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Huellas N.7, Julio/Agosto 2016

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

LA COMPAÑÍA DE TERESA
Sufrí una hemorragia cerebral por lo que tuve que ser intervenida quirúrgicamente. Para la convalecencia y la rehabilitación ingresé en un hospital. En la habitación tenía una compañera con una enfermedad psíquica. Llevaba ingresada 20 años. La doctora me dijo que si veía que no podía estar con ella, se lo dijera y me cambiaba de habitación. Sabía quién era porque siempre estaba sola, no hablaba con nadie y si lo hacía no se la entendía. Cuando entró en mi habitación el primer día ya venía enfadada. Se tumbó en la cama y empezó a escupir en la papelera que había al lado del sillón donde yo me sentaba; se la cambié de lado, pero la volvió a poner en el mismo sitio. Era una situación con la que no contaba y les pedí a mis amigas que pidieran por mí. Esa noche me acosté llorando, suplicando al Señor ayuda: «Sé que estoy donde tú quieres, te ofrezco mi dolor». Por la mañana cuando salí de la ducha, estaban las enfermeras con ella y yo empecé a ver cómo la vestían y cómo le hablaban adaptándose a sus maneras, a su dificultad. En ese momento, mirándola, me di cuenta: mi realidad era la misma. En el fondo, somos iguales. Yo también necesito afecto, el de mis hijos, el de mis amigos. Su corazón está hecho igual que el mío, tiene la misma necesidad. Me sentí amada, agradecida y, a partir de ese momento, nació un afecto inesperado hacia ella. Cuando hablaba con algunos enfermos, me preguntaban en qué habitación estaba. Yo les decía que con Teresa y ellos: ¡qué mal! Se extrañaban cuando les decía que yo estaba bien, que Teresa era como una niña pequeña. Por las noches cuando estaba ya acostada, iba a su lado y le decía: «Buenas noches, Teresa», ella me miraba y me contestaba a su manera: «¡Ummm!». Una de las cosas que se me hacían más difíciles era cuando ella iba al baño y no tiraba nunca de la cadena. Empecé a decirle como jugando: «¡Anda Teresa, se te ha olvidado tirar de la cadena!»; ella se volvía y tiraba. Al cabo de un tiempo, si salía del baño y veía que yo estaba en la habitación, se daba la vuelta y tiraba de la cadena (si no me veía, se le “olvidaba”). A mí eso me conmovía, me sentía querida por ella, por su forma de agradecerme cómo la trataba. En los cuatro meses que compartí con ella, no fue nadie a verla, ni su padre ni su hija. Cuando yo tenía algún momento difícil, mirarla me ayudaba, reconocía que era para mí una compañía. Cuando la doctora vino a darme el alta, se lo dije a Teresa, nos dimos un abrazo y me dijo: «No te vayas». El instante presente es nuestra tarea. Y si respondemos con amor realizamos nuestra misión en el mundo.
María, Móstoles / Madrid (España)

En clase
«PROFE, ¿USTED CREE DE VERDAD?»
Querido Julián, soy una profesora de instituto y durante este curso me asignaron una hora de clase con los chicos que no quieren apuntarse a Religión. Pensaba: «¿Qué pinto yo aquí con unos quinceañeros que ya han decidido que Dios les importa un bledo?». Entraba en clase y les proponía leer juntos los periódicos o ayudarles en matemáticas que es mi disciplina. Pero desde el comienzo me provocaron con preguntas del tipo: «Profe, ¿usted cree de verdad?». O: «Profe, encontré un vídeo que demuestra científicamente que Dios no existe, ¿lo vemos juntos?». ¿Por qué me preguntaban estas cosas? Un colega, después de mi breve relato sobre los Ejercicios, me pregunta: «¿Estás segura de que Dios lo perdona realmente todo? Llevo años sin atreverme a ir a confesarme…». Entiendo que si por gracia los chicos y los compañeros ven nuestra confianza serena en la bondad de Dios, nos piden razón de ello.
Lorenza

CENANDO CON MI HERMANA, CON NOSTALGIA DE JESÚS
Mi hermana, que es homosexual, ha conseguido tener una niña mediante la implantación de un embrión congelado. Cuando puedo la ayudo porque está sola para todo, pues su compañera no ha compartido esta decisión suya. El mes pasado, después de ir a la guardería a recoger a la pequeña, me quedé a cenar allí. Al empezar a comer, mi hermana me propuso: «¿Hacemos un poco de catequesis?». «¿En qué sentido?», le pregunté. Me dijo: «Yo no sé nada. Quiero conocer algo, poder enseñarle a mi hija algo bueno». «¿Qué quieres saber?». «Empecemos por cuál es la diferencia entre Padre, Hijo y Espíritu Santo», me preguntó. «¡Vaya, empezamos por algo sencillo!». Y después de explicarle algunas cosas, le dije: «Empecemos por el Hijo». Casualmente, llevaba en el bolso el cuaderno de los Ejercicios del año pasado. Le leí la lección de Giussani, hasta que Andrés vuelve a casa con su mujer… Ella estaba llorando, lloró tanto que también a mí me dieron ganas de llorar. Le dije: «Es la nostalgia de Jesús». Me preguntó: «¿Cuándo seguimos leyendo?». En días sucesivos hemos seguido adelante, leyendo también fragmentos del Evangelio, pues ella no tiene ni idea de nada. Y hoy ha decidido ir a confesarse. Yo la acompañaré, luego iremos a ganar el Jubileo pasando por una Puerta Santa.
Carta firmada

Acogida
ESE TESORO PRECIOSO QUE PAULATINAMENTE HEMOS DESCUBIERTO
Cuando V. llegó a nuestra casa, ya teníamos cuatro chicos acogidos. Desde el comienzo se mostró como un niño apesadumbrado, cerrado en sí mismo, duro. Todo lo percibía en su contra. Con el paso del tiempo, se iba dando cuenta de que volver con su familia de origen iba a ser muy difícil. Una noche, después de haber estado con su familia, sollozando me dijo que se sentía como una nave que se hunde. «Si tú quieres, me gustaría llevar algo de este peso contigo», le dije. Hizo sí con la cabeza e, inmediatamente, se serenó. No podía quitarle ese dolor, pero compartirlo sí. Desde ese momento algo cambió en nuestra relación. Cada vez que volvía a aparecer la carga y la fatiga, retornaba con la memoria a ese punto de verdad y de bien que se había dado con él. La familiaridad creciente entre nosotros permitió que afloraran las cualidades de V. (su generosidad, su disponibilidad) y que empezara a confiar en sí mismo y a fiarse de la realidad. Veíamos que pedía una atención mayor de la que recibía. De acuerdo con los servicios sociales, hemos pensado seriamente en una familia toda para él. Ahora que empezábamos a aficionarnos a V. se nos pedía amar su destino más que nuestros sentimientos. Pedimos a nuestros amigos de Familias para la Acogida que pidieran la disponibilidad de una familia para él. Dos días después, llegó. Sabíamos que lo que les ofrecíamos era realmente un “tesoro” precioso que se manifestaría con el tiempo. Nosotros ya lo vimos, ahora “su” familia puede descubrirlo.
Carta firmada

UNA NUEVA “TERAPIA” QUE COMPRENDER
A través de la caritativa en el Banco de Solidaridad conocí a una familia con mil problemas. Durante un año, cuando iba a verles, su hija no salía de la habitación ni siquiera para saludar. Después aceptó la invitación a la cena de fin de curso y desde entonces, de manera totalmente inesperada, ha empezado a relacionarse conmigo y con los amigos que le presenté. Una mañana me citaron el psiquiatra y la enfermera que se ocupan de ella. Querían saber qué le estaba sucediendo. La veían muy cambiada, sobre todo contenta; hasta había empezado a vestirse de una manera normal. Querían que yo les explicara qué había pasado. Me entraban ganas de sonreír porque ni siquiera yo lo sabía. Intenté decirles que desde comienzos de año esta chica tomó la decisión de estar con estos nuevos amigos porque ha visto que alguien se interesa por ella y la quiere. No vamos a la discoteca o a fiestas, sino a hacer catequesis (la Escuela de comunidad). En definitiva, mientras hablaba con ellos me daba cuenta del milagro que está sucediendo y de que ni siquiera yo caigo en la cuenta de la potencia de novedad que tiene el encuentro con Cristo. Me dijeron que estaba muy contenta de los Ejercicios, y que echarían una mano para pagarle la cuota de las vacaciones de este verano, porque ven que es algo bueno para ella. Lo que querían en el fondo era verme para saber quiénes somos y qué hacemos. Todo es muy sencillo y transparente: no hay nada detrás de nosotros; nada, excepto Cristo presente que, en serio, obra con su misericordia.
Carta firmada

Venta de Huellas
«¿POR QUÉ ESTOY AQUÍ?»
El sábado y el domingo vendimos Huellas a la salida de la misa. Como siempre habíamos impreso en formato 70 por 100 las portadas; habíamos dado el aviso a los amigos con tiempo suficiente, en definitiva, todo estaba “listo”. Pero al final de la misa del sábado, me encuentro con que, aparte de nosotros, Alfredo y yo, solo está Antonia. Tres, éramos solo tres. Desilusión, amargura y, en seguida, el lamento y la pretensión. Fue un segundo, pero enseguida pensé que la cuestión verdadera no era «por qué no han venido los demás», sino «¿por qué yo estoy aquí?». De improviso me sentí un privilegiado. Para mí la venta de Huellas no era una de las múltiples iniciativas que hay que hacer para ser un “buen cielino”; era una decisión personal. Y me surgió la pregunta: «¿Por qué me ha elegido a mí para llegar a otros?». Vender Huellas me ayudó a entender que Cristo me elige para llegar a todos.
Gabriele

UNA ORACIÓN ENTRE LOS PALÉS DEL MERCADO
Querido Carrón, ayer como todos los miércoles y viernes fui a los mercados mayoristas para la recogida de la fruta y verdura, cosa que hago desde hace más de tres años para el Banco de Alimentos. Somos cuatro, a veces seis, y vamos puesto por puesto pidiendo que nos donen fruta o verdura. La comida recogida se clasifica en el puesto y se entrega a una docena de entidades. Al cabo de tres años todos nos miran con buenos ojos, e incluso el que no tiene nada que darnos nos regala una sonrisa y un saludo. Hay gente muy generosa. Uno de ellos me dio 980 kg de mandarinas; otro, que jamás me había visto, vino a buscarme para darme dos palés de 1.000 kg de patatas nuevas todavía embaladas en sus cajas; ayer otro me dio 1.000 kg de uva blanca chilena, estupenda y muy buena. Hay también quien te da mercancía para tirar... Y nosotros se lo agradecemos, aunque luego la tiramos. Se ha instaurado un clima muy cordial. Algunos nos hacen el gesto de que no tienen nada y otros nos llaman “Bancoalimentarios”. En un puesto pequeño, al que le cuesta mucho salir adelante, me dan siempre –siempre– dos cajas de ensalada de la más fresca. Muchas veces, mientras voy de un puesto a otro, doy gracias al Señor con una oración por la generosidad de esta gente. Y una vez que nadie tenía algo para darnos, pensé: «Jesús, mira que estoy aquí por ti, así que tú verás…», y empezaron a ofrecerme cajas de alimentos. Es que se lo había dicho como una oración, no como una queja...
Ernesto, Turín (Italia)

Premio inesperado
COMO LAS OFRENDAS PARA EL DUOMO
Querido Julián, inesperadamente nos ha tocado un premio en dinero y nos hemos preguntado qué es lo que más nos importa en la vida. Estamos casados y tenemos tres hijos. Yo soy profesora y mi marido tiene un trabajo precario en la universidad. No tenemos dificultades económicas, pero tampoco un trabajo seguro. Además, este año hemos decidido apuntar a nuestra hija mayor a un colegio concertado. Sumando los gastos, las salidas mensuales son elevadas. En fin, un premio así es realmente “un don del cielo”. Lo primero que pensamos fue no quedarnos todo para nosotros. La gratitud hacia el Señor nos impulsaba a compartir con otros parte de la suma recibida, como si alguien nos hubiera entregado ese dinero para que lo hiciéramos fructificar para el Reino de Dios. Claro está que para una familia usar bien el dinero forma parte de la construcción de Su Reino. Pero donar una suma para nosotros significa reconocer que nuestra familia solo puede asentarse sobre roca porque pertenece a la Iglesia. Al igual que hace siglos muchos entregaban sus bienes para la construcción del Duomo de Milán, así nosotros hemos decidido entregar un dinero a la Fraternidad. Le debemos todo al movimiento porque si nos hemos casado, si tenemos hijos, si somos lo que somos, es por una historia que nos cautivó hace años y que sigue cautivándonos hoy otorgando compañía, fecundidad y alegría a nuestro matrimonio, a nuestro trabajo y a nuestra vida.
Carta firmada

UN PROBLEMA QUE RESOLVER, ¿O ALGO MÁS?
Hasta hace algún tiempo, aunque la situación de los refugiados me impactaba, nunca me había interesado realmente. Lo único que no me dejaba tranquila y despertaba mi curiosidad era el hecho de que unos amigos de Friburgo trabajaran e hicieran la caritativa con los refugiados. Así que, cuando en febrero llegó a la universidad la iniciativa de hacer voluntariado enseñando francés a los numerosos “solicitantes de asilo” del cantón, me presenté. Antes de empezar, la responsable del proyecto me escribió preguntándome si estaba disponible para someter a los inmigrantes a una prueba de nivel de francés. El día del test estábamos en un gran anfiteatro. Se presentaron muchísimos refugiados de diversas edades y nacionalidades (la mayoría etíopes, eritreos y sirios). Mientras por el micrófono los intérpretes traducían a varias lenguas el mensaje de bienvenida, las indicaciones sobre cómo comportarse y cómo realizar el test, yo empecé a mirarlos uno a uno, y en un momento dado se me escaparon inesperadamente las lágrimas; lloraba hasta el punto de avergonzarme e intentaba contenerme como podía. Por la noche, en casa, le contaba a mi marido cómo había ido la jornada, un poco avergonzada pero en un claro intento de entender la naturaleza de aquella conmoción. Me había descolocado el hecho de que, mirándoles, no percibía distancia alguna entre ellos y yo. Me parecía evidente el hecho de que las personas que tenía delante habían sido queridas por Aquel que me ha querido a mí. Desde febrero hasta hoy han pasado cosas maravillosas con mis alumnos y amigos inmigrantes. El sábado, por ejemplo, me invitaron a la fiesta de compromiso de una alumna afgana. Hechos así y mis cursos de francés no me dejaban tranquila, y cada vez que leía artículos sobre ellos me daban ganas de gritar: «¡No se puede reducir a toda esta gente tan solo a un problema que resolver en Europa! ¡Hay algo más, hay una provocación enorme para el corazón de todos!». Esta experiencia ha sido fundamental para ayudarme a vivir los problemas de la vida de todos los días. Porque, si es tan evidente que esas personas son para mí, ¿cómo no va a serlo también todo lo demás que hay en la realidad? Esta pregunta me está haciendo una gran compañía, sobre todo en las dificultades; y es un punto de verdad del que volver a partir.
Letizia, Neuchâtel (Suiza)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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