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Huellas N.2, Febrero 2016

LECTURA

Don Giussani. Su vida

Marc Ouellet

Por su especial interés, publicamos un extracto de la intervención del cardenal MARC OUELLET, Prefecto de la congregación para los Obispos, durante la presentación de la biografía de don Giussani

«Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor. Pues para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos» (Rm 14, 7-8).
La biografía de don Giussani a cargo de Alberto Savorana me ha dejado la profunda sensación de haberme encontrado con una gran personalidad, que vivía intensamente su pertenencia al Señor y que no dejó de intervenir en la historia de su pueblo.
El hombre, el sacerdote y el fundador que fue don Giussani, las huellas que dejó en la tradición ambrosiana, los desafíos que lanzó al catolicismo italiano, su memoria que sigue viva en las obras que fundó o inspiró, en una palabra, el testimonio de su vida es ahora accesible gracias al periodista de talento que ha puesto a punto esta biografía extraordinaria. Un relato emocionante y que implica personalmente al lector, apoyado en una selva de documentos que cubre casi un siglo de historia de la Iglesia.
Amigo de poetas, compañero de grandes hombres de pensamiento, gozó de la cercanía de Soberanos Pontífices. Don Giussani se interesó en primer lugar por la fe de los jóvenes, a los que seguramente quería proteger de los ataques del ateísmo, del relativismo y del nihilismo, pero a los que quería sobre todo mostrar una fe capaz de generar una cultura cristiana en la época de la secularización.
El movimiento eclesial que nació de su compromiso apostólico se distinguió por la presencia incisiva de los laicos en la sociedad en nombre de su fe cristiana, con el riesgo de ser malinterpretados o incluso atacados en el seno mismo de la Iglesia. Don Giussani guió con sabiduría su movimiento por un mar borrascoso, anclándolo en la oración y evitando que encallara en los bancos de arena del racionalismo. Sometió su movimiento a una estricta obediencia al Magisterio pontificio, que le correspondió reconociendo su obra como un fruto auténtico del Concilio Vaticano II. El instrumento del que hoy disponemos narra las vicisitudes de esta figura carismática que interpreta el Concilio como una «reforma en la continuidad», según la fórmula consagrada bajo el pontificado de Benedicto XVI.

¿Qué nos dice este sacerdote a través de la memoria documentada de su vida y de sus obras? Se le reconoce con creces un carisma particular como educador en la fe y apologeta del cristianismo. ¿Pero bastan estas categorías para dar cuenta de su profundo influjo? Don Giussani es una figura del cristianismo contemporáneo que se resiste hoy, igual que ayer, a los intentos de confinamiento ideológico. Su ajetreada existencia y su volcánico pensamiento nos hablan de Vida y de Verdad. Nos llevan a preguntarnos qué nos quiere decir Dios a través de este apóstol enardecido e incómodo al que no le gusta nada que le dejen descansar en paz, ni siquiera después de muerto. ¡Quiera Dios que continúe turbándonos para servirnos mejor!
Permítanme, en calidad de observador externo, después de una lectura rápida, hacer algunas consideraciones sobre esta figura carismática, que me parecen de gran alcance para la Iglesia universal.

1. El joven sacerdote que pidió ir a dar clase al Liceo Berchet se distinguió por compartir sobre el terreno su experiencia de fe y comunicar a otros las certezas que había adquirido en el Seminario de Venegono. Don Giussani constató con consternación la creciente brecha que se abría entre la piedad formal de los jóvenes y su cultura intelectual, cada vez más ajena al misterio de la fe. Para superar este divorcio entre fe y vida, creó un método original y provocador que persuadía a los jóvenes para tomar posición según sus convicciones personales. Acudió copiosamente a las fuentes del arte, de las ciencias y de la música, y se apoyó sobre todo en una filosofía realista que se asombra ante el misterio del ser. Pero su punta de lanza fue siempre el Misterio del Verbo encarnado que presentaba a los jóvenes como criterio último de juicio para valorar todas las cosas.
El primer requisito de su pedagogía fue el de no apoyarse «sobre una síntesis de ideas, sino sobre las certezas de una vida». Don Giussani tuvo la fortuna de tener maestros que desde la adolescencia le iniciaron en la experiencia de las verdades centrales del cristianismo. Conservó durante toda su vida una profunda gratitud hacia los Colombo, Corti, Figini que hicieron arraigar en su espíritu la estima por la razón y las certezas de la fe. Comentando después su experiencia como profesor en el Liceo Berchet, Giussani afirma: «Lo que les decía no nacía de un análisis del mundo estudiantil, sino de lo que me decían mi madre y el seminario. Se trataba, en síntesis, de hablar a otros con palabras que ciertamente venían de la Tradición, pero que debían pronunciarse con plena conciencia, hasta mostrar sus implicaciones metodológicas».

2. Otro aspecto significativo de su carisma fue el enfoque racional del cristianismo. Los jóvenes están marcados por la cultura científica y por tanto deben ser guiados de un modo racional hasta el umbral del misterio. El libro de Giussani sobre El sentido religioso establece los principios y las etapas de su método. El autor destaca en el análisis religioso la experiencia humana. Su «pasión por lo razonable» le impulsa a desarrollar una metodología realista y crítica, que pone en el centro la pregunta sobre Dios. Al término de su reflexión, Giussani plantea la hipótesis de la Revelación como una «posibilidad», o incluso como una «espera» legítima y razonable del corazón humano sediento de sentido y de infinito.
Este primer volumen de su itinerario educativo quedará como un clásico de los preámbulos de la fe, un recorrido confirmado por la experiencia que dispone a la acogida de la Revelación. Este libro ha sido objeto de comentarios muy halagadores por parte de personalidades tan distintas como el que fue arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, el rabino David Rosen, el escritor Giovanni Testori y el monje budista Takagi Shingen.

3. El discurso de Giussani sobre Cristo, centro de la Revelación, se hace eco de sus maestros de Venegono, pero también de su lectura acrisolada de varios autores , entre ellos algunos ortodoxos y protestantes: Vladimir Soloviev, Karl Barth, John Henry Newman, Reinhold Niebuhr, sin olvidar obviamente a sus amigos Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger, que le atribuyen cierta influencia en la elección del nombre de la revista Communio. Su visión es radicalmente cristocéntrica, lo cual comporta como corolario una concepción unitaria del destino del hombre, que el Concilio Vaticano II retomará al afirmar que la vocación del hombre es única y divina, y que solo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece el misterio del hombre.
Esta correspondencia profunda entre la antropología y la cristología será ulteriormente confirmada por la encíclica Redemptor Hominis tras la elección de Juan Pablo II a la cátedra de Pedro. Estos acontecimientos tendrán un impacto profundo y liberador en Giussani y en su obra, justamente porque en ellos verá reflejada su comprensión de la persona humana en Cristo. Le gustaba repetir que «al margen del acontecimiento cristiano no se puede entender qué es el yo».
Su perspectiva antropológica supera el dualismo moderno entre la naturaleza y lo sobrenatural que ha desvitalizado al cristianismo. Giussani expresa la relación del hombre con la gracia en términos de vida, donde el encuentro de las personas y su comunión son inseparables de su relación con Dios. Resulta así una nueva fenomenología de la gracia, que la describe como un «encuentro» con Cristo resucitado, cuya «presencia» envuelve la vida humana y la solicita en todas sus dimensiones. De ahí la descripción del cristianismo como un hecho, un evento, una amistad, una compañía, una comunión con Cristo que realiza la identidad profunda de las personas al insertarlas en la comunión eclesial.
Giussani no solo renueva el vocabulario a partir de la experiencia; también enseña a ver la realidad de la fe de tal manera que se pueda comprobar la verdad de cuanto se cree y juzgarlo todo bajo esta luz. Una experiencia semejante es liberadora porque afianza la conciencia de pertenecer al Misterio de Cristo y de participar activamente en él, viviendo el propio destino de comunión: «La historia para nosotros es la continuidad de la resurrección de Cristo», escribe don Giussani. «Cada momento de la historia constituye para nosotros la modalidad con la que el misterio de la resurrección de Cristo está realizándose».

4. Esta experiencia del Resucitado en la historia conduce a la fórmula paulina «Cristo “todo en todos”» (Col 3, 11), que lleva a su culmen la identificación de Cristo con la Iglesia. He aquí otra de las claves de la visión de Giussani. Cuanto más medita sobre el Misterio de Cristo y lo da a conocer, más subraya el misterio de la Iglesia como la encarnación que continúa, la encarnación total podríamos decir, con la advertencia de mantener la distinción entre el Verbo Encarnado y su cuerpo eclesial, constituido y animado por el Espíritu.
Al culminar la crisis post-conciliar de los años 70, algunos jóvenes proponen a Giussani identificar a su movimiento con el nombre de «Comunión y Liberación». El maestro acepta enseguida la propuesta porque traduce muy bien la experiencia de la pertenencia total a Cristo y a la Iglesia. «Porque la comunión es liberación», dirá Giussani, es decir: la comunión con Cristo en la Iglesia es liberación de los límites del «yo» en el «nosotros», a imagen de la Trinidad. El cardenal Joseph Ratzinger comentará más adelante este nombre a la luz de la tradición ambrosiana: «Para ser verdadera, y por tanto para ser también eficiente, la libertad necesita de la comunión, pero no de cualquier comunión, sino en definitiva de la comunión con la Verdad misma, con el Amor mismo, con Cristo, con el Dios uno y trino. Así se construye una comunidad que crea libertad y da alegría».
Giussani lo testimonia en estos términos: «Domina en nosotros la gratitud por haber descubierto que la Iglesia es una vida que sale al encuentro de nuestra vida: no es un discurso sobre ella. La Iglesia es la humanidad que vive la humanidad de Cristo, lo cual establece para cada uno de nosotros el valor que tiene el concepto de fraternidad sacramental».
Este concepto de fraternidad sacramental aplicado al Movimiento corresponde a la eclesiología de comunión de la Constitución dogmática Lumen Gentium que extiende el concepto de sacramento a la Iglesia en su conjunto como signo eficaz de Cristo resucitado. Las vicisitudes políticas y eclesiales de la Italia de nuestro tiempo han condicionado el compromiso del Movimiento con el riesgo a veces de olvidar ese misterio de comunión del que en cambio trata de ser expresión sacramental, en su sentido más pacífico y constructivo, para la Iglesia y la sociedad. La evolución del Movimiento en el tiempo, después de la década de los años 70, restableció el equilibrio.

5. Un último elemento que me parece particularmente significativo es el florecimiento en el seno del Movimiento de numerosas vocaciones a la vida consagrada, que fueron objeto de una especial atención por parte del fundador. Entendida desde el comienzo como una simple realización del Bautismo, con el paso del tiempo y los diálogos sucesivos con Giussani, esta experiencia maduró hacia nuevas formas de vida consagrada según la tradición de los consejos evangélicos. Esta fecundidad vocacional se manifestó particularmente en la Fraternidad sacerdotal San Carlos Borromeo y en la Asociación laical Memores Domini. Este último nombre no significa el recuerdo de un acontecimiento pasado sino, por el contrario, la memoria viva de la presencia de Cristo resucitado que llama a ciertas personas a seguirle en una nueva forma de esponsalidad.
«Vuestra profesión de vida –dice Giussani– será la proclamación profética de todas estas cosas que hemos dicho, sencillamente con la forma de vuestra vida, con la forma que adopta el que no se casa para poder penetrar [...] en ese fenómeno de esponsalidad total con todos y con todas las cosas, que es lo que promete [...] Cristo».
Recala aquí la fórmula paulina «Dios todo en todos» (1Cor 15, 28), que adquiere su fisonomía esponsal precisamente a la luz de la fórmula «Cristo todo en todos» (Col 3), de la que María y la Iglesia son el icono escatológico en la historia.

6. Estas breves características que hemos señalado constituyen una primera mirada al carisma de don Giussani que deja en la sombra muchos otros aspectos importantes. Hay que leer la biografía completa para descubrir su amplitud y sus ramificaciones, puesto que sus enseñanzas, sus misiones y fundaciones, sus iniciativas y debates, sus diálogos y sus cartas, su dirección espiritual, sus enfermedades y sus lutos así como también sus encuentros ocasionales dejaron una impronta sorprendente y duradera. El carisma de don Giussani es mucho más que una habilidad, una virtud o el mensaje de una personalidad fascinante. Su carisma es él mismo, en cuanto persona única que el Espíritu de Dios unió a Cristo para una misión singular en la Iglesia. Según Giussani, un carisma es: «Un don que el Espíritu concede a una persona en una particular situación histórica, para que mediante la energía que se le comunica esa persona sea origen de una experiencia particular útil para toda la Iglesia. [...] El carisma personal es la contribución de una persona al designio del Espíritu».
Aquí von Balthasar añade que el “carisma personal” es la persona misma en tensión dramática hacia el cumplimiento de su misión en Cristo. El ejemplo de don Giussani, a quien Balthasar tenía en gran estima, fue ciertamente una inspiración y una confirmación de su visión cristológica del misterio de la persona. La biografía de Giussani de la que ahora disponemos describe la energía vital que movía todas las fibras de su ser en una experiencia de paternidad eclesial. Muestra de ello fue el reclamo de don Julián Carrón en el momento en que asumió plenamente la responsabilidad de suceder a don Giussani. Él recordaba entonces al movimiento una sorprendente expresión utilizada por el fundador en 1992: «Dar la vida por la obra de Otro; este “otro”, históricamente, fenoménicamente, en cuanto apariencia, es una determinada persona [...], soy yo».
Este remitir la persona de Cristo a la propia persona, inspirado en san Pablo, a primera vista podría parecer excesivo pero se armoniza con una visión sacramental de la vida. El otro humano por el que se acepta trabajar y entregar la propia vida es portador del Misterio y por tanto impone respeto y también obediencia. Carrón aclara esta identificación paradójica, que podría considerarse peligrosa, con otras palabras de Giussani que equilibran su alcance provocador: «Cuando perdemos el apego a la modalidad con que la verdad nos alcanza, es entonces cuando la verdad de la cosa empieza a emerger con claridad».
«Dar la vida por la obra de Otro» fue el ideal que persiguió con pasión este sacerdote milanés, que se convirtió así en una forma concreta de la gracia para todo un pueblo. Su autenticidad me parece confirmada por la experiencia de la cruz que marcó particularmente el comienzo y el final de su ministerio sacerdotal. Como otros fundadores y fundadoras, él fue crucificado en su carne y en sus relaciones, y a menudo se vio reducido a la impotencia por la enfermedad. En este crisol del misterio pascual su paternidad alcanzó dimensiones que escapan a cualquier medida humana.
El libro de Alberto Savorana consigue ofrecernos un hermoso retrato de esta figura carismática y convencernos de que «el mayor gozo de la vida del hombre es sentir a Jesucristo vivo y palpitante en la carne del propio pensamiento y del propio corazón». Esta biografía no nos deja igual que estábamos antes de empezar a leerla, sino que nos interroga y puede transformarnos.
Algunas modalidades de la respuesta de la Iglesia a este carisma están aún por determinar. En cuanto a nuestra respuesta personal, esta no puede ser más que libre y poner en juego nuestra conciencia ante el Espíritu de Dios que quiere prolongar la Encarnación del Verbo en nuestra carne. Fue Él quien concedió a don Giussani esta gran personalidad que en Cristo Resucitado sigue acompañando nuestra historia. Es de nuevo Él quien nos alcanza dentro y fuera de esta biografía para ayudarnos a vivir lo único que importaba a ojos de don Luigi Giussani: la unión con Cristo, nuestro destino y nuestra esperanza.
Veni Sancte Spiritus! Veni per Mariam!
(Roma, 23 de septiembre de 2013)


Alberto Savorana
DON GIUSSANI. SU VIDA
Ed. Encuentro,
pp. 1.396 - 28,00 € (ebook 9,99 €)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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