La comunidad de CL de Omaha, al día siguiente de las elecciones. Incluyendo el referéndum sobre la pena de muerte. «¿Por qué defendemos la vida siempre?»
La noche de la elección de Trump, en la Escuela de comunidad de CL en Omaha, Nebraska, no faltaba nadie. Mientras el país intentaba gestionar su estado de shock, allí, en el corazón de la nación, en uno de los estados de mayoría republicana, cada uno de aquellos treinta amigos había hecho todo lo posible para no faltar a la cita de los miércoles. Empujados por la necesidad de mirar juntos una jornada que había sido un tsunami para América. «Independientemente de la satisfacción o decepción por el resultado, me impresionó que cada uno quisiera contar cómo se había sorprendido en esas horas yendo al despacho, a clase, o hablando con los vecinos», recuerda Martina, 34 años, profesora de Historia medieval en la universidad.
Como Leah, que al llegar a su trabajo aquella mañana se encontró con un clima apocalíptico. «Muchos compañeros ni siquiera pudieron sentarse y encender el ordenador. Yo me preguntaba: “¿Por qué yo, con toda la perplejidad que siento, he venido aquí con más ganas aún de hacer lo que tengo que hacer?”. En medio de aquella incertidumbre generalizada, me di cuenta de que yo era un punto estable». Así que se dedicó sobre todo a escuchar. «Los diálogos eran novedosos. Normalmente, nunca se habla de política. Mucho menos de la vida y de lo que a uno le importa. Pero esa mañana se rompió el hielo».
A Martina le pasó lo mismo. En el college donde trabaja, algunos compañeros llegaron a suspender las clases. «En el departamento había quien lloraba y quien no había pegado ojo en toda la noche. Como si vieran cerca el final de la “gloriosa” parábola democrática, a manos de la propia América». Una compañera de Historia americana llegó incluso a preguntarse qué sentido tenía enseñar lo que siempre había enseñado. «Le dije que yo sentía todavía más vivo el entusiasmo por entrar en clase y educar a los alumnos en un verdadero uso de la razón, algo esencial para construir la sociedad», cuenta. «Pero ella dejó de llorar cuando le obligué a mirar todo el bien que había en su propia vida. Empezando por sus hijos, su marido, hasta llegar a nuestra amistad». Bastó aquella evidencia para reavivar su mirada.
Así, en los pliegues de aquella jornada, para muchos las palabras del manifiesto de juicio “Protagonistas de nuestra historia”, un trabajo coral de todas las comunidades estadounidenses antes de votar, empezaron a cobrar vida. «Ha sido muy emocionante descubrir en los diálogos más sinceros que es posible ir hasta el fondo del espíritu americano y afirmar que todavía hay un bien que buscar juntos», explica Martina. «Y lo digo a pesar de que el clima aquí se está haciendo especialmente dramático. En muchos campus los episodios de agresiones entre estudiantes han alcanzado tales cifras que los rectores han tenido que contratar a vigilantes de apoyo. Hay quien se siente legitimado para crear muros aún más altos».
Los meses previos a las elecciones fueron muy vivos para la comunidad de Omaha. Había muchas ideas distintas, pero eso no era un problema porque eran más fuertes las ganas de comprender juntos. También se reunieron para ver los debates televisivos con los candidatos. Una hora y media de insultos. «Nos quedamos tan insatisfechos que, una vez apagada la televisión, nadie quería irse a casa», cuenta John. «Hemos pasado varias noches discutiendo, y pidiendo a algunos amigos que se unieran a nosotros para entrar más a fondo en cuestiones como los impuestos, las leyes y la política exterior». Después de una de estas veladas, John escribió a todos: «Creo que por primera vez he entendido qué quiere decir que la realidad es positiva. Mirando cómo estamos juntos, viendo esta estima recíproca, he comprendido que Él está con nosotros hasta en los más mínimos detalles. Exactamente igual que cuando iba a pescar con los apóstoles».
Pero los amigos de Omaha no han tenido que afrontar solo la elección presidencial. Para ellos la partida ha sido doble. De hecho, el 8 de noviembre también tenían que pronunciarse sobre el referéndum para volver a aprobar la pena de muerte, que había sido abolida en el estado de Nebraska en 2015 y ahora ha vuelto a proponerla el gobernador Pete Ricketts, católico y activista provida. «Inmediatamente percibimos la inadecuación de los diversos motivos que animaban la campaña del no», relata Martina. «Las asociaciones laicas se centraban totalmente en el ahorro económico. Un preso de por vida cuesta menos que uno en brazos de la muerte, debido a larguísimos procesos muy complejos». Por otra parte, en el bando católico, con sondeos que mostraban al 80% de los practicantes a favor de la pena de muerte, se indicaba votar en contra por obediencia a los obispos. «Veíamos que hacían falta razones más profundas para convencer a la gente», explica Martina, que junto a Dave, Meredith, Mary y el padre Scott empezó a plantear una pregunta muy sencilla: «¿Por qué defendemos la vida siempre?».
El fruto de este trabajo, lleno de encuentros, lecturas y diálogos, culminó en un manifiesto. «Hemos partido de la experiencia que cada uno tiene del propio error y de la inextirpable necesidad de perdón. Y del hecho de que, por tanto, no podemos dejar de sentir como oprimente una justicia reducida al ojo por ojo. Nosotros deseamos algo más, incluso para los que están manchados con crímenes horribles. Deseamos esa misericordia capaz de cambiar cualquier corazón».
El manifiesto no ha afectado al resultado del referéndum, donde ha ganado el “sí” con un 61%, pero sin duda ha sido un punto original, aunque solo sea por haber sido escrito pensando en las vidas de los once condenados de Nebraska cuyas ejecuciones, suspendidas durante dos años, ahora se actualizarán. «En realidad, no es así», apunta Martina. «Como en otros estados, el fármaco de las inyecciones letales ya no está en el mercado. Es una situación paradójica. Tendrán que buscar una manera “humana” de matar. Y a nosotros nos surge otra pregunta: “¿Por qué no lo encuentran? ¿Dónde está entonces el verdadero problema?”».
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