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Huellas N.3, Marzo 2016

PRIMER PLANO

Una amistad para la Iglesia

Luca Fiore

Ucraniano, ortodoxo y de CL. ALEKSANDER FILONENKO cuenta qué ha supuesto para su vida el encuentro de La Habana

«¿Ves adónde nos ha llevado nuestra amistad con los católicos?». Al final de la Divina Liturgia, la primera después del encuentro entre el Patriarca Kiril y el Papa Francisco en Cuba, el sacerdote ortodoxo se dirige a Aleksander Filonenko, profesor de Filosofía en la universidad de Járkov, con una sonrisa que es una mezcla de sorpresa, satisfacción y esperanza. En la capilla de madera plantada en la tierra helada de la campiña ucraniana, era inevitable que hoy la homilía tocara ese tema: «El Papa y el Patriarca son dos obispos que se han encontrado. Como comprenderéis entre nosotros hay muchos a los que les gustaría darles algún consejo, porque lo que nos sale espontáneo es darles consejos a los demás. Si bien, en este caso, ninguno de nosotros se ha metido ni por un momento en el rol de obispo. Por tanto es mejor concentrarnos en otro punto: comprobar que el amor cristiano hace posibles también los encuentros más insospechados».
Kiril es el jefe de la Iglesia ortodoxa rusa, a la que pertenece Filonenko. Pero el profesor ucraniano comparte también la experiencia del movimiento católico nacido de don Giussani. Preguntarle qué ha significado para él ese abrazo en la sala del aeropuerto José Martí es preguntarle por todo, por lo que tiene por más querido: «Incluso solo saber que se han encontrado, sin haber leído ni visto nada, sería demasiado para mí. En estos años la amistad entre ortodoxos y católicos se ha convertido en una promesa real para la vida futura. Lo que es excepcional no es que nos hayamos dado permiso para ser amigos, sino que nuestra amistad se haya puesto en valor como importante para el destino de toda la Iglesia. Y esto se ha hecho de manera muy clara».
El profesor explica que en Cuba ha visto en acto el planteamiento que Julián Carrón utilizó en 2010 en una conferencia en Moscú. En esa ocasión, el sacerdote católico había citado el discurso en el Meeting de Rímini del metropolita Filaret de Minsk: «La Persona de nuestro Señor Jesucristo es el ideal indiscutible, el criterio perfecto, la belleza incorruptible que está por encima de todo, en todo y para todos. En Cristo Salvador no puede haber divisiones internas». Y Carrón añadía: «Esta es la raíz y la vía para un ecumenismo real, que pretenda estar al altura de los desafíos contemporáneos. Y el motivo por el que nos sentimos verdaderamente amigos».
«En aquel momento escuché las palabras de Carrón como una llamada para toda la Iglesia, no solo para el movimiento. Ahora puedo decir que lo que vivo no es solo una experiencia extraña, desconocida entre los ortodoxos. Esta experiencia de amistad entre las Iglesias cristianas, encontrada y experimentada en el ámbito de CL, ahora se reconoce como una experiencia válida para todo el Cuerpo de Cristo».
Sobre todo en la Iglesia ortodoxa, lo que ha sucedido en Cuba suscita un sinfín de reacciones e interpretaciones. «Por una parte está el encuentro en cuanto tal, por otra el juicio que se da sobre ese encuentro. En mi caso, como ya he dicho, es un juicio muy positivo. Además, hay que tener en cuenta que el valor de ese encuentro desborda todas nuestras interpretaciones. Los comentarios pueden ser desastrosos y tampoco yo me siento libre de este peligro. Es muy difícil quedarse con los hechos y ser leales con lo que ha sucedido». ¿Y cómo hacerlo? «Yo trato de volver con la memoria a los hechos que más me han provocado. Cuando se dio el anuncio de que el Papa y Kiril se encontrarían, el metropolita Hilarión quiso subrayar que no se trataba de un encuentro religioso, sino diplomático. Aquí se dio mucha importancia a esta observación. Pero cuando el Papa tomó la palabra dijo enseguida que daba las gracias a la Santa Trinidad por haber permitido ese encuentro. Pensé: que lo diga el Papa es bastante obvio, hubiera podido decir algo más. Pero luego, en cuanto pudo –incluso estando sentado– quiso abrazar al Patriarca. Así se vio que para él no existe distinción entre encuentro diplomático y religioso. El día después, leí la Declaración conjunta y me di cuenta de que es realmente un don: comienza como una oración y acaba como una oración. Grandioso».

No sabían qué hacer. En los días siguientes, cuenta Filonenko, muchos comentaristas ortodoxos seguían repitiendo que solo se trataba de un encuentro diplomático. «Hay una metáfora que utilizan todos: la del barco que se hunde. Cuando el barco se está hundiendo, dicen, no tiene sentido seguir peleándose. El barco sería la sociedad cristiana. En cambio nadie, me parece, ha observado una cosa para mí importantísima: fue un momento de extrema libertad. Lo noté, por ejemplo, hacia el final, cuando empezaron los saludos de las delegaciones. Se veía perfectamente que nuestros obispos, acercándose al Papa, no sabían si besarle la mano o no. Se vio que el primero miraba al Patriarca esperando una señal. Pero Kiril no se inmutó. ¡No sabían qué hacer! ¡No había ningún protocolo! Era algo que nunca había sucedido y no había ningún ceremonial para la ocasión. Sabemos que este Papa es un hombre muy libre y no particularmente sensible a la etiqueta. Se vio cuando estando sentado quería abrazar al Patriarca. Ese, para mí, fue el momento más conmovedor. Nuestra Iglesia no está acostumbrada a esta libertad. Me alegro mucho de que haya podido experimentarla en esa circunstancia».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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