Un pueblo profundamente religioso, el riesgo del espiritualismo, la sed de encontrar a un «Dios cercano», y un cristianismo que abraza la cultura autóctona sin borrarla. Mientras empieza el segundo Sínodo africano, algunos testimonios nos muestran cómo la Iglesia, entre heridas y esperanzas, vive un continuo crecimiento en este Continente
«Lo único que puedo ofrecer a África es la verdad de Cristo». Son las palabras de Benedicto XVI la víspera de su viaje al gran continente africano, en marzo pasado. «Es lo único que le puedo ofrecer a su alma profundamente religiosa, sus antiguas culturas y su duro camino, sus graves problemas, sus dolorosas heridas, sus potenciales esperanzas». Es el continente más castigado y, a la vez, protagonista de un crecimiento excepcional del número de fieles. Las estadísticas muestran que en unos años superará a Europa en cuanto a número de católicos. La Iglesia africana es una Iglesia que nos interpela a todos. El 4 de octubre se inaugura en Roma el segundo Sínodo de obispos africanos. En vísperas de un encuentro tan importante, hemos pedido a quienes lo viven en primera persona que nos introduzcan en la realidad de África y de su Iglesia. De Uganda a Kenia. Son seis, hombres y mujeres, que de varias maneras y desde hace mucho tiempo viven inmersos en las «profundas heridas» y en las «esperanzas potenciales» del continente negro. Dos misioneros italianos, el padre Giuseppe Panzeri, capuchino de Lecco que lleva quince años en Camerún, y Caterina Dolci, religiosa de Bérgamo que lleva 24 en Nigeria. Además, Luigi Salemi, un joven arquitecto italo-sudafricano de Johannesburgo; Rose Busingye, ugandesa, que en Kampala cuida de las mujeres enfermas de SIDA y de más de dos mil huérfanos de guerra. Renata Cardini, una empresaria de origen eritreo que vive en Addis Abeba. Y Joakim Koech, profesor de Nairobi.
¿Cómo se vive la experiencia de la fe en África?
Rose: El pueblo africano tiene un enorme sentido religioso. Tiene profundamente enraizado el sentido de la dependencia de algo más grande que uno mismo. Pero el riesgo es que la fe sea algo superficial. Porque no penetra en todos los estratos profundos del hombre. Aparece sólo cuando surgen los problemas. Estoy enfermo, entonces voy a la iglesia a pedir un milagro. Después, Dios no tiene nada que ver conmigo. Como si la fe se viviera en el ambiente casi “mágico” de la mentalidad africana. No tengo dinero, entonces rezo y el dinero aparece. Pero Dios no penetra en mi vida. No es Él quien me está creando en este momento, no es Él quien me está dando el ser, quien me hace respirar. Es como si caminase en paralelo con la vida. Y sin embargo, es Él quien me hace en este momento.
Hermana Caterina: Este mismo riesgo está también muy difundido en Nigeria. Hay una separación entre la fe y la vida. Sobre todo en el norte, donde yo vivo. Las iglesias están llenas de gente, se canta, se baila, pero después falta el nexo con la vida. Se trata más bien de una religiosidad.
Padre Giuseppe: Pero este dualismo, entre la fe y la vida, se vence cuando la gran expectativa de la gente encuentra una respuesta de carne y hueso. Por ejemplo, cuando el Papa vino a Camerún a convocar el Sínodo, fueron muchos autocares llenos de gente que se movía precisamente por esta razón: «Que el Papa venga aquí es como si Jesús viniese a nuestro encuentro». Cuando visito las casas, me dicen: «Hoy Dios se ha hecho cercano». Lo dramático es que muy a menudo se vive la Iglesia como una organización, tanto por parte del pueblo, como por parte de la mentalidad clerical. Mientras que lo que la gente espera es un Dios que se haga cercano. Y esta expectativa puede también perderse a causa de una “inculturación” mal enfocada.
El factor de la “inculturación” es uno de los puntos fundamentales de la reflexión que se está llevando a cabo en la Iglesia, sobre todo en lo que a África se refiere. Tiene que ver principalmente con el encuentro entre el cristianismo y las tradiciones, la cultura de un pueblo. Juan Pablo II la definía así: «Una cultura, trasformada y regenerada por el Evangelio, produce por su propia tradición viva, expresiones originales cristianas de vida y de pensamiento». ¿Cómo se vive esto en vuestros países?
Padre Giuseppe: la “inculturación” está mal enfocada porque se reduce. Se concibe como el choque entre dos culturas: la africana y la occidental. Resultado: son dos mundos que permanecen paralelos o se convierte en sincretismo. Sin embargo, la “inculturación” es otra cosa: en una cultura en la que jamás se ha hablado de Jesucristo, se introduce un elemento nuevo del cual nace una cultura nueva. Por ejemplo, en algunas tribus no existen ciertas palabras, como “esperanza” o “penitencia”. No existen ni siquiera en el vocabulario. Por lo que “inculturar” quiere decir introducir una experiencia nueva. No se trata de un choque de culturas. Es el encuentro con una experiencia nueva, que cambia la cultura.
¿Cuál es el origen de este malentendido?
Rose: Deriva de los errores de la primera evangelización. Llegaron diciendo: «Abandona los ídolos; yo te digo quién es Dios». Es como decir: «Te lo traigo yo». Es algo completamente distinto de alguien que te dice: «Te ayudo a conocer a Dios, porque yo también lo busco, y nos ha creado a ti y a mí».
Padre Giuseppe: Esto es muy evidente en los nombres. En la zona donde vivo, el nombre dado al Dios cristiano Nyvymban significa “Dios de los blancos”. Es un Dios importado.
Luigi: Es aún más evidente en los nombres de bautismo. En África no existe, como en los países europeos, una versión de los nombres evangélicos en el propio idioma, por lo que se ponen junto con el de la tribu como si fuesen nombres importantes. Del mismo modo, hay nombres suyos, tradicionales, con significados preciosos. Sin embargo en el Bautismo se yuxtapone un nombre cristiano, como si fuesen dos cosas separadas. Culturalmente significa afirmar que el cristianismo no completa tu humanidad.
Joakim: Desde nuestro punto de vista es evidente otro aspecto de esta interpretación de la “inculturación”, que espero que se aborde en el Sínodo. Tras la época colonial, existe una tendencia a “africanizar” la Iglesia. Se piensa: «Ahora tenemos que tener “nuestra” Iglesia». Por ejemplo, en los conventos, en lugar del velo blanco, llevan velos variopintos, tradicionales. Y todo se reduce a un problema de forma.
Padre Giuseppe: O bien se vive un ultimátum. En Camerún, en el noroeste, la primera generación de cristianos, que hoy tienen 80-90 años, se encuentran ante una disyuntiva: o la tradición o el cristianismo. Han tenido que decidir. Y han optado por seguir el cristianismo. Por lo que desde cierto punto de vista tienen una fe más enraizada, más viva, pero sin embargo han experimentado una separación. No se ha valorado lo que había.
¿Es posible sin embargo no vivir esta separación?
Joakim: Sí, es posible. Y no por la extendida idea de que el cristianismo se adapte a la cultura africana, sino porque en el acontecimiento cristiano, como fue para mí el encuentro con el movimiento de CL, haces experiencia de que el corazón tiene un deseo de infinito. Y esto no es algo exclusivamente africano. Es algo humano, de todos, universal. No excluye nada ni a nadie.
Rose: El movimiento propone un método que implica las razones de la propia experiencia, compromete. Pero no se trata de un trabajo intelectual, es un encuentro. Por eso valora lo que existe. Ante el marcado sentido del misterio del pueblo africano, pienso que si don Giussani hubiera sido el primer misionero en Uganda, habría valorado plenamente este sentido religioso. Habría dicho: «Lo que buscas en los ídolos, en los espíritus, es Dios». Sin embargo, la tendencia ha sido decir: «Abandonad los espíritus, yo os digo quién es Dios». Es distinto uno que viene y te dice: «En todos tus ídolos, en todas tus tentativas, está Aquél que te ha creado».
¿Cómo se ve que el cristianismo entra y cambia lo que existe sin anularlo?
Padre Giuseppe: Hay mucha gente que va a Misa y reza, luego va a casa y celebra un rito de su tradición, después pide a un amigo musulmán que rece... En resumen, prueba todo. Y el cristianismo es sólo un intento más. Sin embargo, cuando sucede verdaderamente un encuentro, cambia todo, abraza todo lo que eres y tu historia. Pienso en nuestro amigo Peter. Me dijo: «En mi tradición he comprendido algo de lo que significa ser hombre. Pero en el encuentro con el cristianismo he comprendido que tengo una dignidad más grande». El acontecimiento cristiano no anula nada, sino que les hace comprenderse mejor a sí mismos. La prueba es que incluso su relación con la tradición es más libre. Porque las tradiciones corren el riesgo de ser una jaula: nacen siempre como búsqueda de lo divino, pero después terminan convirtiéndose en una estructura, por eso son los jefes de la aldea los que te dicen lo que hay que hacer y si no obedeces, te expulsan de la tribu. Se convierte en un peso en lugar de ser una ayuda.
¿Hay otros puntos que podrían tratarse en el Sínodo?
Hermana Caterina: El peligro creciente en Nigeria es la percepción de la Iglesia como organización. Y del párroco como jefe de un grupo de poder. Otro problema consiste en que cada vez es más difícil elegir obispos: a menudo los grupos étnicos quieren su propio representante y a veces incluso llegan hasta las amenazas.
Luigi: En Sudáfrica, hay una nueva generación de obispos, que afecta a varias diócesis. Antes la Iglesia era una cosa sólo “de blancos”; ahora los obispos africanos son cada vez más numerosos. Esto, sin embargo, implica que muchos jóvenes van al seminario por interés. Se percibe como un prestigio, una salida estable. Y como no tienen posibilidad de estudiar, eligen el camino sacerdotal.
Renata: La situación del pueblo etíope es muy diferente. Civilización judía de historia milenaria, Etiopía fue una de las primerísimas comunidades cristianas, de la cual se habla en los Hechos de los Apóstoles. Por eso la cultura, la mentalidad, son fundamentalmente cristianas. El problema de la “inculturación” es mucho menos delicado que en otros lugares, mientras que –como en otros países- es evidente la persistencia de ciertas formas de magia. No debemos olvidar que en África conviven muchísimas confesiones: en Etiopía la mayoría de la población es ortodoxa y copta. Los católicos son el uno por ciento. De ellos, muchos viven, como yo, una situación difícil para la convivencia de las dos almas, católica y ortodoxa, en la misma familia. Una diferencia que se refleja también en la realidad social: la Iglesia ortodoxa tiende generalmente a la labor asistencial, mientras que la católica hace una propuesta de cambio para el hombre, para que la persona pueda comprender quién es, crecer, tener un trabajo, una familia. Tanto es así que su presencia es esencialmente educativa.
¿Puntos de esperanza?
Padre Giuseppe: Existen muchos ejemplos de cómo la preocupación de la Iglesia por la “inculturación” ha dado frutos. Algunas estructuras sobre las que se organizaba la tribu ahora hacen que las parroquias estén vivas. En mi caso, la reunión de los guerrilleros (samba, que significa “sed”) donde se discutía la defensa del poblado, se ha transformado en una reunión para decidir la vida parroquial. La procesión del leccionario al comienzo de la Misa es igual que el cortejo con el que los mensajeros obsequiaban al jefe de la tribu. Tradiciones que en muchas aldeas han desaparecido, siguen vivas en la Iglesia.
Hermana Caterina: De todos modos, el problema de la Iglesia, que es el mismo en todas partes, es preocuparse por anunciar a un Cristo que sea concreto, fascinante. Sin fosilizarse en las formas. Serán los hombres los que tengan que vérselas con su propia cultura. Los chicos de mi aldea me dicen: «Nosotros, que nos sentimos libres para hablar, para expresarnos, dentro de nuestra tradición no podemos hacerlo porque existe una jerarquía». Entonces comprenden por sí mismos que un Jesús que te trae esta libertad es mucho más fascinante. La gente tiene sed de un Cristo que responda a todas las preguntas, existe una gran sed. Y nuestra responsabilidad es responder a esto.
Luigi: Si además me doy cuenta de que Dios ha llegado hasta Sudáfrica, hasta el extremo de África... entonces comprendo que el Misterio actúa, y actuará siempre. Aunque no sepamos cómo.
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