Abandonó la Iglesia para adherirse al marxismo. Luego, en 1993, su revista lo envió a entrevistar al cardenal Ratzinger… Y en esa ocasión decidió «entender si escondía algo o no». La historia de PETER SEEWALD, autor de cuatro libros entrevista con el Papa emérito
Es conocido por sus cuatro libros entrevista con Joseph Ratzinger, primero cardenal, luego Papa y finalmente Papa emérito. Peter Seewald, 62 años, nació en Bochum en Baviera de una familia católica, pero en los años de la contestación se adhirió al marxismo y abandonó la Iglesia. A finales de los setenta funda y dirige el semanal de extrema izquierda Passauer Kleine Zeitung. Pasa luego a trabajar en el Spiegel y el Stern. Cuando, en 1993, encuentra por primera vez al entonces Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, es la punta de lanza del ultralaicista Süddeutsche Zeitung Magazin. En Baviera y en Alemania, entre los no creyentes y también en algunos sectores católicos cundía entonces una desestima por el PanzerKardinal. Para entendernos: en un encuentro con Seewald, el psicoanalista y teólogo católico Eugen Drewermann hablaba del manso teólogo bávaro como de «un hombre sin sangre en las venas, sin calor. Un hombre sediento de una vida que se le niega. No oso ni siquiera imaginar cuánto cinismo debe habitar en una persona que se da cuenta de que las preguntas sobre la fe llegan a ser tan solo cuestiones de ordinaria administración y de poder». Sin embargo Seewald, para aquella primera entrevista, fue capaz de despojarse de sus prejuicios y clichés. Más aún, ese encuentro le cambió la vida. No tanto y no solo porque de ahí nacieron cuatro bestsellers a nivel mundial, sino porque ese fue el comienzo de su retorno a la fe católica (en 2002 escribe Mi vuelta a Dios: Cuándo comencé a pensar de nuevo en Dios, publicado en español por Ediciones Palabra en 2007).
Lo que sorprende no es tanto que un no creyente se convierta dialogando con Joseph Ratzinger, sino que un hombre como Ratzinger confíe su pensamiento a la pluma de un periodista como Seewald. Pero la historia nos enseña que el eximio teólogo no es avaro en cuanto a sorpresas.
«¿Cómo me gané la confianza de Ratzinger? No fue tan difícil. Nos entendimos desde el primer momento», explica el autor sentado en el hall de un hotel milanés, el día después de la única presentación en Italia de Benedicto XVI. Últimas conversaciones con Peter Seewald, invitado por la Universidad Católica y el Centro Cultural de Milán: «Le gustaría mi manera de escribir. Las preguntas que le planteaba. Entendería que estaba interesado en acercarme de manera sincera a su personalidad para comprender su pensamiento». Veinte años después los interrogantes de La sal de la tierra (1996) no parecen haber perdido su frescura: «Cada vez son más las personas que se preguntan si el barco de la Iglesia conseguirá resistir los embates del mar. ¿Todavía vale la pena subir a ese barco?»; «Una vez usted dijo que la fe no es una teoría, sino un evento. ¿Qué significa eso?»; «¿Qué es lo que le fascina de ser católico?».
¿Qué hay detrás? Al comienzo, relata, todo iba a acabar con aquella primera entrevista. Luego el mismo Ratzinger lo contactó para La sal de la tierra. «Soy periodista, no soy teólogo, ni siquiera un periodista que se ocupa de temas de religión (en 2004 publicó Gloria, la princesa, un libro entrevista con Gloria Thurm und Taxis, ndr). Sin embargo, en estos años he tenido que aceptar que me ha tocado asumir una tarea importante. Cada vez se me hacía más claro que la imagen que la opinión pública tenía de Ratzinger no se correspondía para nada con la verdad. Y esta imagen impedía a la gente acceder a su pensamiento y a su persona».
Durante la presentación en Milán, Seewald explicó que en estos años no ha dejado nunca de preguntarse si Benedicto XVI escondía algo que él no lograba captar. «Nunca encontré algo parecido, quizás porque no lo hay». ¿Una lección sobre periodismo o una lección sobre el hombre Joseph Ratzinger? «He aprendido que no es una persona perfecta, él también ha cometido sus errores como todos nosotros. Pero creo que existe un vicio extendido en el periodismo moderno, el de buscar en primera instancia lo que está mal, lo que no cuadra», explica Seewald: «Se trata de una verdadera enfermedad de nuestra profesión. Y eso pasa sobre todo cuanto se trata de temas ligados a la Iglesia y a la religión. Al final uno acaba quedándose en la superficie, ocupándose de cuestiones organizativas, con la obsesión de encontrar ideas reformadoras, pero se pierde de vista la esencia de las cosas. No nos atrevemos a ir al corazón del problema. Se trata de una manera de hacer periodismo sofocada por la ideología, partiendo siempre de una opinión preestablecida».
La rigurosidad a la hora de tratar un tema y el deseo de ir a la verdadera sustancia de las cuestiones es una de las cosas que el periodista alemán dice haber aprendido del Papa emérito. Aunque, a nivel personal, ciertamente no es la más importante. «¿Qué ha cambiado en mí en estos años? Prefiero mantenerme en el marco de las diferencias exteriores. Me refiero a algo muy sencillo: había dejado la Iglesia y he vuelto. Es un cambio paradigmático que se verifica en la conciencia, que afecta a la concepción de la propia vida y del propio comportamiento. He aprendido a mirar la religión no como un problema, sino como una oportunidad. Una aventura. El descubrimiento de una nueva dimensión de crecimiento sin la cual ya no se puede vivir». Mientras, Seewald se había sumergido en una investigación periodística (como hizo treinta años antes otro entrevistador del Papa, Vittorio Messori) sobre la persona de Cristo, publicada en 2009 con el título Jesus Christus: Die Biographie.
Herencia. Volviendo la mirada atrás, habla de un «destino» que lo une a la persona del Papa emérito. Él se llama Peter, Pedro. Y las conversaciones que desembocan en Dios y el mundo (2000) tuvieron lugar en Montecassino, el monasterio fundado por san Benito, el santo del que cinco años después Ratzinger tomaría el nombre como Papa. Al cabo de todas estas horas de conversación, diálogo, coloquio, todavía no le resulta posible trazar un retrato de contornos definidos. «Es una personalidad muy rica y compleja, poliédrica. Hasta hoy no he conocido a nadie que pueda presumir de conocer del todo al hombre que se encuentra en la obra de Ratzinger. Por mucho que se lea sigue emergiendo una persona enigmática». Pero para Seewald resulta patente que «nos encontramos ante un hombre que intuyó muy temprano su vocación de servicio como apóstol de Jesucristo. Un hombre que jamás concibió su vida en función de una carrera o un poder, sino que ha desarrollado su tarea recorriendo un camino marcado por momentos difíciles y dolorosos».
Un periodista malicioso pensaría que Seewald insiste en la grandeza del personaje Ratzinger para gozar de luz refleja. Sin embargo, quienes no hayan estado demasiado distraídos durante el Pontificado, o por lo menos hayan leído uno de sus libros entrevista, saben que las del periodista alemán no son hipérboles: «Nos encontramos ante el mayor intelectual de nuestros tiempos y un doctor de la Iglesia de la edad moderna como ya no habrá otro. Si la mayoría de los Papas viene recordado por lo que hizo durante su Pontificado, para Benedicto XVI es distinto. Su obra hubiera sido inolvidable aunque no hubiera sido elegido como sucesor de Pedro». ¿Cuál es su heredad? «Ha revitalizado la sensibilidad por la figura de Cristo, nos ha mostrado a Jesús en toda su realidad completa. Algo importantísimo para el futuro de la Iglesia y de la fe».
Hay un aspecto del carácter de Benedicto XVI que ha fascinado al entrevistador papal en particular: «Encuentro asombroso y convincente que su personalidad sepa ser al mismo tiempo humilde y valiente. Siempre me ha llamado mucho la atención su capacidad de contraponerse a un cierto espíritu del tiempo, cosa que ha requerido de él una buena dosis de resistencia y la disponibilidad a aparecer como impopular». Si al cabo de veinte años de coloquios y una multitud de temas abordados, le preguntas cuál fue la respuesta de Ratzinger que más le sorprendió, Seewald vuelve al primer libro, La sal de la tierra. «Entonces tenía todavía una imagen distinta de él y le pregunté cuáles eran las vías para alcanzar a Dios. Me contestó: “Muchas, tantas como los hombres”».
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