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Huellas N.3, Marzo 2016

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

UNA MIRADA QUE ME DICE QUIÉN SOY
Al llegar a Roma lo primero que hice fue pasar la puerta santa en la basílica de San Pedro, porque cada vez soy más consciente de la necesidad de ser perdonado. Dios había predispuesto todo para que llegara de rodillas: la situación de mi país, la salud en mi familia y algunos acontecimientos en mi trabajo me ponían en una postura donde no había mucho espacio para mis ideas, sino a la rendición frente a la potencia con la que Dios actúa en mi vida. Como si fuera poco, antes de llegar a Roma tuve muchos encuentros formidables en Italia con viejos y nuevos amigos, creyentes, ateos, adolescentes, universitarios, familias, presos, empresarios, banqueros, en fin un verdadero concierto de acontecimientos. Estaba en Roma porque me habían invitado a dar un testimonio en el Congreso Internacional para celebrar los 10 años de la Encíclica Deus Caritas Est del Papa emérito Benedicto XVI. Este es un primer punto que no es obvio: me invitaron, me llamaron. Alguien pensó en mí antes que yo pudiera imaginar nada de lo que pasaría. Así pasa con Dios, él siempre nos toma en cuenta más allá de lo que imaginamos, él siempre nos precede y somos objeto de su amor para poder después amar nosotros. La preparación de mi intervención en el congreso fue un proceso de reflexión y síntesis importante para mí, porque en ella intenté plasmar cómo había sido objeto del amor de Dios en mi vida, desde la educación de mis padres hasta el trabajo que hago hoy. Allí pude contar cómo el trabajo que hago nace de seguir el mismo método que Dios usa conmigo, porque su primera caridad es ir a mi encuentro, donándose. Eso es capaz de tocar el corazón del hombre de una manera tan profunda como ningún poder o ideología es capaz de hacerlo. Una de las personas que conocí y que hicimos muy buena relación fue Saeed Ahmed Khan, un profesor musulmán de Detroit, del que me sorprendió la apertura y la disponibilidad frente al hecho cristiano. Luego me precedió en mi intervención el cardenal Tagle de Filipinas, actual presidente de Cáritas Internacional, y en sus palabras se veía toda la sensibilidad humana de un hombre de fe que vive la caridad como un don. Me conmovió su relato en un campo de refugiados en Grecia y su encuentro con los más necesitados. Luego de mi intervención, pude hablarle más de lo que hacemos en Trabajo y Persona y me invitó a ir a Filipinas, otro imprevisto al que procuraré responder. Luego llegó el encuentro con el Papa Francisco. Fue una espera bellísima, llena de emoción y curiosidad. Estaba en primera fila y a mi lado estaba Saeed que igualmente estaba nervioso. Yo había llevado unos chocolates como regalo para el Papa y Saeed llevó una bolsa llena de rosarios de sus alumnos y amigos católicos para que Francisco los bendijera. Entonces le pregunté qué significaba ese momento para él y me dijo que era como encontrar un testimonio puro. Estar frente al Papa supuso para mí la revelación de un método que explica mucho mejor lo que yo había dicho en mi intervención. Mis palabras pasaron a segundo plano frente a la imponencia y a la ternura de su mirada. Recuerdo haber dicho mi nombre, luego habló él. Me expresó una gran sensibilidad y preocupación por lo que está pasando en Venezuela; me dijo que estamos todos en sus oraciones. Le regalé, por supuesto, los chocolates de la Colección San Benito, pero lo más impresionante fue su mirada. Son encuentros que compensan todas las angustias, los miedos y las incertidumbres, y nos comunican certeza para poder trabajar con libertad mucho más que cualquier estrategia. Puedo decir que una mirada como la suya me hace entender mejor quién soy y eso me ayuda a moverme con más inteligencia y a mirar a otros como yo he sido mirado. Salí de ese encuentro no solo emocionado, sino con una mayor certeza sobre mi vida y sobre la misión que Dios me encomienda, para vivir mi vocación de esposo, padre, amigo y emprendedor social.
Alejandro, Caracas (Venezuela)

¿ACASO ES POSIBLE ENCONTRARSE CON CRISTO Y NO ENAMORARSE DE ÉL?
«Todo lo que hemos aprendido, lo hemos aprendido viviendo», decía don Giussani. En este sentido, yo, que estoy cumpliendo treinta años de cura, agradezco a Dios el haber vivido treinta años como laico antes de entrar al seminario. ¡Cuántas valiosas experiencias me ha regalado esta vida! La ardua lucha por ganar el pan cotidiano en diversos trabajos, el inmenso sacrificio de estudiar veterinaria en la Estatal de Buenos Aires, pero también una experiencia bellísima, la de enamorarme, ser correspondido y vivir un maravilloso noviazgo cristiano. ¡Qué experiencia la de estar enamorado! ¡Toda la realidad se transfigura a la luz de este amor! ¡Qué espontáneamente uno muestra a los otros la belleza y plenitud de lo que vive! Ahora bien, años después, siendo ya sacerdote, Dios me puso delante a don Giussani y al movimiento. Me cuesta reconocerlo, lo digo con mucho pudor, ¡recién entonces experimenté el impacto del encuentro con Cristo Resucitado «aquí y ahora»! Sabía que él se había encarnado en Palestina hacía 2000 años. ¡Tiempos muy lejanos, a 16 horas de avión de mi ambiente! Sabía y creía que él estaba glorioso sentado a la diestra del Padre. No entendía tampoco demasiado en qué consistía, pero estaba lejos, ¡muy lejos! Creía en su presencia eucarística y celebraba cuidadosamente la Eucaristía. Pero que él me saliera al encuentro en personas que me lo manifestaran mostrándose “transfiguradas” en el contacto con él, superó todas mis previsiones y expectativas. Todo comenzó a con-moverse dentro de mí. Hasta llegar a esta certeza: ¿Acaso es posible encontrar a Cristo vivo y no enamorarse de él con un amor totalizante, que nos lleve a abrazar toda la realidad como él? Ahora creo entender mejor otra afirmación de don Giussani que entonces, cuando la oí por primera vez, me dejó perplejo: «Francisco: el mundo, la Iglesia, el Movimiento, no necesitan personas reverentes, sino conmovidas». ¿Y no es acaso la mayor conmoción enamorarse de Jesucristo y, dentro de esa experiencia, amar toda la realidad como la ama él? ¡Qué inabarcable, grande y bello es ser cristiano desde una experiencia así!
P. Francisco, Buenos Aires (Argentina) 

EL PAPA EN MÉXICO/1
La visita del Papa me ha encontrado en un momento lleno de ruido y distracción, sumido en mis compromisos y tareas de trabajo. Amedeo me dirigió una invitación sencilla y sumamente respetuosa de mi libertad y disponibilidad. Era una invitación diferente, plena, gratuita y percibía en ella un respeto, que se ponía a la espera ante mí. Entonces surgió en mí la misma pregunta de Mateo en el cuadro de Caravaggio: ¿Por qué a mí? ¿Por qué pensó en mí? ¿Quién pensó en mí? El rostro y la alegría serena de Lulú y Amedeo al encontrarles en Ciudad Juárez, la gratuidad y generosidad de Patricia y Aurelio que nos hospedaron, la caridad, la amistad, el afecto limpio y alegre. ¡Nos sentimos como en casa! Luego vino el trajín de la organización, las filas, la logística y algunos mensajes y llamadas de trabajo que tuve que atender al menos someramente. Es mi situación concreta, la fatiga y la distracción se mezclan con el camino, la pasión y la alegría. Minutos antes, Amedeo me pasó algunos textos del catecismo sobre el trabajo. La dignidad del trabajador, de su salario, de su persona.
Ya estaba profundamente interpelado. Y así permanecí durante las palabras del Papa. Mi constante lucha como empresario es la de levantar la mirada de la mesa de los dineros, como san Mateo. Cristo –como ahora en la visita del Papa– acompañado por los amigos, viene constantemente a mí y me apunta con el dedo, me sigue llamando y me ha escogido. No dejo de conmoverme por esta experiencia. Me sigo preguntando, alegremente, dulcemente: ¿Por qué a mí?
Andrés Bailón, Chihuahua (México)

EL PAPA EN MÉXICO/2
Estuve en Ecatepec, con muchas incomodidades, frío y calor intenso. Caminamos más de dos horas de ida y tres horas de regreso, no dormí en toda la noche, no hubo sillas, (tengo 60 años y un diagnóstico de condromalacia, sin cartílago en las rodillas). Mi asombro fue que aún toda esa incomodidad no constituyó objeción alguna. El gozo de la espera y el gozo del encuentro superó cualquier expectativa personal, lo que me permitió reconocer de manera vivencial y verdadera la belleza del Acontecimiento cristiano, con la certeza de que estaba viviendo el mismo hecho de hace 2000 años, cuando las personas se reunían, buscaban y seguían a Jesús, para verlo, oírlo y mirarlo hablar, pues decía cosas que correspondían a lo que su corazón anhelaba, Su Presencia despertaba un deseo más grande, de Algo infinitamente más grande. No hay diferencia alguna entre los primeros seguidores de Jesús y yo. No fui “a ver” al Papa, fui “a estar con él” –sabía que probablemente no le pudiera ver de cerca– en la Santa Misa. Con toda su riqueza litúrgica, no éramos una masa con 300.000 personas, sino una comida de amigos íntimos con Jesús. Me impresionó la atención, la devoción y el silencio durante la Eucaristía: ¿Quién o qué acontece para atraer así a tantas personas? Mi nieto, de 15 años, estaba sorprendido de tanto “viejito” que hacía tanto esfuerzo por asistir, que soportaba tanta incomodidad y estaban felices. Me dijo que nunca olvidará este día. Lo que el Papa me ha dicho ha resonado a diario y en muchos momentos de día en día. Y la frase del salmo que el Papa nos hizo repetir tres veces: «Tú eres mi Dios y en ti confío», aunque son palabras que “ya me sabía” ahora se han vuelto esenciales en la relación con todos y con todo: reconozco mi pecado y mi necesidad, Tú eres mi Dios y aconteces en las circunstancias de mi vida de manera que te puedo abrazar.
Mª del Carmen, Puebla (México)


PASCUA 2016

La fragilidad de los tiempos en que vivimos es también esta: creer que no existe posibilidad alguna de rescate, una mano que te levanta, un abrazo que te salva, que te perdona, te inunda de un amor infinito, paciente, indulgente; te vuelve a poner en el camino. Necesitamos misericordia.
Cuando se experimenta el abrazo de misericordia, cuando nos dejamos abrazar, cuando nos conmovemos: entonces la vida puede cambiar, pues tratamos de responder a este don inmenso e imprevisto, que a los ojos humanos puede parecer incluso “injusto” en tanto que superabundante.
Papa Francisco

Cuando el centurión vio a Jesús; cuando la samaritana se sintió mirada y descrita hasta el fondo; cuando la adúltera oyó que le decía: «Tampoco yo te condeno, vete y no peques más»; cuando Juan y Andrés se encontraron delante aquel rostro que les miraba y les hablaba: fue como si se sumergieran en esa presencia. Sumergirse en la presencia de Cristo que nos da su justicia, mirarlo: ésta es la conversión que nos cambia de raíz; es decir, quedamos perdonados. Basta con volver a mirarle, basta con volver a pensar en Él, y somos perdonados.
Luigi Giussani

El grupo escultórico con Cristo y la adúltera pertenece a una secuencia de escenas sobre la vida de Jesús (40 escenas con más de 200 estatuas) que rodean el coro de la catedral de Chartres. Se trata de un proyecto que empezó a comienzos de 1500 y tardó dos siglos en realizarse. El grupo con Cristo y la adúltera es obra de Jean de Dieu, un escultor de Arles que vivió entre 1652 y 1727, y corresponde plenamente a la filosofía que en aquel tiempo pedía a los artistas una sobriedad y una congruencia respetuosa con el episodio representado. Francia tenía a sus espaldas la fuerte contraposición con los protestantes respecto del uso de las imágenes sacras. Una nueva aproximación al tema, introducida particularmente por los jesuitas, sugería una lectura estrictamente narrativa que respetara la función devocional de las imágenes. En este caso, Jean de Dieu fija fielmente el momento en que Cristo, ante las insistencias de los escribas y fariseos que querían ponerle a prueba, se agacha a escribir en el suelo. Acaba de retarles «quien esté sin pecado que tire la primera piedra» y de nuevo se abaja para escribir sobre el polvo. A los derrotados no les queda más remedio que irse uno a uno, empezando por el más viejo, como relata san Juan.
Giuseppe Frangi

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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