Hay un tema recurrente en estas Últimas conversaciones de Benedicto XVI con Peter Seewald, sobre todo cuando el periodista vuelve a preguntar cómo llegó a tomar ciertas decisiones que han marcado la historia de la Iglesia, desde la aceptación del ministerio petrino en 2005 a la renuncia a su ejercicio en 2013. Benedicto contesta siempre aludiendo a su ponerse ante Dios y reflexionar confiado en Dios. Lo repite sin reparar quizás en cómo esta disposición –ponerse ante Dios– indica sin ambages la fibra misma de su entera existencia. Lo que atraviesa las palabras del Papa emérito es una confianza en Dios que marca cada paso de su biografía, hasta alcanzar ahora, en esta etapa culminante, el carácter de una intimidad conmovedora. Su saberse ante Él, su estar cara a cara con Cristo, en un continuo cuerpo a cuerpo con la presencia de Dios, adquiere voz: «Me siento tan unido al Señor que nunca estoy del todo solo» (p. 284). El “sentirse” unido al Señor de Benedicto se corresponde con el “ser” acompañado, con el “estar” en Su compañía.
En el libro emerge también la antigua, profundísima, inteligencia profética del Papa emérito. En 1958, siendo un joven teólogo, publicó un artículo que suscitó un encendido debate. Se titulaba Los nuevos paganos y la Iglesia y era fruto de la constatación de un peligro muy similar al que don Giussani señalaba también en esos años, cuando los dos tenían más o menos la misma edad: «Fui testigo de una situación dramática, sobre todo en la clase de religión en la escuela. Allí tenía uno delante de sí a cuarenta muchachos y muchachas, que en cierto modo participaban con buena disposición, pero uno sabía que luego en casa oían justo lo contrario. (…) Se podía percibir que, aun cuando institucionalmente todo seguía existiendo, el mundo real se había alejado ya en gran medida de la Iglesia. (…) Me tomaron un poco por loco. ¡Pero era algo tan patente! Teníamos una buena pastoral de jóvenes. No obstante, todos sufrían (…) por el hecho de sentirse, en su religiosidad, extraños de algún modo a su proprio mundo» (pp. 122-123). Solo una cosa, señala varias veces Benedicto, puede desafiar esta creciente extrañeza: «Necesitamos al Dios que ha hablado y sigue hablando, al Dios vivo. Al Dios que me conmueve el corazón, que me conoce y me ama. Pero en algún lugar debe ser accesible también al entendimiento. El hombre es una unidad. Y lo que no tiene nada que ver con el entendimiento, sino que transcurre totalmente al margen de él, tampoco puede ser integrado en el conjunto de mi existencia; no deja de ser un cuerpo extraño» (p. 141). Según Benedicto no existe otra prioridad para la Iglesia: «La pregunta no es qué y quién es moderno. Lo importante es, de hecho, que no solo anunciemos la fe en formas verdaderas y buenas, sino que aprendamos a entender y expresar esas formas de un modo nuevo para nuestro presente» (p. 270). «Sabía que mi punto fuerte, en caso de haberlo, es que anuncio positivamente la fe» (p. 236), comenta acerca de su pontificado.
Quizás radique en esto la elección del título: estas conversaciones no son «últimas» a modo de testamento –gracias a Dios el Papa emérito sigue con una plena vitalidad intelectual–, sino porque la suya es una mirada desde la atalaya de las cuestiones últimas, las más verdaderas. La inteligencia de Benedicto es una inteligencia de las «cosas últimas», las que se encuentran en la fuente misma de la vida. De ahí extrae su criterio, desde ahí mira, ahí encuentra la clave de sus juicios. Solo un hombre arraigado en esta certeza puede decir, recordando su partida en helicóptero desde San Pedro: «Volando sobre Roma y oyendo el tañido se las campanas, supe que podía estar agradecido, que mi estado fundamental de ánimo era la gratitud» (p. 68).
Como bellamente ha escrito José Luis Restán, director editorial de la Cadena Cope, a propósito de las respuestas de Benedicto acerca del ministerio de su sucesor, el Papa Francisco, escucharle en estas páginas sigue siendo como gustar una sinfonía de Mozart: «Estoy contento. En la Iglesia se respira una nueva frescura, una nueva alegría, un nuevo carisma que llega a las personas; y todo eso es, sin duda, algo hermoso» (p. 65).
Benedicto XVI
Últimas conversaciones con Peter Seewald
Ediciones Mensajero
pp. 309 - € 18,90
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