Dos colegios con más de ochocientos alumnos construidos en tiempo récord. Una iniciativa que ha nacido de un grupo de amigos deseosos de cuidar la educación de sus hijos y de ofrecerla a otros
En mil novecientos noventa y dos, Isabel, recién casada y con la carrera terminada, estaba a punto de partir hacia Nueva York, donde su marido iba a hacer el doctorado en Business Administration. El padre João la llamó: «Mientras estés en EEUU, intenta hacer un curso de formación en educación. Nuestra comunidad es joven, la mayoría son universitarios y jóvenes trabajadores, pero pronto llegarán los hijos y necesitaremos un lugar en el que la educación corresponda a la experiencia cristiana tal como nos ha fascinado en el movimiento». «Yo había hecho la carrera de Derecho y eso no encajaba con mis planes –recuerda Isabel–. Pero pensé: bien, si se presenta la ocasión lo tendré en cuenta, porque percibía toda la riqueza y la fuerza educativa del movimiento».
En mil novecientos noventa y siete Isabel volvió a Lisboa con cuatro hijos y un master en gestión educativa por la Universidad de Columbia. Para entonces sus amigos ya se habían casado, habían tenido hijos y el deseo al que se refería el padre João se había vuelto apremiante. Empezaron a dar vueltas a la idea de poner en marcha un colegio. No había dinero, ni estructura, en realidad no había nada, sólo un grupo de amigos preocupados por el destino de sus hijos. «Parecía una empresa imposible –recuerda Isabel, que por aquel entonces había empezado a colaborar con las obras educativas de la parroquia del padre João–. Pero yo tenía siempre en la cabeza una frase de don Giussani: “Para nosotros lo imposible es sólo improbable”».
En el 2000 fundaron una asociación y consiguieron involucrar en el proyecto a un importante empresario, ex-alumno del padre João en la Universidad Católica. Gracias a él, el Ayuntamiento de Lisboa iba a concederles un terreno por un periodo de 99 años. Parecía que el sueño iba a hacerse realidad, pero cuando se iba a firmar cayó la junta de gobierno y el nuevo alcalde se mostró contrario a la concesión. Tuvieron que empezar de nuevo. Se intensificaron los contactos. Buscaron financiación. En 2004 consiguieron comprar un edificio antiguo.
La presentación pública
En enero hicieron la presentación pública del colegio Santo Tomás de Sete Ríos, en la Universidad Católica. «El salón estaba a rebosar, había más de quinientas personas, y muchas tuvieron que seguir el acto en video desde otra sala –explica el padre João–. Habíamos invitado a todos los que habíamos ido conociendo en esos años». En septiembre el colegio abrió sus puertas con educación infantil y primaria. En pocos días las solicitudes sobrepasaron las plazas disponibles: más de 300 alumnos. En Portugal hay muchas escuelas católicas, ¿a qué se debe este éxito? «Es cierto, y sin embargo no faltan alumnos. Lo que pasa es que la escuela estatal es un desastre y las familias, aunque no sean creyentes, en cuanto pueden, matriculan a sus hijos en centros privados católicos porque garantizan cierta disciplina. Pero lo que nosotros queríamos era otra cosa. Y lo dijimos claramente durante la presentación: el colegio nace dentro de la experiencia del movimiento de Comunión y Liberación, la orientación católica que queremos darle tiene su origen y metodología en esta experiencia. El carisma de don Giussani responde a lo que nuestro corazón necesita. Hoy en día el drama educativo sólo se puede resolver si se busca la respuesta al deseo de bien y de felicidad que constituye a cualquier hombre. Todo lo demás es moralismo». Una propuesta clara, sin ambigüedades, pero sobre todo fascinante.
En el 2004, el alcalde de Lisboa accedió al cargo de Primer Ministro. Surgieron de nuevo posibilidades y nuestros amigos volvieron a la carga con el fin de llegar a un acuerdo con el Ayuntamiento. Finalmente, obtuvieron un nuevo terreno en una zona de la capital en expansión. En enero de 2007 comenzaron las obras y en septiembre de ese mismo año el colegio estaba listo. Construido en tiempo record, el colegio de Santo Tomás de Quinta das Conchas abarca todos los niveles escolares, desde educación infantil hasta bachillerato. Tiene quinientos matriculados. Un éxito que sobrepasa todas las previsiones. «También en este caso ha sido decisiva la presentación de nuestra propuesta educativa y con ella las razones que nos han llevado a decantarnos por determinadas opciones, como la importancia que damos a la educación artística, a la música, etc. –explica Isabel, directora del nuevo colegio–. Muchos padres salieron entusiasmados porque se habían sentido tocados en su propio deseo de felicidad y de bien para ellos y para sus hijos. Lo que se había expuesto no era un programa basado en normas de comportamiento ético, sino la posibilidad de un ámbito católico atractivo. Por supuesto también nos interesa la calidad del trabajo. Por eso hemos creado un comité científico compuesto por amigos, docentes universitarios, que ayudan a los profesores, se reúnen con ellos una vez al mes para evaluar el trabajo desde el punto de vista tanto pedagógico como de contenidos. Ciertamente este es un factor importante que los padres valoran. En realidad es llevar el proyecto educativo hasta sus últimas consecuencias. Todas las familias, antes de formalizar la matrícula, tienen que entrevistarse conmigo y con el director del ciclo en el que va a entrar su hijo. Deseamos, por una parte, que nuestra propuesta quede clara y, por otra, iniciar con ellos un camino educativo».
Lisboa y más
En la inauguración del nuevo colegio, ante un auditorio de 700 personas, estaba presente don Eugenio Nembrini, Rector del Instituto Sacro Cuore de Milán, quien subrayó con sencillez, contando la experiencia de su propia vida, que «educar el corazón del hombre, tal y como Dios lo ha creado, deseoso de vida y de plenitud, es el desafío que vivimos en nuestros colegios». «Por eso el problema no son nuestros hijos o los alumnos; el problema somos nosotros mismos –continúa Isabel–. Que nuestra experiencia de adultos sea una verificación constante de la hipótesis de que Dios existe y nos ama. Esta es la herida que debemos dejar abierta. Si lo hacemos, descubriremos que toda la positividad que la vida contiene, toda la belleza y la densidad de la tradición y de la cultura, toda la genialidad de la didáctica están a nuestro alcance».
Es un desafío que afecta tanto a los padres como a los profesores. Pongamos un ejemplo, al final del primer cuatrimestre se planteó el problema de una clase de los mayores que era particularmente turbulenta. Algunos profesores sugirieron en una reunión que se aplicara mayor disciplina. Isabel respondió: «No sólo disciplina, sino amistad». A los pocos meses la situación parecía haber mejorado, pero la manera en que los chicos se relacionaban entre sí y con los profesores seguía siendo bastante “bruta”. Isabel interviene en una nueva reunión: «Ahora es cuando hace falta disciplina». Todos se le quedaron mirando estupefactos. «¿No lo entendéis? Antes lo que había era sólo confusión, ahora hay que enseñarles que se puede uno relacionar con los demás de una manera que tenga en cuenta a los otros. El método lo impone el objeto. No se trata de normas de comportamiento que sean un fin en sí mismas, sino de un orden, un afecto al que uno se adhiere». Pasados unos cuantos días algunos profesores quisieron profundizar en la lectura de Educar es un riesgo.
Una cosa es cierta: desde el punto de vista educativo, Santo Tomás es un acontecimiento que ha sacudido la sociedad lisboeta. «Pero no sólo en Lisboa –concluye el padre João–. Muchas personas se han puesto en contacto con nosotros porque desean seguir nuestro ejemplo, quieren hacer colegios que tengan la misma impronta que el de Santo Tomás. Es algo impresionante, porque no es fruto de nuestra eficiencia y debido a una calidad de enseñanza excelente, sino simplemente del reconocimiento de que la nuestra es una respuesta adecuada a la necesidad de la vida».
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