra la construcción de Europa.

¿En qué sentido?
Uno de los desafíos es la inmigración. A Italia y Grecia se las ha dejado demasiado solas. Sin embargo, no es fácil conseguir una mayor solidaridad. También hay que tener en cuenta las reacciones locales de cada país. En Letonia yo he oído decir: «Nunca hemos tenido este problema, no tenemos los medios necesarios, no estamos preparados». Y añaden: «Para nosotros ya es difícil la convivencia entre letonios y rusófonos». Hay que saber escuchar también los argumentos de unos y de otros.

¿Por qué son tan importantes los contactos personales?
Porque permiten comprender las necesidades de los pueblos. Lo que falta hoy en Europa es tomar en consideración seriamente las razones del otro. Sin un conocimiento mutuo, cualquier dificultad se convierte en un problema insuperable. Al final, una propensión al diálogo entre personas podría hacernos más capaces de encontrar soluciones económicas y políticas. En Taizé vemos que es posible una escucha profunda.

¿Qué quiere decir «profunda»?
Aquí los jóvenes no solo discuten y reflexionan juntos sino que también rezan juntos, tres veces al día. Luego está la vida común: preparan juntos la comida, ponen la mesa, hacen la limpieza. Eso permite escucharse de un modo distinto. El año pasado tuvimos al mismo tiempo invitados de Rusia y de Ucrania. No fue fácil porque hay unas tensiones enormes entre estos dos pueblos. Pero el hecho de haber rezado juntos hizo posible que se sentaran juntos y empezaran a hablar.

¿Cómo pueden contribuir a la sociedad los jóvenes que van con ustedes?
Aquí aprenden que uno no puede encerrarse dentro de sus propias fronteras nacionales o eclesiales en nombre del Evangelio. Creo que cuando los jóvenes recuperan la confianza en Dios, se despierta en ellos una sensibilidad hacia el otro. Nosotros no somos un movimiento; invitamos a los chicos a volver a sus iglesias locales y a comprometerse en sus respectivos países. Muchos de ellos se implican en muchas iniciativas de ayuda social, especialmente con los refugiados. Prestan una ayuda material, pero no solo: también hay que saber escuchar a estas personas que normalmente necesitan contar su historia. Nuestra comunidad monástica reza por estos jóvenes y pide al Espíritu Santo que les anime a moverse. Ahora notamos que en la sociedad civil hay cada vez más iniciativa que nace desde abajo, y eso es un signo de esperanza.

Dice el Papa Francisco que estamos viviendo no una época de cambios sino un cambio de época, ¿qué significa esto para usted?
Nunca hemos vivido un periodo de cambios tan profundos. Por ejemplo, en nuestros países europeos ya no hay un consenso sobre los valores esenciales. Ante esto los cristianos no tenemos respuestas fáciles. Nosotros estamos llamados a vivir cada vez más profundamente arraigados en el Evangelio, a hacer crecer en nosotros una fe cada vez más personal. Creer no es solo seguir la tradición de nuestros padres, debe llegar a ser cada vez más una convicción personal.

¿Y eso cómo es posible?
Eso es lo que buscan los jóvenes. En Riga la pregunta, en el fondo, era: ¿existe algo en lo que pueda hundir las raíces de mi vida? No puede ser otra cosa que la confianza en Cristo, en el anuncio fundamental del Evangelio, que es la Resurrección. Hoy somos llamados a compartir con los jóvenes lo más esencial de la fe, lo que el Papa llama kerigma. No es un mensaje que pertenezca al pasado, todo lo contrario. Hace unos días un chaval francés me preguntaba qué era la Trinidad. Le dije que por qué le interesaba saberlo. Me dijo: «Me lo preguntan los musulmanes». Los jóvenes piden volver a lo esencial de la fe, a lo que hace posible la confianza existencial en Dios y permite implicarse en la sociedad, sin caer en el miedo ni encerrarse en una identidad nacional o confesional.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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