Va al contenido

Huellas N.4, Abril 2016

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

LA RAÍZ DE LA ALEGRÍA
Querido Julián: Soy un trabajador que se dedica a la agricultura, ocupándome de uvas de alta calidad. Tras un año de trabajo, me contrataron en la empresa. Este trabajo me gusta mucho, la relación con los compañeros es buena y en el último balance las ventas habían subido: todo perfecto. A final de año, evaluando los costes de gestión, los directivos tomaron en consideración la posibilidad de ceder los terrenos en gestión a terceros. Mi puesto de trabajo peligraba. Fue como un chorro de agua fría. Luego reaccioné y dije: pero, ¿yo dependo de este trabajo? ¿Y Cristo dónde ha acabado para mí? Después de las fiestas navideñas, tuvieron otra reunión. Yo estaba pendiente, pero sereno y contento recordando el juicio de don Giussani: «Las circunstancias por las que Dios nos hace pasar constituyen un factor esencial de nuestra vocación, de la misión a la que Él nos llama». Al cabo de unos días, me llama mi jefe y me comenta que se realizará un cambio de gestión, pero que él ha propuesto que me confirmen en el puesto porque ha visto en mí un verdadero interés y un compromiso serio con todas las tareas asignadas. Naturalmente, la cosa me hizo ilusión, pero me resultó evidente que lo que para él era seriedad profesional, para mí es lo que don Giussani dice a propósito del trabajo en Reconocer a Cristo: «El trabajo es amor a Cristo». Cada día, en mi trabajo diario me apremia el amor a Cristo, Su gloria, ya sea podando una rama, recolectando uvas o colaborando con un compañero. ¡No quiero vivir inútilmente! Llegó al fin el día decisivo del encuentro con el presidente de la nueva empresa gestora. Yo estaba tranquilo, cosa que hace un año no hubiera sido igual. Entendía que mi alegría viene de la conmoción por Cristo, gracias al trabajo que tú nos vas enseñando: una iniciativa continua en relación con las cosas, para comprobar la relación entre mi razón y el Tú ante quien respondo. Mi libertad responde ante la llamada que el Misterio me hace a través de todas las cosas. Quiero decirte que me han confirmado en mi puesto. Habrá cambios técnicos, que acometo con alegría por el motivo que te acabo de contar.
Mateo

Fondo común
UN PASO DE HUMILDAD
Querido Julián: El pasado mes de junio perdí el trabajo. Lo primero que entendí fue lo que debía pedirle al Señor: que pueda vivir bien mi día a día, consciente de que mi felicidad es mi relación con Él, desde ahora y no cuando por fin encuentre otro empleo. Esto no me quita el sufrimiento, pero me hace libre. Estoy muy agradecida a don Giussani, a ti y a nuestra compañía, que no deja de abrazarme y de mantener viva mi esperanza. Por este agradecimiento no quería reducir mi cuota de participación en el Fondo Común. Además siempre había algo que podía reducir en mis gastos porque era menos importante que la misión del movimiento. Pero ahora me toca dar un paso de humildad y aceptar que no puedo seguir aportando la misma cuota. Le pido al Señor la gracia de ser cada vez más seria con lo que me ha concedido y saber ofrecer el sacrificio que supone no tener trabajo por aquellos que sufren más que yo.
Leonor


EL “ENCUENTRO DE LA CASA” DE SAN ANTONIO
Tarde del lunes. Nos encontramos en el “encuentro de la casa”, una reunión semanal que celebramos todas las semanas en la casa de acogida para hombres sin hogar. Es uno de los puntos básicos de nuestro modo de educar. En estas reuniones se comenta lo que ha sucedido, se exponen los problemas, se liman asperezas, se ofrece un punto de vista que nace de la fe y se reorganiza la vida para que todo transcurra en un ambiente de familia. Ayer terminó el EncuentroMadrid, y nos resultaba obligado dedicar la sesión a juzgar lo que hemos vivido juntos en tres días de una intensidad desbordante. Empezamos leyendo las dedicatorias que han querido regalarnos, en el libro de firmas de la casa, los amigos que han pasado por el stand de La Casa de San Antonio: «Gracias por esta muestra de misericordia». «Una casa para recobrar siempre el significado bello y grande de la vida, para sostener la esperanza del mundo». «Muchas gracias por la labor tan humana que hacéis». «A esta casa, que el Señor me ha dado la gracia de ver nacer, le doy las gracias por ayudarme a vivir cada día». De los voluntarios habían brotado cantidad de ideas para definir qué ofrecer y qué podíamos vender para recaudar un dinero tan necesario para el sostenimiento de las casas. Pero no, al final decidimos que ellos mismos, nuestros huéspedes, fueran lo que dieran su testimonio a los que se acercaran al stand. Que estuvieran allí, sin otras “armas” que su propia historia y unas pocas fotografías, para mostrar al visitante lo que son y lo que viven. Ahora todos sonríen. El miedo inicial, cuando les propusimos este modo de sostener el stand, fue suplantado por una sonrisa de oreja a oreja. Las reservas del comienzo volaron por los aires y todos coinciden con que quieren hacerlo de nuevo en otras ocasiones. Sigo leyendo en el libro de firmas: «Desde lo más hondo de mi corazón, agradezco vuestra sencilla y tenaz tarea ¡Ánimo!». «Gracias por vuestra presencia aquí. Sois un bien para nosotros». «Gracias por mostrar al mundo un testimonio de gratuidad como este». Me interrumpen continuamente, Julio, Alí, Emeterio, Juan… Todos quieren apuntar algún detalle, contar su conversación con alguna de las personas que han conocido, rememorar lo que les ha conmovido. «Es importante que en esta sociedad existan sitios y personas que permitan que las personas se encuentren y vivan dignamente. Gracias por vuestro trabajo, por vuestra presencia y por decir “SÍ” a lo que se os propone». «¡Admirable! Esta gente es de otra pasta».En este punto, a Julio se le entrecorta la voz por la emoción y solo es capaz de balbucear, con su inconfundible sabor cubano, un tímido: «Hermano, ¿pero nosotros qué somos? Si no somos nada». Pues sí, amigo: «Sois el testimonio de que para Dios no hay nada imposible», «Sois una flor en medio de este mundo tan necesitado», «Mirándoos puedo decir que la Casa de San Antonio es mi casa, porque sois Iglesia». Para estos hombres, participar en esta edición de EncuentroMadrid ha supuesto la posibilidad de un encuentro que ninguno de ellos olvidará jamás, porque se hacía eco del paso de Jesús entre ellos. Y para los voluntarios que los acompañamos, la oportunidad de “iniciar de nuevo”, conscientes de que Él hace de nosotros una gran familia.
Ángel, Fuenlabrada

Testimonio
EN LO HONDO DEL DOLOR, EL ALBA DE LA RESURRECCIÓN
Esta carta es el testimonio de una profesora (que no pertenece a CL) en el Congreso de la Conferencia Episcopal Italiana, pocas semanas antes de morir. Un amigo nos la ha enviado.
Durante cuarenta años he dado clase en una escuela primaria concertada en Sesto Florentino. He trabajado a diario desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Este es el horario de los colegios concertados en Italia. Han sido los años más bellos de mi vida. Este trabajo ha sido mi pasión: quería amar y ser amada. Estas son las motivaciones que me han impulsado a respetar los horarios y, después de volver a casa, a corregir los deberes y programar las clases, sobre todo a darlo todo para educar a estos niños con tantos problemas didácticos y dificultades comportamentales. Educar significa sacar lo mejor de cada alumno y saber ver más allá de las dificultades del presente, tan complejo y problemático. Fui aprendiendo a trabajar así cuando supe ver en cada uno de mis alumnos sus talentos, más allá de todas sus dificultades, de manera que el niño pudiera afianzar su autoestima. Esto parece fácil al decirlo, pero saber ver más allá es la verdadera dificultad que hay que acometer para poder educar, ya que todos somos proclives a juzgar teniendo en cuenta solo el presente. Al cabo de cuarenta años de trabajo-pasión, entró en mi vida la enfermedad. Todo cambió de repente. Me vi obligada a tomar medicamentos fuertes a causa del dolor por las metástasis, fui perdiendo mi autonomía y me cuesta caminar. En esta circunstancia he conocido la minusvalía, pero no he perdido mi serenidad. He vuelto a descubrir los valores que llenan mi vida, el calor de mi familia, el sufrimiento de tantas personas que pasan por la misma prueba que yo y he comprobado que en lo hondo del dolor y en la oscuridad de la cruz se anuncia un alba de resurrección. Entiendo ahora que hace falta coraje para afrontar la enfermedad, para hablar de ella, para no hacer como si nada, y para decir a los demás que hace falta la fe para poder luchar. Esto es, ¡el tumor ha sido el cauce para anunciar a Cristo!
María, Sesto Fiorentino (Firenze)

Monte Koya
DE LA AMISTAD CON DON GIUSSANI
Con ocasión de la apertura en la Universidad Católica de Milán de un curso de Lengua y cultura japonesa a cargo de una amiga nuestra Memor Domini, Wakako Saito, el guía del monasterio budista de Muryokoin, Shodo Habukawa, ha enviado este mensaje a don Ambrogio Pisoni:
Querido don Ambrogio: La profesora Wakako Saito me informa de que habéis organizado un curso de Lengua y cultura japonesa en vuestra universidad. La noticia me llena de alegría. Como bien sabéis, las palabras expresan el corazón del hombre. Mediante la comunicación podemos transmitir la verdad del Universo. Me conmueve profundamente vuestra iniciativa y estoy seguro de que monseñor Giussani se alegra desde el cielo al ver la obra que estamos construyendo juntos. Rezo para que este curso sea provechoso, independientemente del número de estudiantes que se apunten. Eso no importa, lo que me mueve es el deseo de que esta amistad que empezó con don Giussani sea eterna.
Shodo Habukawa, Monte Koya (Japón)

ÉL ESTABA ESPERANDO MI “SÍ”
Esta Pascua está siendo especialmente decisiva para mí. Por decirlo en pocas palabras, me bautizaron nada más nacer, pero no crecí en una familia católica. Sencillamente, no creía en Dios, no creía que Él pudiera generar diferencia alguna en mi vida. Pero siempre sentía como si me faltara algo. Luego conocí el movimiento en Italia, hace unos meses, y el hecho cristiano se hizo real. Él se hizo presente en mi vida como nunca me había pasado antes. Por fin me sentía amada y buscada, estaba muy agradecida por la compañía que Él me había donado. Desde entonces empecé a sentir el deseo de recibir la Eucaristía, de vivir mi vida en plena comunión con Él. Tenía que irme a Kenia durante un año por motivos de trabajo, y creo que era la primera vez en mi vida que sentía la urgencia de salir corriendo, aunque también quería seguir cerca de los amigos que Él me había dado. Pero se trataba de una ocasión que sucede una vez en la vida, así que la aproveché, con fe y confiando en que me llevaría exactamente allí donde Él quisiera que yo fuese. Mi deseo de estar con él crecía día tras día y no quería esperar un año para volver a Italia y hacer mi Primera Comunión. Así que me puse en contacto con una monja italiana aquí, en Nairobi, y ella me acompañó en el camino de catequesis que duraría hasta finales de julio. Tenía un plan que me parecía muy bueno, hasta que Él llegó con otro plan mejor. Después del Vía Crucis de Viernes Santo, Joaquim se acercó a mí y me sugirió hablar con el padre Valerio para verificar la posibilidad de hacer la Primera Comunión al día siguiente, durante la Vigilia Pascual. Estuve a punto de decirle: «No, déjalo», pero la idea de aquella posibilidad se quedó grabada en alguna parte de mi mente. Hablé con algunos amigos de Italia para explicarles la situación y su respuesta fue: «¿Pero tú qué deseas realmente?». Entonces me di cuenta de que todo era más grande que lo que yo esperaba, y de lo infinito que es mi deseo. Decidí ir a hablar con el padre Valerio para ver qué pensaba de este cambio en el programa. Yo estaba dispuesta a esperar a julio si él me decía que hacía falta más tiempo. Sin embargo, me sonrió y me dijo que “sí” con gran alegría. Sentí que una felicidad enorme estallaba en mi corazón. Pasé todo el sábado presa de la impaciencia. Me quedé parada en la iglesia durante cuarenta minutos antes de decidirme a entrar en el confesionario. Seguía mirando mis errores y límites, y juzgándome por ellos. Me daba vergüenza y miedo no poder superarlos. La caricia del padre Alfonso y su invitación a sentarme en los primeros bancos de la iglesia con los otros candidatos a recibir los sacramentos aquella noche fue para mí como la caricia de la misericordia de Jesús. En este gesto todo volvió a empezar de cero. Todavía ahora sigo sin ser plenamente consciente de la Belleza que contemplé aquellos días ante mis ojos. Él había venido a mí, Él deseaba estar conmigo más aún de lo que yo deseaba estar con Él. Él sabía mejor que yo, mejor que mi perfecto plan, cuál era el momento adecuado. Estaba esperando mi “sí”, lo hizo pacientemente durante 26 años.
Federica, Nairobi (Kenia)

¡QUÉ FÁCIL ES SEGUIR!
Eran las 11:30h del viernes 8 de abril. En el pabellón Satélite, medio vacío, con maderas por el suelo y con los stands aun construyéndose, visualizo, por la zona que luego fue la entrada principal, a una colega, también profesora universitaria, a la que llamo para saludarla. Su respuesta fue, ¡ven que hay que ayudar, ponte una camiseta de las del año pasado para no ensuciarte! Yo acababa de llegar de Tenerife. Me había despertado a las 5 de la mañana para coger el primer vuelo, y en medio de una cadena de universitarios, entre italianos y algún canario, me vi subiendo 115 sillas a la Sala de Conferencias. Cuando terminamos había que colocar todas las mesas y demás sillas que ocuparon el pabellón, no sé cuántas, pero que más da. Lo impactante para mí fue que entre cada fila de mesas debía de existir la distancia de 170 cm. Allí que medíamos y medíamos. Luego, todas las mesas fueron alineadas por una cinta que, a modo de plomada hacía que estuvieran en perfecto orden. ¡Impresionante! Todos seguíamos la voz de un responsable. A veces medí, otras coloqué mesas y al final de nuevo sillas y sillas. Ya eran las 15:00h y el pabellón se llenó de una belleza fruto de aquél orden que todo lo explica. Reflexionaba, ¡qué fácil es seguir!
Cristina, Tenerife (España)

El cartel de Pascua
LOS «OJOS DE CRISTO» A LA VISTA DE TODOS
Todas las mañanas voy a misa en una iglesia del centro de Dublín, de camino al trabajo. Está en una de las calles principales de la ciudad y por allí pasa muchísima gente, aunque solo sea para una breve oración. Es una iglesia de hermanos carmelitas y desde el primer momento llama la atención, además de su belleza y del cuidado con que la mantienen, el que haya sacerdotes confesando durante todo el día, algo que aquí no es nada obvio. En la confesión y luego en la misa “conocí” al padre Christopher. Me sorprendió su fe profunda, que expresa con muy pocas palabras, pero que deja transparentar una relación con Cristo como con una persona viva. El miércoles de la Semana Santa fui a presentarme. Le dije que pertenecía a Comunión y Liberación y le regalé el Cartel de Pascua. Él conocía el movimiento, sobre todo porque el Viernes Santo organizamos con el obispo un Vía Crucis por las calles de Dublín. A la mañana siguiente, al ser Jueves Santo, no había misa, pero pasé igualmente para rezar los Laudes, y me quedé sin palabras: había puesto el cartel encima de un gran atril, de manera que se viera en alto, justo delante de los bancos destinados a la confesión. Así, todos los que se ponían en la fila para confesarse podían leerlo y tener ante sus ojos la escena de Jesús con la adúltera y las palabras del Papa y don Gius. El padre Christopher hizo carne ese «abrazo que te salva, que te perdona, te inunda de un amor infinito», ofreciendo a todas las personas que se acercan a Jesús esas palabras y esa imagen. Sus ojos cuando me dio las gracias y aquel cartel que sigue allí en medio de la iglesia me están acompañando en este tiempo de Pascua, porque son los ojos de Jesús ahora y para mí. Solo un hombre que experimenta el amor de Cristo puede ver en su experiencia ese «abrazo de misericordia» del que habla el Papa y reconocer el valioso instrumento que es el cartel. Es Cristo presente ahora quien conmueve al padre Christopher, y mediante él también a mí, colmándome así de una gratitud infinita por haberme tomado y por retomarme a cada instante.
Silvia, Dublín (Irlanda)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página