La cara de Giacomo
Cementerio Monumental de Milán, domingo por la tarde, delante de la tumba de don Giussani. Aurora se acerca a Giacomo y le susurra: «Es tarde. Tenemos que irnos». El hombre echa un vistazo a la hora: «Tienes razón. Unos segundos más… Sabes, no podía volver sin darle las gracias. Han sido días bellísimos y todo se lo debemos a él. Le debo todo». “Volver” para Giacomo significa ingresar en la cárcel donde está cumpliendo su pena. Llegan delante de la verja del penitenciario: «Gracias Aurora. Hasta mañana». «Hasta mañana».
Los controles necesarios, luego en su sección donde le espera el guardia de turno para acompañarle hasta su celda. «Hola Giacomo. ¡Qué cara tan contenta! ¿Dónde estuviste de permiso?». «En Rímini». «¿Hay vida también en esta estación? Creía que solo en verano…». Giacomo se ríe: «No, no. Es que estuve en la feria donde se celebraban los Ejercicios espirituales de CL». El guardia se para en seco: «¡Vaya! Debe haber sido algo muy especial, tienes los ojos que brillan».
Unos pasos y están delante de la celda. Desde dentro se oye una voz: «Qué bien que has llegado, te estaba esperando». Giacomo entra y abraza al compañero: «Hola Andrea». Y el otro: «Venga, cuenta». «Un momento, tomo mis notas». Su amigo le mira: «¿Qué te ha pasado? Eres distinto. Se ve a la legua. A ver si el próximo año me dan a mí también permiso para ir contigo». Giacomo le da otro abrazo, luego se sienta y empieza a contar. Casi no oyen el saludo del guardia. Este avanza unos pasos, luego apoya la oreja en la pared para escuchar a Giacomo. La misericordia del Papa Francisco, el “sí” de Pedro y luego Dios que ha querido ser amado por hombres libres… No consigue separarse. Esas palabras van derechas al corazón. Hasta las diez, cuando hay que apagar las luces y cerrar las celdas. En el interior, Giacomo no para de contar.
El día después, a las ocho y media en punto, Aurora está en la cárcel. Antes de empezar su trabajo como responsable de los proyectos para los presos, pasa a ver a Giacomo. Nada más entrar en el pasillo, una voz la llama. «¿Tienes un minuto, Aurora? Necesito hablar contigo». Es el guarda de la noche anterior. Qué extraño. Su turno acababa a las seis de la mañana. «Dime». «Se trata de Giacomo…». «Dios mío, ¿qué ha pasado?». «Nada malo, tranquila. Es que ayer llegó radiante. No pude menos que escuchar lo que le contaba a su compañero de celda. No pude resistirme. Pues, eso es lo que le quería comentar». «Gracias, sus palabras me conmueven».
Aurora hace ademán de irse, pero el hombre la para: «No quería solo contárselo. Es que… a mí también me gustaría tener la misma cara que Giacomo. ¿Puedo ir yo también el año próximo?».
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