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Huellas N.11, Diciembre 2016

PRIMER PLANO

Navidad en Nursia

La ciudad de san Benito es el símbolo de la prueba a la que están sometidos los que siguen viviendo en el centro de Italia –un terremoto que no da tregua– y los miles de desplazados de sus casas. Pero «también Jesús nació fuera de su casa, como nosotros». Por eso (incluso antes de la reconstrucción) algunos esperan y empiezan a construir

Miles de sacudidas en un continuo terremoto que desde hace tres meses no da tregua a los habitantes del centro de Italia. Hace unos días falleció una mujer que quedó herida en la noche del 24 de agosto. Para las crónicas es la víctima 299. Se llamaba Franca y fue rescatada entre los escombros de un hotel de Amatrice.
Nursia es el símbolo de la pena de los veintiséis mil desplazados que pasarán esta Navidad habiendo perdido su casa. La ciudad vacía parece un campo de batalla. El terremoto ha quebrado la espina dorsal de Italia, los Apeninos, y ha rebajado el suelo en setenta centímetros. Mientras tanto, el seísmo continúa, día y noche. El Instituto Nacional de Geofísica registra racimos de temblores.

La cara de Annino. Pero el que puede quedarse no se va de esta tierra tan amada, que hace reír y llorar. Aunque quedarse suponga dormir en caravanas o en tiendas de campaña mientras avanza el invierno. Su manera de esperar la Navidad es muy distinta de lo que se imaginaban. Esperan la Santa Noche poniéndose en la cola, por la mañana, para poder ducharse, como cuenta Silvana Santucci, desplazada del pueblo de Ancarano: «Paso mis días organizando y distribuyendo las ayudas que llegan, que son muchísimas». La idea de celebrar las fiestas se mantiene por un solo motivo: «He perdido mucho, pero ningún rostro querido. Es para dar gracias», dice Alessandra Rossi, de Nursia. Hace frío y faltan horas de sueño, pero no abandona su puesto en la caravana que ha tomado el lugar de su farmacia en el centro del pueblo. Tenía cinco años cuando el terremoto de 1979 y vio a su padre remangarse y trabajar duro por ella. «Ahora me toca a mí». Y da las gracias a todos los que «están haciendo todo lo posible por nosotros: los bomberos, los voluntarios, Protección Civil, todos…». Pero la mayor ayuda para ella es la de Annino. La cara de Annino. Es un anciano que conoce desde que era niña: cada mañana, cuando ella abre la caravana-farmacia, él está ahí. «Para darme los buenos días. Viene solo para saludarme. ¿Comprendes? No sé explicarlo. Viene cada día».
Las clarisas, trasladadas a Trevi, sufren por la lejanía de su monasterio, pero el regalo más bello de esta Navidad es ver cómo la gente necesita que vuelvan a Nursia: «Nos añoran y nos esperan. No nos esperábamos tanto afecto», cuenta la abadesa, la madre Gabriela Babalini, que sabe perfectamente que la vida de la clausura a veces se mira como “inútil”. Después del terremoto, un carabinero le dijo: «Solo ahora entiendo qué importante es vuestra presencia». El padre Luciano Avenati, de Nursia, es actualmente párroco de Preci, Campi y Ancarano, donde «nadie, pero nadie, se ha ido». Está literalmente conquistado por su gente: «Ya desde el terremoto de agosto todos se implicaron en los trabajos necesarios, sin esperar a las instituciones, para construir ciertas estructuras que hoy son una verdadera bendición». Cuando les visitó el primer ministro, Renzi, después del temblor del 30 de octubre, le suplicaron: «Dejadnos quedarnos aquí, confiad en nosotros». El padre Luciano vive como todos en una caravana, después de haber “habitado” durante un tiempo en su coche. Gira todos los días por la Valnerina y la Val Castoriana para visitar a la gente: «lo más importante es la presencia. Para mí la “p” de prete [cura, ndt] se traduce así». Presencia, como la visita por sorpresa del Papa el 4 de octubre y el envío por su parte de “sus” bomberos y de un equipo de restauradores de los Museos Vaticanos que se encargarán del patrimonio artístico.

Una deuda existencial. David Lanzi, patriarca de la homónima empresa de jamones y embutidos de Nursia, el 31 de octubre ya había retomado el trabajo. Ha vivido el seísmo en 1972, ’79, ’97 y ahora. «Casi me he acostumbrado. El terremoto vuelve a destrozar, pero yo vuelvo a construir». Unas palabras escuetas por teléfono, porque tiene mucho que hacer: «Será duro, pero yo no despido a nadie». Todos repiten lo mismo: «Somos gente de montaña». Tienen el temple de quienes están acostumbrados a ir a paso ligero y gozan de la fe, que aquí es una sola cosa con la historia de estos lares y con la historia de cada uno. Pero hay que aprender otra vez lo esencial, lo que no pasa. «¿Sabes que te digo? Vivíamos todos como señores. No nos faltaban turistas y negocios ni siquiera en medio de la crisis. Y creo que no nos dábamos cuenta», comenta Gianpaolo Stefanelli, alcalde de Nursia hasta hace dos años, cuyos hijos viven uno en Spoleto, otro en Roma, «pero yo me quedo aquí. Pienso que tengo una deuda. No sé cómo decirlo, “una deuda existencial”. Y quiero pagarla».

Fuera de casa. El padre Aventi dice a su gente: «El terremoto nos ha quitado las casas, pero nos estamos convirtiendo en una gran familia. Cuando vivimos cerrados en el individualismo, sufrimos más». Por este motivo, el imparable obispo de Spoleto y Nursia, Renato Boccardo, junto con Cáritas diocesana, los párrocos y los voluntarios, ha querido dar prioridad a la creación de lugares comunitarios. En Ancarano, los desplazados han querido que la carpa más grande se utilizara como iglesia, puesto que la que había ya no está. Así pueden prepararse para la Navidad. «También Jesús nació fuera de casa, como nosotros», continúa el padre Avenati: «Quiso compartir plenamente nuestra situación, de tal manera que hoy lo sentimos más cercano, presente como el verdadero salvador de nuestra vida».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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