Vuelve septiembre y con él la vida normal, cotidiana, el trabajo, el colegio, la universidad. Si las vacaciones, en palabras de don Giussani, son «el tiempo de la libertad» en que elegimos cómo emplear nuestras horas, también el retorno es de alguna manera un test.
Podemos vernos ya presa de la rutina, agobiados por los colegas de siempre, las relaciones acostumbradas, las obligaciones ineludibles… (Pavese hablaba de «lo cotidiano que nos corta las alas») o incluso apesadumbrados cuando levantamos la mirada ante el escenario más amplio y dramático que nos rodea. Pero también podemos vernos deseosos de volver a nuestra vida diaria, curiosos por ver qué pasará, esperanzados ante el tiempo que nos toca vivir.
Es una alternativa sutil, casi imperceptible, pero real. Y no depende de lo que digamos o hagamos. Es una actitud de fondo que aparece al enfrentarnos con la realidad. Asumimos la misma actitud ante lo cotidiano como ante los problemas más graves: una cerrazón o una apertura, un replegarnos sobre nosotros mismos o un abrirnos de par en par a lo nuevo. ¿Qué es lo que marca la diferencia?
En este Página Uno podéis leer la síntesis de Julián Carrón, el guía de CL, en el encuentro de verano con los responsables internacionales del movimiento. Lo ofrecemos a todos como un instrumento de trabajo y de reflexión. En un momento dado, retomando una frase pronunciada por uno de los asistentes («la certeza de ser amado me permite abrazar la realidad»), cita a don Giussani: «El síntoma de que tenemos certeza es que sentimos una simpatía humana por todo lo que encontramos. Solo si tenemos certeza acerca de nuestro destino podemos sentir una verdadera simpatía humana por todo lo que encontramos en nuestro camino».
Una certeza. Esto permite estar de pie en un tiempo de gran incertidumbre, no marearnos en medio de la zozobra, tener ganas de medirnos con todo lo que encontramos en la vida, ser libres ante cualquier circunstancia. Sin duda la certeza no puede asentarse en nuestras capacidades, proyectos, medios o propósitos («en la fuerza de los instrumentos», como observa el Papa Francisco en su mensaje al Meeting). Está a la vista su inadecuación ante el impacto con la vida concreta. Solo la certeza de nuestro Destino bueno, el redescubrimiento continuo de que somos amados incondicionalmente nos permite abrazar la realidad.
En este número de Huellas encontráis hermosos trazos de este dinamismo: la crónica del Meeting de Rímini, cuya clave ha sido una simpatía humana (más aún la «disponibilidad para ponerse en la piel del otro y captar, más allá de la superficie, lo que agita su corazón», como escribe de nuevo el Papa a los organizadores); el testimonio de Santa Teresa de Calcuta; el de la hija de Aldo Moro o de un profesor de filosofía francés.
Es el mismo abrazo que se refleja en muchos testimonios humildes, discretos, todos ellos eco de lo que sucede cuando el corazón de un hombre, como pide el Papa, se convierte en «la presencia fuerte y sencilla de Jesús, en su presencia consoladora», según vamos creciendo en la certeza de ser amados. Este es en el fondo el sentido del tiempo que se nos concede: afianza nuestra certeza de que somos amados.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón