En Montreal, con Ben, Alexandra, Sebastien. En Londres, con Martha e Irene. Y en Alemania… Viaje por las comunidades de GS en el mundo, para sorprender a los chicos en su vida de cada día. Midiéndose con un reto: «Comprobar si lo que han encontrado tiene que ver con todo»
La primavera pasada se juntaron más de seis mil en Rímini para los Ejercicios de Pascua. Venían de todo el mundo. Chicos de catorce, quince, dieciocho años que viven la experiencia del movimiento entre los pupitres del colegio que se enfrentan con un tema, “El abrazo que te salva”, que les ha ocupado durante tres días. Pero, ¿de qué habría que salvarlos a su edad?
Bastaría espiarles, escucharles furtivamente o estar con ellos algunas horas para darse cuenta. En Cervinia, por ejemplo, durante la asamblea con Julián Carrón en el Equipe de GS. O con Elena, estudiante riminense que, durante un mes de estudio de verano en Irlanda, se encuentra con dos chicos turcos musulmanes que la llenan de preguntas y a los que ella habla de sí. «A nosotros nos falta ese encuentro del que hablas. Necesitamos tu amistad», le responden. «¿Qué han visto?», se pregunta ahora. Y después con Eduardo, de Forlì, y su compañía de amigos, todo tiempo libre y diversión que deja solo amargura en la boca: «Me sentía solo, triste. Después de una noche en la discoteca con ellos, por ejemplo. Y entonces volví a buscar a un amigo que había conocido durante las vacaciones de GS». Alguien que antes era como él, pero que ahora era “feliz”: «Con él soy libre, y empiezo a sentir un interés real también por mí mismo».
También está Agnes, ugandesa, cuya historia encontraréis en el Primer Plano de este número, que tiene que enfrentarse a un padre alcohólico. Y luego están los ejemplos que leeréis en las historias que siguen. De Irene, inglesa, que cambia de colegio y se encuentra con compañeras nuevas, como leeréis en una de las historias a seguir. Y de aquel que, en un pequeño grupo de Colonia, decidió ir a hacer caritativa con sus coetáneos inmigrantes en tierra alemana del campo de acogida junto al colegio. O bien, incluso, con los new entry de la comunidad canadiense en Montreal.
En resumen, chicos afrontando la vida. Y la belleza y las dificultades que descubren en sus jornadas, cuando por la mañana asoman la nariz a la realidad. A su edad, pues: cuando son demasiado grandes para la ingenuidad de los niños, y aún no son presa del cinismo y del acostumbrarse a la tristeza en que cada vez más a menudo caen los adultos. Más bien, todo lo que sucede les suele impactar intensamente. Plantándole cara a los lugares comunes de los que les acusan, de ser “carentes de intereses, pasotas, insensibles”. La verdad es que son como sin piel, y todo toca la carne viva. Todo inflama y quema a los dieciséis años. Amistades, amores, pasiones, deseos...
El problema, se oye decir en un grupito de ellos en Cervinia durante la víspera del regreso al colegio, es que «vivimos en un momento histórico de miedo e inseguridad, de ausencia de vínculos». En Valtournanche, los quinientos de GS habían llegado desafiados por una pregunta: «¿Quién es el amigo que no te abandona jamás?». Si no está este amigo, si no se le reconoce –les ha dicho el padre Pigi– «nos encontramos siguiendo el sueño de una autonomía, levantando muros entre nosotros y la realidad» ante las desilusiones y las insatisfacciones. Nada nos basta, todo es inadecuado. Incluso los amigos, como ha dicho Stella, giesina de Varese, en Cervinia: «Todos no son bastante. Estar con ellos no colma hasta el fondo...».
Pero entonces, ¿qué sostiene realmente? ¿Cuál es el camino? «¡La cuestión es reconocer qué nos ha sucedido a nosotros!», les ha exhortado Julián Carrón en la asamblea. «Es un hecho, una experiencia», ha relanzado Pigi. Justo como le sucedió a Pedro hace dos mil años: «Él dijo “sí” por una simpatía que experimentaba en la relación con aquel hombre». Aun lleno de límites, se había dado cuenta de que con Jesús se podía disfrutar todo y ser más uno mismo. «Para nosotros es lo mismo. Estamos llamados a verificar si Jesús es verdaderamente fuente de un modo de vivir y de actuar que abraza todo, cuando estudiamos, cuando estamos solos, cuando estamos en casa. Si Él responde a las preguntas que tenemos, a la fragilidad de nuestros días». Solo esto hace renacer, cambia las caras y la manera de hacer las cosas de siempre.
Y genera una vida que se ve, que se puede encontrar. Que responde a una herida que todos tienen, también los compañeros de clase o los amigos: «Aquí se juega la partida, la confirmación de qué nos ha sucedido a nosotros. Solo esto permite el encuentro y el diálogo con el otro».
Hemos realizado una pequeña gira entre algunas comunidades del extranjero. Para tratar de sorprender esa vida entre los chicos de GS. Entre «radios», caritativas, familias, amistades. Para descubrir de dónde nace, y cómo –y por qué– puede cambiar la de quien se cruza con ella.
CANADÁ
«Seguimos una realidad viva»
Se tarda unos veinte minutos en subir a pie al Mont-Royal, en el corazón de Montreal. Pero los chicos de GS han tardado menos. Tenían prisa por llegar antes de que el sol cayese y ver el espectáculo de su ciudad desde lo alto. Después han esperado la oscuridad y las estrellas. Y antes de sacar las guitarras y ponerse a cantar, han escuchado algunas explicaciones, las necesarias para ayudar a la mirada a situarse ante toda esa inmensidad.
Uno se pregunta al mirarles detenidamente a la cara, aun en un lugar multiétnico y bilingüe como Quebec, qué hacen juntos rusos, chinos, rumanos, italianos y quebequenses. «A veces parecemos una delegación de UNICEF», ríe Cristiano, médico de profesión, que a las seis de cada sábado lo deja todo para pasar la tarde con los chicos. «A menudo nos encontramos en un Catholic center en el centro de la ciudad y hacemos Escuela de comunidad», cuenta Elena, profesora de inglés, de 45 años, de los cuales ha pasado 13 aquí. «Después de la pizza vemos una película o jugamos a “Mafia”, un juego que aquí tiene mucho éxito. En teoría tendríamos que acabar a las diez, pero nunca conseguimos mandarles a casa antes de las once y media».
La mayoría de estos chicos descubrió GS hace un año. Eran amigos de Pierluigi, profesor de historia, que llegó a Canadá hace 23 años desde Italia, donde había conocido la experiencia del movimiento. Después de una serie de altibajos en Montreal se había alejado. Hoy enseña en el College International, uno de los colegios más de moda de la ciudad. «Es una escuela en la que hay una fuerte selección. No por casualidad está frecuentada por hijos de inmigrantes, que a menudo son los más motivados. En estos años, siempre he hecho alguna propuesta a mis alumnos de los talleres de teatro o de los grupos de lectura y esto ha facilitado la amistad con ellos», cuenta Pierluigi. «En el verano de 2014 les invité a venir conmigo a Europa para hacer el Camino de Santiago. Pensaba llevar conmigo una decena de chavales, en cambio se inscribieron cuarenta. Al final de la peregrinación les dije: “¿Y si toda nuestra vida fuese un camino?”. Allí comprendí que si yo no seguía de nuevo el movimiento, no les podría llevar a ninguna parte».
La fusión. De vuelta a casa, después de algunos meses, busca a Elena y Cristiano. Los dos llevan un pequeño grupo de GS, casi todos chicos quebequenses, de familias del movimiento. Está previsto un study weekend en KinGSton (Ontario) con los amigos de Toronto y Otawa y es una buena ocasión para conocerse. Pierluigi llega con cuatro alumnos: dos chinos y dos rusos. Para los chicos ese fin de semana ha pasado a la historia, más que por el estudio, por el “merging”, la fusión. Aunque no fue indolora. Ben, que ahora tiene 18 años y estudia para ser bombero, lo recuerda como un shock: «Los recién llegados parecían tener mucho que decir, y yo en cambio no había intervenido jamás. Me parecía que iban muy por delante de mí, tenía envidia de sus preguntas. Me preguntaba: “cómo pueden implicarse así de repente?”». También para Jean-Etienne es una sacudida: «Yo nunca había elegido GS, había sido siempre una routine, como ir a clase. Pero cuando vi a estos chicos nuevos para los que el movimiento no era una herencia de familia sino una amistad decisiva que les hacía volver semana tras semana, entendí que me estaba perdiendo algo». Es una ola que entra en las vida de cada uno para hacerla más verdadera. Y Elena y Cristiano no tienen miedo de subirse a ella: «GS no es nuestro porque llevemos aquí más tiempo», desafían a los chicos. «Nuestra experiencia es algo vivo y seríamos desleales si no nos preguntásemos cómo esta novedad puede ser útil para nosotros. Este lugar es para el que tiene una pregunta ahora».
Tampoco Pierluigi tiene miedo y habla de sí a los chicos el domingo antes de regresar: «Este es un lugar algo extraño del que me he ido muchas veces, pero siempre me quedaba una nostalgia que me hacía regresar. He dicho muchos no y pocos sí, pero son suficientes para poder volver a caminar juntos hoy».
Entre los chicos nuevos está Alexandra, llamada “Queen of Russia”, en parte por sus orígenes y en parte por su personalidad. Su familia es ortodoxa, pero a los quince años se enamora de un chico musulmán y se planta el velo. En el colegio se monta un follón: sus compañeros están escandalizados y los profesores hacen frente común con la familia para hacerla desistir. A finales de ese año escolar busca a Pierluigi: «Profe, perdone, yo también quisiera ir a la peregrinación a Santiago». Pierluigi es claro: «Alexandra, durante el camino leeremos el Evangelio y rezaremos juntos. Si a ti te parece bien, yo estaré muy feliz de que vengas». Ella desde aquel momento ya no les ha dejado. «A veces el sábado estoy muy cansada porque me entreno todo el día con la bici», cuenta. «Vuelvo a casa y me tumbo en la cama y pienso que no seré capaz de ir a Escuela de Comunidad. Pero siempre hay un instante en que me doy cuenta de que es la cosa que más he deseado durante toda la semana. Ir a GS no es nunca un esfuerzo, sino al contrario. Porque elimina todo mi cansancio».
También Sébastien proviene de una familia ortodoxa, pero su madre, por una promesa a san José, lo bautizó en la Iglesia católica. Fue por primera vez a las vacaciones de verano en 2015: «De vuelta a casa tuve la impresión de que alguien me había abierto los ojos. Vi que se podía vivir intensamente cada detalle de la jornada. Así, lo primero que hice cuando iba caminando por la calle fue quitarme los auriculares y dejar de escuchar música. Todo aquel vacío que oía ya no me daba miedo y no necesitaba llenarlo yo».
«Tengo que verlo». Sylvain y Ruijie, en cambio, son chinos y como sus tres connacionales que frecuentan GS (Alexandre, David y Yulaine), no están bautizados. Durante todo este año han leído El sentido religioso. «Eran un torbellino de preguntas. Pedían cuentas de cada palabra. Alexandre, por ejemplo, no podía aceptar que la tristeza fuese “el deseo de un bien ausente”, sino simplemente algo que sucede en los neurotransmisores del cerebro», cuenta Cristiano. Pero nunca una explicación cambia su modo de pensar. Como les sucedió a Sylvain y Ruijie, que a mitad de curso le pidieron a Pierluigi hacer un curso de preparación al bautismo. «En realidad Ruijie me dijo que no estaba del todo seguro de quererlo hacer, pero quería hacer un recorrido para entender todavía más», precisa Pierluigi. Sylvain en cambio está muy convencido, tanto que un sábado por la tarde se presenta con su madre. «No dejaba de hablar de lo que hacíamos juntos, y en cierto momento ella me dijo: “Tengo que verlo”, así que la he traído». Hoy va a la Escuela de Comunidad de los adultos, junto a Sylvain que la ayuda a traducir lo que oye.
También Marie-Jeanne es una forja de invitaciones. Tiene 15 años y frecuenta la escuela femenina de las Marcelinas. No ha intervenido en los encuentros y resopla cada vez que le piden que toque la guitarra, pero cada semana llega con una compañera nueva. Hace un mes se presentó con Shaza y Marie-Elene, dos muchachitas sirias huídas de la guerra.
Jean-Francois, en cambio, ha hecho el recorrido opuesto. Él se fue mientras todos llegaban. Se perdió el famoso “merging”. En la escuela había empezado a meterse en política y, después de meses de ausencia, comunicó a Elena y a Cristiano que no vendría más: «Quería saber qué me servía verdaderamente para vivir. Y no me parecía que GS tuviera que ver con lo que deseaba», cuenta hoy. «No hicimos nada por retenerlo», recuerda Elena, «pero no por indiferencia. Dejarlo libre de dar todos sus pasos despertó en nosotros una espera, un anhelo por él».
Un sms. En los dos años que pasa alejado, de vez en cuando se cruzan con él: tiene el pelo largo, es vegetariano y de izquierdas. Por eso para Cristiano es una verdadera emoción cuando en enero recibe un sms suyo: «Quisiera ir a las vacaciones de invierno». En el hotel en Orford encuentra un escenario muy diferente. Él que pensaba haber cambiado mucho, descubre que sus amigos lo son mucho más. Es el primero en intervenir en la asamblea: «Lo que más echaba de menos eran las preguntas que nos hacemos aquí. Creía que eran naturales en mí, en cambio en estos meses empecé a olvidarlas. Y al final acabé por no estar seguro de nada. Ni siquiera de Dios. Entro en la iglesia, pero ya no soy capaz de hablarle como lo hacía antes». Desde aquel momento GS es verdaderamente su casa. Lleva incluso a su novia y se preocupa mucho de echar una mano para la organización de los encuentros. «He desarrollado nuevos intereses en estos meses», explica Jean-Francois. «Pero me hartarían, me sentiría ahogado si no tuviese estos amigos. Necesito de este lugar para que las cosas que hago me sigan interesando y la vida me siga hablando».
INGLATERRA
«Me sorprenden siempre»
«Student Youth es una amistad, no un lugar». Balance tajante de Martha, de dieciséis años, londinense de Maidenhead, suburbio de la capital británica. Comenzó a seguir a GS al otro lado del canal hace un par de años, tras la invitación de Pepe, el párroco español del barrio (ver Huellas n.10/2015), durante la preparación a la Confirmación. Hoy, en el «radio», habla de sus veranos, sus vacaciones, sus amigos, y del Equipe de GS en Italia, al que ha ido por primera vez. Con ella, en Cervinia, estaba también Ana, de la City: «Nos hemos sentido acogidas, justo cuando pensaba que nos sentiríamos solas». Una familiaridad inesperada con todos: «Aquellos chicos desconocidos tenían mis mismas preguntas».
Cantando Coldplay. «Giorgia también tiene las mismas preguntas», pensó Martha, que llevaba en el corazón a su compañera de escuela ni siquiera bautizada: «El año pasado trataba de invitar a los amigos a las iniciativas de GS. Quería que viniesen conmigo, pero casi de manera egoísta. En cambio he comprendido que lo que he encontrado yo es también para ellos, para su felicidad». Una hipótesis nueva para afrontar todo, desde los compañeros de escuela a sus pasiones, como el teatro. «GS fuera de “GS”»: así define ahora el descubrimiento de poder desafiar todo a partir de lo que la ha aferrado a ella.
Dentro de esta nueva mirada surge la invitación a Giorgia, a principios de septiembre, para una jornada organizada por los giesinos londinenses: juegos, bailes, el «radio» juntos. Y hasta un recorrido por las canciones modernas, desde Coldplay a Brandi Carlile, intentando medirse con las letras de las canciones. «Aquí no es normal que un católico invite a un “externo” a un gesto católico», precisa el padre Pepe. Y en cambio allí estaba Giorgia. Y estará en otras tantas ocasiones sucesivas de la comunidad inglesa, una treintena de jóvenes en total, algunos de familias del movimiento, incluso italianas trasplantadas, otras “no indígenas”, en Londres por un intercambio de estudiantes.
La misma herida. Y además está el pequeño grupo de Maidenhead. ¿El contexto? «Hay un prejuicio en lo referente a la Iglesia, ciertamente. Aquí rige la regla del cool, de lo que está de moda en ese momento. Debes ir a las fiestas, incluso beber. Y si no te adecuas... En GS en cambio, lo dicen ellos, los chicos encuentran relaciones en las que no tienen que fingir nada, en las que pueden ser ellos mismos. Se sienten abrazados, pero no es un refugio antiatómico en el que guarecerse, les digo siempre. Y si bien alguno, en el fondo, todavía lo vive así, otros empiezan a plantearse el problema de cómo la experiencia que hacen en GS puede desafiar cada aspecto de la vida».
Irene, por ejemplo, ha cambiado de colegio y al principio de curso ha participado en una convivencia con sus nuevos compañeros, entre la insoportabilidad de «sus discursos superficiales y la desesperación por la idea de pasar con ellos gran parte de los próximos dos años. ¿Qué tenía que ver con eso la experiencia de Student Youth?». En el «radio» ha tomado estos apuntes: «Puedo hacerme la víctima. O bien hacer memoria de la experiencia de amor incondicional que me ha aferrado». «Solo partiendo de aquí, de este abrazo, podéis ver que los otros no son distintos de vosotros. ¿No tienen acaso vuestra misma herida?», ha relanzado el padre Pepe, indicando el tema para el «radio» siguiente.
«Me sorprenden siempre», añade el párroco: «Veo suceder en ellos cosas que “ya sé”. Veo a Cristo cambiar sus vidas, y la de quienes encuentran. Como aquella madre... Se ha dado cuenta de que su hija era distinta. Feliz. Ha venido a ver, y ha empezado a hacer ella también Escuela de comunidad».
ALEMANIA
Un interés por todo
Clara y Annalena, finalmente, se decidieron a invitar a todos a Stuttgart, su ciudad. Y hace pocos días una veintena de amigos de Colonia, Munich e Ingolstadt se encontraron para pasar una jornada juntos. «GS en Alemania es así. Pequeños grupos, esparcidos en varias ciudades de todo el país. Brema, Friburgo, Eichstätt. Alguno incluso está solo», cuenta Katharina Kessler, profesora en una escuela superior de Neuss, junto a Düsseldorf, que acompaña a los giesinos alemanes. Lo ha hecho también en el Equipe, junto al padre Gianluca de Colonia, con los chicos que estaban en Cervinia.
Hacia los dolomitas. Entre ellos, también Clara y Annalena precisamente. Han vuelto entusiastas, impresionadas sobre todo «por Julián Carrón en la asamblea. Nos hemos descubierto como defendiéndonos ante su llamada a ir al fondo del desafío que nos había aferrado y por el que estábamos allí».
«GS en Alemania ha nacido hace pocos años, inicialmente de la amistad entre los hijos de algunas familias del movimiento. Era un modo de seguir viviendo relaciones que habían surgido en la vida de la comunidad de los padres», explica el padre Gianluca: «No es fácil verse». Primero está la lejanía entre las ciudades, y después el contexto, que hace que la vida siempre esté llena, explica todavía Katharina: «Los chicos alemanes hacen muchas actividades. Tocan instrumentos, hacen mucho deporte. Es difícil encontrarse fuera de momentos como el «radio» o las vacaciones». El verano pasado, un autobús que había partido de Colonia se llenó, ciudad tras ciudad: «Durante las vacaciones en los Dolomitas, al final éramos más de setenta, porque Gianluca había invitado también a sus muchachos», explica Katharina.
«Doy clase en una escuela católica de Colonia desde hace siete años», explica el sacerdote: «He empezado a hacer con algunos estudiantes un recorrido, una propuesta de camino. Y cuando han empezado a verse con los chicos de GS, han entendido que era la misma propuesta cristiana que vivían en la escuela».
«Somos cristianos». O bien algo que les hace interesarse por todo. Toma por ejemplo a Thomas, Anna y Frederick. Apasionados de la lectura, han empezado a confrontarse regularmente sobre títulos que, por recomendación o curiosidad, les caen en las manos. Aún más, otros el año pasado, encontrándose juntos para leer sobre política y justicia en los periódicos, han pensado en tratar de conocer a «esas personas que aparecían en los artículos que les interesaban». Dicho y hecho. Cartas a políticos, ministros, jueces: «¡Han ido a ver desde el ministro de Educación del Land al de la Defensa del Gobierno federal!», dice el padre Gianluca. El presidente de la Corte Constitucional, en Berlín, no pudiendo recibir a los chicos personalmente, los derivó a una “vice” suya. «Media hora de explicaciones varias sobre el funcionamiento de la justicia y del tribunal y después: “¿Tenéis preguntas?”. Los chicos la inundaron: libertad, verdad, justicia... “Pero, ¿quiénes sois vosotros?”, dijo la juez al final. “Somos cristianos”, respondió uno de ellos». Cristianos. Parece banal, pero aquí está el motor de la vida de estos muchachos. A lo mejor no son capaces de explicarlo, «pero la belleza de lo que viven es tal que les impulsa a manifestarla en todo lo que viven», dice el padre Gianluca.
También ante los inmigrantes, esos que son cada vez más numerosos por las calles de sus ciudades. «Ante la hipótesis de que estas personas “no son un problema sino una oportunidad”, se han pensado muchas iniciativas para salir a su encuentro». Espectáculos teatrales, conciertos, recogidas de fondos. Durante meses los chicos han expresado el deseo de ir a buscar a esa gente en los campos donde vive. «A finales de septiembre han obtenido el permiso para entrar en un centro de acogida de menores e iniciar una caritativa después del colegio para hacerles compañía». Cuando se presentaron quince a la primera cita, la directora de la casa de acogida no se lo podía creer: «Pensaba que serían dos o tres...». Una tarde para conocerse y dialogar: «¿Por qué lo hacemos? Bueno... Somos cristianos». Otra vez esas palabras, «impulsadas por la gratitud por aquello que viven».
Hablan los hechos. Un cristianismo como vida, no como etiqueta, que es contado por la creatividad y los intentos de estos giesinos: «¿Qué les ha sucedido? Han entrado de lleno en la hipótesis de que la vida es más interesante de lo que pensaban, y que de alguna manera esto tiene que ver con Jesús. Y ellos, más que con palabras, con los hechos, te dicen que aunque no entienden bien de qué modo, esta mirada nueva hace más interesante todo lo que viven».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón