Una sociedad rota. Los mitos de la modernidad en crisis. La moral confuciana que no aguanta frente a los hijos o los dramas de la vida. Cada año, son miles las conversiones al cristianismo. El relato del padre LUIGI BONALUMI, el único Misionero de la Misericordia en la antigua colonia
Es el único Misionero de la Misericordia en toda Hong Kong. Pero su primer pensamiento sobre la misericordia no es este mandato especial, son sus veintisiete años de misión en suelo chino: «Una gran obra de misericordia de la gente hacia mí».
El padre Luigi Bonalumi llegó a Hong Kong en agosto de 1989, a los dos meses de los sucesos de la Plaza Tienanmen. Este misionero del PIME (Pontificio Instituto para las Misiones en el Extranjero, ndt.), bergamasco de Mapello, rozando hoy los sesenta, aterrizó en un mundo bajo shock y vivió en primera persona los últimos años de la colonia británica, «años de tensión ante el drama que todos tuvieron que afrontar: quedarse o abandonar el país». Presenció el masivo éxodo migratorio, el restablecimiento de la soberanía china y las promesas (fallidas) de la basic low, la gradual democratización. Pero eligió siempre permanecer. «La evangelización continúa, aunque cambien los gobiernos», dice: «La Iglesia constituye un motivo de estabilidad para los que se quedaron y un motivo de estímulo para los que gobiernan».
Vida moderna. Hoy, desde su parroquia de periferia en la frontera con la China continental, ve cómo se acerca la crisis económica y se agrava la fractura de la sociedad: pro-establishment y pan-democrats, pro-China y anti-China. «Una polarización que encarna también un conflicto intergeneracional». Por una parte, los que han acumulado una fortuna y viven de la renta; por otra, los que no se callan y protestan, los jóvenes del Occupy Center, el movimiento que hace dos años llenó las calles de Hong Kong, pidiendo libertad y democracia al gobierno de Pekín. «Tienen miedo, sienten todo el peso del futuro». Y bullen. En la hipertecnológica y cosmopolita Hong Kong ha entrado en crisis «la vida moderna», dice: «También por esto muchos se ven empujados a buscar la fe, movidos por el deseo de hallar una vida más auténtica. Buscan la verdad».
Él es párroco de la iglesia dedicada al Corazón Inmaculado de María en el distrito de Tai Po, en los Nuevos Territorios. Unos diez mil fieles, “divididos” entre dos comunidades: la inglesa y la china. La movilidad es muy alta y en los domingos del Tiempo Ordinario las ocho misas, entre sábado y domingo, están siempre muy concurridas. En las Liturgias más importantes, la gente no logra entrar en el templo.
La diócesis de Hong Kong es la más grande de China (52 parroquias y medio millón de católicos sobre 7 millones de personas). No le cabe duda de que «es un don precioso para la Iglesia universal». En la noche de Pascua de este año se acercaron a los Sacramentos de la iniciación cristiana 3.300 nuevos catecúmenos, casi todos adultos. «Es un signo de la gracia de Dios», subraya. «Normalmente, toman esta decisión después de años de reflexión. Se lo piensan muy bien. Tienen la vida resuelta, un trabajo y una familia. Pero comprenden que no les basta».
Una gran obra. El padre Bonalumi nos habla de un pueblo en donde el ateísmo –«como lo entendemos en Occidente»– no existe. «Aquí todo el mundo cree en la presencia de una divinidad». Sobre todo ve a parejas casadas que llegan a la parroquia con sus hijos buscando un lugar y una compañía para educarlos: «Se dan cuenta de que no saben qué transmitir a sus hijos y que la moral confuciana es insuficiente. Lo impresionante es ver que aquí tener fe se considera realmente una ayuda, un bien y una riqueza. Una ganancia para la vida».
El Año de la Misericordia, además, está abriendo las puertas de par en par delante de una gran necesidad. «La necesidad de confesarse. Lo veo en muchísima gente. Un amigo protestante, que vino aquí hace veinte años como misionero, ha pedido hacerse católico. Le pregunté por qué: “Por la necesidad que tengo de la experiencia de ser perdonado en el sacramento”. La misericordia vivida también sacramentalmente». Se ríe: «Quizás no sea un buen ejemplo de ecumenismo… pero el Padre Eterno conoce el camino de cada cual».
Además de párroco, el padre Bonalumi es director de dos colegios, pero ahora siendo Misionero de la Misericordia pasa mucho más tiempo en el confesionario. La gente llega pensando que él pueda resolver todos sus problemas: «No es así, obviamente. Pero es algo que les anima a venir; lo que buscan es la misericordia de Dios después de una vida de altibajos. Lo cual requiere de mí una radicalidad mayor a la hora de vivir mi vocación. Es un reclamo personal muy fuerte». ¿En qué sentido? «Me empuja a reconocer la experiencia de la misericordia hacia mí. Además, esto es lo que te hace libre ante cualquier circunstancia». Estos 27 años de misión constituyen para él «una gran obra de misericordia de la gente hacia mí. Me han acogido y me acogen cada día. Perdonan mis límites, también los límites culturales y de comprensión, porque en las relaciones se cometen errores enormes, sobre todo al comienzo. Pero también después…».
La vía de Antony. De su gente ha aprendido que lo más importante «no son los proyectos que se llevan a cabo, sino la amistad que se establece. Ese es el lugar de la fe». Luego ha aprendido que «el Espíritu sopla y, por eso, creemos. El trabajo de la evangelización corre a cargo de Dios, eso sí, a través de nosotros. Es la Iglesia la que evangeliza». El PIME está presente aquí desde hace 160 años, hoy con unos treinta misioneros. «Los hubo antes que nosotros y los habrá, espero, después… El pueblo de Dios camina a través de los siglos». No pone su esperanza en los «grandes sistemas», sino «en el encuentro con las personas», dice seguro: «Allí se planta la semilla que Dios hace crecer».
Antony lo conoció “por casualidad”. «Era un hombre de 50 años con un recorrido vital muy complicado». Había vivido toda la revolución cultural en China, luego llegó aquí solo, con un matrimonio concertado a sus espaldas. «Empezó entre nosotros una amistad y, poco a poco, volvió a su mente el recuerdo de que una religiosa le había bautizado de niño, durante un ingreso en el hospital. No había tenido contacto con la Iglesia desde entonces. Hoy es monje trapense, aquí en Hong Kong. Está allí y reza por todos nosotros…».
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