Se acerca la fecha. Dentro de un mes, el 20 de noviembre, el Papa Francisco cerrará la Puerta Santa. El Año de la misericordia se acabará, al menos en su forma. Pero no hay nada que nos hable más de Dios que un gesto que pasa a través de la forma de nuestra finitud (el espacio de una puerta, el tiempo de doce meses) para dilatarla, transfigurarla, para convertir esa misma forma en signo imponente del infinito. El jubileo es todo esto.
En estas últimas semanas, hemos escuchado a varias personas decir: «¡Qué bonito sería si este Año siguiera todavía un tiempo¡». No es ninguna cuestión sentimental, ni apego a ciertas liturgias, a las catequesis papales, a ciertos momentos fuertes. Evidentemente, expresa una necesidad real y el deseo de que una respuesta tan clara y poderosa a nuestra sed de perdón no dejara nunca de fluir.
Pues bien, lo mejor de todo es que es así de verdad. El perdón de Dios es una fuente eterna e inagotable. Siempre es tiempo de la misericordia. El don que el Papa ha querido dar a su Iglesia, este Jubileo del que todos teníamos y tenemos necesidad, sin casi darnos cuenta ha servido para hacernos caer en la cuenta de esto.
Hace unos días, en el santuario mariano de Caravaggio y en otras muchas iglesias en el mundo entero, se celebró la Peregrinación jubilar de CL, coincidiendo con la apertura de curso, con la vuelta a las actividades ordinarias y el camino de cada día. No es una casualidad. «Sin misericordia no se puede caminar», ha recordado Julián Carrón: «Sin perdonar y ser perdonados, ninguna relación podría durar en el tiempo». Sin el abrazo de Cristo que se abaja hasta el abismo de nuestro límite, como experimentó Pedro después de traicionarle, simplemente no podríamos vivir.
«No entiendo cómo se puede pensar en recorrer un camino humano sin volver una y otra vez al “sí” de Pedro», insistía Carrón: «¿De dónde volver a partir si no? No puede haber moralidad sin una Presencia». Por ello, como decía don Giussani, «una “historia particular” es la clave de la concepción cristiana del hombre y de su moralidad. Porque la misericordia es una persona. La misericordia tiene un rostro, el de Jesucristo, y se manifiesta en la relación contigo de la misma manera en que se manifestó en la relación con Pedro; no obstante todos nuestros errores, caídas, traiciones, Él se mantiene fiel, nada de lo que hagamos prevalece sobre su misericordia. Nosotros podemos retomar el camino solo si Él nos perdona y nos atrae de nuevo a Sí».
Una historia particular. Un rostro, un encuentro, en el que la misericordia de Cristo se manifiesta para atraernos a Él. Puede parecer poco. Sin embargo, cuando sucede, todo cambia. La niebla se disuelve. Podemos avanzar. Incluso esa incertidumbre extendida que atenaza nuestro mundo, ese “miedo existencial” que Zygmunt Bauman ha analizado tan lúcidamente en la entrevista que podéis leer en estas páginas, mengua. En medio de este cambio de época en pleno curso se puede gozar de la certeza necesaria para vivir, como demuestran las entrevistas que publicamos después o la experiencia de los chavales de GS que encontráis en esta revista. Son historias particulares, cotidianas, que pueden parecen poco significativas, pero que siguen aconteciendo. Y aconteciendo muestran una vía para todos.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón