Va al contenido

Huellas N.3, Marzo 2017

PRIMER PLANO

Perdone, ¿dónde está Europa?

Alessandro Banfi

La Unión se ve sacudida por todas partes. ¿Fue un error creer en el sueño europeo? En estas páginas, un diálogo con ENRICO LETTA, director del Institut d’études politiques de Paris-Sciences Po. El relato de lugares e iniciativas donde el proyecto común sigue creciendo

Enrico Letta es un ejemplo raro de político italiano que ha sabido dejar a un lado la polémica. A los 48 años dejó su cargo político más importante como presidente del Consejo, al que llegó después de una notable carrera en las instituciones y también en el Partido Demócrata, con varios cargos ministeriales. Desde hace dos años dirige el Instituto de Estudios Políticos de París, Institut d’études politiques de Paris-Sciences Po. Una decisión radical que le ha distanciado de la vida política y a la que se ha mantenido fiel de manera inflexible. Huellas se encontró con él en Roma para mantener un diálogo a campo abierto sobre los riesgos que corre Europa y los escenarios –que hasta hace unos años hubieran sido impensables– que se abren de cara a las próximas semanas, puesto que el calendario prevé, consecutivamente, la formalización de la decisión inglesa del Brexit (en cuestión de días), las presidenciales francesas (el 23 de abril, con la antieuropeísta Marine Le Pen en liza), las elecciones alemanas en otoño, la incógnita de las elecciones italianas. Y una cita como la del 25 de marzo en Roma para celebrar los 60 años de los tratados fundadacionales de la Europa unida, que muchos empiezan a ver como el último paisaje de un proyecto poblado de numerosos errores sobre el que se cierne la larga onda de los populismos.

Entonces, ¿nos equivocamos creyendo en el proyecto europeo?
Hay que partir de la idea de que Europa no puede seguir así y el motivo por el que he querido escribir un libro reflexionando sobre este tema (Contro venti e maree, publicado este mes por la editorial Il Mulino) es precisamente porque necesitamos una discontinuidad. No podemos repetir las mismas cosas de siempre, permanecer inmóviles. La crisis europea actual, profunda, nos plantea una pregunta que yo diría que es casi existencial: ¿tiene sentido que hagamos algo con los países que nos rodean? ¿O es mejor que cada uno vaya por su cuenta? ¿Realmente es útil una dimensión europea o no? Por primera vez, después de muchos años, en las próximas elecciones nos enfrentamos, y de manera dramática, a esta pregunta. Y no podemos responder con los esquemas y prejuicios habituales. Las circunstancias nos obligan a ir hasta la raíz.

«¿Es posible un nuevo inicio?», se pregunta Julián Carrón en el primer capítulo de La belleza desarmada. Cuando usted habla de «ir hasta la raíz», ¿evoca en cierto modo este concepto?
Debemos volver a partir del hombre y del mundo contemporáneos. Son dos puntos de partida que nos narran una historia distinta de los motivos que hicieron nacer a Europa hace sesenta años. En 1957 se quería “enjaular” a Alemania y evitar que volvieran los demonios de la guerra. Por tanto, el punto de un posible nuevo inicio es la persona, pero dentro del mundo actual, tal como es ahora. Estos dos conceptos han cambiado radicalmente. El mundo de hoy es tres veces más grande en términos cuantitativos de población, pero también en términos de peso. Aquel mundo giraba en torno a Europa. Hoy están los ejes del Pacífico, los colosos asiáticos, África, que tendrá un crecimiento masivo… Todo ha cambiado. El hombre de hoy también es distinto. Los europeos de la segunda posguerra eran hombres libres, con expectativas de crecimiento respecto a los hombres del resto del planeta, que en su mayoría no eran ni libres ni ricos. Siempre pongo el ejemplo de los modelos de automóvil de Fiat aquellos años: 500, 600, 800 y luego 1100, 1500, etcétera. Un crecimiento gradual que aseguraba una perspectiva de aumento en la seguridad social. Un paso después de otro. El hombre libre actual vive en cambio angustiado por perder lo que tiene, está confuso e inseguro.

El Papa Francisco, en su precioso discurso al recoger el Premio Carlomagno, el pasado año, planteaba el diálogo como un posible punto desde el que volver a empezar, como una nueva generación de Europa…
La idea de fondo de los padres fundadores, que sigue siendo plenamente válida, es la idea de la paz. El río Rin, que fue incubadora de guerras durante siglos, hoy es el corazón de un continente pacificado. También estoy convencido de que la progresiva ampliación del proyecto europeo, aun suscitando tantas críticas, ha sido fundamental. El caso de Crimea nos muestra lo que habría podido suceder sin la ampliación de la Unión. Y luego el otro principio sigue siendo la libertad. Cuando, hace sesenta años, comenzó esta aventura, la mitad de los ciudadanos europeos no eran libres: España, Lituania, Portugal, Grecia… Debemos aplicar estos principios fundadores en el complicado mundo de hoy. Salvar la democracia reinventándola. Volver a encarnar las grandes intuiciones de los inicios, volver a empezar de nuevo.

Su libro habla de estas cosas.
Es ante todo un intento de decir a los europeos y a los dirigentes actuales de Europa: ¡mirad que la defensa del status quo es un error! La prolongada crisis económica y una crisis migratoria sin precedentes están alterando el rostro de nuestra convivencia. Tal como está, Europa no funciona. Cuidado, no abandono la bandera de la integración y me siento profundamente alternativo a los enfoques soberanistas, nacionalistas y aislacionistas que predominan actualmente. Empezando por la Inglaterra del Brexit hasta la Francia de Le Pen, no en vano dos potencias colonialistas hasta el siglo pasado y que ahora viven ciertas nostalgias. Lo que digo es que hoy la integración hay que repensarla y relanzarla de manera adecuada. Hace un siglo los europeos eran una cuarta parte de la población mundial; dentro de veinte años, según las dinámicas demográficas, solo un habitante sobre la tierra de cada veinte será europeo.

Para integrar hay que tener clara la propia identidad y al mismo tiempo estar dispuestos a mantenerse en un “segundo plano”, como sucedía en cierto modo en la antigua Roma. Hace unos años Rémi Brague escribió sobre esto un ensayo muy interesante (El futuro de Occidente). Desde este punto de vista, la integración es ante todo una cuestión educativa y cultural…
La cuestión de la identidad y de la integración del extranjero es hoy la cuestión clave de la convivencia europea. Y yo diría de todo el mundo. Cuando llegas a Nueva York, aterrizas en un aeropuerto dedicado a Fiorello La Guardia, que no me parece que fuera un wasp… Pero hoy decir solo: «Puertas abiertas para todos los migrantes» es un eslogan que en realidad no funciona. Hacen falta transiciones, gestiones, progresiones, gradualidad… Es cierto que también hay una batalla cultural. Pero si en la clase de mi hijo el 20 por ciento son extranjeros, puede haber un trabajo serio de integración. Si son el 55%, entonces no. La inmigración debe ser siempre también integración, no podemos seguir creando pequeños estados gueto en nuestras metrópolis, como las hay actualmente en París y Londres.

La reacción aislacionista de Trump después del Brexit plantea un problema a la Europa actual.
La elección de Trump asusta porque con él se transforma uno de los conceptos básicos de la democracia. Con él, el presidente ya no representa a todos los americanos sino solo a sus electores, los 61 millones que lo han votado. Así es como se está comportando. Al mismo tiempo, sobre cómo debe funcionar la democracia tampoco podemos limitarnos a defender el status quo de la representatividad clásica de los parlamentos cada cuatro o cinco años… Hay que replantearse la participación democrática. Aprovechando también las potencialidades de la red, recurriendo a consultas populares. Tanto si el referéndum es “a la suiza”, es decir, se centra realmente en un problema concreto, como si corre el riesgo de convertirse en un juicio sobre quien lo propone. Como pasó en Italia con la consulta constitucional, que el tema de la pregunta referendaria pasó a un segundo plano. Por no hablar de cómo han salido los ingleses de Europa con un referéndum que debía ser consultivo…

¿Hay hechos o personas que representen un posible nuevo inicio para Europa?
Veo que los jóvenes comparten la urgencia de una Europa que hay que renovar. Si pienso en los alumnos del instituto que dirijo en París, tenemos 1.300 estudiantes, la mayoría europeos: franceses, alemanes, italianos, españoles… Entre ellos la identidad europea existe, pero tienen una idea mucho más avanzada que la de los burócratas de Bruselas, que nos ofrecen siempre una imagen de Europa como una “madrastra”. Para ellos, Europa todavía significa diálogo, oportunidades, libertades. Una idea cálida que, sin duda, parece ir en dirección contraria al viento frío que cruza el planeta.

Usted propone avanzar en contra de ese viento.
Sí, me niego a desplegar las velas de la política a este vendaval, a menudo irracional, que es la verdadera causa de todos los Brexit, victorias de Trump, referéndum y populismos varios… Intento contrastar las dos tendencias, la conservadora, digamos “a la alemana”, que finge que no hay problemas, y la populista, tan fuerte en la Europa más débil económicamente, la meridional. Las próximas elecciones francesas serán la clave de todo. No olvidemos que en el Consejo de Seguridad de la ONU, además de Inglaterra y Estados Unidos, entre los miembros permanentes se sienta Francia, y también están China y Rusia. El mundo y la historia están en una encrucijada. Después del Brexit y Trump, si gana Marine Le Pen será el fin de Europa, es inútil esconderlo. Por el contrario, si ganan los demás candidatos franceses, se planteará la cuestión de volver a empezar en la política europea en una nueva fase.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página