Ha sido un encuentro histórico entre un Papa y un Patriarca ruso. Nunca había sucedido. Monseñor PAOLO PEZZI, arzobispo católico en Moscú, explica por qué el abrazo entre Francisco y Kiril no abre solo un nuevo capítulo en la historia, sino que nos enseña cómo el Papa mira al mundo, a la política y a la misericordia
«No quiero decir que hayan tenido un valor profético, pero esas imágenes que pedí poner en el altar de la catedral… yo quería un icono de san Pedro y san Andrés, que además eran dos hermanos. Uno, padre de la Iglesia latina en Roma, el primer Papa; el otro, jefe de la Iglesia de Constantinopla, que dio lugar a la de Moscú, hasta el punto de convertirse en santo patrón de Rusia». Monseñor Paolo Pezzi, arzobispo de la Diócesis de la Madre de Dios en Moscú, retorna a aquel hecho de hace poco menos de un año, a la luz de lo que sucedió en La Habana el 12 de febrero: el abrazo entre el Patriarca Kiril y Papa Francisco. «Es el abrazo entre Andrés y Pedro. Mirando esas imágenes, pienso que en ese encuentro y en ese abrazo está todo».
Juan Pablo II soñó con él, Benedicto XVI lo buscó denodadamente, el Papa argentino lo evocó desde su primera aparición en el balcón de San Pedro. Todo parecía bloqueado, cerrado por vetos de hace siglos y obstaculizado por las rigideces de las últimas décadas: las suspicacias ortodoxas respecto a la pujante iglesia greco-católica de Ucrania, las diócesis católicas instituidas en Rusia tras la caída del régimen soviético y la consiguiente acusación de proselitismo. Monseñor Pezzi llegó a Rusia como misionero de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo a principios de los años noventa, y durante mucho tiempo sufrió en su piel el hielo de los inviernos siberianos y el de las relaciones con la Iglesia ortodoxa.
Ahora, en una sala del aeropuerto “José Martí” se produce un encuentro, se habla largo y tendido, se firma una Declaración conjunta que dejará una huella en la relación entre las dos iglesias hermanas. Y no solo. De los cristianos perseguidos al secularismo, de la defensa de la familia al rechazo del relativismo. A los gestos se suman las palabras. Son frases miradas con lupa por los expertos de las diplomacias eclesiásticas, formulaciones nuevas de problemas antiguos. Pero al final, en la mente y en el ánimo del obispo católico en tierra ortodoxa queda una imagen: «El Papa que dice: “¡Por fin! Volvemos a ser hermanos”. Y el Patriarca que responde: “Ahora todo será más fácil”. Cada vez que mire los iconos de la catedral de Moscú no podré dejar de pensar en ese abrazo».
¿Qué sintió al asistir, desde Moscú, al encuentro de La Habana?
Gratitud. Cuando supe que tendría lugar y cuando vi que estaba sucediendo de verdad, me embargó una profunda gratitud. Lo más importante para mí es que se ha producido el encuentro entre los dos. En vísperas del evento, durante la vigilia de oración en nuestra catedral en Moscú, subrayé que para nosotros, los cristianos, encontrarse tiene un valor decisivo. El cristianismo se comunica mediante un encuentro entre personas, entre hombres vivos. Si es posible hacerlo, entonces todavía hay esperanza y se abren perspectivas.
¿Cuál es su valoración de la Declaración conjunta?
Hay aspectos novedosos. Es algo que juzgo muy positivo. El documento dice muchas cosas, y tal vez se podrían hacer especulaciones sobre algunas expresiones utilizadas en la versión rusa con respecto a la italiana. Pero no soy exegeta profesional. En todo caso veo dos aspectos muy valiosos. El primero es que subraya la necesidad de un testimonio común. La tarea de las iglesias, y en el fondo la tarea de todo cristiano, es la de testimoniar a Jesucristo. Si podemos hacerlo juntos, la fuerza del testimonio será infinitamente mayor. Si además añadimos que el contenido de tal testimonio es el anuncio de que Dios es Misericordia, de que se manifiesta en el perdón y genera un abrazo –el abrazo que hemos visto en Cuba–, este dato adquiere más fuerza aún.
¿Y el segundo aspecto?
No sé si todos estarán de acuerdo en lo que se refiere a una cuestión específica y delicada, como es la de Ucrania. Pero, en mi opinión, es importante que en el documento se hable de los greco-católicos como de una Iglesia. En primer lugar, significa reconocer que a través de esta realidad católica pasa un bien para todos. En segundo lugar, que se puede considerar al otro no como un adversario político o religioso, sino como alguien con quien hablar. Alguien con quien encontrarse. Probablemente no seamos muchos los que leamos ese párrafo en este sentido, pero para mí el documento contempla este aspecto.
¿Qué relación hay entre testimonio y búsqueda de la unidad?
Yo creo que cuando se plantea la prioridad del testimonio, ya se parte de algo que está unido. De otro modo no se podría hablar de un testimonio conjunto. Lo que une puede ser muy frágil. En la declaración se habla de«tradición común», y eso incluye también puntos que quedan pendientes y heridas. Pero me parece que en el documento prima el reconocimiento de lo que está antes, del origen común y de la parte sustancial de la Tradición apostólica; no se centra en algo que debemos añadir o reparar. Eso también habrá que hacerlo. Pero, sobre todo, se afirma algo que ya está. Creo que si partimos del tesoro que ya tenemos, de la experiencia de Cristo que tenemos, entonces podremos dar también un testimonio común y avanzar en el camino de la unidad.
Este Papa ha buscado con insistencia este encuentro, ya deseado por sus predecesores, con un empuje que muchos consideran que no tiene en cuenta ciertos problemas que quedan sin resolver desde hace siglos…
Creo que este Papa y sus modos de ejercer el primado de Pedro forman parte de las «sorpresas de Dios» de las que habla el propio Francisco. Siempre nos adelanta por la izquierda o por la derecha. Debemos dejarnos sorprender por Dios. La modalidad que ha elegido el Papa me parece la más eficaz. Decir «Si me llamas, yo voy»; no poner condiciones previas al encuentro; decir delante de todos: «Somos hermanos», «Compartimos el mismo bautismo»... Estas palabras expresan una perspectiva dentro de la cual los problemas, tal vez, según los tiempos de Dios y no los nuestros (a pesar de nuestras buenas intenciones), podrán resolverse. Una cosa es segura: fuera de esta perspectiva los nudos no se desatarán jamás. En este sentido considero que lo que ha pasado es muy interesante. No olvidemos que el Papa, justo después de la firma, dijo que «la unidad se hace caminando». Esto no significa que las declaraciones comunes no sirvan, quiere decir insertarse en la perspectiva del encuentro reiterado. Hay que mirarse a la cara. No considerar al otro como adversario sino como un compañero de camino hacia la misma meta.
Algunos han hablado de «diplomacia de la misericordia»: una actitud no política que tiene efectos “políticos” porque deshace nudos y abre nuevos procesos.
Tal vez sea un poco aventurado. En realidad esa es exactamente la tarea del cristianismo. Jesucristo no pensaba en resolver problemas políticos sino que, exponiéndose, ofreció también una perspectiva para afrontarlos y buscar vías de salida. La Iglesia lo ha hecho a lo largo de la historia. Su tarea es sugerir, dar indicaciones e instrumentos, ofrecer gestos que puedan facilitar también soluciones políticas. Y sus interlocutores son los hombres de buena voluntad, entre los cuales no se excluye a los que tienen responsabilidades políticas y de poder. El Papa Francisco va en esta dirección. Es verdad que en ciertos momentos lo hace de manera radical. Pero esa es la naturaleza del cristianismo y de la Iglesia. En algunos casos hemos asistido a efectos políticos casi inmediatos. Pensemos en lo que ha hecho por las relaciones entre EEUU y Cuba, en su valiente visita a la República Centroafricana, en la vigilia de oración por Siria.
¿El encuentro en Cuba cambiará su tarea eclesial cotidiana?
Algo ha cambiado ya: la forma en que yo me expongo. Sobre todo desde que soy obispo, me he dado cuenta de una cosa: la separación entre lo “personal” y la “tarea” de servicio a la Iglesia casi ha desaparecido. De modo que ahora me levanto por la mañana mucho más agradecido. Al retomar mi trabajo diario me veo más disponible a mirar, a pedir, a buscar cómo Dios logrará sorprenderme. Estoy más deseoso de conversión. En este sentido, el abrazo entre Kiril y Francisco ya me ha cambiado.
¿Y en los ortodoxos que le rodean?
Algo he notado y me ha llamado positivamente la atención: hay menos miedo a encontrarse. Después del abrazo en Cuba, he visto a algunos ortodoxos, por ejemplo, visitar la catedral católica de Moscú. Sin duda, también puede ser un efecto emotivo, parcial, como si dijeran: «Ha tenido lugar este encuentro, vamos a ver quiénes son estos católicos de Rusia». En cualquier caso, leo positivamente estos efectos, que secundan la misma lógica del encuentro.
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