El tesoro de Miria
La clase de inglés acaba de terminar, pero Miria no ha copiado en su cuaderno ni una de las palabras escritas en la pizarra. Lleva dos años en el Meeting Point de Kampala, desde que descubrió que tenía SIDA y se acercó para recibir el tratamiento. Además de las terapias, en este lugar ha aprendido a escribir en acholi, y también a hablar un poco de inglés. Pero hoy tiene la cabeza en otra parte. Mientras las demás mujeres empiezan a colocarse en círculo para cantar y bailar, Miria agarra su bolso y se encamina por los senderos de barro del slum de Kireka. No le apetece quedarse, quiere irse a casa y ver si consigue encontrar una solución al lío en que se ha metido.
Meses atrás, preguntó si podía retirar dinero del village savings, un fondo gestionado directamente por pequeños grupos de mujeres del Meeting Point: juntan sus ahorros a final de mes para poder acceder después a préstamos a bajo interés. Con ese dinero, Miria había empezado a comprar y revender carbón en los pueblos cercanos. Pero luego el asunto se torció y ahora se ve incapaz de devolver la suma. La tesorera del grupo, Geraldine, lleva semanas recordándole que el plazo ha vencido. No son pocos chelines. Miria siente crecer su ansiedad mientras sus pensamientos avanzan en una sola dirección: «No puedo volver al Meeting Point».
Pasan los meses, ni las enfermeras ni los voluntarios vuelven a verla. No es la primera vez que alguien, al no poder devolver el dinero, huye. Luego, un día se la encuentran allí.
Es la hora de las visitas médicas, todas las mujeres están colocadas en fila delante del ambulatorio, pero Miria se queda aparte, no se acerca. Tiene la piel llena de excoriaciones y está demacrada. No sabe muy bien por qué ha vuelto, pero sabe que es algo más fuerte que la vergüenza que siente. Incluso cuando sus amigas la reconocen y empiezan a murmurar entre ellas, Miria se queda allí.
La discusión entre las mujeres se acalora. Muchas no quieren acogerla, porque «no debemos ser ingenuas», porque «antes debe darse cuenta de lo que ha hecho», porque «al menos debe comprometerse a devolver el dinero». Mientras las voces se pelean, una de ellas, Tina, pregunta: «Pero si Miria no aprende aquí, con nosotras, el uso del dinero, lo que es una familia, qué significa pertenecer, ¿dónde podrá aprenderlo entonces?». Después se levanta y se acerca a ella. Sin demasiados cumplidos, la invita a quedarse.
A última hora de la tarde las mujeres regresan a sus casas. Tina y Geraldine recorren el camino juntas, pero antes de despedirse Geraldine le pregunta: «¿Por qué la has perdonado? Podíamos tomarnos un poco de tiempo para pensarlo, para ver cómo hacer…». Tina la agarra del brazo y le dice: «No quería perderme el espectáculo de su cara al darse cuenta de que podía volver a empezar de cero. De nuevo».
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