«¿Cómo se puede creer?»
Todo está listo. Las mesas con Huellas de febrero y la pantalla donde proyectar el video Reconocer a Cristo. Laura se detiene y mira. Qué impresión oír en esa plaza la voz ronca de don Giussani hablando de Juan y Andrés. Sus amigos ya andan por ahí con la revista en la mano. Un hombre se ha parado delante de la gigantografía de Giussani, al lado del video. Laura se le acerca: «Buenos días, ¿lo conoce? Es don Giussani». El hombre, con las manos en los bolsillos, se gira: «Señorita, soy ateo». Una respuesta seca que parece cerrar el paso a cualquier otra pregunta. Silencio. Pero Laura no se mueve, y le dice: «¿Por qué es ateo?». «No puedo creer en la existencia de Dios porque hay demasiado mal. La historia lo demuestra. El bien solo puede venir de los hombres y eso me basta». Se ha abierto una grieta. «¿Qué quiere decir?». «Pienso en la inquisición, en las cruzadas… Cuántas vidas destruidas en nombre de Dios». «Es verdad, pero también están los monjes benedictinos que reconstruyeron un mundo en ruinas y preservaron la cultura cuando todo parecía destruido. Los misioneros, los hospitales, las misiones jesuitas en Sudamérica». Es un diálogo serio, recorriendo la historia. Laura está sorprendida: juntos están buscando la verdad.
Después de una hora, el discurso llega a san Francisco, el santo de los pobres. El hombre la interrumpe: «Como nuestro Papa. Le diré algo más: Francisco, para mí, es el mejor Papa que la Iglesia ha tenido nunca». «¿Por qué?». «Es el que más se ha acercado a los hombres. ¿Usted sería capaz de dar limosna a un mendigo mirándole a los ojos y decirle: ¿Ven a mi casa?». Laura lo piensa unos segundos. No, por sí sola no podría. «Pero pido que un día se me conceda poder hacerlo». «Usted es una buena persona». «No, mire, no es eso; es que en mi vida me han mirado con buenos ojos, como vemos todos que hace el Papa. Y esa mirada tiene un nombre: Jesucristo». «¿Cómo se puede creer?». «Yo no creo por haber leído la Biblia u otros libros. Yo he experimentado esa mirada sobre mí, me he encontrado con Jesucristo vivo en sus testigos».
Es casi la una. Dos voluntarios desmontan la mesa, apagan el video, lo meten todo en una furgoneta y luego se acercan a Laura. El diálogo les engancha, nadie quiere irse. En un momento dado, alguien dice: «Vaya, es tardísimo, Alessandra estará esperando para comer. ¡Habíamos quedado a la una!». Laura mira a su nuevo amigo y le suelta: «¿Quiere venir?». El hombre la mira estupefacto: «¿Perdón? ¿Invita a una persona desconocida y ni siquiera a su casa sino a la de una amiga?». Laura sonríe: «Lo ha dicho el Papa, ¿no? ¿Por qué no viene?».
En casa de Alessandra todo está preparado. Antes de empezar, una oración. El hombre, casi sin darse cuenta hace el signo de la cruz: «¡Se me ha escapado!». Hablan de todo: de los cantos alpinos a las ondas gravitacionales. Hasta que el nuevo invitado dice: «Yo creo que al final solo existe el azar». Desde el fondo de la mesa, uno de los hijos del anfitrión rebate: «Si dices que el azar existe, puesto que lo puedes reconocer, deja de ser azar». Otra persona añade: «Es verdad cuando acontecen cosas, pero ante ellas se pone en juego tu libertad. Como una vez que mi profe me dijo…». Cada uno apela a su experiencia para explicar qué es lo que sostiene su vida. En el postre, Alessandra le pregunta: «¿Pero tú eres feliz? Porque ese es el indicio de que caminamos hacia una meta adecuada». «Primero dime si tú lo eres». «Soy feliz, porque todo lo que me pasa tiene relación con esa Presencia buena que me ha abrazado». El hombre deja el plato y mira en torno: «No, yo no soy feliz. Me gustaría convenceros de que lo mejor es ser ateo, pero aparte de que no lo conseguiría, solo os quedaría un gran vacío. Yo no quiero eso para vosotros porque sois personas estupendas. Y yo… ¡estoy muy bien aquí!». Al cabo de unos segundos: «Podemos volver a vernos… ¿mañana?».
Ya en la puerta, Laura le regala la revista Huellas y le dice: «Entonces, te esperamos para ver el video de Giussani». «Gracias. Hasta mañana».
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