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Huellas N.4, Abril 2008

PRIMER PLANO - El Papa en la ONU

No hay caridad sin Dios

a cargo de Riccardo Piol

Desde la Deus caritas est a los discursos a las ONGs retorna a menudo en el Magisterio la palabra que el mundo reduce a voluntarismo. El presidente de Cor Unum explica la diferencia

«Estoy aquí delante de vosotros como un testigo: testigo de la dignidad del hombre, testigo de esperanza, testigo con la convicción de que el destino de toda nación reposa sobre las manos de una misericordiosa Providencia». Son palabras de Juan Pablo II, pronunciadas en la Asamblea general de la ONU el 5 de octubre de 1995: eran otros años, otro mundo. Ciertamente muy diferente del que vivió Pablo VI, primer Pontífice que habló en el Palacio de cristal en 1965, pero en parte, también diferente del que hoy vivimos y al que se ha dirigido Benedicto XVI. No obstante, hablando con el cardenal Paul Josef Cordes, se vislumbra un hilo conductor que une las visitas de los pontífices a la ONU, un hilo que desde siempre atraviesa las transformaciones y los cambios de la historia restituyendo a cada época la unidad de la experiencia de la Iglesia y de su presencia en el ámbito internacional.
El Presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, monseñor Cordes, mira una institución como la ONU, y la relación que con ésta tiene la Iglesia, a través de una lente particular, la de la caridad. Es inevitable, por tanto, empezar por la primera encíclica de Benedicto XVI para hablar del evento del 18 de abril. A finales de febrero Cor Unum dedicó a la Deus caritas est la asamblea plenaria en la que se reúnen los diferentes organismos caritativos de carácter internacional que forman parte del dicasterio.
«Hemos decidido retomar el tema de la encíclica a los dos años de su publicación –comenta monseñor Cordes– por dos motivos. En primer lugar, por su importancia: desde siempre el anuncio de que Dios es amor es el corazón de la predicación de la Iglesia. Cuánto más tiene que serlo en nuestros días, en los cuales la ausencia de Dios parece generar una difusa desorientación sobre el significado del amor. Por otro lado, queríamos entender mejor qué implicación tiene la encíclica en el trabajo de los organismos caritativos que son miembros de Cor Unum».

¿Y qué es lo que ha emergido?
Sin duda, que la encíclica ha tenido una buena aceptación y una difusión masiva, por encima de las expectativas. Trabajada a diferentes niveles: en el ámbito personal, como instrumento concreto de reflexión en las oficinas y estructuras de las organizaciones caritativas, pero también en el ámbito académico y en el de iniciativas institucionales, seminarios, conferencias.

En su opinión, ¿a qué se debe este éxito?
Por una parte porque se trata del primer documento enteramente dedicado a la Iglesia como sujeto de actividad caritativa. Y después, porque no trata de lo que tenemos que hacer, ni de las personas a las que nos dirigimos, sino que afronta el problema desde la raíz, es decir: aquellos que “hacen la caridad” dentro de la Iglesia ¿quiénes son y qué quieren ofrecer?, ¿qué quieren ser?, ¿qué quieren dar? Es un paso importante para dar consistencia y autonomía a la teología de la caridad y distinguirla así de la doctrina social de la Iglesia. Quizás haga así reflexionar a quienes quieren que nuestras ONG se conviertan en meros laboratorios políticos. Por eso el Papa pone el acento sobre lo que él llama «formación del corazón» (n. 31 a).

¿Qué entiende por «formación del corazón»?
Si en quien actúa no hay una –digamos– sensibilidad de la persona, no se alcanza a la otra persona. Es decir: nosotros no ofrecemos simplemente servicios técnicos, sino que encontramos personas a las que ofrecemos la posibilidad de experimentar lo que el Papa define como nuestra «riqueza de humanidad». Sólo así se tiene la humildad de reconocer que la tarea es más grande que nuestras fuerzas, somos libres del proselitismo, de la ideología, y no caemos en la pretensión de resolver todos los problemas.

En definitiva, es como si la encíclica ofreciera una dirección clara a los católicos que llevan a cabo obras de caridad, una especie de brújula.
Más aún, coloca la actividad caritativa dentro de la Revelación. Es decir: tantas veces es como si pasara la idea de que como la caridad la pueden hacer todos –y en muchos sentidos es verdad– entonces podemos hacer como si Dios fuera ajeno a los asuntos concretos que conlleva nuestra actividad.

Es esto lo que piensan quienes han leído la encíclica como si tuviera dos partes separadas: por un lado la teología, y después la práctica...
Razonar así significa homologarse al mundo. Sin embargo el Papa mismo escribe que estas dos partes están «profundamente unidas entre ellas» (n.1). Interpreta la caridad a la luz de la Revelación, a la luz del hecho de que Dios se manifiesta como amor. Y por tanto también la actividad caritativa es reconducida a esta fuente que es la Revelación, que es Dios mismo que se manifiesta como amor y hace al hombre capaz a su vez de amor. Por consiguiente no es un moralismo: el amor al prójimo es el fruto, la consecuencia directa del amor divino que reconcilia consigo al hombre pecador. Por otro lado, para definirlo, la encíclica –contra una determinada interpretación de la tradición cristiana– asume un concepto primordial de la experiencia humana, el eros, afirmando que el amor a Dios «puede ser calificado sin lugar a duda como eros» (n. 9). Existe, por tanto, una visión positiva de las fuerzas naturales que habitan en la persona, aunque tienen que ser continuamente purificadas. La cuestión de Dios sigue siendo central. También para quién cree conocerlo, la primera parte reserva sorpresas y sugestiones conmovedoras.

Pablo VI en su intervención en la ONU en 1965 definió a los cristianos como «expertos en humanidad»...
Tenemos que redescubrir lo que significa. La encíclica hace una distinción entre justicia y caridad que es fundamental para nuestra acción en el mundo y también en los organismos internacionales. Está claro que algunos organismos, algunos sujetos de la Iglesia se exponen para sostener instancias de justicia, pero esto no agota la dimensión diaconal que Cristo nos ha confiado.

¿Quiere decir que la justicia no es suficiente?
La caridad exige la justicia, pero la supera. El cardenal Roger Etchegaray en el congreso sobre caridad en el que fue presentada la encíclica puso este ejemplo: «El leproso tiene derecho a ser curado, pero no tiene derecho al beso de San Francisco; y sin embargo tiene necesidad de ello». Los cuidados son la justicia, pero el beso es algo más de lo que el hombre tiene necesidad, es la caridad. Nosotros somos expertos en humanidad, aquí o en África o en las Naciones Unidas, porque vivimos así. No porque lo dice una ley o lo contempla un protocolo. En la encíclica el Papa dice que «no hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre» (n. 28b).

¿Cuál es, en su opinión, la contribución específica que la Iglesia puede ofrecer hoy incluso en un contexto como el de la ONU?
Afirmar, como hace la encíclica, que no es posible construir una sociedad humana, perseguir los derechos de todos, si el fundamento de todo no es Dios, si no tenemos la mirada abierta hacia Dios. Este es el verdadero desafío. Y tiene una enorme importancia cultural. Vivimos en un mundo secularizado y en una ideología constantemente tentada de olvidar a Dios, como demuestra el acontecimiento del Tratado de Lisboa, el intento de dar un fundamento institucional a la Unión Europea. De la historia se pueden extraer conclusiones de lo que el gran teólogo francés De Lubac llamaba «el drama del humanismo ateo». Es sólo del encuentro entre Dios y el hombre de donde nace un estilo de relación entre hombre y hombre, una concepción del amor verdaderamente diferente.

Juan Pablo II en la ONU dijo: «Estoy aquí, delante de vosotros, como un testigo de la dignidad del hombre». Han pasado trece años, pero lo esencial sigue sin cambiar…
El núcleo es siempre el mismo. La Iglesia persigue la dignidad del hombre, está al servicio del hombre porque reconoce su relación con Dios. Al terminar la Asamblea plenaria de febrero hemos sido recibidos por el Papa, quien nos ha recordado que quien ejerce la caridad es también un testimonio de la vida, del amor y de Dios. «Nosotros podemos practicar el amor –ha dicho el Papa– porque hemos sido creados a imagen y semejanza divina para vivir el amor y de este modo hacer entrar la luz de Dios en el mundo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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