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Huellas N.4, Abril 2016

PRIMER PLANO

Tiempo de aprender

Alessandra Stoppa

La Iglesia «en salida». El hijo pródigo. Los «encuentros imposibles». JULIÁN DE LA MORENA, responsable de CL en América Latina, cuenta qué está cambiado su vida y la de sus amigos

«La verdad de América Latina es que Cristo está presente». De golpe, es lo primero que Julián de la Morena me espeta, mientras se prepara para pasar la Semana Santa en la cárcel femenina de Belo Horizonte. Este sacerdote español vive en América desde 2002. Es misionero de la Fraternidad San Carlos Borromeo y desde hace seis años guía las comunidades de Comunión y Liberación repartidas por todo el continente.
El centro jesuita donde se celebró la Asamblea de responsables del movimiento, el Espaço Anhanguera en Sâo Paulo, Brasil, es uno de los lugares donde se reunía el Partido de los Trabajadores del ex presidente brasileño Lula, que poco a poco «dejó a Cristo por la lucha social». Esta coincidencia le llama la atención: «Es la misma alternativa, siempre, para la Iglesia y para cada uno de nosotros».

¿Qué piensa cuando mira hoy a América Latina?
Hay problemas muy grandes. El narcotráfico, la violencia, la crisis. Pero lo que más veo son los hechos que muestran cómo Cristo sigue estando presente en estas tierras. Como dijo recientemente el Papa emérito Benedicto XVI, «solo allí donde hay misericordia acaba la crueldad, acaban el mal y la violencia».

¿Cuáles son esos hechos?
El más importante es la incidencia del Papa Francisco como pastor universal en Sudamérica. Está ofreciendo e iniciando una pacificación en el continente. Mejor dicho, es el corazón mismo de una «conversión pastoral» de la Iglesia latinoamericana. Esta es la palabra fundamental: conversión pastoral.

¿Qué significa?
Es una conversión muy concreta y que provoca resistencias por parte de cierta mentalidad tradicionalista. Incluso dentro de la propia Iglesia, entre los católicos. Francisco no quiere identificar una propuesta política “más enemiga o más amiga”, va más allá de los esquemas y las categorías. Él busca lo esencial de la fe, con el firme deseo de encontrarse con todos, de crear unas relaciones nuevas, de favorecer la paz. Abre diálogos con hombres alejados ideológicamente de la Iglesia. Tomemos el ejemplo de los sistemas económicos. Él no se identifica con la guerra entre liberales y populistas. La Iglesia es otra cosa. No ha nacido para cambiar gobiernos. Por tanto, lo que veo en Francisco es que está orientando nuestra mirada hacia el hecho de que la Iglesia existe para que Cristo sea de todos. Cristo es de todos.

¿En qué sentido? ¿Qué nos está pidiendo el Papa?
Cristo habló a todos. Y murió por todos. Esto significa que hay una semilla en el otro que es Suya, una semilla que debemos aprender a conocer y que necesitamos. ¿Qué hay de bueno en el otro para mí? Que puedo ver cómo Cristo le busca. Sea quien sea, haya hecho lo que haya hecho. ¿Por qué debería dejarme cambiar por uno que está en la cárcel? Porque en él veo a un hombre que Cristo está buscando. Eso es la redención. Se nos pide no “cerrar las puertas” a la Encarnación, porque es Cristo quien busca al otro. Y eso solo lo puede favorecer una Iglesia en salida. Esto comporta un cambio. La fuerza de la primera Iglesia en los inicios fue no quedarse en Jerusalén. Tener claro que su misión era para el mundo entero. Aquellos hombres, los apóstoles, que amaban el Pórtico de Salomón, podían decir: nos quedamos defendiendo Jerusalén. En cambio dijeron: aquí solo hay piedras. En el siglo primero estaban en España. Y de allí a la India… Esta es la propuesta del Papa. Y también del movimiento.

¿Puede poner algún ejemplo?
El otro día me pasó algo que me ayudó a entenderlo. Estaba en un avión rumbo a Italia. Una azafata, que había vuelto al cristianismo hacía poco, en una pausa de su trabajo me dijo: «¿Puedo contarle el camino de fe que estoy haciendo?». Estuvimos hablando y fue el viaje más bonito que he hecho en estos años. Mientras casi todos los demás pasajeros dormían, a once mil metros por encima del Atlántico, a 60 grados bajo cero, aquella voz amiga tuvo la fuerza de despertarme, diciéndome lo más grande del mundo, pues toda ella estaba definida por la misericordia de Jesús. Esto es la Iglesia: una mujer hermosa, frágil, no perfecta, como todos, pero que acompaña a los viajeros de un lugar a otro, ofreciendo un vaso de agua a quien se lo pide, y cuyo testimonio es un punto firme para el mundo. El hombre de hoy necesita la misericordia pero, sin un encuentro vivo, duerme. Igual que habría dormido yo si no hubiera sido por ella.

¿Qué más ha aprendido?
El mundo herido somos nosotros, no los demás. Yo, nuestros amigos, nuestras familias, nuestros sacerdotes. No hay nadie que no esté herido. Por eso, en México, Francisco propuso a todos el testimonio de algunas familias con dificultades. Es el testimonio del hijo pródigo. Corremos el riesgo de ser los hermanos mayores. Por eso nos da miedo que el Papa abra a todos. Y por eso Julián Carrón insiste –como en la reciente Asamblea de responsables en Brasil– en que debemos aprender de nuevo qué es el cristianismo. La verdad no se aprende con una fórmula; se aprende cuando la identificas en una circunstancia, cuando sabes verla en lo que sucede. Y la única experiencia donde se aprende la verdad en todo su valor es la misericordia. No es algo que se pueda aplicar, sino que llega, que Dios te da. Si no esperas aprender lo que ya sabes, no experimentas la verdad. Y evidentemente esto tiene que suceder todos los días.

¿Cómo se vuelve a aprender todos los días?
Me doy cuenta de que nosotros podemos llegar al final de la jornada y decir: «Hoy ha ido bien. Ha ido bien porque no he necesitado nada». Como si dijéramos: «Jesús, hoy puedes estar tranquilo conmigo, dedícate a otros». Pero el día en que yo no necesito la misericordia, no te necesito a ti, Señor. Tenemos un patrimonio en el Banco, la misericordia de Dios, y pensamos que no lo necesitamos. Todavía no lo hemos experimentado. Toda la realidad que el mundo nos ofrece nos ayuda precisamente a esto, a profundizar en el misterio que es Cristo. Como nos enseñó Giussani: cuando ya lo tenemos todo claro, Cristo sigue siendo más. Siempre es más.

¿Quiere decir que el mundo nos ayuda a conocer lo que aún no sabemos de Cristo?
Sí. Por eso el método es el de la Iglesia “en salida”. Es nuestra única posibilidad.

¿De qué manera esto está cambiando América Latina?
El Nuevo Mundo se está convirtiendo en un lugar donde suceden encuentros imposibles. ¿Quién podría pensar que Castro, un hombre que decía que «Dios es el opio de los pueblos», iba a ofrecer el único aeropuerto comunista de Sudamérica para un encuentro que favorece la unidad de la Iglesia? La unidad –¡esa que es el mayor testimonio de Cristo resucitado!–, en lugar de favorecer la división. Por tanto, América Latina vive el desafío de mostrar algo de Cristo que aún no conocemos. Esto sucede mediante procesos que se abren, que comienzan. La Iglesia es el lugar de procesos abiertos. Y eligió Cuba, un lugar que siempre ha sido un problema, convirtiéndolo en una posibilidad. La pacificación de Cuba implica la pacificación de todo el continente porque, aunque pequeña, es estratégica.

Entonces, ¿cuál es la novedad que la Iglesia está llevando a América Latina?
La paciencia en la historia. La paciencia necesaria para resolver los problemas. La misericordia no es algo que queda en la intimidad, sino que incide en la construcción social. Es una virtud pastoral. La mirada de Jesús cambia el mundo, abre un diálogo entre dos enemigos (mientras hablamos Barack Obama estaba en Cuba; ndr.) y muestra que el camino no es acusar al otro. Todos nos sentimos más seguros si identificamos quién es el “malo”, pero esto no ofrece al hombre nada para que pueda cambiar. Mientras que es evidente que la Iglesia, mucho antes de Francisco, ha trabajado siempre para crear un puente, en un mundo que solo identifica el límite, lo que falta. Eso no quiere decir que no existan el mal y el error. La Iglesia no es ingenua, pero mira al hombre, no al “delito”, porque es portadora de “una fuerza de lo alto”, de una mirada más grande.

¿Cómo ve la experiencia del movimiento hoy en Sudamérica?
Las personas que aprenden la fe a partir de su experiencia se convierten en un faro, en cualquier sitio. Son pequeñas luces en un continente inmenso, pero son estrellas en la noche: te orientan. Siguiendo la posición de las estrellas en la oscuridad, yo puedo caminar. Esa es la victoria de Cristo en esta tierra. Cuando pienso en nuestros amigos de Venezuela…

¿En la grave crisis que están viviendo?
Sí. Sobre todo en los lugares donde ciertos gobiernos son más devastadores, el movimiento se está salvando de una posición reactiva. Los amigos de Venezuela han comprobado que hay una posibilidad más grande que ir contra el Gobierno. Dos de ellos –profesores universitarios– me contaban que ya no tienen posibilidad de comer carne, pescado, etcétera, y han vuelto a las patatas. «¡Tenemos que ser creativos con las patatas!», me decían. Eso me conmueve. Tú puedes pasarte la vida lamentándote o estar cada vez más atento a la realidad para buscar soluciones. Hay una señora, acomodada, que cose ella misma la ropa; amigos que se dan unos a otros lo que necesitan, quitándoselo a sí mismos; los más jóvenes que descubren la caritativa, hasta el punto ofrecerse para ayudar a lavar a la madre anciana de uno de ellos. Y también veo mucha sed. A cada palabra te preguntan, quieren entender, profundizar.

¿Qué le ha llamado la atención de las presentaciones de la biografía de don Giussani en Paraguay y Argentina?
Lo más interesante para mí es descubrir que hay nuevos lectores de Giussani, gente que no tiene que ver con el mundo de la Iglesia y que nos ofrece una mirada muy esencial. No se encuentran solo con su obra, sus argumentos y pensamiento, sino con su persona. Giussani aquí es muy poco conocido y algunos lo consideran un buen pensador. Se pueden leer sus textos como si uno leyera el Evangelio pero sin pensar en Cristo. La biografía es una ocasión para conocer su persona. Y descubrir que su camino existencial supone una ayuda al hombre de hoy para ser él mismo. Uno de los invitados dijo: «Es un gran explorador del corazón humano, de mi corazón». Y otro: «Anda, ¿pero esto es el cristianismo?», de lo asombrado que estaba. No lo sabía. Luego ha sido muy bonito ver cómo las comunidades se han implicado para realizar estos actos. Nunca había visto una implicación así, incluso entre los más jóvenes. Para ellos Giussani podría ser un hombre del pasado. En cambio no es así, está más vivo que nunca. Solo una experiencia que te alcanza ahora te hace desear y vivir así.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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