Más de un millón de refugiados en un año, desde Oriente Medio y África pasando por Atenas, hacia Europa. Un camino que se está convirtiendo en un callejón sin salida. De Lesbos al puerto del Pireo, hasta Idomeni en la frontera con Macedonia. Fotografía de un país que, incluso en medio de la crisis, da al mundo una muestra de humanidad
Una joven pareja marroquí guarda su turno en la cola. Francesca se les acerca. Es una chica italiana, voluntaria de Cáritas: «¿Quiénes sois? ¿Qué necesitáis?». Son unos recién casados que quieren venir a Europa huyendo de la pobreza de su país. «Queremos formar una familia. No, no nos saques fotos… Espera, saca mejor nuestras manos». Los anillos nupciales bien a la vista y un peluche. «Díselo a Europa. Solo queremos tener un hijo. Gracias por escucharnos». Y ser mirados como seres humanos. El chico abre su chaqueta y enseña su tesoro: las fotos de la boda, un álbum enrollado y escondido celosamente. No tienen nada más. Saca una foto y se la regala a Francesca, antes de reemprender la marcha hacia su El dorado.
Al igual que el desierto que tuvieron que cruzar los israelitas durante el éxodo, hoy miles y miles de personas tienen que cruzar Grecia, un país postrado por la crisis económica y convertido en un paso obligado hacia la vida. El peligro es que Grecia se transforme en un limbo o en un «cementerio de almas», como dijo el ministro de Migración Ioannis Mouzalas en la televisión pública ERT. Mientras, en Europa aumentan las voces que hablan de «cierre de las fronteras» y «repatriación forzosa». Y también la indiferencia de amplios sectores de la población ante la palabra «acogida».
Sirios, iraquíes, afganos, paquistaníes… Pero también los que llegan de África. Delante de la vía de tren en Idomeni, que cruza entre los árboles el confín con Macedonia para seguir hacia Serbia, Austria y Alemania. Idomeni es una aldea de Tesalia, a cien metros de la frontera. Pocas decenas de habitantes, un punto casi invisible en los mapas, ahora convertido en punto crucial del mundo, porque todos llegan aquí.
¿El recorrido? Desde las costas de Turquía, pocas millas por mar con cualquier cosa que flote para arribar a las islas griegas. Después Atenas o los puertos de Tesalia. Luego hacia arriba, hacia la frontera, con autobuses, taxis, carros… De cualquier manera. Los datos son impresionantes. Solo en 2015 arribaron a las costas griegas más de 850.000 refugiados. Y más de 110.000 entre enero y febrero de este año. Además de los que perdieron su vida en el intento, en esos escasos kilómetros que separan la costa turca de Lesbos, Rodas, Quíos, Samos… El pequeño Aylan en la orilla de una playa turca, que abrió los ojos al mundo por lo menos durante algunos días, es uno de los 700 niños entre los 3.200 fallecidos durante el año pasado. A los que hay que añadir los 400 de este año.
Lecciones de civilización. Las dimensiones de la tragedia son espantosas para un país que cuenta con poco más de diez millones de habitantes, la mitad entre Atenas y alrededores. Por no hablar del hundimiento de la economía, del paro y la pobreza. Cada vez a más familias les va faltando todo, incluso comida y medicamentos. Y además, las continuas protestas y las manifestaciones. Por ejemplo, las de febrero, con centenares de tractores que bloquearon las carreteras y las autopistas de Norte a Sur.
Como dicen muchos, Grecia es una nación al límite de Europa que se está muriendo. Y que, sin embargo, sigue dando su lección de civilización, mientras en Bruselas siguen los debates. Basta con seguir el itinerario de esta masa de migrantes por Grecia para ver en acto qué significa acoger, compartir, ser solidarios, ser humanos, tener dignidad…
«Las playas de Lesbos están invadidas de restos de neumáticos, barcos, chalecos salvavidas». Danilo Feliciangeli ha vivido en Grecia con su mujer durante año y medio. Ambos trabajan para la Cáritas italiana, en el marco del proyecto “Hermanamientos solidarios”. Hoy supervisa varias actividades y va y viene desde Atenas y alrededores: «Trabajamos también en otros países, entre ellos Siria e Iraq». Pero el drama griego lo han vivido en primera persona. Miles y miles de personas esperan escondidas en las costas de Turquía, acechando el mar en calma para lanzarse. «Son solo unos pocos kilómetros, a veces menos de siete», cuenta Danilo, explicando cómo les esperan en las playas: «Llegan agotados después de muchas peripecias. Adultos, ancianos, niños que necesitan de todo». Agua, comida, ropa, descanso y humanidad. «Aquí les recibimos. Junto con la Cáritas griega hemos alquilado un hotel, el Paradise, para unas doscientas personas. Allí, bajo la mirada de Tonia, la coordinadora de Cáritas, las familias descansan y los niños juegan tirándose por el tobogán o columpiándose». Luego, desde las islas, el viaje continúa con un ferry hacia Atenas o Kavala, en el Norte.
Una montaña de ropa. El desembarco en el puerto de la capital, El Pireo, es un punto neurálgico. «Necesitan información, orientación, ayuda. Algunos suben enseguida a un taxi para desplazarse hasta la frontera. Normalmente los sirios, que tienen algún dinero. Hay que defenderlos de los traficantes y de los que especulan con el precio de los pasajes», nos cuenta el padre Andreas Voutsinos, párroco en Atenas y subdirector de la Cáritas local: «No trabajan solo las ONG. También la gente sencilla se suma al esfuerzo, lleva ropa, comida, dinero».
Francesca ha pasado días enteros en el puerto del Pireo. Una mesita y un taburete, para acoger a la ola de emigrantes que llegan desde todo el archipiélago. Hoy cuenta sus historias de familias cansadas, rostros agotados y ojos que no saben siquiera en qué país se encuentran; niños que sonríen por un dibujo, voces que contratan un pasaje para el centro o para la frontera. «En la ciudad tenemos alquilados otros dos hoteles. Se quedan unos pocos días», explica el padre Andreas: «Justo el tiempo necesario para recobrar el aliento y descansar». Necesitan recuperar ese trato humano que han olvidado día tras día durante su travesía. «Ves realmente sus ojos cambiar, por ejemplo ante las viejecitas de Atenas que bajan sus bolsas de comida a la Plaza de la Victoria, donde hace meses se instaló un campamento», cuenta Danilo. La generosidad de la gente es tanta que se ha formado una pequeña montaña de ropa. «Son gestos que forman parte de ellos», dice Danilo: «Grecia es desde siempre una realidad multirracial, una encrucijada de pueblos. O, quizás, tienen vivo el recuerdo de haber pasado también ellos por una situación parecida. Con la crisis que ellos mismos están viviendo, saben bien qué significa estar necesitados. Por eso son compasivos. Comparten lo que tienen porque comparten sus necesidades». «El farmacéutico de mi barrio, delante de un sirio que necesitaba medicamentos para su abuelo, se los regaló. La siguiente vez le dio también algo de dinero, deseándole que tuviera un buen viaje», añade Francesca, que actualmente vive en Neoskosmos, en una residencia que hospeda a familias griegas en dificultad y emigrantes de paso. Aquí la Navidad y los cumpleaños se celebran juntos. «Son pequeños gestos que devuelven dignidad y esperanza. Tú no haces gran cosa, les escuchas, estás con ellos. Contando su vida, ellos también se reaniman, recobran aliento». Esta mañana, en las escaleras de la sede de Cáritas en Atenas, a dos pasos de la estación de Omonia y de la Plaza de la Victoria, los barrios más azotados por la crisis y el flujo de refugiados, Francesca se ha parado a charlar con un iraquí: «Me contó que le habían recluido en una cárcel turca y torturado con descargas eléctricas». En el último período Ankara los detenía también así, obligándoles a firmar la petición para ser repatriados. Incluso los niños. «Este chico me dijo: “Los griegos son ángeles”. Hacemos lo que podemos. Solo les miramos por lo que son». Desde Atenas a Idomeni, en el confín, la música no cambia, la acogida es la misma.
«Entregas pan, ropa, mantas, información, les alertas sobre el peligro de los traficantes, pero lo más importante es el trato que les dispensas». Ya desde hace unos meses Macedonia solo dejaba pasar a ciertas nacionalidades, para limitar su ingreso después, por miedo al cierre de fronteras con Serbia y Austria. Ahora, mientras Idomeni es un cuello de embudo obstruido donde se amontonan miles de refugiados, tras el acuerdo con Turquía, dispuesta a recibir a todos los refugiados desembarcados en Grecia después del 20 de marzo, un sirio que se encuentre en territorio de Ankara puede ser recolocado en un país de la UE. Este acuerdo ha suscitado perplejidades, también por su realización que, como dijo el Papa el Domingo de Ramos, demuestra que «muchos no quieren asumir la responsabilidad del destino de esta gente».
«Tú te encuentras allí en medio, haciendo lo que puedes. Les preguntas quiénes son, de dónde vienen. A veces eso puede bastar». Como para un padre iraní, Mehdi, al que Francesca le regaló su rosario: «Me dijo que, a partir de entonces, nuestra amistad estaba sellada. Mi cuarto se está llenando de los dones que recibo de estos “pequeños”, como los llama Jesús: la cruz de un sin-techo, la foto de los esposos marroquíes, los dibujos de los niños…». Cuando entras en la soledad y la necesidad de estas personas, te descubres como ellos: «Asmat es un afgano de 23 años. Perseguido por los talibanes porque guiaba a los periodistas occidentales en estos años. No se fiaba de nadie, pero…». Asmat tiene pasión por la pintura. Le mostró un cuadro que pintó antes de partir: un joven replegado sobre sí mismo en una noche de luna llena. «Esa soledad… La colgué en Twitter. Hoy me ha escrito para darme las gracias por haberle escuchado. Está en Austria, logró entrar antes del cierre de las fronteras».
Cuando pones la mano en el costado herido de tu prójimo, descubres que tú también estás herido. Allí se sella esa amistad que reconoció Medhi. De una amistad así, en el fondo, nació Europa. De una “mirada abierta”, según una etimología tomada del griego: eurus y op. Abierta hacia el otro. Y esto el pueblo griego lo está enseñando al mundo.
EL ACUERDO DE LA UE CON TURQUÍA
Desde el pasado 20 de marzo, con una medida extraordinaria y temporal, todos los nuevos emigrantes irregulares que llegan a Grecia desde las costas turcas son devueltos a Turquía. Funcionarios de la UE evalúan las peticiones de asilo. Todo bajo la supervisión de UNHCR, mientras la UE asumirá los costes.
Por cada sirio devuelto a Turquía desde Grecia, Ankara recolocará a otro sirio presente en su territorio en un país de la UE (72.000 plazas ofrecidas por Europa).
A cambio, Turquía ha obtenido la aceleración de la supresión del visado para sus ciudadanos que quieran ir a Europa (antes de finales de junio). Además, Bruselas se ha comprometido a ingresar tres mil millones destinados a los tres millones de refugiados que acoge el país. Otros tres mil millones deberían llegar después. Por último, la UE se ha comprometido a abrir lo antes posible nuevos capítulos de las negociaciones para el ingreso de Turquía en la UE.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón