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Huellas N.3, Marzo 2017

EL PAPA EN MILÁN

Nadie Excluido

Davide Perillo

En vísperas de la visita del 25 de marzo, el cardenal ANGELO SCOLA comenta lo que Francisco está enseñando a la Iglesia y a él personalmente. Y cómo ha visto cambiar “su” ciudad

Un don. Y una «pro-vocación», así, con el guion: algo que nos toca en lo hondo, que nos convoca, que solicita nuestra libertad profundamente. El 25 de marzo, el Papa Francisco visita Milán. Diez horas exactas, desde su llegada a Linate a las 8 hasta las 18, cuando termine su saludo a los confirmandos en el estadio Meazza y retome el camino de regreso a Roma. Entre medias, una parada en las Casas Blancas de Vía Salomone, una periferia complicada; la visita y comida en la cárcel de San Vittore; un encuentro con los religiosos en el Duomo, seguido del Ángelus en la plaza. Y el gesto en que se prevé la mayor afluencia popular, la misa en el parque Monza, esperadísima.
Para Angelo Scola, arzobispo de Milán desde 2011, será uno de los momentos capitales de su episcopado. El pasado mes de noviembre, recién cumplidos los 75 años, como es práctica habitual, presentó su renuncia al Santo Padre. Pero cuando habla de la llegada de Francisco a Milán, sus palabras son «espera», «deseo», «conversión»… Y la ya citada «pro-vocación».

¿Qué significado tiene esta visita del Papa Francisco? ¿Cómo lo espera la ciudad y cómo lo espera usted, personalmente?
La visita del Papa es un gran privilegio para Milán. Basta pensar que la nuestra es una de las pocas metrópolis europeas que visita en estos años. Hay una gran espera y un enorme deseo de verle. Para mí, personalmente, es un don y una pro-vocación para vivir con autenticidad la tarea que se me ha encomendado. La visita del Papa, además, retoma y concluye idealmente el camino que hemos propuestos estos años sobre el tema “Evangelizar la metrópolis”. Han pasado por nuestra diócesis los cardenales Schönborn, Onaiyekan, O’Malley y Tagle, y cada uno nos ha ayudado a comprender mejor qué significa hoy anunciar a Cristo en las grandes ciudades. La enseñanza del Papa, que cuenta también con la riqueza de su experiencia como arzobispo de Buenos Aires, será sin duda de gran ayuda para nosotros.

Usted ha tenido muchas ocasiones de hablar del Papa con los milaneses, a todos los niveles: el pueblo, la “gente-gente” y la “clase dirigente”, también los laicos. ¿Cómo ven a Francisco y qué esperan de él?
Es indudable que el Papa Francisco genera en el pueblo una gran simpatía, precisamente por su manera de ponerse personalmente –en el lenguaje del Evangelio se diría que es «uno que habla con autoridad»– sin ahorrarse nada. Me gustaría que todos, sin distinción alguna entre pueblo y clase dirigente, cristianos y laicos, mirasen al Papa con gran interés. ¿Qué esperan? Eso es más difícil de saber. Pero todos esperamos algo que estamos seguros de recibir: el anuncio de la misericordia de Dios.

¿Qué está enseñando el Pontificado de Francisco a la Iglesia ambrosiana? ¿Cómo ha evolucionado la Iglesia de Milán en los últimos cuatro años?
Me parece que la nuestra, como por lo demás todas las iglesias, está aprendiendo la radical decisión evangélica de abolir cualquier exclusión. Con sus gestos, antes aun que con sus palabras, Francisco muestra que Cristo quiere encontrarse con todos, sin excluir a nadie. En este sentido, la forma propia del Papa de vivir el ministerio petrino nos está ayudando a profundizar en las dimensiones verdaderamente católicas, universales, de nuestra fe y la capacidad que posee el Evangelio para hablar al hombre de toda condición, cultura, tiempo y lugar.

¿Y usted? ¿También ha cambiado su manera de ser pastor?
Para mí el Papa, como decía, supone una pro-vocación cotidiana a reconocer que no se puede ser pastor verdaderamente sin darlo todo, sin ahorrarse nada, identificándose, a pesar de nuestra poquedad, con la entrega total de Cristo, el Buen Pastor. El camino para esta identificación es solo uno: reconocerse y sentirse en primer lugar objeto de su misericordia. «Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica», decía Benedicto XVI en la Sacramentum Caritatis. En el Papa se ve muy bien. En nuestro tiempo, la Providencia nos ha concedido conocer a Papas que han vivido realmente así, cada uno según su propio estilo y temperamento: de la paternal e inteligente afabilidad de Juan XXIII al agudo y doloroso sentido del mundo contemporáneo de Pablo VI, del indomable «¡No tengáis miedo!» de Juan Pablo II a la lúcida enseñanza y el gesto profético de la renuncia de Benedicto XVI, hasta llegar al Papa Francisco. Todos nos han mostrado qué significa ser testigos de la entrega de Cristo hasta el final.

Milán, usted lo recuerda a menudo, es Mediolanum, “tierra intermedia”, lugar de encuentro y mestizaje desde siempre. ¿Qué quiere decir, vista desde aquí, la insistencia del Papa en el diálogo y en la cultura del encuentro?
Me urge subrayar enseguida el alcance de la expresión “cultura del encuentro”. Es decir, no se puede reducir su reclamo a un ímpetu sentimental de acogida, debe llegar a convertirse en modalidad efectiva y cotidiana de juicio y decisión, un estilo propio de nuestro ser hombres. Es decisivo educar en la «mentalidad y sentimientos de Cristo». Creo que la insistencia del Papa en la “cultura del encuentro” va precisamente en este sentido. Hace falta una metanoia, como diría san Pablo, una conversión de nuestra forma de pensar y sentir en la forma de pensar y sentir de Cristo mismo.

¿Qué quiere decir «pensar y sentir como Jesús»?
¡No se trata de explicarlo desde la palestra! Para saber qué quiere decir “pensar y sentir como Jesús” hay que mirar a Jesús, que piensa y siente, compartiendo la vida cotidiana con nosotros, los hombres. ¿Dónde? En la vida de sus amigos, en los testigos. Cuando visito las parroquias, las asociaciones y las diversas obras de la Iglesia, a menudo me conmuevo al reconocer en la vida de la gente determinados rasgos de lo que he escuchado por la mañana en el Evangelio al celebrar la Santa Misa. El «Mujer, no llores» de Jesús se hace presente en la manera en que muchos abrazan el sufrimiento. «Tampoco yo te condeno, vete y no peques más», dicho a la pecadora, es el contenido cotidiano del diálogo de los sacerdotes con los que necesitan ser perdonados… Etcétera. Del Evangelio a la vida de los testigos y de esta al Evangelio: así se aprende qué quiere decir “pensar y sentir como Jesús”. A esto he dedicado mi carta pastoral Educarse en el pensamiento de Cristo.

Otro tema muy querido para el Papa son las periferias. Prácticamente la mitad de la visita estará dedicada a las Casas Blancas y a la cárcel de San Vittore. ¿Por qué?
La atención del Santo Padre a las periferias es profundamente pedagógica. Privilegiando el encuentro con los más necesitados y desfavorecidos, nos enseña el valor que tiene todo hombre. Su atención a los pobres hace brillar el “para todos” del Evangelio. El cristianismo, como decíamos antes, elimina el principio de exclusión. Además, partir de las periferias, antes que una opción de ámbito sociológico, es la decisión de un punto de vista desde el que mirar la realidad entera. En el fondo, es lo que el Papa mismo recordaba en la carta que recientemente envió a Julián Carrón: «Esta pobreza es necesaria porque describe lo que de verdad tenemos en el corazón: la necesidad de Él».

¿En qué dirección puede avanzar la “Iglesia en salida”?
Me parece que la clave se encuentra en asumir hasta el fondo algo que Francisco ha tomado de Benedicto y no se cansa de repetir: el cristianismo se comunica por atracción, no por proselitismo. Por cómo nosotros los cristianos amamos, trabajamos, descansamos, respondemos a las necesidades de los demás, vivimos la enfermedad y la muerte, estamos disponibles para encontrarnos con todos y construir con ellos... aflora una humanidad nueva que puede llegar a tocar a nuestros hermanos los hombres. Precisamente por eso estamos llamados a “salir”, a vivir el don de la fe delante de todos y con todos.

¿Cuáles son los “muros” que habría que abatir en la sociedad? ¿Y cuáles los “puentes” que construir? ¿Y dentro de la Iglesia?
En mi opinión, el muro fundamental que hay que abatir es el enfrentamiento ideológico. Aunque estamos en el tercer milenio y se habla mucho de posmodernidad, posverdad, etcétera, en la vida social pervive un componente ideológico muy fuerte. No según las viejas etiquetas de derecha e izquierda, laicista o católica... La barrera más dura de abatir es una concepción de la verdad que no tiene nada que ver con la libertad. Aquí radica todo fundamentalismo, también de aquel que serpentea entre los propios cristianos. Abatir muros es la consecuencia natural de reconocer que la verdad no es ante todo un conjunto de doctrinas y normas sino la Persona misma de Jesús, que ilumina la realidad entera y nos permite abrazarla plenamente.

Como hilo conductor del trabajo preparatorio en curso, han elegido como tema el pueblo, ¿por qué lo considera tan central?
La insistencia en el pueblo de Dios está muy presente en la enseñanza del Papa. Por tanto, la primera respuesta es sencilla: lo consideramos central justamente porque seguimos al Papa. Además, la referencia al pueblo –que en el Papa Francisco nace de su experiencia argentina– se encuentra aquí con nuestra tradición del catolicismo popular lombardo: para nosotros, decir Iglesia es decir pueblo, pueblo de Dios. Es una dimensión de nuestra fe que no se ha perdido, aunque sin duda necesita madurar y hacerse más consciente y operativa. Por tanto, destacar la cuestión del pueblo supone responder a un preocupante “signo de los tiempos”. Una de las derivas más peligrosas de nuestra cultura occidental, lo repito siempre, es el individualismo narcisista. Sin embargo, todo hombre es estructuralmente un yo-en-relación. Jesús, con la Cruz y la Resurrección, vino a desvelarnos el origen en el Amor trinitario y a introducirnos en la experiencia de la comunión con Dios y entre nosotros. Estamos llamados a redescubrir el gusto y la fecundidad de esta pertenencia, ante todo para nosotros y para todos nuestros hermanos los hombres.

Si tuviera que decirlo en una frase, ¿qué nos está indicando el Papa? ¿Cuál es la clave de su magisterio?
Basta citar al propio Papa: Evangelii Gaudium y Misericordia et misera. La misericordia de Dios sale al encuentro de nuestra miseria y la redime: es la alegría del Evangelio.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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