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Huellas N.5, Mayo 2016

REFUGIADOS

Un hombre entre los hombres

Paolo Perego

No se lo podían creer: el Papa iba a verles. «Y en cambio…». Un testigo de primera línea en la ayuda a los migrantes cuenta la espera y la vida en la isla de Lesbos. Antes y después del abrazo de Francisco

«No sois un peso para nosotros: sois un don». «Cada uno de vosotros, refugiados que llamáis a nuestras puertas, tiene el rostro de Dios, es carne de Cristo». ¿De dónde nacen unas palabras así? ¿De dónde brota una mirada capaz en un instante de dar la vuelta a nuestra visión de una tragedia que todos los días pasa delante de nuestros ojos?
La visita del Papa Francisco a la isla griega de Lesbos nos ha brindado momentos potentísimos –la chica que se arrodilla ante él, los dibujos de los niños, las miradas, los abrazos, las mismas palabras del Papa: «Me entran ganas de llorar. Este día ha sido demasiado fuerte para mí»– y motivos de reflexión acerca de la acogida, el ecumenismo y el papel de Europa. Pero detrás de todo esto sigue latiendo una pregunta: ¿cómo es posible abrazar al otro y aceptar la realidad de esa manera, haciendo aflorar la verdad más sencilla –«sois personas, no números»– y sin embargo más desatendida?
Nos conviene dejar espacio a esta pregunta. Nos conviene para poder identificarnos con él, para aprender a mirar y a vivir como él. Como Jesús. Y el camino para aprender es seguir en Lesbos o en cualquier otro lugar a quienes viven como Él. En estas páginas os ofrecemos los testimonios que nos llegan de Macedonia, donde se detiene el flujo de los refugiados, y de Alepo, desde donde siguen saliendo vidas heridas. Y también desde la vida cotidiana en nuestros países de Europa. Después, leer también las historias de caridad que publicamos a continuación será distinto si tenemos en la mirada el viaje del Papa. Descubriremos mejor el tesoro que traemos entre manos.

Cuando Tonia entró anunciando que el Papa iría a visitarles, no se lo podían creer. Durante una semana se desató la euforia entre el hall y el patio. Poco menos de doscientas personas, en su totalidad musulmanes excepto una mujer, hospedados en Lesbos en lo que hoy ha recibido el sobrenombre de “Paradise Hotel”. «Que es un paraíso de verdad para los que llegan aquí después de todo lo que han pasado». Maristella Tsamatropoulou, de Cáritas griega, el sábado 16 de abril, día de la visita del Papa, estaba en la isla: «Esperábamos que pasara por nuestro hotel, pero sabíamos que iba a ser muy difícil… ¡Fue un momento increíble!». Los niños llenaron hojas y hojas con sus dibujos llenos de colores y de cosas bellas. «Han dejado de limitarse a utilizar el negro para dibujar la guerra, las bombas y los muertos, como veías que hacían en los centros de primeros auxilios en Atenas». Son signos de esperanza, de una vida que empieza a cambiar en cuanto alguien empieza a tratarles con cariño, como seres humanos. Los niños se fueron corriendo a saludar a Francisco que iba a pasar por una calle cercana.

«Yo tengo agua…». «Con Tonia, responsable del proyecto Paradise, y otros miembros de Cáritas fuimos al puerto de Metilene para saludarlo», cuenta todavía conmovida Maristella: «le entregué un ramo de flores que los niños habían “saqueado” en los jardines del hotel, unas fotos y los dibujos de los niños. Dos o tres veces tuvieron que decirle que los soltara, que se los devolverían más tarde…». Y cuando la vieron por la tele hablando con el Papa, estallaron en gritos de alegría.
Francisco fue a decirles: «No estáis solos», fue a estar con ellos, fue a escucharles. «Para ellos fue como renacer, como recobrar esperanzas, aunque la situación se haga cada vez más difícil».
Ayer Maristella estaba en Idomeni, en el confín con Macedonia: «Allí viven diez mil personas, de las que un tercio son niños, que viven en condiciones terribles. Unos cuantos se han desplazado a campos más acondicionados, en el sur. Los que siguen allí, la mayoría, aguantan el barro que con que caigan dos gotas de agua empantana todo el campo… Nosotros tratamos de limpiar, retiramos la basura, ofrecemos lo que tenemos. Corría un viento inhóspito que levantaba una polvareda tremenda. Cuando volvimos a Atenas, por la noche, tardamos una hora en lavarnos el pelo. Y pensaba: yo tengo agua…».
Lo que ha hecho Francisco «es algo inmenso. Un chico sirio, musulmán, de unos veinte años, con una niña pequeña y la mujer embarazada, se me acercó y me dijo: “El Papa es bueno, ha venido a tratarnos como personas, no como simples números. Nos quiere. Se ve por cómo habla a nuestros hijos. Con su gesto, nos ha dado voz”».
Un hombre que ha salido al encuentro de otros hombres. Nada más, y nada menos. Y nada es más importante para toda esta gente que hoy pide a Europa revisar su acuerdo con Turquía: «Aunque sepan que pueden ser reubicados en otro país de la Unión Europea, tienen miedo…». Maristella no lo dice, pero las voces que hablan de violencia al otro lado del Bósforo ya circulan por doquier, y también las que hablan de peticiones forzosas de ser repatriados.
«Esta gente no quiere de ninguna manera volver atrás, lo han perdido todo y huyen de la muerte». Se ha cruzado con muchísimas historias, o mejor, con muchísimos rostros, porque «más que sus historias se te quedan grabados sus rostros». Por ejemplo el de una señora que fue a buscar ayer, en Idomeni: «La conocí hace unos meses. Era muy guapa y cuidada, profesora de idiomas, casada con un técnico de una empresa siria. Ayer me encontré con que su rostro ha envejecido, estaba sucia y desanimada. Casi no quería hablar». Se trata de caras que aparecen en sus sueños nocturnos. Como la de una niña de tres años que sale corriendo hacia la furgoneta blanca que trae comida: su padre sale corriendo detrás de ella y la para, la abraza llorando. «Buscaba a su madre, que había muerto en la furgoneta familiar, parecida a aquella, alcanzada por una bomba…».

El día después. «Todo esto nos está cambiando la vida. Sales por la mañana con tres tareas y por la noche has atendido otras diez distintas, todas imprevistas. No puedes dejar de responder a quien te llama. La primera vez que fui a un campo de refugiados volví descompuesta. Pero el día después, esos niños que yo había visto seguían allí. Entonces los abracé y una colega me reprendió. “Pero no podemos hacer nada más que esto”, le contesté».
Los más de tres mil migrantes de Lesbos, delante de Francisco se sintieron abrazados: «Nos levantó el ánimo con su compañía. Para aguantar su situación estas personas necesitan que alguien les escuche, que se interese por ellos y por su futuro. El Papa lo ha hecho y se lo agradecemos de corazón. Todos».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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